Francisco Alejandro Leyva Aguilar
La izquierda mexicana se quedó sin partido. De consumarse la desaparición del Partido de la Revolución Democrática (PRD), la izquierda pensante de este país se habrá quedado sin registro y sin instituto político y es que la vida política de México no puede entenderse sin la presencia del Sol Azteca que libró batallas muy fuertes para aportar, incluso sangre de militantes, a la democracia de México.
Habría sido impensable el liderazgo de un López Obrador sin las siglas del PRD, porque desde su creación, el perredismo encabezó las causas más sentidas de la población, sobre todo de las clases desprotegidas y luchó porque los derechos de esas clases, tuvieran presencia incluso en nuestra constitución.
Después de la elección de 1988 cuando se le cayó el sistema a Manuel Bartlett Díaz a la postre amigo íntimo de Andrés Manuel y actual director de la Comisión Federal de Electricidad en este gobierno morenista, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, junto con prominentes políticos como Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, decidieron formar, con todas las izquierdas progresistas del país, el Partido de la Revolución Democrática.
El nombre no podría haber quedado mejor: Revolución Democrática y así despertaron las conciencias no solo de la gente de izquierda, sino también de las derecha que sabía perfectamente que el poder estaba en manos de unos cuántos y esos cuántos no lo iban a soltar tan fácilmente, por eso el otro candidato a la presidencia en 1988 Manuel de Jesús Clouthier Rincón, del Partido Acción Nacional (PAN), se sumó a las protestas por al fraude electoral presuntamente orquestado desde la Secretaría de Gobernación encabezada por Bartlett.
Así nació el PRD y no tardó mucho en conquistar su primer triunfo -legítimo- en una de las regiones más apartadas y olvidadas de México, pero en donde la resistencia social ya había vencido en referéndums, al poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) de los años 80 y había instaurado un “Ayuntamiento Popular” (1981-1983) en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca.
Fue ahí en Juchitán en las elecciones municipales de 1989 cuando el indígena zapoteca Héctor Sánchez López, uno de los fundadores de la Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo (COCEI), le ganó por primera vez las elecciones al hegemónico PRI y, luego del presunto fraude electoral de 1988 orquestado desde la SEGOB, el presidente de México Carlos Salinas de Gortari llegó hasta ese municipio, no solo a poner en práctica la llamada “concertación social”, sino también y de alguna manera, a legitimar su dudoso triunfo.
Le sobrevinieron al PRD a partir de ese año de 1989, muchos más triunfos como la llegada al poder de Cuauhtémoc Cárdenas a la Jefatura de entonces Distrito Federal en 1997 por las siglas del PRD, él fue el primer jefe de gobierno que le abrió paso a Andrés Manuel para que después ocupara también ese mismo cargo, por las siglas del Sol Azteca.
Cuauhtémoc Cárdenas le dio la confianza a López Obrador para dirigir los destinos del perredismo, pero es bien sabido que el peje no acepta opiniones ni sugerencias, lo que no funciona en un conglomerado político donde las ideas fluyen libremente y se dejan escuchar para ser consensuadas, por eso López es reconocido como un traidor a Cuauhtémoc primero y al perredismo después.
Hoy, es su enterrador, pero la historia continúa.
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