HOMILÍA DE MONSEÑOR PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

25 DE FEBRERO DEL 2024

Segundo Domingo de la Cuaresma, que no se nos olvide lo que vamos meditando cada domingo en este tiempo de gracia, en este tiempo de reconciliación con Dios, en este tiempo de volver nuestro rostro a Dios.

El domingo pasado se nos hablaba de las tentaciones, de las tentaciones. Hoy, el Evangelio nos presenta la Transfiguración, así conocemos ese momento en el que fueron testigos Pedro, Santiago y Juan, la Transfiguración y el Evangelista San Marcos nos describe algunos aspectos de la Transfiguración.

Este acontecimiento lo vivieron estos tres apóstoles después de que Nuestro Señor les anunció, con toda claridad, su pasión y su muerte en la Cruz, su pasión y su muerte. Se desconcertaron ante el anuncio que el Señor les hizo, que iba a morir en la Cruz. Está fresca en su memoria esa noticia que recibieron directamente de los labios de Nuestro Señor, les anunció su muerte y, ahora, Nuestro Señor, les concede una gracia a estos tres Apóstoles, de mirarlo en Su Gloria, de disfrutar un momento, un instante de la contemplación del que iba a resucitar de entre los muertos, un instante de Su Gloria.

Los envolvió en una gran luz, en una blancura, dice el Evangelio, blancura que nadie puede lograr en la tierra. Los iluminó con Su luz, con Su gloria y, por eso, Pedro dice: aquí hay que quedarnos, en esta Gloria, en esta hermosura, en esta paz, en este gozo. Aquí hay que quedarnos, en tres chozas, para que habite Nuestro Señor, para que esté Elías y Moisés.

Moisés, como la ley; Elías, como los profetas y en eso se encierra el Antiguo Testamento, la Ley y los profetas y Nuestro Señor está en diálogo con el que enseñó la ley, Moisés, y en diálogo con el profeta Elías y Nuestro Señor, con esa luz ilumina, ilumina.

Qué hermoso es que usted y yo tengamos momentos de iluminación, momentos de luz, pero de una gran luz. Esto sólo se encuentra en la intimidad con Dios, y usted puede entrar en esa intimidad con Dios, disponga su mente y disponga su corazón para dejarse iluminar por el Señor, dejarse iluminar.

Necesitamos de esa iluminación. Pienso en este momento cuando sufrimos, cuando sufrimos, cuando estamos enfermos, cómo necesitamos de ser iluminados para poder encontrar sentido a nuestro dolor, porque sufrir por sufrir no tiene ningún sentido, pero sufrir por algo o por alguien sí tiene sentido y eso lo encontramos en un momento de iluminación. Pregúntese en el momento de prueba, en el momento de sufrimiento, pregúntele a Nuestro Señor por quién ofrezco mi dolor, no le digamos ¿por qué permites que yo sufra?, no, porque eso sería un reclamo, un reclamo y a Dios no se le reclama, a Dios nos ofrecemos, nos ofrecemos, encauzamos nuestro dolor y nuestro sufrimiento, no le reclame cuando sufra, dígale: dime, ilumíname, concédeme la luz de encauzar mi dolor, de encauzar mi enfermedad, dime por quién y dime para qué, para qué la ofrezco y yo pienso que no va a necesitar darse muchas vueltas en su cabecita, ahí, frente a usted, va a estar tal vez en un momento en que usted está pidiendo iluminación, se va a acercar tal vez su hijo, su hijo y ahí le está diciendo Dios: por tus hijos, ofrece por ellos, santifícalos en tu dolor, en tu sufrimiento, en tu pena. Vendrá a su mente tal vez el sufrimiento de tantos y tantos enfermos y muchos de ellos con enfermedades incurables. ¿Por qué no ofreces tu dolor por los que están sufriendo como tú? Porque, tal vez, en esos que sufren, a lo mejor hay más de alguno que está desesperado, que está desesperado y que a lo mejor hasta está pensando que lo mejor es quitarse la vida ¿para qué sufrir? Es que él no encuentra una luz que le ilumine para que encauce su dolor y desde el lecho del dolor tuyo, tú puedes ayudar para que ese hermano que sufre, tal vez como tú o más que tú, encuentre una luz y no esté pensando “mejor me quito la vida”… que piense “mi dolor me santifica, mi dolor me purifica, mi dolor alcanza gracia en favor de los demás”.

Habrá momentos también en que estamos ofuscados, no sabemos qué hacer, ante ciertas circunstancias y ciertos problemas que se presentan en la vida pensamos y pensamos y no le hallamos, no le encontramos orilla ¿qué hago?… Dios te ilumina, Dios te da Su luz, pero búscalo, búscalo y, mira, está dentro de ti. El que te ilumina está dentro de ti y se llama Espíritu Santo, está dentro, aquí está, para iluminarte, para orientarte en la vida, para guiarte, para conducirte.

A veces andamos buscando respuestas totalmente humanas y, en algunas ocasiones, nos equivocamos. En lugar de solucionar, complicamos más, complicamos más y es que se nos olvida que tenemos que pedirle a Dios iluminación para hacer un buen discernimiento, debo de tomar una decisión y necesito que Dios me ilumine, que Dios me ilumine. Pues haz un silencio y dile: ilumíname, no sé que hacer y ahí estará Dios. Ten confianza, ten fe.

Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo. Esa fue la voz que escucharon los tres Apóstoles: Este es Mi Hijo muy amado, escúchenlo. Pues hoy nos lo vuelve a decir esa voz, Mi Hijo muy amado es Jesucristo, escúchalo, escúchalo en tu interior, escúchalo leyendo el Evangelio, pero leyéndolo para ti, profundizando tú, qué me dice Nuestro Señor a mí, en este momento que estoy viviendo, no qué le dice a otra persona, porque a veces así leemos la Palabra de Dios, pensando en que qué le dice a mi esposo, qué le dice a mis hijos, qué le dice a mis hermanos, qué le dice a mis papás, qué le dice a mis amigos, qué le dice a mi patrón, qué le dice al director de la oficina donde estoy… no, señor, léalo para ver qué le dice Nuestro Señor a usted, sólo a usted, no a otra gente, usted es el que está leyendo, usted es el que está escuchando a Nuestro Señor, qué le está diciendo a usted… este es Mi Hijo muy amado, escúchalo.

Abraham escuchó a Dios y le pidió algo muy doloroso y muy difícil: sacrifícame a tu hijo Isaac. Tanto que esperó Abraham que su mujer le diera un hijo y ese hijo que le dio es Isaac, y Dios le dice: ofrécemelo en sacrificio y Abraham, escuchando a Dios, toma a su hijo y lo va a ofrecer en sacrificio, no se detuvo, no le dijo a Dios: me prometiste una gran descendencia, me has dado a este hijo que tanto esperaba y ahora me lo pides en sacrificio, ¿por qué?, tomó a su hijo y caminó con él hasta el lugar que Dios le iba a indicar y estaba dispuesto a sacrificar, levantó su mano para sacrificar a su hijo Isaac y Dios desde el cielo se la detuvo, no más pruebas, no más pruebas. ¿Y si Dios nos pidiera algo difícil, se lo daríamos o le preguntaríamos ¿por qué me estás pidiendo eso, yo no te lo puedo dar, no te lo quiero dar?

Este es Mi Hijo muy amado, escúchenlo.

Hoy, el Señor nos habla en los acontecimientos de la vida, nos habla en las personas, ¿usted es capaz de leer en los acontecimientos de la vida la voz de Dios? ¿es capaz de leer en las personas algo que le dice Dios?

Frente a usted a veces hay personas que le dicen y Dios se lo está diciendo: ámame, ámame en esta persona, perdóname en esta persona, sé solidario conmigo. ¿Qué hemos podido ver y qué hemos leído durante todos estos meses que han pasado, cuando vemos migrantes, cuando vemos migrantes? ¿no nos toca el corazón? ¿no somos sensibles a ellos? O simplemente decimos: pues andan sufriendo porque quieren, tenían un país, vivían en una casa, ¿para qué se salieron? Con su pan que se lo coman. ¿No le llena de ternura esos niños que van cargando sobre los hombros? ¿no le llena de ternura? ¿no le toca el corazón para darle un pan? ¿no le toca el corazón? ¿no alcanza a leer lo que dice Nuestro Señor, este es Mi Hijo muy amado, escúchenlo? ¿No descubre en esos ojos a Nuestro Señor, a Nuestro Señor que está migrando para otra tierra? Al que huyó a Egipto, porque era perseguido, porque lo iban a matar. Cuántos de nuestros hermanos que llegan a esta ciudad y caminan salieron de allá, huyendo de la violencia. Cuántos de nuestros pueblos de México han dejado su casa, en diferentes partes de nuestro país, huyendo por la inseguridad, por la violencia… miles, cientos de miles, por no escuchar la voz de Dios, la voz de Dios que dice: es tu hermano, es tu hermano, no levantes la mano contra tu hermano.

Qué doloroso y qué triste vivir así, con miedo. Hay mucho sufrimiento, hay mucho dolor, falta luz, falta luz, la luz que nos da el Señor Jesús.

Tú y yo podemos hacer muchas cosas en la oración, pero también que nuestra relación con los demás sea una relación pacífica, comprensiva, paciente, caritativa, que seamos capaces de mirarnos con ternura, de mirarnos con amor.

Algo nos dice Nuestro Señor en este Segundo Domingo de la Cuaresma. Algo nos dice. No cerremos nuestros ojos ni nuestros oídos. Abramos los ojos y los oídos para ver y para escuchar, es Dios que nos habla, es Dios que nos dice, es Dios que nos toca el corazón, para hacer algo en nuestra persona, en nuestra familia, en nuestra sociedad.

He sabido que mañana vamos a vivir un momento difícil en nuestra ciudad de Oaxaca, no nos enfrentemos, no nos enfrentemos, porque no tenemos porqué pelear, no nos enfrentemos.

No sé qué razones tendrán, que las resuelvan como tienen que resolverse, en diálogo, en diálogo, pero no salgamos a la calle para enfrentarnos. No puedo transitar, pues si no puedo salir, pues no salgamos, qué más hacemos, y tendremos que avisarle al patrón ¿cómo llego? No puedo llegar. Perdóname, pero no puedo llegar hoy, así es que ni prendan la máquina, ni prendas la computadora, ahí déjala apagada, no puedo llegar, estoy impedido o voy a llegar a las 2 o 3 de la tarde porque me voy a ir caminando.

Que Dios nos ilumine a todos, nos ilumine y que no perdamos la paz, no perdamos la paz en nuestra ciudad, no la perdamos. No hay por qué enfrentarnos, no vamos a solucionar nada enfrentándonos, no, así no, en el diálogo pacífico, pero los que tienen que dialogar, tal vez nosotros no somos los que tenemos que dialogar, son ellos y habrá una institución con la que tengan que dialogar, dialogar.

Que Dios nos ilumine a todos y que nos ayude a vivir esta Segunda Semana de la Cuaresma con ese espíritu de dejarnos iluminar por el Señor. Que María, la que se dejó iluminar y respondió “sí”, nos ayude a decir “sí” a Nuestro Señor y a escuchar siempre Su Voz.

Que así sea.

Compartir