HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
13 DE OCTUBRE DEL 2024
Seguimos profundizando en nuestra fe y tomando conciencia de cómo debemos de vivir. No nos olvidemos que nuestra meta final es el cielo. Otro lugar no, el cielo sí y tenemos que irlo ganando momento a momento, día a día y usted sabe muy bien cómo se gana el cielo, pasando por la vida haciendo el bien, como pasó Nuestro Señor Jesucristo, haciendo el bien.
Hoy, esta Palabra Divina debe de tocar nuestro corazón y pensar que es dirigida a cada uno de nosotros, no la acomodemos esta Palabra Divina a unas ciertas personas. Todos hemos sido llamados al cumplimiento de los mandatos divinos. Usted tiene que vivir diez mandamientos, yo tengo que vivir los mismos diez mandamientos, yo no tengo once ni doce, tengo los mismos diez que usted y los tenemos que ir viviendo día con día.
Aquel joven fue corriendo a encontrarse con el Señor Jesús, se arrodilló y le dirigió unas palabras: Maestro, ¿qué tengo que hacer para ganar la vida eterna? Y Nuestro Señor le responde enumerando algunos mandamientos. El joven responde: he vivido todo eso desde mi juventud.
Vivamos los mandamientos para ganarnos la vida eterna, pero no nos quedemos nada más ahí, porque el Señor no se quedó nada más ahí, le dijo algo más: si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres, quédate sin nada y luego ven y sígueme, ven y sígueme. Despréndete de todas tus cosas, de todo lo material, líbrate de esa esclavitud para que seas perfecto y sígueme, ven y sígueme, ven a estar conmigo, a caminar conmigo.
¿Cómo andamos en ese aspecto? Tal vez podamos decir de los mandamientos lo mismo que el joven, los he vivido, los estoy cumpliendo, me estoy esforzando por hacer vida lo que me pide el Señor, evito todas estas cosas y trato de vivir en amistad con Dios y, ahora que me está tocando este aspecto en mi vida, tal vez usted piense: pues yo no tengo bienes, yo estoy pobre. Ah, pero quiero que usted piense que está apegado a esas poquitas cosas que usted tiene, está apegado, si está apegado, Dios le dice que no debe de vivir así, apegado a las cosas no y a veces pensamos, cuando leemos este texto pues, don fulano de tal es un hombre riquísimo, la señora fulana de tal es riquísima, híjole, pobre de ellos y nosotros a veces, disculpe la expresión, no tenemos en qué caernos muertos y, sin embargo, estamos apegados a eso, a esas cosas pequeñitas, insignificantes, este corazón no se desprende, no se desprende.
Tenemos poquitas cosas y estamos ahí, cuidándolas y estamos apegados y eso dijo Nuestro Señor: qué difícil va a ser a los que tengan su corazón apegados a las cosas y usted no debe de tener su corazón apegado a las cosas, debe de estar libre, completamente libre.
¿Es capaz de desprenderse de un suetercito que está ahí colgado años y años para dárselo a otra persona? “no, es que ese suetercito lo quiero mucho, me trae muchos recuerdos, me lo regaló no sé quién en mi cumpleaños”… el sueter que amamos, está ahí, apegado a nuestro corazón.
¿Usted es capaz de desprenderse y compartir sus bienes con los necesitados o se la piensa? “No, yo no le voy a ayudar a ese, viejo borracho, por eso tiene tanta necesidad, anda en los vicios”… oiga, pero la señora no anda en los vicios y los niñitos no andan en los vicios ¿por qué no se desprende, por qué se la piensa tanto, por qué, por qué? Pues creo que es por el amor a las cosas y las cosas no las debemos amar, las cosas nos deben de servir para ganar el cielo, para ganar el cielo. Le vuelvo a decir para qué sirve el dinero, lo dijo Nuestro Señor: con el dinero tan lleno de injusticias, gánate amigos que te reciban en el cielo, gánate amigos”.
Ahorita estamos pensando simplemente en las cosas, pero ahora, usted ¿le regala un poquito de su tiempo a otras personas? ¿se preocupa por los demás? ¿piensa en esas personas que viven solitas y les hace una visita? ¿les dedica un ratito?
A una persona que anda desorientada, ¿se detiene un ratito y la contempla con amor y le habla con amor para poder tocar su corazón, le habla con amor o usted aplica ese dicho: cada quien que viva su vida, a mí qué me importa la vida de los demás, allá ellos, yo vivo mi vida y me tiene sin cuidado cómo viven los demás?
Y, entonces, ¿cómo está viviendo usted: vayan por el mundo, anuncien el Evangelio? ¿cómo está anunciando el Evangelio si usted tiene ahí metido en su cabeza: a mí qué me importa la vida de otros, allá ellos, yo mi vida y asunto arreglado?
Vayan por el mundo y anuncien el Evangelio, tenemos que ir al encuentro con nuestros hermanos y tenemos que entrar en diálogo con ellos, tenemos que desprendernos para no ser egoístas y pensar sólo en nosotros. También piensa en los demás y habrá momentos en que esa persona en la que estás pensando necesita que tú vayas y estés un ratito con ella o con él. Regálale un poco de tu tiempo, un poco de tu vida, regálaselo. Se lo digo a usted y me lo digo a mí mismo, me lo digo a mí mismo.
Hay muchas cosas que podríamos hacer y no estamos haciendo, porque sólo pensamos en nosotros y no pensamos en los demás. “Ve y vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme”. ¿A usted qué le dirá Nuestro Señor? A lo mejor no le dice: ve y vende, ve y vende no, pero sí le dice: ándale, dame un poquito de tu tiempo, visítame, ven a saludarme, no te olvides de mí y tal vez nos los dice nuestro papá o nuestra mamá, nuestros hermanos, los seres queridos.
Algo nos dirá Nuestro Señor en este día.
¿Quieres ser perfecto? Ándale, vive esta perfección, no compliques tu vida, vive sin apego a las cosas, al tiempo, a tantos detalles, no vivas apegado, sé capaz de desprenderte de todo e ir siguiendo a Nuestro Señor y todo esto se hace por amor. El amor es el que nos tiene que mover, el amor. ¿El amor a quién? A Dios, y por amor a Dios hacemos todo esto.
La motivación es el amor. Tengo que decirle a Dios que lo amo y se lo digo haciendo esto y mi corazón tiene que estar sólo para Él y con ÉL y libre de todos estos detalles. Libre. Cuesta, claro que cuesta. Si sólo pensamos en las cositas que tenemos, no, dice uno: yo no me voy a quedar sin nada ¿cómo? ¿qué tal que regale mis suetercitos y vengan los friazos y esté yo titiritando de frío por haber regalado todo? Bueno, pues quédese con uno pero los otros diez que tiene pues mándelos para que otros los usen, pero ya cuando nos sentamos y contemplamos nuestro roperito y decimos: no, Señor, está trabajocito esto que me pides y hay que decirle a Nuestro Señor: con Tu gracia toca mi corazón, quiero que me mires con amor y yo quiero mirar con amor a las personas y voy a compartir con ellos y no solamente cosas, voy a compartir mi vida, voy a salir un poquito de mi encierro y voy a entrar en diálogo con las personas, voy a preocuparme un poquito más por los demás. Con la gracia de Dios.
Pues que en esta semana podamos vivir así, va a ser la semana de la familia y ahí es donde en primer lugar tenemos que vivir el desprendimiento y el amor, en la familia, en la familia. Ya no se nieguen el saludo ustedes, esposos, porque se pelearon ayer, ya háblense hoy, ya perdónense, ya ténganse misericordia el uno al otro. “No, cómo es que”… ¿cuántas veces es que tiene que perdonar? Pedro le dijo a Nuestro Señor: “¿hasta 7 veces? Se le hacía mucho 7 y le dijo Nuestro Señor: 70 veces 7, que significa, siempre debes de perdonar y a veces dicen: ¿y que yo tengo que tomar la iniciativa siempre? Siempre tienes que perdonar. ¿Qué te pasa si estás tomando la iniciativa siempre? Hay una grandeza en ti porque perdonas, porque amas, porque tienes misericordia, porque eres sencillo. No, pues que un día él tome o ella tome la iniciativa… no, pues si se la pasan ahí esperando, pues van a pasar semanas y ahí, mudos los dos y cuando no se ven, se ríen, se ríen: “ay, Dios mío, estamos haciendo pura payasada, él y yo” y luego nos volvemos a ver y trompudos, trompudos y nos aguantamos de que nos explote la risa, nos aguantamos, pero ya cuando se va él, se va ella, nos reímos, estamos divirtiéndonos, qué barbaridad, no, así no, dialogando, sonriendo, contemplándose, haciéndose sentir el amor en la vida familiar.
Disfruten su familia, disfruten su familia, disfrútenla.
Yo la disfruto de otra forma, yo la disfruto contemplándolos a ustedes, recibiendo su amor, amándolos, así disfruto yo a mi familia, porque ustedes son mi familia, mi familia. El que deje padre y madre por mí y por el Evangelio y les contemplo y los llevo en mi corazón y disfruto de su amor, disfruto de su alegría cuando nos encontramos. Durante toda esta semana que pasó anduve en diferentes pueblos y disfruté la sonrisa, la alegría de los niños, la contemplación de los niños, porque les preguntaba, se me quedaban viendo cuando ya estaba revestido para celebrar y me veían y les preguntaba: ¿es la primera vez que ves al Obispo? “sí, yo nunca había visto a un Obispo”, ah, pues veme bien, ándale, contémplame, disfruta… y sí, me revisaban desde abajo hasta arriba, unos chiquitos, así y yo gozaba, porque estaban gozando los niños, haber visto al Obispo por primera vez, por primera vez, no lo habían visto. Ustedes nos ven cada domingo, ellos nos ven una vez al año, cuando bien les va o pasan años y no nos vuelven a ver, entonces, cuando nos ven, pues es un gozo, es una alegría y para nosotros también, gozamos y disfrutamos porque es hermoso ver el rostro y la alegría por encontrarnos, por vivir juntos un encuentro vivo con el Señor, como lo hacemos todos los domingos aquí, en esta Iglesia Catedral.
Pues disfrute su familia y que tengan ese corazón libre de apegos a las cosas de este mundo y otros detalles de la vida. Siempre vivan libres, para que así puedan ustedes ir conquistando el cielo.
Que Dios los bendiga y que Nuestra Madre nos siga acompañando en nuestro caminar.
Que así sea.