HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

19 DE MAYO DEL 2024

Por la Gracia de Dios, hemos podido vivir la Cincuentena Pascual. Hemos podido conmemorar los grandes misterios de Nuestra Redención, la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y con esta Festividad de Pentecostés, culminamos este tiempo tan hermoso, tan alegre en la Iglesia, que es la Pascua.

En este día, le damos gracias a Dios porque nos ha regalado Su Espíritu Santo, porque se ha cumplido lo que prometió, enviar al Espíritu Santo. En diferentes momentos, Nuestro Señor les hablaba a sus apóstoles, a sus discípulos y, en un momento les dijo: “conviene que me vaya para que les envíe al Espíritu Santo, conviene que me vaya, porque si no me voy, no viene a ustedes el Espíritu Santo”… Convenía y nos lo ha recordado la Palabra de Dios, ¿qué nos dice el Evangelio hoy? Un Evangelio que, en un momento, ya meditamos en uno de los domingos de la Pascua. Dice: al anochecer, el día de la Resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús, se presentó Jesús, se encontró con sus discípulos, que tenían miedo, tenían miedo y, ahora, leamos el texto de los Hechos de los Apóstoles. Un fuerte viento, lenguas de fuego que se posaron en la cabeza de los Apóstoles y, después, ¿qué hicieron? Salieron a hablar de Jesucristo, muerto y resucitado, salieron a dar testimonio, se acabó el miedo, se acabó el miedo.

Antes de la venida del Espíritu Santo tenían miedo, después de la venida del Espíritu Santo, dan testimonio, hasta con su propia vida, derramando su sangre por Nuestro Señor.

Los persiguieron, los encarcelaron, los azotaron, les prohibieron que hablaran de Jesucristo y, ellos, con más fuerza, gritaban y proclamaban el Evangelio, no podían callarse. La fuerza del Espíritu estaba en ellos, sus labios pronunciaban las palabras que Dios quería que pronunciaran.

Eran valientes.

¿Por qué ese cambio? Por la presencia del Espíritu en ellos. ¿De un día a otro dejaron de ser cobardes, humanamente hablando? ¡no! Porque recibieron la fuerza venida de lo alto, llamado Espíritu Santo, porque recibieron el fuego del amor, por eso dieron testimonio, por eso murieron por Jesucristo, por eso proclamaron la Palabra Divina. Por eso testimoniaron su fe.

Eso hicieron los apóstoles. Ahora preguntémonos ¿qué estamos haciendo nosotros? Porque también, un día, vino a nosotros el Espíritu Santo, se cumplió en nosotros la promesa de Nuestro Señor, derramó Su Espíritu, lo recibimos.

Levanten su mano los que ya están confirmados, bajen su mano, todos la levantaron. El día de su Confirmación descendió a ustedes el Espíritu Santo, que descendió como lenguas de fuego en los apóstoles, descendió en usted, el mismo Espíritu Santo y ¿cómo ha testimoniado su fe? Ahorita le digo aquí, aquí dentro, usted está aquí testimoniando su fe, testimoniando su amor a Jesucristo, encontrándose con Él, dejando que el Espíritu Santo lo inunde con Su Gracia, lo santifique, lo llene de fuerza, pero dentro de un momento, vamos a salir de nuestra Iglesia Catedral y, usted y yo, no debemos de ser cobardes en la vivencia de la fe. Debemos de testimoniar.

Sea valiente, tiene la fuerza del Espíritu, no tenga miedo. En el espacio donde usted se mueve, ahí tiene que hablar, hable en el silencio de su testimonio. Viva como un hijo de Dios, viva en la verdad, no en la mentira, no en la falsedad. Viva en la verdad y, la verdad, es Dios. Viva con Dios. Viva en Dios y habrá momentos en que Dios le diga: necesito de tus labios, porque quiero decir algo, quiero llevar una palabra de aliento, de esperanza. Quiero denunciar una situación de injusticia, de pecado, de maldad, de desorden y quiero valerme de tus labios. Préstele los labios a Nuestro Señor y con valentía diga: esta situación no es de acuerdo al pensamiento de Dios, esto no nos lleva a nada bueno. Este desorden nos traerá desgracias a nuestra ciudad, a nuestro pueblo, a nuestra familia. En su familia, dé testimonio, no quiera pasar como un padre o como una madre buenos, porque se queda calladito toda la vida y no le dice nada a su hijo, que anda en el desorden, porque no quiere provocarlo, porque no quiere que se enoje, porque no quiere que se moleste.

Dios ahí le dice que usted tiene que corregir a su hijo con amor, con misericordia, con ternura, pero lo tiene que corregir, no puede hacerse usted cómplice de su hijo en el silencio. Adviértale a su hijo: hijo, haciendo eso no vas a encontrar nada bueno. En el desorden te vas a desgraciar la vida, no te desgracies la vida, hijo.

Tal vez su hijo le responda: papá, cállate, no te metas en mi vida y usted tendrá que decirle “hijo, no puedo callar, me interesa, me preocupa, me duele, me angustia y tengo que cumplir con mi deber, con mi deber de padre, de orientarte, de motivarte, de corregirte, permíteme que cumpla con mi deber y si no quieres hacerme caso, tú sabrás, pero yo quiero cumplir con mi deber, no quiero que el día de mañana me vayas a reclamar que nunca te corregí, que nunca te dije nada, que nunca te advertí. No quiero que el día de mañana me vayas a culpar por mi silencio de lo que te pasó en la vida, que el día de mañana puedas decir: gracias, papá, porque me corregiste una y otra vez, me insististe que por ahí no era el camino correcto”.

El Espíritu Santo tocará el corazón de su hijo, tarde o temprano, porque usted le estará diciendo al Espíritu Divino: Espíritu Divino, toca, haz que mi hijo se convierta, haz que mi hijo piense y se corrija. Espíritu Santo. Invóquelo y pídale esa gracia en favor de su hijo, pida esa gracia y su oración será escuchada.

Ojalá Dios le conceda la gracia de ser testigo de la conversión de su hijo, pero si esa gracia no la puede usted contemplar, otros la van a contemplar, y su mismo hijo va a decir: gracias a la oración de mi padre y de mi madre, a las correcciones de mi padre y de mi madre, hoy yo me he corregido, me he corregido. Hay que hablar, no guarde silencio, no guarde silencio.

Dejemos que el Espíritu Santo nos ilumine, nos vaya guiando.

Yo sé que usted, en sus momentos de oración y de esa relación con Dios, se dirige al Padre y le da gracias y lo alaba y lo bendice. Acuérdese lo que nos dijo la segunda lectura, sin la fuerza del Espíritu, no podemos nosotros reconocer a Jesús como Señor, sin la fuerza del Espíritu.

Si usted bendice y alaba a Dios, es el Espíritu Santo que pone las palabras de dar gracias, de alabar, de bendecir, es el Espíritu Santo, no es usted, es el Espíritu Santo y, entonces, pues usted dígale: Espíritu Santo, que habitas en mí, ayúdame a alabar y bendecir a mi Padre Dios. Espíritu Santo, que habitas en mí, ayúdame a leer el Evangelio y llevarlo a la vida, para que escuchando a Jesucristo, yo, su discípulo, viva como Él quiere, en fidelidad, en fidelidad, pero todo tiene que hacer por el Espíritu, por el Espíritu.

Ojalá y la tercera persona de la Santísima Trinidad no sea desconocida para usted. Dígale al Espíritu Santo que le ayude a decirle al Padre: sé providente, dame lo necesario para vivir, concédeme la salud, dame la fuerza para seguir luchando. Dígale al Espíritu Santo: ayúdame a hacer esta oración. Dígale al Espíritu Santo: ayúdame a reconocer mis miserias y mis pecados y poder decir a Nuestro Señor, que dio Su vida por mí, derramando Su sangre para el perdón de mis pecados, que hoy yo pueda decir: Señor, este es mi pecado, diste la vida por mí, perdóname, perdóname, ten misericordia, pero todo por la fuerza del Espíritu.

Hoy, en el altar, antes de pronunciar las palabras de la Consagración, voy a invocar, extendiendo mis manos sobre las ofrendas, le voy a pedir al Espíritu Santo, al Espíritu Santo que haga Su obra. Que este pan sea el Cuerpo del Señor y este vino sea la Sangre del Señor y, todo, por la fuerza del Espíritu.

Ahí está el Padre Alejandro, haciendo lo que dijo el Evangelio hace un momentito: reciban al Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados. Reciban al Espíritu Santo. El sacerdote ,antes de decir: yo te absuelvo de tus pecados, invoca al Espíritu Santo, lo invoca, porque no es él el que perdona, él, en persona de Cristo, en persona de Cristo, no es el hombre sacerdote, no es Alejandro, es el sacerdote, ministro de Dios, que en persona de Jesucristo, por la fuerza del Espíritu dice: yo te absuelvo de tus pecados.

Cuánto tenemos que agradecerle al Espíritu Santo, que viva en su corazón, que ese fuego del amor divino que se llama Espíritu Santo, usted lo sienta todos los días. El Espíritu Santo no se va de usted, vive en usted. Hay momentos en que tenemos miedo por tantas cosas que están pasando. Invoque al Espíritu Santo. Hay momentos en que no sabemos qué hacer: invoque al Espíritu Santo, para que haga el mejor discernimiento, invoque al Espíritu Santo.

A veces estamos sin fuerzas, sin ganas de vivir, desilusionados, desanimados. Invoque al Espíritu Santo, invóquelo, pídale que le llene de esa fuerza.

María estaba ahí, con los apóstoles, el día que descendió el Espíritu Santo sobre ellos, estaba en oración, pues dígale a María: acompáñame en este peregrinar y que este Espíritu Santo que fecundó Tu vientre y que ahí dentro de Ti se formó Jesucristo, alcánzame la gracia de que yo, como discípulo esté lleno del Espíritu y testimonie mi fe.

Invoquemos también a María, nuestra Madre.

Feliz fiesta de Pentecostés para todos y no se sienta sin fuerza, tiene la fuera del Espíritu en su persona, tiene la fuerza del Espíritu, crea firmemente en eso y sienta la presencia de Dios en su Espíritu Santo.

Que así sea.

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