HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

Qué alegría poder estar aquí, en este Santuario, Basílica, de Nuestra Señora de la Soledad. Ya hemos escuchado la Palabra Divina. La hemos escuchado, no solamente con atención, sino con profunda fe y piedad y, ahí está el mensaje divino, y en estas tres lecturas aparece la figura de María, elegida por Dios, para ser la Madre del Salvador, del Mesías esperado.

Es la mujer del Adviento y estamos viviendo la última semana para conmemorar el Nacimiento del Señor y, ¿por qué la última semana? Porque el próximo domingo es 24 de diciembre y, por la noche, solemos reunirnos para celebrar el Nacimiento. Así ha tocado en este año.

Disfrutemos y preparémonos para vivir el acontecimiento del Nacimiento del Señor y, dentro de esta semana, esta la FestividadE, nuestra fiesta en honor a Nuestra Madre, la Virgen de la Soledad, que desde hace 403 años ha estado entre nosotros, 403 años y, durante todo este tiempo, en torno a Ella, a sus plantas se han postrado miles y miles de hermanos nuestros, que profesan la fe católica, porque los que ya no profesan la fe católica, pues ya no le tienen esa devoción, ese respeto, ya no valoran la figura de María, ya la hacen a un lado y, nosotros no la hemos hecho a un lado, la seguimos buscando, seguimos pidiendo su intercesión, le seguimos hablando como hijos, como hijos necesitados.

Cada uno de ustedes le habla, le habla desde su corazón, movido por el amor, porque no le mueve otra cosa más que el amor a la Madre, a la Madre de Dios que es Nuestra Madre y le expresamos nuestra gratitud.

Gracias, María, porque has intercedido por mí.

Hoy, yo estoy aquí, en esta Basílica, porque el año pasado no pude estar, quería, quería venir a presidir la Eucaristía, pero no me sentía bien, no me sentía bien y, hoy, vengo a decirle gracias, porque me siento bien y porque Tú has intercedido ante Tu Hijo, Jesucristo, para que yo siga en medio de este pueblo compartiendo la fe, encontrándome con mis hermanos, alimentándonos mutuamente de la fe.

Gracias, porque Dios me permite seguir evangelizando, seguir santificando y seguir conduciendo a este pueblo. Le doy gracias a la Madre de Dios, porque sé que Ella intercedió por mí y porque sé que mi pueblo, mi pueblo oaxaqueño le habló a Ella y le dijo: concede la salud a nuestro Obispo, se lo dijo una y otra vez, intercede para que alcance la salud. Aquí están mis hermanos sacerdotes que hace un año intensificaron su oración, para que yo sanara y aquí está nuestro pueblo, que dirigió su oración a la Madre de Dios, en su advocación de Nuestra Señora de la Soledad y le dijo a Jesucristo, concédele la salud y aquí estoy, profundamente agradecido con Nuestro Señor, con Nuestra Madre y con cada uno de ustedes, que hicieron oración, que hicieron oración.

Me llena de gozo contemplar esta imagen, esta imagen bendita, eta imagen que nos mira como Madre, con mucha ternura, que se compadece de nosotros, se compadece. De este pueblo, humilde y sencillo, pero de gran corazón. De este pueblo pobre, pero lleno de generosidad, de este pueblo que sufre y que sufre mucho, y que encausa su sufrimiento para alcanzar gracia y salvación. De este pueblo, que en muchos momentos de su existir ha sido pisoteado en su grandeza, en su dignidad, ha sido pisoteado, porque no hemos sabido darle el valor a toda persona, porque este mundo, a veces, nos ha comido y nos ha hecho dizque entender que solamente valen los que tienen poder y nuestro pueblo no tiene poder, no tiene poder y por eso, a veces, miembros de nuestro pueblo andan buscando poder, pero no para servir, sino para servirse, para servirse, para explotar. Esos no son los servidores que quiere Dios. El que quiera ser el primero que sea el último y servidor de todos.

El mundo nos ha comido, porque nos ha dicho que solamente valen las personas que están preparadas, que tienen un título y, por eso, nos presentamos ante nuestros hermanos, humildes y sencillos y los miramos de arriba para abajo, no los miramos a la misma altura, no los miramos a la misma altura, nos sentimos más grandes, porque estamos con un título.

¿Quién te dio la inteligencia? ¿qué tienes tú que no hayas recibido de Dios? ¿por qué humillamos a los demás, que no saben lo que nosotros sabemos, que no tienen palabra, que no saben expresarse? ¿por qué te aprovechas de lo que tú has aprendido, de lo que tú sabes, para humillar a nuestro pueblo, para despreciar a tus hermanos? ¿por qué? ¿por qué les dices a veces que son unos ignorantes?

No los ofendas, no los hieras, no los humilles, no los desprecies. Si Dios te ha ayudado para prepararte y ser una persona que tiene una licenciatura, sé un gran servidor, sé un gran servidor.

No te creas más que otros, no lo eres, no lo eres.

Y, a veces, a veces el mundo nos ha comido y pensamos que solamente teniendo bienes materiales valemos y, por eso, hay tanta gente en nuestros pueblos a los que Dios los ha bendecido y se sienten dueños del pueblo, se sienten dueños, se sienten caciques de nuestros pueblos, porque son los ricos y porque los demás no valen nada y porque los demás tienen que arrodillarse y tienen que venir a pedirnos favores, favores y, por eso, los explotamos y por eso cometemos injusticias con ellos, porque decimos: necesitas trabajar y el único que tiene trabajo aquí, en este pueblo, soy yo, soy yo, y si quieres, y si no, búscale.

Cuánta injusticia, cuánta injusticia, cuánto daño.

El Señor nos va a pedir cuenta, nos va a pedir cuenta y no vamos a pagar la salvación con dinero, la compramos con obras, la ganamos con obras, con obras, con obras de caridad, de respeto, de justicia.

No te sientas dueño del pueblo, no, no te sientas dueño del pueblo porque te eligieron para ser gobernante. No te sientas dueño del pueblo porque eres el sacerdote, porque eres el Obispo. No te sientas dueño del pueblo.

La mujer humilde, la mujer sencilla, la mujer pobre, pero a la vez, la mujer más grande, la mujer llena de gracia, nos está mirando y nos está diciendo que nos quiere y que cada día quiere que nos parezcamos más a Su Hijo, Jesucristo.

Humillando y despreciando no nos parecemos nada a Su Hijo, Jesucristo. Despreciando a la mujer no nos parecemos nada a la Madre de Dios. Cometiendo injusticias no nos parecemos al Señor Jesús. Sintiéndonos dueños, no nos parecemos al Señor Jesús, que se hizo pobre siendo rico, se hizo  pobre para enriquecernos con su pobreza.

Ella nos die hoy, quiero que te parezcas a Mi Hijo, Jesucristo, a Mi Hijo, Jesucristo.

Vamos trabajando para ello, para parecernos al Hijo de María, al que murió en la Cruz, al que estando en la Cruz le dijo: Mujer, ahí tienes a tu hijo… hijo, ahí tienes a Tu Madre.

Por El que está en la Cruz déjese contemplar. Jesús nos dice: Hijo, hijo, ahí tienes a Tu Madre, y Nuestra Madre nos dice: hagan lo que Él les diga, lo que Él les diga.

Sigamos viviendo este momento de profunda fe y piedad. Usted ha venido con alguna intención. No ha venido porque está acostumbrado a venir cada año a este Santuario, usted trae algo en ese corazón, expréselo, dígaselo a María, dígale, dígale gracias, dígale que le consuele, que le consuele, que le limpie sus lágrimas, que le dé fortaleza, que le alcance la misericordia y el perdón de Dios.

Dígale que pueda ser usted un mejor hijo de Dios, un mejor discípulo de Jesucristo, un mejor hermano, un mejor servidor, un mejor servidor.

Dejemos que María nos hable en este momento, dejemos que Su Hijo Jesucristo nos hable y nos reciba las expresiones de gratitud, las peticiones al expresarle nuestras necesidades. Vivamos este momento de silencio para poder decirle a la Madre de Dios lo que somos, lo que estamos viviendo y lo que queremos ser.

Amén.

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