DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
Lo que nos ha transmitido el Evangelio es lo que nosotros hemos vivido y estamos viviendo. Hace ocho días, celebrábamos con inmensa alegría el triunfo de Cristo sobre la muerte y sobre el pecado, proclamábamos que Jesús está Vivo, que Jesús Resucitó. Eso lo vivimos hace ocho días y, hoy, de nuevo nos reunimos para celebrar la Resurrección de Nuestro Señor.
Si usted en su vida se había preguntado ¿por qué tengo que ir a la celebración de la Misa el día domingo? Ahí está la respuesta, ahí está la respuesta, no la busque en otra parte. El día de la Resurrección los Apóstoles estaban reunidos y Jesús se presentó ante ello. Ocho días después, estaban reunidos y se presentó Jesús en medio de ellos.
Usted vino a misa el domingo pasado y, ocho días después, que es hoy, está aquí, celebrando la Eucaristía. ¿Qué celebramos el domingo pasado? La Resurrección, ¿qué celebramos hoy? La Resurrección, ¿qué celebraremos dentro de ocho días? La Resurrección y, así, domingo a domingo celebramos la Resurrección, la Resurrección, la Resurrección. Por eso nos reunimos los domingos, ya no se ande preguntando ¿por qué no puedo ir el lunes o el martes o el miércoles, por qué tengo que ir el domingo? A celebrar la Resurrección, a encontrarnos con Jesucristo Vivo, con Jesucristo que ha triunfado y a decirle: gracias, gracias.
Hoy, nos recuerda el Evangelio que Nuestro Señor les dio un segundo poder a sus apóstoles, ya les había dado uno el Jueves Santo. El Jueves Santo les dio el poder de hacerlo presente en el Pan y en el Vino. Hagan esto en memoria mía. Ahora, el Evangelio nos dice que el Señor Jesús, el día de la Resurrección les da un nuevo poder que es: a quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y, a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.
Espero que usted no tenga duda de esos dos poderes que tiene todo sacerdote que participa del sacerdocio ministerial de Jesucristo, el poder de hacerlo presente en la Eucaristía y el poder de perdonar los pecados.
Espero que no tenga duda. ¿Usted cree en la presencia de Jesucristo, real y verdadera, en el Pan y en el Vino Consagrado? Pues le pido que también crea: a quienes les perdonen los pecados le quedarán perdonados. También crea en eso, no dude, no dude. El perdón lo da el sacerdote en persona de Jesucristo, en persona de Jesucristo. Así como en persona de Jesucristo celebra la Eucaristía y pronuncia las mismas palabras que pronunció Nuestro Señor en la Última Cena, así también, en persona de Jesucristo te dice: Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Espero que usted crea, espero que usted crea, no solamente que crea en la presencia de Jesús en la Eucaristía, quiero que se alimente… “Tomen, esto es Mi Cuerpo”… quiero que se alimente para que tenga vida eterna y resucite para Él. Quiero que usted se llene de humildad, tal vez de vergüenza humana y vaya al sacerdote, porque siente la necesidad de ser perdonado.
Ojalá siempre sienta la necesidad de ser perdonado. Cuidado con que un día no sienta necesidad de ser perdonado, cuidado, porque entonces se está cerrando a la acción del Espíritu, se está cerrando a la acción del Espíritu Santo. ¿Qué dijo Nuestro Señor? Reciban al Espíritu Santo, reciban al Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados. No se cierre usted a la acción del Espíritu, no se cierre, sea humilde, reconozca su miseria y vaya al sacerdote, que en persona de Cristo le va a perdonar, le va a perdonar y usted experimentará el perdón divino, la misericordia de Dios y tendrá esa paz interior, pero es necesario creer, creer, le invito a creer.
Hoy también es el Domingo de la Misericordia. Así lo quiso el Papa San Juan Pablo II, instituyó el Segundo Domingo de Pascua como el Domingo de la Misericordia. Tal vez lo hizo porque lo que acabamos de escuchar en el Evangelio, a quienes les perdonen los pecados. Aquí también quiero decirle, jamás dude de la Misericordia de Dios, así como le digo: no dude de Su presencia en la Eucaristía, no dude del perdón, tampoco dude de la Misericordia. No ande pensando, después de haber cometido una falta, no ande pensando: “¿y me va a perdonar Dios?”, porque eso es dudar de la misericordia. Dios le va a perdonar, pero es necesario que usted se disponga a recibir el perdón y a pedir el perdón, a pedir el perdón. Dios lo quiere perdonar, pero ya le ha dicho en dónde lo perdona, en qué espacio, en qué momento lo perdona y no se cierre a la acción del Espíritu.
Sólo le quiero recordar que Nuestro Señor Jesucristo un día dijo: todos los pecados serán perdonados, menos uno, el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón. No se cierre a la acción del Espíritu Santo, no se cierre. Pida el perdón, pida la misericordia y alcáncela, de parte de Dios. Dios no se la va a negar, usted pídala de corazón desde lo más profundo de su ser, pero no nos olvidemos que también un día dijo Nuestro Señor, a propósito de la misericordia: Sean misericordiosos como Su Padre es misericordioso. ¿Quieren alcanzar misericordia de parte de Dios? Que su hermano alcance misericordia de parte de usted. Si usted niega la misericordia a su hermano ¿cómo quiere alcanzar misericordia de Dios si se la está negando a su hermano? ¿cómo quiere ser perdonado por Dios si usted le niega el perdón a su hermano?
Hoy tenemos que pedirle a Dios la gracia de ser misericordiosos porque la necesitamos. Nosotros no tenemos un corazón divino, nosotros tenemos un corazón humano, un corazón que siente, un corazón muy sensible, pero este corazón a veces se siente herido, se siente herido, porque se le ha ofendido, porque se le ha humillado, porque se le ha despreciado, porque se siente que se han burlado de él, que han pisoteado su dignidad, de él, personal, o de los cercanos a él y está herido. Así reacciona un corazón humano, pero no olvide que usted es un hombre o una mujer de fe y, entonces, esto que usted siente lo tiene que cambiar en un sentimiento de misericordia, en un sentimiento de perdón, en un sentimiento de amor.
Acuérdese que Dios también nos dijo: quiero que su amor sea extraordinario, no me conformo con un amor ordinario, quiero su amor extraordinario y amor extraordinario significa que ame a su enemigo, que le haga el bien a quien le ha hecho mal. Ese es el amor extraordinario.
Entonces, hoy, Domingo de la Misericordia, creo que le tenemos que pedir a Dios: Señor, dame ese corazón misericordioso, dame la capacidad de amar y de amar extraordinariamente, dame la gracia de perdonar, para que yo tenga paz, para que yo no cultive en mi interior odios, deseos de venganza, envidias, rencores, que sólo amargan mi vida y ya amargado de la vida, amargo la vida de los demás, de los que esperan ser amados por mí y yo siendo una persona amargada, herida, que no tiene misericordia y no perdona, pues voy a hacer sufrir a los demás y no estoy para eso. Aquí no estoy para hacer sufrir, aquí estoy para hacer feliz a las demás personas. Necesito ser feliz yo, libérate, libérate, saca de tu corazón todo eso que se ha anidado y que es negación de misericordia, de perdón y de amor, sácalo, sácalo hoy, en esta misa.
Y ya para terminar, qué hermosa frase pronunció Nuestro Señor y se refería a cada uno de nosotros, nos dijo dichosos, nos dijo felices, nos dijo bienaventurados, los que sin ver creerán. Eso dijo Nuestro Señor, dichosos los que, sin ver, creerán. Usted es dichoso, porque sin ver, cree. Y qué hermosa frase pronunció también el apóstol Tomás, al ver las llagas y el costado herido de Nuestro Señor: Señor mío y Dios mío. Reconoció a Jesús como Señor y reconoció a Jesús como Su Dios. Señor mío y Dios mío. ¿Y cómo lo reconoces tú? Como Señor y como Dios. Por eso también decimos, a la hora de la Consagración: Señor mío y Dios mío.
Disfrutemos la semana, la segunda semana de la Pascua, disfrutémosla y pido su oración, pido la oración de todos ustedes, a partir de mañana y hasta el viernes, los Obispo de todo México, estaremos reunidos en Asamblea en la ciudad de México, todos los Obispos, a partir de mañana y hasta el viernes, oren por nosotros para que nos dejemos conducir e iluminar por el Espíritu Santo, porque así tenemos que vivir, siempre llenos del Espíritu, iluminados por Él para que realicemos nuestra labor de sucesores de los apóstoles en bien de nuestra Iglesia mexicana. Rueguen por nosotros y gracias por su oración.
Que María, Nuestra Madre, nos acompañe en esta semana como acompañaba a los apóstoles después de la Resurrección.
Que así sea.