HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
De nuevo el Señor nos ha traído aquí para encontrarnos con Él. Espero que sea un encuentro vivo, porque así debe de ser el encuentro de los discípulos con el Maestro. Nuestro Maestro es el Señor Jesús, nosotros somos sus seguidores.
Ya hemos escuchado Su Palabra, se nos anuncia el sufrimiento del Señor a través de los labios del Profeta Isaías, en la primera lectura. Todo lo que va a padecer Nuestro Señor, su sufrimiento, su muerte, el desprecio lo va a padecer y ustedes y yo sabemos por qué, por amor a nosotros, sólo por amor.
No le mueve al Señor más que eso, el amor y el Señor Jesús, en el Evangelio, anuncia Su muerte, Su sacrificio, esas palabras proféticas de Isaías se cumplen en la persona del Señor Jesús y Él lo anuncia, lo dice a sus discípulos y lo dice a la multitud, que va a padecer y, a la vez, nos dice que todo discípulo tiene que tomar la Cruz, tiene que renunciar, tiene que irse ofreciendo para poder ser un verdadero discípulo de Nuestro Señor.
No estamos solos cargando con la Cruz, tenemos la fuerza de Dios en nosotros, esa fuerza de Dios en nosotros se llama Espíritu Santo. Sienta la presencia del Espíritu en usted, sienta esa morada de Dios en su persona, usted es morada divina y viva su fe intensamente, viva su fe, pero como dice el Apóstol Santiago, el día de hoy, demuéstrela con obras, no con palabras nada más. Diga que es un seguidor de Jesucristo viviendo como tal, diga que es un discípulo de Nuestro Señor y por eso vive de esa forma y por eso tiene esas actitudes, esos comportamientos y lo va demostrando con sus obras, con su forma de vivir.
Todos nosotros creemos en Cristo y si nos preguntan de Cristo podemos decir tal vez muchas cosas, muchas, pero hoy, el Señor así como le preguntó a sus apóstoles: ¿y para ustedes quién soy Yo?, porque primero les preguntó: ¿qué dice la gente, qué dice la gente? Usted no puede decir: mi abuelito dice que Jesucristo es esto, mi papá me ha dicho que Jesucristo es esto. Usted diga: esta es mi experiencia de mi encuentro con el Señor, una experiencia personal, personal, no lo que le han dicho. Lo que le han dicho está en su mente y está en su corazón, tal vez, pero diga cuál es su experiencia muy personal y tal vez ahí hay una deficiencia, porque no hemos querido tener esa experiencia de encuentro personal con Nuestro Señor y por eso sólo decimos lo que nos han dicho, lo que nos han dicho en nuestra casa, lo que dice el padrecito en la misa, lo que dice el catequista, cuando recibimos enseñanza, lo que dicen otras personas, pero nosotros no nos atrevemos a decir la experiencia personal, ¿porque nosotros no hablamos de la experiencia personal, del encuentro con el Señor? ¿Por qué no platicamos que un día sentimos Su misericordia? Me equivoqué haciendo estas cosas, quebrantando Su mandato y fui en busca de Su perdón, fui al sacramento de la Reconciliación y experimenté el Amor Divino y la Misericordia Divina en el Sacramento.
Acudí a la Santa Misa y escuché con atención, con piedad y devoción la Palabra de Dios y esa Palabra Divina tocó mi corazón, tocó mi corazón. ¿Por qué no platica de su experiencia personal? Tal vez no lo hace porque le da pena.
Qué triste que a un discípulo de Nuestro Señor le dé pena hablar de Él. “El que se avergüence de Mí y de mis palabras, Yo me avergonzaré de él delante de Mi Padre.
Platiquemos de nuestra experiencia, de nuestras vivencias, platiquemos de ello y hablemos de Jesucristo así: esta es mi vivencia, esto sentí en un momento.
No rechace la Cruz, no la rechace, porque si usted rechaza la Cruz, no está completo su discipulado, el discípulo de Nuestro Señor carga con su cruz y sigue al Señor.
No rechace la cruz. En los momentos en que usted sienta que le faltan fuerzas, viva la experiencia de encontrarse con el que le va a dar fuerza, háblele a Nuestro Señor, tenga la confianza, tenga su vivencia de fe y búsquelo. En Dios encontrará fortaleza, en Dios encontrará sentido a su dolor y a su sufrimiento. Búsquelo a Él, no rechace la Cruz.
Ciertamente nosotros no queremos sufrir, no queremos estar enfermos, no queremos sentir ningún dolor. Por eso buscamos al médico inmediatamente, por eso buscamos un medicamento, para quitarnos ese dolor, pero no dejemos de buscar a Nuestro Señor, no dejemos de buscarlo, porque tenemos que aprovechar muy bien esos momentos, son momentos de gracia, son momentos de bendición, son momentos de la presencia de Dios que sufre en su ser.
Por eso decimos que cuando vamos a visitar a un enfermito, tocamos el cuerpo sufriente de Nuestro Señor, el cuerpo sufriente y vaya, para que usted se pueda ganar lo que al final de la vida le diga Dios: ven porque estuve enfermo y me visitaste, me llevaste una palabra de aliento, me animaste, ubicaste con tus palabras el dolor y el sufrimiento. Me encontré contigo y fue un encuentro de gracia porque estaba desesperado, porque ya no aguantaba más y llegaste tú y fue el signo de la presencia de Dios que me habló con ternura, con amor, con misericordia a través de tus labios y yo me fortalecí, me animé y le encontré sentido al momento que estaba viviendo.
Gracias, gracias.
Cuántas cosas podemos hacer, y toda esa experiencia de vida la tenemos que platicar, platíquela. Me encontré con un enfermito y recibí una gran enseñanza de él, lo fui a consolar y salí consolado, lo fui a fortalecer y salí fortalecido, lo fui a animar y salí animado.
Bendito Dios y todos esos detalles de la vida, el discípulo de Jesucristo los tiene que platicar, porque esa es la vivencia del discípulo. Ojalá y así podamos vivir y, pues, el ambiente externo también nos dice lo que vivimos. Conmemoramos nuestra Independencia. Yo quisiera que nos preguntáramos, ¿nos sentimos libres? ¿nos sentimos libres? Y libres de todo ¿no somos esclavos de nada? ¿somos hombres y mujeres de veras libres? Porque según esto, en estos días hablamos de libertad y gritamos ¡viva la libertad de los héroes que nos dieron patria! ¡viva la libertad!… ¿es verdadera la libertad que usted vive? ¿y trabaja para que en su entorno de veras haya libertad? ¿no somos esclavos? ¿no somos esclavos del dinero? ¿no somos esclavos del placer? ¿no somos esclavos del poder? ¿no somos esclavos de vicios, de inclinaciones malas? ¿no somos esclavos?
Ojalá y en verdad seamos libres, seamos libres.
Pero, mirando, mirando, hay mucho dolor, decimos que vivimos en una patria en libertad y hay mucho dolor en el corazón, hay mucho dolor en nuestros pueblos oaxaqueños, porque hay mucha pobreza, mucha.
No podemos nosotros ignorar la pobreza de nuestros pueblos oaxaqueños, de nuestros hermanos oaxaqueños, pobreza, no tienen recursos, viven de la providencia divina, viven pasando hambre.
Hay muchas familias que tienen el dolor de no saber qué pasó con un hijo, cuántas madres de familia y padres de familia, el día de hoy, buscan a un hijo y no lo encuentran y tienen años y años buscándolo. Algunos familiares míos buscan a su hijo, que se lo llevaron y no saben nada de él después de tantos años. Cuántas lágrimas de personas con ese sufrimiento y con ese dolor, y decimos que somos libres, que vivimos la alegría de la libertad.
Que eso también toque nuestro corazón, que no nos embriague la música y los gritos nada más, que también hablemos a nuestro interior y pensemos en tanto sufrimiento, en tanta inseguridad, en tanta violencia, en tanta esclavitud de nuestros jóvenes en los vicios, en las drogas y siendo utilizados, siendo utilizados.
Todo eso es falta de libertad y aquí Dios nos dice: qué estás haciendo para que haya esa libertad y esa paz.
Vivamos la alegría de este día y de estos días, de nuestras fiestas patrias, pero cuidemos y lo que tengamos que hacer hagámoslo, hagámoslo. No digamos: eso lo tiene qué hacer el gobierno ¿y nosotros qué, nosotros nada? Tú y yo somos parte de este pueblo y de esta nación y nos toca hacer, hagamos lo nuestro y demostremos con nuestras obras la vivencia de libertad y de paz, demostremos con nuestras obras la justicia, el amor, la gracia, la santidad y estemos siempre dispuestos a servir a nuestros hermanos como discípulos de Nuestro Señor.
El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos.
Disfrutemos de nuestras fiestas, alegrémonos por ello, pero a la vez tomemos conciencia de lo que nos está haciendo falta, de lo que no hemos hecho cada uno de nosotros para poder sentir esa vida de libertad y de paz.
Que María, la Reina de la paz nos ayude para ser esos grandes discípulos de Nuestro Señor que toman su cruz y le sirven y le siguen.
Que así sea.