HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

1 DE SEPTIEMBRE DEL 2024

Qué hermosa se ve la Catedral en este domingo con presencia de muchos fieles en este inicio del mes de septiembre, del que conocemos como el mes patrio. Pidamos por nuestro país, porque necesitamos hacer oración por las situaciones que se viven en diferentes partes, de mucha violencia.

Nuestros hermanos de Chiapas están sufriendo mucho, mucho y en otros lugares, en otros lugares, pero digo los de Chiapas porque están siendo desplazados de sus casas, de sus tierras, porque hay mucha inseguridad, ha habido muchas muertes. Están sufriendo nuestros hermanos chiapanecos.

Colindamos con ellos, nuestro estado de Oaxaca está pegado al estado de Chiapas, son hermanos nuestros, son hermanos.

Hoy, es el día primero del mes y venimos a encomendarnos a la Divina Providencia. De Dios nos viene todo, nos viene todo. No pensemos que lo que hemos ido logrando es por nuestra inteligencia, es por nuestras capacidades, es porque somos muy listos, no, ¿quién te dio la inteligencia? ¿quién te la dio? Dios.

Pero esa inteligencia que tú tienes no la utilices mal, no humilles a los que tienen menor capacidad de entender o de aprender. Enseñemos a los niños que están en la escuela, porque iniciaron en esta semana su nuevo curso escolar. Enseñémosles a ellos que tienen que explotar toda su capacidad intelectual, pero a la vez tienen que ser humildes y sencillos y poner al servicio de sus compañeritos lo que ellos saben.

En su escuela habrán otros niños que no tengan la capacidad de aprender muchas cosas y el que tiene la capacidad no debe de tomar la actitud de humillar, de decir, “yo sé más que tú”, “yo aprendo más fácil, yo entiendo al maestro, yo soy más capaz que tú”… eso, sale del corazón, como dijo Nuestro Señor hace un momentito.

La soberbia, la vanidad, el orgullo, el creernos más que los demás mancha nuestro interior y ustedes, padres de familia, enseñen a sus hijos, para que sean siempre humildes y sencillos y sepan compartir de lo que ellos saben y de lo que ellos tienen también, lo sepan compartir y que todo lo miren como venido de Dios y que sólo es para gloria de Dios, no para llenarnos de orgullo y vanidad, no, no perdamos la sencillez y la humildad.

Aquí están presentes muchos hermanos nuestros que quieren profundizar en su vida de esposos, en su vida de padres, en su vida de familia, porque quieren que su familia agrade más y más a Dios y quieren entrar en un diálogo con otros matrimonios, que van teniendo su propia experiencia y aprender juntos a caminar y a mejorar en su vocación de esposos y en su vocación de padres y a cuidar, como quiere Dios, a su familia. Sé que lo van a ir logrando, porque Dios los va a bendecir y porque Dios, que los llamó a la vida matrimonial, a la vida familiar, les va a conceder todas las gracias que necesitan para que vivan entendiéndose, dialogando, perdonándose, teniendo misericordia, siendo compasivos, siendo bondadosos y viviendo las virtudes de la vida familiar.

Pedimos por ellos, pedimos por ellos, pero, hoy, Nuestro Señor nos ha querido recordar que todos nosotros no somos perfectos, no somos perfectos. Somos llamados a la perfección, y Él ha puesto frente a nosotros unos mandatos y lo que nos pide Nuestro Señor no rebasa nuestras capacidades, lo que nos pide Dios siempre será posible hacerlo, vivirlo, cumplirlo. No pasemos la vida diciendo: eso es imposible, no te engañes, no te engañes. Dios te lo pide, es posible, de eso no tengas duda, porque Dios nunca te va a pedir a ti algo que no puedas hacer. Dios no pide imposibles, sólo pide cosas posibles de hacer.

A veces, nosotros creemos o volvemos esos detalles de la vida y decimos: son imposibles, son imposibles. Estamos engañados, lo que Dios te pide es posible y, además, no nos va a dejar solos, ya nos dio Su Espíritu Santo, ya habita en nuestro corazón, ya está dentro de nosotros el Auxilio Divino, sólo encuéntrate con ese Auxilio, toma conciencia de la vivencia de Dios en ti y sal adelante, sal adelante.

El Señor nos dice que tengamos mucho cuidado. Las cosas que salen de nuestro corazón son las que nos manchan. Ningún alimento es impuro, ninguno, no hay nada impuro, no hay nada que manche. Lo que mancha es lo que sale de nuestro corazón y el Señor nos fue señalando en el Evangelio ciertas cosas.

Hace un momento leía lo que el Papa dijo hoy en el Ángelus y decía que a veces venimos a escuchar la Palabra de Dios, a celebrar la Eucaristía y, saliendo del templo, comenzamos a hablar de los demás, comenzamos a murmurar, comenzamos a difamar, comenzamos a levantar falsos. Saliendo de la puerta de la Iglesia, todavía dentro de nuestro atrio nos ponemos a decir cosas de los demás y, muchas veces, sin que nos conste, sin que nos conste.

Cuánto daño nos hacemos hablando de las personas, porque eso vino a nuestra cabeza, porque pensamos que así es esa persona, y otras cosas lo decimos y nos decimos unos y otros: me lo dijeron, a mí me lo dijeron… y andamos diciendo lo que nos dijeron. ¿Usted tiene pruebas? ¿a usted le consta?, no, pero me lo dijeron y la persona que me lo dijo es una persona de autoridad moral.

Ah, si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas. Ese que usted dice que tiene autoridad moral ¿ya fue a corregir a su hermano? ¿usted se animó a decirle: oye, esto que me estás diciendo es muy delicado, es muy grave, ya fuiste allá con él a corregirlo? ¿o nos agrada que nos hablen de los demás y gozamos que nos hablen de los demás y nosotros le vamos pegando un pedacito más, porque no lo guardamos, no, luego luego lo platicamos: te voy a platicar lo que me acaban de decir y lo hacemos con emoción, con tonito para que la otra persona: “anda, dime, dime, me interesa”… somos muy mitoteros y cuánto daño nos hacemos. Eso nos mancha, eso nos mancha.

Sentimos que nosotros, uy, no tenemos defectos, no nos equivocamos, somos perfectos, oiga ¿en qué nicho lo acomodaremos de aquí de la Catedral? Pero le buscamos uno, porque usted dice que es santo, que no tiene defectos, que no se equivoca, vamos a buscarle un lugarcito, ¿a quién bajaremos para colocarlo a usted?

No somos perfectos, ninguno de nosotros, y nos hacemos mucho, pero mucho daño, mucho daño.

Hoy, Nuestro Señor nos dice que no nos dañemos, que tengamos mucho cuidado en estos sentimientos que hay en nuestro interior, en el corazón. Cuida tu corazón.

Padres de familia, hablen al corazón de sus hijos, háblenle al corazón, no solamente le hablen a su inteligencia, a su cabecita, no, háblele a su corazón, háblele con amor, con ternura de padre. Toque el corazón de su hijo como lo toca Dios, así, con amor, no condene a su hijo, no lo condene. Ayúdelo a corregirse, hágale razonar, a que él piense las cosas, a que él mejore en su vida, a que él tenga esos deseos y propósitos de ser lo mejor, pero no lo condene, no le diga a su hijo: no mereces ser mi hijo, así como vives y todo eso que haces, me avergüenzo de ti.

¿Eso nos dirá Nuestro Padre Dios? ¿Él se avergonzará de nosotros? ¿El Dios que ama, el Dios que perdona, el Dios que tiene misericordia, El Dios que está lleno de ternura, el Dios providente? Actúe como actúa Dios, Él es nuestro Maestro, a Él tenemos que imitar, de Él tenemos que aprender y Él nos va diciendo cómo debe de ser la relación con los demás.

A Nuestro Señor le dijeron, lo criticaron y le reclamaron los que se creían conocedores de la ley y cumplidores de la ley, los escribas y fariseos: tus discípulos comen con las manos impuras y no se trataba del aseo, de lavarse las manos, se trataba de otras cosas, porque habían tocado objetos, cosas y quedaban impuras esas manos y hay que lavárselas para que se acabe la impureza y poder tomar los alimentos.

Nuestro Señor les dijo, el corazón es lo que deben de cuidar, los sentimientos, lo que sale de ahí adentro. Eso es lo que hace impuro al hombre, no lavarse las manos, esas son cosas exteriores. Cuida lo interior.

¿Cómo está nuestro interior? Hoy venimos muy bañaditos a misa, nos bañamos, nos peinamos, las mujeres se dieron una manita, eh, se dieron una manita para venir bellas ¿y su corazón? ¿también está bello? Yo creo que sí, yo creo que sí, pero trabaje para que sea más bello, para que sea más bello, porque la belleza debe de salir de nuestro interior, no de nuestro físico, de nuestro interior, es lo que debemos cuidar, es lo que nos dice Nuestro Señor este domingo.

También quisiera decirles, ahí está la Sagrada Escritura, el mes de septiembre es el mes de la Biblia, por eso está ahí, para recordarnos que la Palabra de Dios es sumamente importante. Siempre tenga esos momentos de leer la Palabra de Dios, sobre todo el Evangelio, un pedacito del Evangelio y siempre pregúntese qué nos dice Nuestro Señor el día de hoy, qué me pide con este texto del Evangelio.

Amemos la Palabra de Dios, no sólo tengamos colección de biblias en nuestra casa, porque los hijos tienen biblias desde el día de su Primera Comunión, en su Confirmación, en su matrimonio, coleccionan biblias y me preguntaría ¿y las leen? ¿leen la Palabra de Dios, meditan la Palabra de Dios? Eso es lo más importante, que nosotros abramos ese Libro donde está escrita la Verdad de Dios, contenida ahí Su Palabra y, nosotros, con la humildad de hijos, escuchemos a Dios que nos habla y, les digo, principalmente el Evangelio, ahí está lo que el Señor nos pide.

Que seamos generosos y que sigamos cuidando la limpieza de nuestro corazón para que todo lo que hagamos sea agradable a los ojos de Dios.

Que Nuestra Madre del Cielo, Santa María, nos siga acompañando y que como Madre siga cultivando en nosotros los sentimientos de amor a Dios y de amor a nuestros semejantes.

Que así sea.

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