MISA CRISMAL

HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

26 DE MARZO DEL 2024 

Es un momento muy especial el que vivimos en este Martes Santo, nuestra Misa Crismal. Están aquí presentes mis hermanos sacerdotes, que ejercen su ministerio en esta Arquidiócesis.

Hay presencia también de sacerdotes que han venido por esta Semana Santa a estar en diferentes comunidades, apoyando a los párrocos de esos lugares. Bienvenidos, hermanos sacerdotes.

Hay presencia de nuestros hermanos religiosos, que están al frente de diferentes comunidades. Estoy profundamente agradecido con Dios y con sus comunidades, de las que ustedes vienen, porque su presencia no solamente nos ayuda, su presencia nos enseña muchas cosas, según sus carismas, que cada uno de ustedes, hermanos religiosos, tienen.

Gracias por colaborar con nosotros con ese espíritu generoso, con esa entrega, sacrificándose por nuestros hermanos oaxaqueños. Agradezco a Dios su presencia y les pido que nos sigan ayudando, que no se vayan, no se vayan, porque los necesitamos.

Siento la necesidad de que me escuchen con mucha humildad en su corazón. Les voy a hablar a ustedes, sacerdotes, no como su autoridad, aunque lo soy, escúchenme que les habla un hermano sacerdote que va a cumplir, dentro de unos días, 45 años de sacerdote. Escúchenme como un padre, porque eso creo que soy ante ustedes, no solamente un hermano, soy un padre, porque así lo ha querido Dios, no porque yo lo haya querido, no porque yo lo haya elegido. Él me eligió y Él me envió aquí.

Escúchenme, pues, como el hermano y como el padre y si en algo le sirve lo que yo le digo, imitando a María, la Madre de Dios, guárdelo en su corazón y en su momento lo vivirá.

Usted es un consagrado, no se le olvide, es un consagrado, es un ungido, y no solamente por la unción bautismal o por la unción en su confirmación, Dios lo consagró para Él y sólo para Él, lo llamó a ser su sacerdote, lo llamó de su familia, humilde y sencilla, puso su mirada en usted y lo eligió, así como eligió a sus apóstoles, así lo eligió a usted. Siéntase elegido por el Señor Jesús.

Lo consagró al hacerlo su sacerdote, para que usted actuara en su persona, en persona de Cristo, celebrara los misterios y, en persona de Cristo, se presentara ante la comunidad para anunciar su evangelio, para llevar la Buena Nueva a los hermanos.

Usted ha escuchado muchas veces y tal vez lo ha dicho, que el sacerdote es otro Cristo, vivamos como otro Cristo. Nuestro modelo es muy grande, inalcanzable, pero Cristo nos va a dar la Gracia, nos va a dar la fuerza, nos va a regalar sus dones, para que nos parezcamos cada vez más a Él y eso espera nuestro pueblo, encontrar en nosotros al Consagrado, al hombre de Dios, al hombre que va creciendo en santidad, al hombre que tiene la sabiduría divina, al hombre que de sus labios van a salir palabras divinas que van a llenar de esperanza, de gozo y de paz a quien le va a buscar, a quien le quiere escuchar.

No se olvide que es el hombre de Dios, que tiene que anunciar su palabra, y no solamente vivamos anunciando la Palabra, vivamos esa Palabra.

Vamos haciendo creíble el anuncio que sale de nuestros labios, haciendo creíble y nuestro pueblo, que nos va a escuchar con piedad, con fe, porque es el hombre de Dios que le habla, va a creer en el Anuncio, porque nosotros lo estamos haciendo vida, lo estamos haciendo vida.

Vivimos en medio de un pueblo necesitado de sentirse amado, de sentirse amado.

Hermanos sacerdotes, no le neguemos el amor a nuestro pueblo, no le neguemos el amor, porque Dios no se lo niega, sea quien sea y viva como viva, usted sabe que Dios a nadie le niega el amor, y usted, otro Cristo, no le niegue el amor, haga sentir el amor sacerdotal, no le haga sentir el amor del hombre, hágale sentir el amor de un sacerdote, de un consagrado, de un consagrado.

Nuestro pueblo necesita de ese amor.

Ellos aman a Dios, nuestra gente, humilde y sencilla, ama a Dios, y al amar a Dios lo está amando a usted, por lo que es. A usted lo aman, corresponda amando. No seamos ingratos con nuestro pueblo, no seamos ingratos, no seamos injustos con nuestro pueblo, no les exijamos mas de lo que ellos pueden hacer, formemos a nuestro pueblo para que le podamos pedir conocimientos. A veces no los formamos, pero sí les exigimos que conozcan, sin haberles anunciado y enseñado.

Nuestro pueblo necesita de nuestra misericordia, de nuestra compasión. El Señor Jesús miró a las multitudes y se compadeció de ellas, usted compadézcase, compadézcase de todas las personas, no solamente se compadezca de los que le caen bien, no solamente se compadezca de los que están cercanos a usted, compadézcase de los alejados, de los que nunca vienen, de los que nunca se paran.

A veces nos piden, nos piden algo los alejados y les respondemos: si nunca vienes, para qué pides eso, si nunca vienes. Así cómo quiere que venga. Abrácelo, recíbalo con amor, atiéndalo, escúchelo, conmuévase, conmuévase… A veces no nos conmovemos, porque a veces decimos “y a mí qué me importa”. Eso no venía a oír ese hombre o esa mujer, no venía a oír eso, venía a oír otra cosa, no venía para sentir molestia, vergüenza, coraje, venía a sentirse aceptado, recibido, amado, valorado.

A veces, tenemos que cambiar en nuestras actitudes, tenemos que ser más humanos, más comprensivos, más amables, más pacientes. Hay mucho dolor en nuestro pueblo, porque a veces les negamos lo que debemos hacer, les negamos el bautismo, en el siglo XXI le seguimos negando el bautismo a los papás, por no sé cuántas razones. Quién es usted para negar ese sacramento. Dios es el que llama y esos padres de familia están oyendo la voz divina que les dice “esa creatura que has traído al mundo quiero que sea mi hijo, por eso llévalo a las aguas bautismales”, y llega con nosotros y le decimos “no te bautizo a tu muchacho”… por favor, hasta el día de hoy yo sigo escuchando “me negaron el bautismo”.

Me dio dolor el otro día escuchar: “me negaron la misa, a mi ser querido, difunto, me la negaron, no me quisieron celebrar la misa por mi ser querido. Lo único que hizo el padrecito una oración media mal hecha y con molestia y nos mandó al panteón y no nos celebró la misa”. Qué triste que usted, sacerdote, no acompañe en el dolor, no se conmueva, no tenga sentimientos por esas lágrimas. Dios mío, Dios mío.

Les está hablando el padre, su Obispo, su hermano, no hagamos eso, no hagamos eso, aunque estemos cansados, desgastados, sacrifíquese un poquito más, hágalo, por caridad, por amor, por misericordia, usted es el único que puede celebrar misa, los demás no pueden celebrar misa, no le diga al celebrador de la palabra: “ve y acompaña a esos con su muertito”, vaya usted y celebre la Eucaristía y deles una palabra de aliento y esperanza.

Sé que está solo, pero tiene la fuerza divina, tiene la fuerza divina y el que usted se traslade hasta allá lo va a agradecer la familia y va a sentirse amada la familia, acompañada, apoyada, no se va a sentir despreciada.

Asimismo, vaya y conforte en el dolor, no mande a otra gente a rezar por los enfermitos nada más, vaya usted, absuélvale de sus culpas y únjalo con el santo óleo que vamos a bendecir dentro de un momento, vaya usted, usted.

Conmuévase ante la enfermedad y el dolor.

Hermanos que están aquí, necesitamos mucho de su oración, no se canse de orar por nosotros, sacerdotes, no venga aquí a decirme “cuándo va a cambiar a nuestro padrecito, que ya tiene muchos años ahí y ya es insoportable”, no venga aquí conmigo. Vaya al Sagrario, vaya con Nuestro Señor y dígale que su sacerdote es insoportable, vaya y dígaselo a Él, porque ahí será oración, cuando viene conmigo es una acusación, no es oración, con Nuestro Señor sí es oración y lo que necesitamos es oración no acusación.

Yo no necesito que venga y me acuse al sacerdote, yo lo que necesito es que vaya al Sagrario y ore por su sacerdote, que lo que quiere venir a decirme es verdad, estoy de acuerdo, yo conozco a mis sacerdotes, los conozco y sé que a veces son terquitos o tercotes, lo sé, los conozco y ellos mismos me dicen: “me impaciento, Obispo, me desespero, no me controlo”. Ellos vienen y me platican.

Yo quiero que usted vaya al Sagrario, allí en el Sagrario, por favor, en el Sagrario y dígale a la comunidad: no nos dediquemos a criticar a nuestro sacerdote, oremos por nuestro sacerdote, hagámoslo santo y virtuoso allí, en el Sagrario, perdonemos a nuestro sacerdote, ahí, en el Sagrario, tengamos compasión por nuestro sacerdote, en el Sagrario, no entre nosotros, agentes de pastoral, que a veces son los primeros que destruyen al sacerdote, porque toda la gente que les escucha dicen: “eso es verdad, porque esa ahí está, trabaja en la liturgia, es catequista, el padrecito de veras que es cierto, lo dicen ellas, lo dicen ellos. Cuánto daño hace usted, hermanito, servidor, agente de pastoral, hablando mal de su sacerdote, hablando mal de la iglesia, cuánto daño hace.

No necesita decir, el pueblo lo sabe, el pueblo lo ve, para qué lo dice y viva lo que dice el Evangelio: si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas, ande, vaya con el padrecito y háblele, “no, así nos anda yendo” Ah, entonces vaya al Sagrario, a ver ahí cómo le va, ahí le va a ir muy bien, porque ahí en el Sagrario el Señor le va a escuchar y usted está pidiendo una gracia, y la gracia vendrá en favor de su sacerdote y usted irá mirando: nuestro padrecito cada día va cambiando más, porque usted está en el Sagrario, está orando por él.

Vivamos entregados.

Quiero decirles, gracias, gracias a cada uno de ustedes, porque me ayudan a cumplir con lo que el Señor me ha encomendado: ve a conducir una Iglesia, ve a coordinar todo un trabajo, ve a evangelizar, ve a conducir un pueblo. Gracias, porque usted, Padre, ahí donde está, me ayuda, gracias. Yo sé lo que es ser un párroco, lo que es ser un vicario, lo que es estar en un pueblo. Yo sé de todo ese desgaste y sólo tengo palabras de agradecimiento.

Agradezco también su amor. Su Obispo dice de nuevo dice aquí, públicamente, yo me siento muy amado por cada uno de ustedes, muy amado, con todas sus letras y con todo el significado del amor, yo, su Obispo, me siento muy amado.

Gracias por ello. Gracias, no deje de amarme, no deje de amarme y permítame que yo le siga amando a usted, a usted, mi sacerdote, permítame, lo quiero amar como lo ama el Señor, así lo quiero amar.

Están en mis oraciones y están en mi corazón y me duelen muchas cosas, me duele su sufrimiento, sus carencias, sus necesidades y preocupaciones, me duelen también.

Les acompaño en la oración, yo a usted lo siento cerca, espero que usted sienta cerca a su Obispo, a su Padre, a su hermano.

Gracias por haber venido a esta Misa Crismal, gracias por todo lo que hace, gracias, por su entrega y fidelidad. Dios lo siga fortaleciendo y acompañando.

Que María, Nuestra Madre, no nos abandone, no nos deje solos y nos lleve con Ella, ahí, cubriéndonos con Su manto, intercediendo por nosotros ante Su Hijo Jesucristo y sigamos viviendo esa fraternidad y sigamos trabajando por el bien de nuestra Iglesia con la alegría y el gozo de servir a Dios en la persona de nuestros hermanos oaxaqueños.

Que así sea.

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