CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA POR EL VII ANIVERSARIO CINI VIII ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS

Permítanme compartir con ustedes esta reflexión en este día, para mí muy especial. 

Por gracia de Dios, por voluntad divina, hace siete años el Señor me trajo aquí, a esta Arquidiócesis de Antequera Oaxaca.

Si les dijera que cuando me dijeron que venía para acá, yo respondí que no, que yo estaba muy a gusto en Puerto Escondido, donde había vivido cinco años de Obispo y le dije al Nuncio Franco Coppola que no, y me respondió así, muy rápido y me dijo: pues usted diga lo que quiera, el papa Francisco ya lo nombró, diga lo que quiera, está nombrado ya por el Papa y, entonces, pues al escuchar eso hay que obedecer, porque los Obispos estamos donde nos quiere Dios y lo manifiesta a través del sucesor de Pedro.

Por eso estoy aquí desde hace siete años, por mandato de Dios, manifestado a través de la voluntad del Papa Francisco, al que recordamos en la oración. El día de mañana, a muy temprana hora para nosotros, a las 2 de la mañana, se inicia la ceremonia de Exequias en la ciudad de Roma, para darle sepultura al sucesor de Pedro 266.

Nuestro corazón debe de estar agradecido por ese ministerio del Papa Francisco, por el amor, por el amor que nos demostró a nuestro Señor, a la Iglesia, y a los fieles, a los hijos de Dios en cada uno de nosotros. Espero que usted, en su vivencia de fe, se haya sentido amado por el Papa Francisco.

Le invito a que usted experimente ese amor, nos lo demostró de muchas formas, de muchas formas, visitando nuestros pueblos, visitando nuestras ciudades, vino a visitarnos, vino a hablarnos de Nuestro Señor, vino a hablarnos del Resucitado, vino a dar testimonio del grande amor que Dios nos tiene a todos nosotros. Vino a hablarnos de nuestra Madre, María de Guadalupe. Vino a confirmarnos en nuestra fe católica, a todos nosotros.

Lo encomendamos a Dios y pedimos por su eterno descanso.

Retomo mi vivencia de hace siete años y mi vivencia durante estos siete años. La inicié aquí, en esta Basílica. Me puse ahí, de rodillas, dirigiéndome a la Madre de Dios, en su advocación de Nuestra Señora de la Soledad para pedirle intercesión, para el ejercicio de mi ministerio. Le dije a la Madre de Dios que quería ser un pastor, que quería estar cercano a mis sacerdotes y cercano a los fieles.

A lo mejor no lo he logrado, pero sí le pedí que intercediera. Me he esforzado por vivir así y me seguiré esforzando el tiempo que Dios quiera.

Le pedí a la Madre de Dios que me cuidara, que me protegiera, que me cubriera con Su manto y le quiero decir que no solamente en estos siete años, sino en los doce años que he pasado mi vida en el estado de Oaxaca, Dios me ha cuidado, Dios me ha protegido, la Virgen ha intercedido por mí y siento esa gracia que viene de lo alto, no me ha pasado nada y todos los días recorro caminos y caminos, visito pueblos y pueblos, y llego con bien y regreso con bien. 

Salgo a muy temprana hora y regreso muy entrada la noche y llego con bien. Me da alegría llegar a los pueblos y ver el gozo y alegría del sacerdote que está ahí y de los fieles que están ahí y eso llena mi corazón y acaba con el cansancio que haya sentido a lo largo de cuatro, cinco, siete, ocho, nueve horas de camino. Feliz, yo he sido muy feliz y le doy gracias a Dios. Mis sacerdotes me han ayudado a ser feliz, porque he sentido su cercanía, su preocupación por mí, su amor, su ternura de hermanos y, desde el más avanzado en edad hasta el más joven, siempre respetuosos, siempre dóciles, siembre obedientes.

Qué hermoso es vivir en una familia presbiteral así, que vivimos fraternidad, comunión, cercanía y que estamos ahí, dispuestos a decirle a nuestro Obispo que no está solo, que lo acompañamos en estas tareas pastorales.

Eso es muy hermoso, muy gratificante, muy agradable a los ojos de Dios.

Le doy gracias a Dios.

Le doy gracias a Dios, porque me encuentro con ustedes y a veces me dicen: ya no se vaya, aquí quédese con nosotros y desde aquí se mueve para otros lugares, pues no se puede, no se puede. Venga más seguido y yo siempre les digo: pues quédense con el dicho de “cada venida de Obispo”, que siempre es larguita.

Cuánto amor, cuánto cariño he recibido de parte de ustedes, lo agradezco infinitamente.

Yo lo disfruto, yo lo guardo en mi corazón, porque no podemos vivir sin sentirnos amados y yo me siento muy amado, bendito Dios, bendito Dios y soy feliz y estoy bien.

A veces piensan que estoy enfermo, que algo me pasa, muy preocupados y me dicen: oiga, pues está muy flaco, qué le pasa. Pues así me tiene Dios, pero estoy bien, me siento bien, estoy contento, feliz de la vida. Disfruto mi ministerio, este ministerio que no merezco, no lo merezco, inmerecidamente.

Dios me llamó a este ministerio, se lo agradezco, pero no lo merezco.

Bendiciones, para todos mis hermanos oaxaqueños, para todos mis hermanos de la Arquidiócesis. 

Por supuesto que hay muchas cosas que me preocupan. En estas tareas pastorales me preocupa que no tengamos más sacerdotes, me preocupa que no tengamos jóvenes que se estén preparando en nuestro Seminario, para que podamos mirar esperanzadoramente que esto va a ser diferente.

Agradezco sus oraciones, su preocupación, la agradezco, pero sí es preocupante no poderle decir a unas comunidades: aquí está su sacerdote, porque no lo tenemos, no lo tenemos.

Dios bendecirá nuestra Arquidiócesis. Dios nos bendecirá con más y más jóvenes que ingresen a nuestro Seminario, que perseveren y que lleguen hasta el final y que sean ordenados presbíteros en algún momento. Esa es mi esperanza, eso es lo que yo le pido a Dios con mucha insistencia, pero también me preocupa cómo viven nuestros pueblos, que se sienten solos, abandonados, olvidados allá en medio de las montañas, con muchas carencias, con muchas necesidades. 

Llegamos a nuestros pueblos originarios, que no hablamos el mismo idioma y, a veces, pues no les entiendo lo que ellos dicen, porque hablan en su lengua y pues tampoco me entienden, porque yo hablo en mi lengua, pero Dios hace su obra. No nos entenderemos en las palabras pero sí nos entendemos en el corazón, en el corazón, y en el corazón está el amor y yo amo a mis hermanos oaxaqueños, a los pueblos a los que yo visito y a los que no he podido ir yo los amo y por amor le digo a Nuestro Señor, bendícelos, protégelos, ayúdalos, defiéndelos de tantos peligros y maldades y, todo esto, en una vivencia de amor. Hablamos de corazón a corazón.

Y Dios hace Su obra, lo que no podemos hacer nosotros lo puede Dios, perfectamente, lo hace Dios, lo hace el Resucitado, porque Él sigue caminando con nosotros y se hace presente, como se hizo presente en el encuentro de aquella ocasión, que nos narró el Evangelio hace un momentito, que les dijo: ¿tienen algo de comer?, porque estaban espantados, creían ver un fantasma y el Señor Resucitado se sentó a comer del pescado que le dieron. Les abrió el entendimiento, dice el Evangelio, y comprendieron y el Señor sigue haciendo lo mismo, sigue abriendo el entendimiento y sigue ayudando para que comprendan Su obra, es Su obra, es la Obra Divina, nosotros nada más somos un instrumento, pero Dios sigue haciendo su trabajo.

Pues yo le doy gracias por todo esto.

También quiero agradecer a Dios lo que estamos viviendo en este día, un aniversario más de nuestra ciudad, 493 años de la ciudad, una ciudad muy antigua y aquí quisiera decir, pues fíjense que también estamos a diez años, a diez años de cumplir 500 años de historia de nuestra Diócesis de Antequera, 500 años, en el 2035, a diez años de ese acontecimiento, 500 años. Hoy decimos 493 de nuestra ciudad, dentro de poco diremos 500 y va a ser una gran fiesta por los 500 años, pero también en la vida de la Iglesia habrá una gran fiesta, dentro de diez años, para decir 500 años de historia de nuestra Iglesia de Antequera.

Todo es bendición y gracia, pues que Dios siga bendiciendo nuestra ciudad, una ciudad muy visitada, y esto es una bendición, porque usted, que vive aquí en Oaxaca, sabe que la presencia de nuestros visitantes hace posible que tengamos en muchas de nuestras familias el alimento, el vestido, el sustento. Usted lo sabe, usted lo sabe, pues vamos cuidando, vamos cuidando.

Nuestros hermanos que vienen hasta acá admiran la belleza de nuestros templos, de nuestros edificios, de esas casas tan antiguas, fachadas tan hermosas que les llaman la atención, pues hay que cuidarlas, no dañarlas, no dañarlas.

Cuidémoslas, respetemos los espacios y vivamos en paz, en armonía y que nuestras autoridades, pues hagan lo que tienen que hacer por el bien de nuestra ciudad y por el bien de los que la habitamos, que hagan lo que tengan que hacer y que hagan lo mejor y que nosotros, los que vivimos en el ministerio del sacerdocio, podamos llegar con el anuncio de la Palabra de Dios a sus corazones y todos, respondiéndole a Dios generosamente, podamos vivir en paz, en fraternidad, en alegría y en gozo de ser hermanos, de ser hijos de Dios y que ahí miremos nuestra grandeza, no en otras cosas.

Pues gracias por todo, gracias a Dios, gracias a la Madre de Dios y seguimos pidiendo su oración para mantenernos en esa fide

lidad y en ese servicio generoso a nuestro pueblo.

Que así sea.

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