HOMILÍA DE MONS. LUIS ALFONSO TUT TÚN, OBISPO AUXILIAR DE ANTEQUERA OAXACA DESDE LA CATEDRAL DE OAXACA
8 DE SEPTIEMBRE DEL 2024
Hermanos, hermanas en Cristo Jesús, enviamos un saludo cariñoso y fraterno a Monseñor Pedro Vázquez, que se fue a la Fiesta Patronal de Ejutla de Crespo en este domingo de la Natividad de la Virgen María y también saludamos a todas las personas que llevan este nombre bonito, como un homenaje a Nuestra Madre del Cielo, hoy en Su Fiesta de la Natividad.
El Evangelio de Marcos, que hoy hemos escuchado, nota que Jesús se dirige a la región de la Decápolis, es decir, a un territorio pagano, en el lenguaje actual lo llamaríamos periferia.
El territorio de la Decápolis se situaba al otro lado del Río Jordán, lejos de la ciudad de Jerusalén, que era el centro religioso. Esta introducción geográfica es importante, porque nos recuerda que la Palabra de Salvación debe llegar a todas partes, Jesús es para todos, incluso para los extraños, los diferentes, los impuros. Su alma y su corazón están encaminados a llegar a todos, tocar a todos, sanar a todos.
Además, lo que está a punto de realizar en esa tierra extranjera no sólo es grandioso y maravilloso para quienes lo reciben, sino que es indicativo de una dignidad que Jesús desea para todos y que es parte esencial, constitutiva de la vida misma y de la realización de la persona, la de vivir en relación de poder y saber interactuar con los demás y naturalmente con Dios, ciertamente a través de los órganos pertinentes, los oídos para poder oír, la boca para poder comunicarse, pero también y sobre todo, apertura interna de la mente y el corazón, la capacidad de relacionarse viene de lo más profundo, viene de cómo es uno por dentro.
La persona que es llevada a Jesús, carece precisamente de esa capacidad, le trajeron un sordomudo, dice el Evangelio, alguien incapaz de vivir una dimensión básica de la vida, la relación con los demás.
Este hombre no es precisamente mudo, es más bien alguien que tartamudea, que emite sonidos inarticulados, que no es capaz de expresarse correctamente, porque no ha tenido la oportunidad de escuchar a los demás y, a partir de la escucha, aprender a hablar, que esto es así, se puede entender al final del relato evangélico, donde se dice que, una vez curado, habló correctamente. Por lo tanto, su sordera es la causa de su incapacidad para comunicarse y la sordera en la biblia es considerada una patología grave, no sólo por razones físicas, sino porque evoca el rechazo de la Palabra de Dios, la Palabra que da vida.
Ser sordo a la Palabra de Vida empobrece la propia vida y lo vuelve incapaz de vivir para lo que uno es, persona e hijo de Dios.
Cuando de hecho Dios interviene para salvar a su pueblo, simbólicamente les abre los ojos, los oídos y la boca, como escuchamos en la primera lectura, para que pueda ver, escuchar, hablar, es decir, pueda entrar en contacto con él y con sus hermanos, porque así es la vida, estar en relación y ser capaz de relacionarse.
La situación física de este sordomudo revela, por tanto, algo más profundo, el encierro, la falta de comunicación, la falta de relaciones que perjudica la vida. El hombre está hecho para estar en relación con los demás y con Dios.
Jesús libera con una orden gritada: ¡Efetá! Ábrete. La expresión es relatada por el Evangelista en arameo, es decir, en la lengua madre del sordomudo, se podría decir, en el dialecto de casa, como para llegar a las raíces de su identidad.
Jesús pronuncia esa orden con potente eficacia, es la dimensión de lo profundo la que se reactiva, es el gorgoteo de la vida que se reanuda, sobre todo es una palabra poderosa, que no sólo indica la recuperación de la funcionalidad de los órganos enfermos, que incapacitan al sordomudo para oír y hablar, sino que le devuelve su vocación de relación.
Es interesante notar que Jesús pronuncia este mandato a este hombre como tal, no simplemente a su oído o a su garganta. Este es un signo de que es la persona como tal, en su totalidad, quien debe de abrirse, debe dejar que esta Palabra rompa, haga añicos, supere su cierre, su profunda soledad.
Por eso, antes de dirigirse a los órganos enfermos, esta Palabra se dirige al centro interior de toda la persona, de ahí proviene el renacimiento, del hombre como tal, abierto a Dios y que se abre a los demás, y esta apertura es tan esencial, constitutiva del ser humanos que, aun hoy, está presente en uno de los ritos explicativos del bautismo, es decir, en el origen de convertirse en discípulo de Jesús, el rito del Efetá en el que el Presbítero toca la boca y los oídos del bautizado con el mandato de escuchar a Dios y con la misión de anunciar la Salvación que le ha sido dada por Cristo en el Bautismo.
Abrirse significa, por tanto, realizar plenamente y expresar plenamente la capacidad profunda del propio ser, vivir en relación con Dios y con los demás.
Este hombre, separado de la relación con los demás, se encuentra así en condiciones de poder volver a comunicarse, le sucede un nuevo comienzo, como una segunda vida.
Marcos señala que, al momento, se le abrieron los oídos y luego se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.
Primero los oídos, porque el primer servicio que se debe prestar a Dios y al hombre es siempre la escucha. Si no sabes escuchar, pierdes la capacidad de hablar, te quedas mudo o hablas sin comunicar nada y sin llegar al corazón de nadie. Este es un detalle elocuente, sólo quien sabe escuchar puede hablar.
Luego, hay otro detalle que enfoca y especifica aun más esta facultad de escuchar, la patología acompañó a este sordomudo desde su nacimiento, por eso la primera palabra que escuchó fue precisamente la de Jesús. Por eso, también en la escucha hay una prioridad, la primera palabra que despierta y activa la capacidad de relación humana es la Palabra de Dios, de ahí, una profunda verdad y gran sabiduría de vida, quien verdaderamente tiene la experiencia de escuchar a Dios sabe escuchar con sinceridad a los demás y relacionarse como un verdadero hombre, por lo tanto, es abriéndonos a la escucha del Evangelio, escuchando profundamente lo que dice Jesús, como superamos el mal de la cerrazón y aprendemos a vivir en relación con los demás.
Estamos, por tanto, en presencia de un acontecimiento que revela una vez más la realidad original, un nuevo comienzo, un acontecimiento capaz de recrear esa humanidad, tal como Dios la había pensado y querido al principio de la Creación, en relación.
El sordomudo era como un hombre tapiado vivo, prisionero del silencio, una vida cerrada a la Palabra, a la comunión, enroscada sobre sí misma, su curación, por tanto, no fue un simple milagro, sino el signo de una nueva creación que el Señor Jesús pretende operar en cada uno de sus discípulos.
En ocasiones, el mutismo deriva de la insignificancia de los mensajes y palabras que se pronuncian, a menudo inconsistente. Sólo palabras, palabras, palabras que no dicen nada, no comunican nada. Entonces, a menudo ya no tenemos ganas de hablar, porque estamos convencidos que, de todos modos, nadie nos escucha.
La sordera, en cambio, se produce por escuchar sin participar, porque no sabes y no quieres escuchar a quienes están fuera de tu espacio vital, que es el único que importa o ya no tienes el placer de escuchar, porque ya no tienes respeto por las personas con las que compartes tu camino o las escuchas distraídamente, a medias, esperando que terminen rápido, creyendo que tienes otras cosas más importantes en las que concentrarte.
De este modo, por tanto, la Palabra se vuelve dura y vacía, hablamos entre sordos y nos volvemos mudos y las relaciones se vuelven cuna de silencio y soledad que daña.
El resultado es que nos encontramos encerrados en el silencio del individualismo y del aislamiento, como los sordos y los mudos. Ahora, sin embargo, Jesús pretende derribar estas barreras de incomunicabilidad y ponernos de nuevo en relación, quiere que pasemos del silencio a la palabra, de la sordera a la escucha, del asilamiento al saber estar juntos, del silencio a ser eco uno para otros, de anuncios evangélicos, liberadores y proféticos.
Jesús actúa para superar en nosotros este absurdo del aislamiento, del retraimiento en nosotros mismos, superar nuestra auto referencialidad, que nos separa de todos y nos confina. Superar este absurdo del individualismo y la soledad dañina, que desperdicia todas las palabras y las relaciones que de ellas puede surgir con los demás y, como ocurre con el sordomudo del Evangelio, sólo sanaremos de este asilamiento que perjudica la vida, cuando seamos capaces de abrirnos desde adentro, desde la mente y el corazón.
La intervención de Jesús apunta precisamente a esto, a abrirnos, empezando por la escucha y, sobre todo, escuchando Su Palabra, que nos enseña a vivir.
Es Su Evangelio el que nos hace superar este absurdo del aislamiento, del encierro en nosotros mismos y nos hace seres humanos abiertos a Dios y a los demás, nos hace superar nuestra auto referencialidad, que nos separa de todos y nos hace amables, más humanos.
También a ustedes hoy les dice el Señor, hermanas y hermanos, no temas, pueblo Oaxaqueño, ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de los hermanos, que ninguno de ustedes permanezca sordo y mudo frente a esta invitación de Jesús.
En este camino nos acompañan los mártires Cajonos, Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, cuya fiesta será el próximo 18 de septiembre. Ellos, entre tantos inconvenientes y hostilidades, dieron testimonio de Cristo aquí, en esta tierra Oaxaqueña, para que ninguno quedara sordo frente al alegre mensaje de Salvación y a todos se les pudiera soltar la lengua para cantar el amor de Dios hasta el punto de dar la propia vida.
Que así sea hoy, también, para todos ustedes.
Sea alabado Jesucristo.
Por siempre sea alabado.