HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
6 DE OCTUBRE DEL 2024
Espero que con la ayuda de Dios, podamos juntos meditar en esta palabra divina y pues hagamos nuestro el mensaje. Aquí tenemos que aprender de nuevo cómo piensa Dios del hombre y de la mujer.
Para Dios, somos iguales en dignidad, iguales en dignidad. Así es que, hoy, Dios nos dice, si miramos nosotros los hombres la grandeza de la mujer y si la mujer mira la grandeza del hombre. Los dos somos grandes ante los ojos de Dios. No hay uno más grande que el otro, en dignidad, en dignidad y creo que la historia del mundo, del hombre, la historia a veces de nuestras propias familias, no se mira igual al hombre y a la mujer, no se mira igual.
Los papás no miran igual al hijo y a la hija. Al hijo le dan todos los permisos y dicen: porque es hombre; a la mujer le prohíben esto, aquello y aquello porque es mujer. ¿Por qué al hijo sí y a la mujer no? Desde ahí se mira distinto y si van a distribuir los bienes que Dios les ha dado, el hijo recibe herencia, la hija no recibe herencia.
Al hijo se le da herencia, porque es mi hijo, porque depende de mí, ¡ah! Y la mujer, su hija, ¿no depende de usted? Y a veces responden: depende de su marido, depende de su esposo y el hijo tiene esposa “ah, es que él tiene la obligación de mantener a su familia” ¿y eso hace diferente el que reciba uno herencia y el otro no? ¿qué su hija no tiene necesidad? ¿sólo su hijo?
Papá, mamá, ¿por qué miras distinto a tu hija y a tu hijo? ¿por qué? Ahí es donde entra luego el coraje, el no amor, la división, los pleitos, los reclamos entre hermanos, porque tú, papá y mamá, los hiciste distintos en recibir lo que les pertenecía a los dos y si entramos a la historia de nuestros pueblos, la mujer no cuenta, la mujer no tiene voz, la mujer no debe opinar, la mujer tiene qué hacer lo que yo le digo, lo que yo le mando y Dios nos acaba de decir que somos iguales en dignidad… ¿qué, la mujer no puede dar su punto de vista, sólo el hombre? Qué equivocados estamos y pegamos el grito porque la mujer se está rebelando en nuestro siglo XXI, es que ya se cansó, ya se cansó.
¿Y qué leemos a veces y qué escuchamos? Feminicidios y feminicidios por todos lados, mujeres desaparecidas por el hecho de ser mujer, sólo por ser mujer. ¿De dónde venimos? ¿de dónde salimos tú y yo? ¿en dónde nos formamos tú y yo antes de venir a este mundo? ¿en dónde? En el vientre de una mujer, en el vientre de una mujer que es mi madre, mi madre. Ahí nos formamos, ahí tomamos este cuerpo, ahí comenzamos a vivir, en el vientre de una mujer y, llegado el tiempo, mamá nos dio a luz y mamá nos amamantó para que nosotros pudiéramos vivir. Fue una mujer la que nos trajo al mundo, la que nos cuidó desde pequeños. ¿Por qué tanto desprecio de nosotros los hombres contra la mujer? ¿por qué? ¿ya no le damos valor a la mujer que nos dio a luz? ¿ya no le damos valor a mi hermana? ¿ya no le damos valor a la esposa?
Algo tenemos qué hacer en esta sociedad donde vivimos. En esta sociedad donde vivimos debemos de ir cambiando, nosotros los hombres debemos de ir cambiando. La mujer no escogió ni eligió ser mujer, como tú y yo no escogimos ser hombres. La elección la hizo Dios, “tú vas a ser hombre y tú vas a ser mujer”. La elección fue de Dios, no tuya y nos dice que somos de la misma naturaleza, de la misma dignidad, de la misma dignidad.
Aquí debemos de tener mucho cuidado, cómo usted, papá, mamá está formando a sus hijos, a sus hijos varones, a sus hijos hombres, ¿cómo los está formando? ¿para que miren con desprecio a la mujer o para que valore a la mujer? Y si tiene hermanitas esos hijos suyos, ¿cómo los educa? ¿qué está sembrando en su corazón? ¿siembran el respeto? ¿siembran en el corazón que debemos de mirarnos a la misma altura y a la misma dignidad o desde el hogar les estamos enseñando para que el hombre, el hijo, sienta que tiene ahí una sirvienta que se llama su hermana? “mi hermana me tiene que servir a mí, porque yo soy hombre”.
Papá, mamá, están deformando, no están formando, no están formando.
Necesitamos cambiar, sé capaz de mirar con amor, con respeto a la mujer, mirémosla con respeto, no pisoteemos su dignidad y su grandeza, no le digamos: tú eres mujer y no sabes pensar, no tienes capacidad, no tienes capacidad”. Nos ganan, muchas mujeres nos ganan en capacidad, en inteligencia, nos ganan, nos ganan.
Ah, pero cómo voy a permitir que yo, hombre, me gane una mujer. Cómo voy a permitir que en una empresa una mujer sea la que esté al frente de la empresa y hoy podríamos decir, cómo vamos a permitir que una mujer sea nuestra presidenta de la República.
Con ese machismo, con ese machismo no se puede, no se debe vivir así, porque vamos a estar despreciando a la mujer, hiriendo a la mujer. Esto que estoy diciendo no es para que la mujer se engrandezca, no, es para que todos nosotros veamos que la mujer es grande y que el hombre es grande y que los dos somos de la misma dignidad.
Espero que esto ayude a cada uno de ustedes en sus vivencias, y pensando en quiénes han sido llamados a la vida matrimonial, yo espero que usted sólo se preocupe por amar, por amar.
Si pasa la vida sólo mirando en dónde se ha equivocado quien me acompaña, quien es mi esposo o esposa, si se pasa la vida pensando en eso va a estar negando y negando y negando su amor, negando su misericordia, negando su perdón. En la vida matrimonial debe de haber misericordia y perdón.
San Pablo dice que los esposos no deben de llevar cuentas del mal y que sólo tienen qué pensar cómo crezco en el amor, en el amor, en la fidelidad, en el diálogo respetuoso, en el sacrificio, en la renuncia, por el bien de mi matrimonio, por el bien de este llamado que nos hizo Dios, para caminar juntos y realizarnos juntos en la vida conyugal y para que, si tenemos hijos, ellos no sufran, porque sus padres, uno para un lado y otro para el otro.
Dios los quiere unidos, Dios los quiere amándose, Dios los quiere respetándose. A Nuestro Señor en el Evangelio le preguntaron: ¿es lícito a un hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo? Y el Señor respondió: por la dureza de su corazón, Moisés se los permitió, por la dureza, por la falta de amor, pero desde un principio Dios los hizo hombre y mujer, por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, una sola carne.
Entonces, tenemos que pensar qué tenemos qué hacer para seguir unidos, para seguir creciendo en el amor, para ya no discutir tanto, para ya no reclamarnos, para ya no gritarnos y ofendernos, para no decirnos: “haz lo que te dé tu renegada gana” a veces utilizan otras palabras, me salieron estas ahorita, “tu renegada gana”… ¿eso es amor? ¿eso es lo que quiere Dios de quienes juraron amarse todos los días de su vida? Porque tanto en el matrimonio civil como en el matrimonio religioso dicen que se van a amar todos los días de su vida, en los dos dicen eso… ¿qué está pasando? ¿por qué han dejado entrar aquí a su corazón los odios, las negaciones de amor?
El Papa hoy dijo a mediodía: no duerman los esposos teniendo algo el uno contra el otro, no vayan a dormir así, porque el día de mañana van a ser un témpano de hielo, van a ser un silencio, no se van ni siquiera a mirar, no duerman sin haberse perdonado, sin haberse perdonado.
Y dice, él mismo se pregunta y responde: ¿cómo le podrán hacer los esposos? Y dice, una caricia, con una caricia, con una caricia. Entonces, a veces a ustedes que viven la vida matrimonial les hacen falta caricias, se han hecho tan fríos, tan insensibles, tan faltos de amor que las caricias desaparecieron y, usted, mejor que nadie sabe cuáles son las caricias en la vida matrimonial, no me pregunte a mí, usted lo sabe.
¿Con cuáles caricias le hago sentir a mi esposo o a mi esposa que yo le amo? Y que en este momento el amor que nos tenemos nos debe de llevar a perdonarnos, a perdonarnos.
No se nieguen el amor, no se nieguen el amor, no endurezcan su corazón. Si yo fuera su hijo le diría: quiero mirarte, papá, amando a mi madre. Quiero mirarte, mamá, amando a mi padre, lo quiero, porque necesito verlos a ustedes dos felices, felices en su vida matrimonial, para que yo pueda sentir a diario. Dios me ha bendecido con un buen padre, porque es un gran esposo. Dios me ha bendecido con una gran madre, porque es una gran esposa. Eso quiero leer, papá, mamá, en mi casa, la grandeza de ustedes en el amor, para que yo pueda aprender cómo se aman, cómo se perdonan, cómo se sacrifican el uno por el otro.
Esto es lo que yo encuentro hoy en la Palabra de Dios y lo comparto, y lo comparto desde este corazón de padre, porque ustedes son mis hijos, son mis hijos, y lo comparto como padre, como Obispo. Yo quiero ver, quiero sentir que en su familia, ustedes son felices, se realizan como hombre y como mujer, quiero saber que en su casita hay ese respeto y esa valoración de la grandeza de los hombres y las mujeres que habitamos esta casa. Lo quiero ver, lo quiero saber, por eso lo comparto y lo comparto así, de esa forma, como Dios ha querido que lo comparta.
En más de una ocasión yo les digo que, aquí, siempre he pensado que es Dios El que dice las cosas y que sólo digo lo que Dios quiere y lo digo como Dios lo quiere. Así lo comparto a diario al celebrar la Eucaristía.
Recíbalo con un buen espíritu y pidámosle a Dios que nos conceda la gracia de crecer amando y de crecer respetándonos y valorándonos unos y otros y mirándonos en la grandeza.
Que la Mujer grande y digna que es María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos alcance las bendiciones y las gracias que necesitamos para continuar nuestro peregrinar y ser mejores cada día.
Que así sea.