DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

La Iglesia Universal toma en este día la Festividad de la Presentación del Niño Jesús al templo. La narración que hace el Evangelista San Lucas en el Evangelio que hemos escuchado, nos narra ciertos detalles de esa vivencia que tuvieron José y María, Simeón y Ana.

Hace 40 días celebrábamos la Navidad, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y estaba esa ley en el pueblo de Israel, que tenían que ser presentados a Dios y consagrados a Dios los primogénitos, varones, y Jesús es el primogénito.

También estaba la ley de que la mujer debía purificarse, porque en su alumbramiento, había derramamiento de sangre y tenía que purificarse y tenía que acudir al templo, a los 40 días, para que hubiera esa purificación.

José y María cumplen esos mandatos, los cumplen. María no necesitaba purificarse, no había quedado impura, no. Usted y yo creemos en un dogma de fe, la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Ella no tiene pecado, Ella no tiene ninguna mancha, es limpia y pura, limpia y pura.

Creemos también en la Virginidad de María, la Virginidad de María, por obra y gracia del Espíritu Santo, no por intervención de varón, sino por obra y gracia del Espíritu Santo, Ella concibe al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Trinidad, que toma la naturaleza humana y se hace hombre, como nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Hay unas grandes diferencias entre Jesús y nosotros, entre María y nosotros. Sólo ellos tienen esas gracias tan especiales, pero eran cumplidores de la ley, cumplidores de la ley.

Simeón reconoce en ese Niño al Salvador esperado, al Mesías, al Redentor. Es lo primero que destaca el anciano, que ese pequeño Niño va a salvar al pueblo de Israel, va a redimir a la humanidad y, él, da gracias.

Hoy, también usted y yo demos gracias, demos gracias porque tenemos y reconocemos a Jesús como nuestro único Salvador de hoy, de ayer y de siempre. No la busque en otra parte, no la busque en otra persona, sólo en Jesús. Él es el Mesías, Él es el Salvador.

También unámonos con el anciano Simeón para decir: gracias, porque has venido a salvarnos, has venido a salvarnos y usted y yo sabemos cómo fue la Salvación. Aquí está una imagen del Crucificado, que esa imagen del Crucificado le sirva a usted en este mediodía para reconocer que ese pequeño Niño que tomó en brazos Simeón, extendió sus brazos en la Cruz y murió por todos nosotros, sólo por amor. Nadie tiene amor más grande por el amigo que el que da la vida por él. Él es nuestro Redentor, Él es nuestro Salvador y, en la Cruz, nos redimió y Simeón habló directamente a María, la Madre de ese pequeño Niño, que él tenía en sus brazos y le dijo: una espada te atravesará el alma. ¿En qué momento fue eso? Cuando Ella estaba al pie de la Cruz. Ahí, esa espada que dijo el anciano Simeón, le estaba atravesando el alma, porque estaba sufriendo como la Madre del inocente, del que no tenía culpa, del que no era un malhechor, que había pasado por la vida haciendo sólo el bien y fue condenado a muerte, por pasar por la vida haciendo el bien, pero también dijo el anciano: va a ser un signo de contradicción, para que queden al descubierto los corazones de todos.

Para usted, ¿el Señor Jesús es un signo de contradicción o es la Verdad, la Vida, la Luz? ¿Qué es para usted?

En su caminar, usted en sus vivencias, ¿ha tenido dudas de Jesús Salvador, ha dudado de su cercanía, ha dudado de su amor, ha dudado de su Misericordia, ha dudado de su perdón? ¿Qué ha pasado? ¿Se ha convertido el Señor en ciertos momentos de su vida en un sigo de contradicción? ¿Usted ha pensado: mentira, Él no salva, Él no murió por mí, Él no tiene misericordia, Él no es compasivo, Él no me ilumina, Él no me hace sentir Su amor? ¿usted ha vivido esas vivencias? ¿El Señor se ha convertido en un signo de contradicción o usted tiene una firme fe y confianza en el Señor y lo reconoce como el Salvador, como el Redentor, sin ninguna duda ni rebeldía o usted se ha rebelado contra el Señor?

Hoy, en esta presentación de Jesús en el templo, tenemos que entrar en un análisis, ¿quién es ese pequeño Niño? ¿quién es? ¿mi Salvador? ¿es la luz que me ilumina? Luz que ilumina a todas las naciones y gloria de tu pueblo, Israel. ¿Qué es el Señor Jesús?

Usted trae una imagencita, tal vez, de Jesús Niño en su mano, está como Simeón, ahí la tiene, en su mano, una imagencita, que representa a Jesús Niño. ¿Cómo lo siente? ¿cómo lo mira? ¿cómo se deja mirar por Él? ¿Cómo es la mirada de ese pequeño Niño dirigida a usted, a usted, no a otra persona, dirigida a usted? ¿descubre en esa mirada la ternura de Dios? ¿descubre la mirada amorosa de Dios? ¿Descubre y siente la gran misericordia del Señor? ¿siente alegría, gozo y paz al tener en su mente y su corazón a Jesús Niño?

Qué hermoso es sentir paz, alegría y gozo en el Señor, en el Señor.

Hay momentos de dolor, de tristeza, de sufrimiento, de angustia, de desilusión, de desencanto, de no sentirnos valorados, de no sentirnos amados, de sentirnos despreciados por los demás, pero el Jesús Niño, el Jesús Niño no hace eso con nosotros, el Jesús Niño nos mira con amor y ternura, con amor y ternura.

Déjese mirar por Dios así, déjese mirar por Dios así y arrulle a ese Niño y tómelo en sus brazos y vaya al encuentro de sus hermanos, a llevar a Jesús Niño, porque habrá momentos en que usted también hable de Jesús Salvador, como hizo la profetisa Ana. Que también usted hable del Redentor, que es Jesús, el que murió en la Cruz y el que resucitó.

Feliz semana para todos ustedes, feliz semana. Que Dios bendiga a todos, muy en especial a los consagrados y consagradas en este día tan especial. Que también usted se consagre a Dios y siga esforzándose por vivir Su Evangelio. Que usted también viva las últimas palabras del Evangelio de hoy, que la familia regresó a Nazaret, el Señor iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él. Así vaya a su casa, a vivir fortalecido, a crecer en sabiduría y crecer en gracia. Así tienen que vivir los discípulos de Nuestro Señor, que somos todos nosotros, imitándolo a Él y cargando con nuestra cruz y siguiéndolo.

Feliz semana para todos y que la Madre de Jesús también vaya acompañándonos. Ella conoce del dolor, Ella conoce del dolor, Ella sabe del sufrimiento. Que nos acompañe en nuestro sufrir y nos alcance gracia para fortalecernos en Dios.

Que así sea.

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