OBISPO AUXILIAR DE ANTEQUERA OAXACA MENSAJE

22 DE AGOSTO DEL 2024

Quiero decir, gracias. No he encontrado palabra más adecuada y completa para expresar lo que siento en el corazón.

En efecto, el Apóstol San Pablo nos dice en la Primera Carta a los Tesalonicenses: den gracias a Dios en toda ocasión, esto es lo que Dios quiere de todos ustedes en Cristo Jesús.

Por eso, mi conmovido y sentido agradecimiento se dirige, ante todo, a Dios por el don de la vida, el don de la fe y de la vocación sacerdotal que hoy alcanza su plenitud mediante la efusión de la gracia del Episcopado recién recibido. Así, Dios, Padre de amor y misericordia, con las palabras de San Francisco de Asís te pido hacer lo que Tú quieres y siempre querer lo que te gusta, para que interiormente purificado, interiormente iluminado por el fuego del Espíritu Santo abrasado, pueda seguir la huella de Tu Amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

Gracias de todo corazón Su Santidad, el Papa Francisco, por la confianza que ha depositado en mí al enviarme como Obispo Auxiliar a esta amada Iglesia que peregrina en Antequera, a través de la presencia de su representante en México, el Señor Nuncio Apostólico, Joseph Spiteri.

Le agradezco al Papa su cercanía y le aseguro mis oraciones por su ministerio como pastor de la Iglesia Universal. Ayúdenme a darle un gracias a Monseñor Pedro Vázquez Villalobos, que mediante la imposición de las manos y la plegaria de ordenación Episcopal, me ha convertido en un sucesor de los apóstoles y unido al colegio Apostólico, conformado por todos los obispos de nuestra Iglesia Católica, sobre todo como buen anfitrión, ha encabezado los preparativos para esta magna celebración de la ordenación Episcopal y el inicio de mi servicio en esta tierra bendita de Dios.

Gracias, Monseñor Pedro.

Gracias a los Arzobispos y Obispos presentes. Su cercanía me ofrece la oportunidad de experimentar la belleza y la fuerza de la amistad y la fraternidad episcopal, apoyo indispensable para desarrollar un compromiso apostólico, libre de individualismos y auto referencialidades, para el bien de nuestra Iglesia Mexicana.

 Gracias a los sacerdotes, a mis hermanos del Presbiterio de Oaxaca y, especialmente, a mi queridísimo Presbiterio de Yucatán, aquí hay algunos.

Siento un vivo deseo de dirigir a cada uno de ustedes palabras de cordial agradecimiento y afecto por su presencia y por su fraternidad sacerdotal. Con ayuda de Dios seguiremos compartiendo los gozos y los cansancios de la atención pastoral a la grey del Señor.

Gracias a los diáconos, a los miembros de la vida consagrada que están aquí. A los seminaristas. A los fieles laicos que vienen de las parroquias, un aplauso a todos ustedes.

A todos los hombres de buena voluntad que vinieron a acompañarme en este momento solemne y significativo.

Saludo y agradezco con respeto al Gobernador del Estado y las autoridades civiles de cada orden y grado que participaron y que ayudaron a que esto fuera posible, durante esta Celebración en que he sido ordenado Obispo Auxiliar para esta tierra oaxaqueña, donde Dios nunca muere.

Gracias a mi familia, que está aquí presente. A mi papá, don Alfonso, que no pudo venir por edad y por enfermedad, a mis hermanos, que siempre me han cuidado y apoyado. Un agradecimiento especial hasta las alturas del cielo a mi mamá, a mi mamá, doña Conchita, que ya goza de la presencia del Señor.

Gracias, mamá, por enseñarme que la grandeza del hombre está siempre en la bondad y en el saber decir siempre “gracias”, con una actitud abierta y un corazón acogedor.

Gracias a Acanceh, mi pueblo natal, que me dio mi orgulloso origen yucateco. A mi parroquia de origen de Nuestra Señora de la Natividad, donde comencé mis primeros pasos en la fe y aprendí a sentirme en familia en la Iglesia. A la parroquia del Santo Niño de Atocha, donde fui Vicario Parroquial. A la Parroquia de Santa Inés de Akil, que me tocó atender como párroco. Gracias por permitirme anunciar y vivir el Evangelio como discípulo y pastor con ustedes y entre ustedes.

(Monseñor habla en maya)

Siempre los llevaré en mi corazón.

Gracias a mis amigos venidos también de Mérida, a cada uno de ustedes, es siempre el horizonte más hermoso en el cual perderse, para encontrarse en la fuente del aliento y del calor humano, signo en la tierra del extraordinario amor de Dios. Mi agradecimiento y todo mi cariño por su cercanía y amistad. Gracias porque están aquí. Su presencia, signo de fe y comunión con Cristo y con la Iglesia y de profunda amistad me llena de gran alegría.

Estoy verdaderamente agradecido con todos ustedes, por haber dejado en mi corazón la huella que me hizo el hombre, el creyente, el sacerdote que soy.

Gracias a quienes contribuyeron a hacer hermosa y solemne esta Celebración, un fuerte aplauso a todos ellos.

Al comité organizador diocesano, al servicio litúrgico, al maravilloso ensamble de bandas de música, encabezados en los reformistas y la soprano Andrea, así como al maestro Alberto Santiago, al servicio de orden, los que prepararon y decoraron este espléndido Auditorio. En fin, a todos los que trabajaron para que todo estuviera organizado y bonito para mayor gloria y alabanza de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias de corazón a todos ellos.

Quisiera dirigir un saludo especial a los monaguillos. Muy bien, son numerosos. Su presencia crea un ambiente de fiesta en este Auditorio y hace aun más alegre mi corazón. Gracias.

Quisiera compartirles, queridos monaguillos, que yo, como ustedes, fui monaguillo desde los 9 años, justo después de hacer la primera comunión, un 8 de septiembre en 1987, fiesta de Nuestra Señora de la Natividad, patrona de mi Parroquia de mi pueblo natal, Acanceh. Entonces, desde que entré a ser monaguillo, me gustó este servicio apostólico, que como bien saben, consiste en ayudar al sacerdote en el altar durante la Santa Misa y esto hizo que surgiera en mí, poco a poco, el deseo de ser sacerdote, de servir al pueblo de Dios desde el altar, celebrando yo mismo la Santa Misa.

Realicen con amor, con devoción y con fidelidad la tarea de monaguillos. Estén atentos a la voz de Dios y no tengan miedo a la llamada a ser sacerdotes.

También dirijo un saludo especial a los jóvenes oaxaqueños, qué lindo. Queridos jóvenes, ustedes son la esperanza viva de una Iglesia en camino, de una Iglesia sinodal, como nos pide el Papa Francisco, por eso les agradezco su presencia y su contribución a la vida de la Iglesia Cuerpo de Cristo.

Jóvenes, háganse oír, griten esta verdad, no tanto con la voz, sino con la vida y el corazón. ¡Cristo Vive! Para que toda la Iglesia se sienta impulsada a levantarse por la fuerza de la juventud, a ponerse una y otra vez en camino y a llevar su anuncio de amor y de perdón a todos los rincones de nuestra Iglesia Oaxaqueña.

Ahora, permítanme dirigirme a la entera comunidad arquidiocesana de Oaxaca. Gracias por su presencia y su alegría en la fe. Quisiera, con estas palabras, tocar suavemente y con cariño sus corazones, para que me abran la puerta, vengo a ustedes como un enviado del Señor, la providencia divina ha querido y nos ha llamado a compartir la vida y el camino de la fe.

Habiendo llegado a Oaxaca, desde la tierra del Mayab, con gran sencillez quisiera decirles que me abran las puertas como un hermano, no sólo como una autoridad eclesiástica, caminemos juntos, cuidándonos unos a otros, demostrando con la vida, antes que con las palabras, que somos una comunidad de discípulos y misioneros de Cristo.

Cuando uno ve a un Obispo, ve también a una persona de carne y hueso. Humanamente hablando, existe en mí la conciencia de sentirme tan inadecuado ante el ministerio al que he sido llamado, se necesita de la ayuda divina para realizarlo.

Por eso, les pido que tomen el folleto de la misa, busquen el reverso de la última página y acompáñenme a encomendarme a Dios Padre de toda Misericordia, a través de nuestra buena Madre, la Virgen de la Soledad y recemos juntos esta oración que he compuesto para nuestra Buena Madre.

¡Oh María, Virgen de la Soledad!

Reina y Patrona de Oaxaca.

Aquel Sábado Santo, mientras tu Hijo yacía en el sepulcro,

en el silencio de tu soledad,

fue cuando más brilló la fe en la vida por tu inquebrantable esperanza.

Mírame coen ternura de Madre,

que confío a tu regazo materno el servicio pastoral al que tu Hijo Jesús,

el Buen Pastor, me llama a desempeñar en su Iglesia.

Que siempre sea como tú, oh Madre, signo de esperanza.

Que sepa anunciar con humildad a todas las personas:

Que la vida es sagrada desde su comienzo hasta su término;

que no hay cruz que no tenga su recompensa en el cielo;

que no hay amargura que no se disuelva con una sonrisa tierna y comprensiva;

que no hay pecado que no pueda encontrar redención en tu Hijo crucificado.

Para que todos lleguemos a forma la familia

de los discípulos y misioneros de tu Hijo Jesús.

Abre tu dulcísimo corazón de Madre y guárdame ahí adentro,

líbrame de todo peligro y defiéndeme de todo mal.

¡Oh María, Virgen de la Soledad, abrázame tan fuerte que pueda sentir que como Madre me llenas de tu amor y de tu bondad.

Amén.

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