HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
Siempre debemos aprender de la Palabra Divina y ojalá la vivamos en lo personal y en lo comunitario y, eso comunitario, yo lo veo, en primer lugar, en la vida familiar, en la vida familiar. Ahí es donde nosotros debemos de proyectar nuestra vida de hijos de Dios y la práctica de las virtudes y tener esas actitudes que sean siempre agradables a los ojos de Dios, porque en la vida familiar, hay muchas relaciones y todos vamos aprendiendo y, cada uno, en el papel que juega en la vida familiar, pues tiene que hacer que la Palabra de Dios se haga vida.
Lo digo porque Josué, que dirigía al pueblo de Israel, después de Moisés, al entrar a la tierra prometida, le habla a ese pueblo y le invita a servir al Señor y no a servir a otros dioses, a los dioses de los Caldeos y les dice: “mi familia y yo serviremos al Señor”, a ese Señor que les fue acompañando por el desierto, a ese Señor Dios que les fue dando pruebas y pruebas de su cercanía, de su amor y de su providencia. Serviremos a nuestro Dios, al Dios que se ha revelado, al Dios que nos ha acompañado hasta esta tierra de promisión y, ante ese testimonio, “nosotros serviremos al Señor”, el pueblo expresa también que servirán a Dios, al Dios lleno de amor y de misericordia, a Dios, que no abandonó a su pueblo, que lo acompañó hasta la tierra de promisión.
Cómo me gustaría que, de vez en cuando, hiciéramos en la vida familiar un análisis, ¿a quién estamos sirviendo como familia? ¿para dónde se inclina nuestro corazón? Porque en nuestros tiempos, se presentan otros dioses que nos son dioses, pero nos endiosamos con ellos.
El pueblo de Israel tenía frente a ellos a los dioses de los caldeos, nosotros tenemos frente a nosotros algunos dioses, el dios del dinero, el dios del dinero, ese dios del “tener”, ese dios que nos lleva a ambicionar y a ambicionar, a querer tener más y, si tenemos más, vamos a sentirnos con poder, con poder y eso nos va a llevar a que nosotros nos sintamos más que los demás, superiores a ellos y, en lugar de vivir la humildad y la sencillez, comenzamos a vivir el orgullo y la vanidad, porque el dinero nos hace sentirnos grandes, porque así nos lo dice el mundo: “tienes dinero, vales; no tienes dinero, no vales. Tienes recursos, bienes materiales, eres “don fulano de tal”; no tienes nada, ni a fulano llegas, mucho menos “don”, ni a fulano llegas, no te voltean a ver, no te toman en cuenta”.
Entonces, quieres que te vean, quieres que te tomen en cuenta, hazte de dinero y no importa cómo, no importa cómo. Si ese dinero es mal habido, no importa. Si ese dinero es fruto de negocios sucios, no importa, pero que tú tengas.
Ese es el dios que hoy está frente a nuestros ojos.
Todo lo recibimos de Dios, pero no para atesorar, acuérdense de aquel que cosechó en un año abundancia y se dijo: “ya tengo todo, ahora sí me voy a dar la gran vida, la gran vida. Tengo en abundancia” ¿y qué le dijo Dios?: “insensato, esta noche vas a morir, ¿para quién son todos tus bienes? Esta noche vas a morir, insensato”.
¿Por qué queremos tener, tener y tener y no nos llenamos? Y después de tener y tener nos volvemos egoístas, egoístas. Tengamos cuidado, ¿a quién servimos?
Hoy tenemos qué hacernos esa pregunta ¿a quién servimos? ¿a quién seguimos? ¿a Dios, que nos invita a vivir la pobreza? “felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, “felices los que no tienen su corazón apegado a las cosas”, eso es vivir pobre, que no tengamos el corazón apegado a las cosas. ¡Libres, libres! Tienes derecho a tener una casita, tienes derecho a tener un carrito, tienes derecho a tantos y tantos detalles para que vivas bien y eso lo quiere Dios, pero no seas esclavo de las cosas. Que las cosas no sean tu Dios, no sean tu Dios.
Libre.
Y lo que dice Nuestro Señor, del dinero tan lleno de injusticias, gánate amigos que te reciban en el cielo, sé generoso, sé desprendido, piensa en los demás, no te vas a empobrecer si te desprendes y compartes con el que tú sabes que necesita. Ahí está el Señor, pidiéndote algo. Sé capaz de mirarlo. Sé capaz de mirar la necesidad del otro. Que no te vaya a suceder lo que le sucedió a aquel rico, que no miró al pobre Lázaro, que estaba a la salida de su casa. Que no te vaya a suceder eso.
Sé desprendido.
También, no busques tener poder, autoridad. A veces, en nuestros pueblos, ¡ah!, cómo se pelean por ser autoridad, no se pelean por ser servidores, se pelean por ser autoridad, porque eso me hace grande, grande. Así no entiende Dios la autoridad. Nuestro Señor le lavó los pies a sus discípulos y nos dijo que eso teníamos qué hacer, lavar los pies a nuestros hermanos, servir a nuestros hermanos.
El día que entendamos que ese ser autoridad es un servicio, será diferente, será diferente. No pierdas la humildad cuando llegues a ser autoridad. No exijas que los demás se postren ante ti para pedirte algo, porque eres el encargado, el jefe de ahí, el presidente municipal. No esperes que se inclinen, que se doblen para servirlos. Pídelo humillándote, ¿pues quién eres tú?
A Pilato, Nuestro Señor le dijo que la autoridad le había llegado de lo Alto, le había llegado de lo Alto. No tendrías autoridad si no te la hubieran dado de lo alto. Dios me llamó a ser autoridad, pero me llamó a servir, me llamó a servir y, hoy, ese dios del poder sigue dañando corazones y sigue dañando pueblos enteros.
A veces, nosotros los sacerdotes nos sentimos dueños de nuestro pueblo, de nuestra comunidad que nos han encomendado para servir, también caemos en ese pecado, sentirnos grandes, poderosos. No debemos, pero el diablo se mete. Eres un servidor y se nos olvida que somos servidores y sólo pensamos que usted me tiene que servir a mí. Usted es el obligado a servirme, no yo a usted y, fíjese que es al revés, yo le debo de servir, usted no, yo le debo de servir, esa es misión, servir, servir y servir y si usted también entiende servicio, pues va a servir a la comunidad, va a servir a la comunidad y, a veces, nuestros servidores creen que son servidores del padrecito, están equivocados, no son servidores del padrecito, son servidores de la comunidad y no deben de ser soberbios y orgullosos.
Ya sé que están pensando en fulano, en mengano y perengano, ya lo sé, los veo y digo: ya van llegando, ya van llegando “ay, mi comadre, mi comadre, ¿por qué no está aquí mi comadre para que oiga lo que tiene qué ser y cómo debe de ser? Y usted tal vez también está pensando: “oiga, Obispo, pues dígale a todos los servidores eso”, pues se los digo, empezando con mis padrecitos, empezando por ellos, se los digo una y otra vez, una y otra vez, ¿y? no depende de mí que sean servidores. La gracia para servir la tienen, pidan para que seamos servidores y ojalá ninguno de nosotros sintamos que somos dueños, dueños, no somos dueños. Yo no soy dueño de esta Arquidiócesis, soy servidor.
Ahora Dios me concedió una ayuda, a Monseñor Luis Alfonso. No viene a servirme a mí, no viene a ser mi sirviente, no viene a ser mi esclavo. Viene a servir a esta Arquidiócesis de Antequera Oaxaca y, ahorita, en este momento, está sirviendo a una porción de esta Iglesia en Ejutla, ahí está mi hermano Luis Alfonso, viviendo su ministerio y su servicio, en la comunidad de Ejutla, en el inicio de sus fiestas. Ahí está, y ayer estuvo en otra comunidad, sirviendo, y no viene a estar a mis órdenes, sino a cumplir una misión que Dios le ha puesto sobre sus hombros: “te quiero como un sucesor de los Apóstoles para el servicio de la Arquidiócesis de Antequera Oaxaca y sirve con alegría y con gozo y eso va a hacer mi hermano, eso va a hacer mi hermano: servir.
El Apóstol Pedro dijo: “¿a dónde podemos ir, Señor, ¿si sólo Tú tienes Palabras de Vida Eterna?”
Somos discípulos de Nuestro Señor, no se eche para atrás, no se eche para atrás. No se escandalice, dele para adelante. Es discípulo de Nuestro Señor. A veces las cosas que nos suceden son duras, son pesadas y le preguntamos a Dios: “Señor, por qué a mí, qué hice para merecer esto, sufrimiento, dolor, enfermedad incurable ¿qué hice yo?”. No le reclamemos, más bien tenemos que decir: Señor, me has elegido, dame la fortaleza que necesito y te ofrezco lo que me está pasando, te lo ofrezco, con alegría, con gozo. Mi dolor, mi sufrimiento, mis penas, mis angustias, te los ofrezco Señor y dame la gracia y la capacidad de discernir qué tengo qué hacer y cómo tengo que vivir en este momento presente de la historia, pero no pasemos la vida renegando.
Dios no va a permitir que nos pasen cosas que nosotros no podamos llevar. No va a cargarnos una cruz que no sea posible de cargar para nosotros: toma tu cruz y sígueme, no le va a poner más kilos a la cruz, a usted se le hará pesada en ciertos momentos, sí, porque es humano, porque es frágil, porque es débil, porque tiene fuerzas limitadas, pero agarre la fuerza divina. Señor, quiero cargar mi cruz con alegría, porque Tú tienes palabras de Vida Eterna y a Ti es a quien sigo y Tú dijiste un día que tomara mi cruz y te siguiera. Quiero seguirte, como un fiel discípulo tuyo. No quiero mirar para atrás, sino siempre para adelante, poniendo mi mirada en el cielo, porque yo me voy a encontrar Contigo un día y viviré la alegría en el servicio, en el sacrificio, en el dolor.
Disfrutemos lo que somos y lo que hacemos, goce de su pobreza, de sus necesidades, goce y ofrézcalas al Señor. Sea un buen administrador de lo poquito o de lo mucho que tenga, sea un buen administrador y que todo sea para Gloria de Dios.
Felicidades, porque sé que tienen a Dios en su corazón. Llévelo a su familia, llévelo a su hogar y, juntos, tendrán qué decir: nuestra familia sirve a Dios y lo tenemos qué hacer con alegría, con gozo, con sacrificios, con renuncias, pero sirviendo al Señor.
Que Dios los bendiga esta semana, los llene de Su Gracia, los fortalezca y que María, la mujer fiel, mujer de fe, pobre, humilde, nos ayude a todos nosotros a vivir como los discípulos de Su Hijo, Jesucristo.
Que así sea.