HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
10 DE DICIEMBRE DEL 2023
En este Segundo Domingo del Adviento, démosle gracias a Dios porque hemos querido venir a esta Iglesia Catedral a participar de la Santa Misa y santificar este día domingo, unido al descanso de nuestras labores ordinarias y en la convivencia con nuestra familia.
Les recuerdo que esas tres acciones debemos hacer para poder decir: santifiqué el Día del Señor, descansar, convivir con nuestra familia y celebrar la Eucaristía. Gracias por estar aquí, con espíritu de fe, de piedad y de recogimiento interior.
Ya hemos escuchado la Palabra de Dios y, en este Adviento, aparece la figura del último de los profetas del Antiguo Testamento, Juan El Bautista, aquel que saltó de gozo en el vientre de su madre, Isabel, cuando María, que ya estaba esperando al Salvador del Mundo, fue al encuentro con su pariente, Isabel, a la que el Arcángel le había dicho: ya va en el sexto mes a la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios. Ahí fue el primer encuentro del Mesías en el vientre de María y de Juan El Bautista en el vientre de Isabel.
Dice el Evangelio que saltó de gozo, porque así lo dijo Isabel, el niño saltó de gozo dentro de mi vientre, ¿quién soy yo para que la Madre de Mi Señor venga a verme? Qué hermoso encuentro, saltar de gozo. Pues este Juan, Juan es El Bautista, el Elegido también por Dios para ser profeta de su pueblo y ser el último de los profetas del Antiguo Testamento, con él se cierra la Revelación del Antiguo Testamento y se abre la Revelación del Nuevo Testamento en la persona de Jesucristo y, Juan El Bautista, está ahí, para preparar el Camino del Señor, para preparar a ese pueblo de Israel a que se encuentre con el Mesías, con el Mesías tan esperado, el Mesías tan esperado y ¿qué es lo que hace Juan El Bautista? No sólo bautiza en el Jordán, también invita a aquellos hombre de su tiempo a que se conviertan, a que enderecen sus pasos, a que reorganicen su vida y a que hagan las cosas que agradan a Dios y pidan perdón de las maldades que han cometido y, a los que tenían ese arrepentimiento y a los que tenían esa actitud de conversión, Juan los bautizaba en el Jordán, pero no era un bautismo como el que nosotros recibimos, era un bautismo de conversión, era un bautismo para que aquellos hombres dispusieran el corazón, no era el sacramento que el Señor instituyó cuando les dijo a sus apóstoles: vayan por el mundo, anuncien el Evangelio y bauticen en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Juan no bautizaba así, porque Nuestro Señor Jesucristo fue quien reveló al Padre, al Espíritu y a Él, como Hijo de Dios. Reveló a la Trinidad Nuestro Señor. Entonces, Juan El Bautista preparaba los corazones, para que se recibiera enseguida al Mesías.
Él fue el que tuvo la gracia de señalar, señalar al que pasaba por ahí, cerca del Jordán, lo señaló como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo y lo siguieron uno de los discípulos que él tenía, que después fueron apóstoles de Nuestro Señor, el apóstol Andrés y Juan.
Pues, hoy el Bautista, te dice a ti y me dice a mí: ¿de qué te vas a convertir? No me vaya a decir: no tengo de qué convertirme, no deje que la soberbia entre a su corazón, porque los que dicen que no tienen de qué convertirse, son soberbios, son soberbios. Permanezca en la humildad y reconozca, reconozca, estos son los aspectos en los que yo me voy a convertir para decirle al Mesías que entre de nuevo en mi vida, venga a mí, aquí está este pesebre, bien preparado, para que Él nazca de nuevo en mi corazón y tenemos que decirle a Nuestro Señor: concédeme la gracia de reconocer mis miserias, mis debilidades, mis pecados y convertirme, convertirme.
Entonces, no diga: no tengo de qué convertirme. Estamos frente a Dios, estamos frente a Dios, estamos frente a Su Palabra, estamos celebrando la Eucaristía, seremos testigos de nuevo del milagro de la Eucaristía, donde ese Pan y ese Vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Vamos a ser testigos, de nuevo, del milagro, del milagro. Por tanto, una de tantas cosas que debemos hacer es: tengo que convertirme y estos son los detalles de mi vida que yo pienso está estorbando para que el Señor nazca en mí, venga a mí en esta Navidad y pueda yo reencontrar la paz, el gozo, la alegría de sentirme lleno de Dios.
Tampoco quiero que me diga: no puedo convertirme, no puedo convertirme. Analizando un aspecto de su vida en el que usted ha hecho un gran esfuerzo para mejorar, para vencer todo aquello, no diga: es un imposible que yo me quite esto de mi vida, que yo me convierta. Es un imposible. Espéreme tantito, para Dios todo es posible, entonces, ¿qué le hace falta? No esté pasando la vida diciendo: es imposible, diga, con la gracia de Dios, con el auxilio divino, lo que para mí es un imposible, Dios lo hará posible y, por tanto, voy a convertirme de esto, porque Dios me va a conceder la gracia, el auxilio para lograrlo.
No se derrote antes de seguir luchando, no doble las manos diciendo: no puedo, ya lo he intentado muchas veces y no puedo, para mí esto es un imposible. No llegue a esa conclusión, llegue más bien, siento necesidad de más gracia, de más gracia y, entonces, intensifique su oración, su encuentro con Dios, sus momentos de estar con Él, para que, así, usted se vaya abriendo a la posibilidad de que, eso, que no ha podido, usted se vaya diciendo: ya voy mejorando, lo voy pudiendo hacer, lo estoy pudiendo hacer porque Dios me está concediendo la gracia, la gracia.
Entonces, ni me diga que no tiene de qué convertirse ni me diga que no puede con algo, porque son dos extremos. Aquí nos falta humildad, porque estamos siendo orgullosos y aquí también nos está faltando humildad para reconocer que sólo Dios y con la ayuda de Dios, esto, que es un imposible, se va a hacer posible.
Disfrutemos de nuestra conversión, enderecemos nuestros pasos, mejoremos en la vida, mejoremos. Eso espero que hagamos todos nosotros, me lo aplico a mí mismo, tenemos que luchar, tenemos que mejorar y tenemos que reencontrar ese encuentro gozoso con el Señor, esa alegría de llenarnos de Él, de sentirnos perdonados, de sentirnos amados y de hacer tanto, porque, en su acción profética, usted también vaya, vaya e invite a la conversión y también toque ese corazón de sus familiares, de sus seres queridos, de sus amigos, toque, toque ese corazón, siembre, siembre en el corazón de los demás ese deseo de convertirnos, de ser mejores, de abrir nuestro corazón para que el Mesías venga a nosotros y pasemos una Navidad de mucha alegría, de mucho gozo, de mucha paz, porque nos estamos llenando de Dios, llenando de Dios y estamos dejando a un lado ese mundo de tinieblas y de pecado.
También quiero compartir lo siguiente. Hoy, en el Ángelus, el Papa Francisco recordó al mundo que hoy es el día internacional de los hombres y mujeres que luchan por los derechos humanos, es el día internacional, lo recordó el Papa, el día de hoy, en el Ángelus ahí, en la Plaza de San Pedro. Hay muchos hombres y mujeres que luchan, que se parecen a Juan El Bautista. Juan El Bautista denunciaba, denunciaba el comportamiento de Herodes, del Rey Herodes y, a causa de esa denuncia fue encarcelado y como desde la cárcel él seguía diciéndole a Herodes: no te es lícito tener por mujer a la esposa de tu hermano… se llenó de odio Herodías y le pidió al rey que le cortara la cabeza, para que ya se callara.
En nuestro tiempo, hay muchos hombres y mujeres, defensores de los derechos humanos, que han sido silenciados quitándoles la vida, quitándoles la vida. Pienso que ellos estarán con Dios, porque en esa acción profética de defender a personas por injusticias, por tantas cosas que pasan, dieron su vida, por defender territorios de los pueblos, por defender los ríos, por defender tantas cosas de bien para la sociedad, han sido callados, algunos han sido encarcelados, porque se les tacha como delincuentes, y así se les calla, se les encarcela, como a Juan El Bautista, para callarlo, pero yo siento que, desde ahí, ellos siguen hablando de los derechos, de los derechos. Usted tiene que ser un defensor de los derechos de los demás y, por tanto, miremos con dignidad y con respeto a toda persona, no vayamos en contra de sus derechos. Respetemos, respetemos y defendamos, defendamos.
Tenemos que cuidar nuestro mundo, Dios puso en nuestras manos esta creación, pero no para que la destruyamos, no para que acabemos con ella, sino para que la cuidemos y hagamos más hermosa esta creación. Vio Dios lo que había creado y era muy hermoso, muy bello, era muy bueno, pues que nosotros también sigamos cuidando, cuidando. Habrá personas que, con valentía, nos hablen, se pongan frente a nosotros y nos digan: defendamos nuestra tierra, defendamos nuestros ríos, limpiemos nuestras ciudades, purifiquemos nuestros ambientes, vivamos en la limpieza, luchemos contra tantas cosas que no nos ayudan a ser felices. Defensores de los derechos humanos, defensores de esta creación, tenemos que serlo.
Ojalá y a todas estas personas, que con valentía defienden, sean respetados, no se les quite la vida. En nuestro Oaxaca a muchos les han quitado la vida, les han quitado la vida, porque son defensores de los derechos humanos de ciertos sectores de la población. Hay organizaciones en nuestro Oaxaca que se dedican a eso, a defender los derechos humanos. Apoyemos a todas estas organizaciones, porque también tenemos que ser defensores y cuidadosos de este ambiente donde nosotros vivimos.
Pues le agradezco a Dios que esta mañana pude leer la invitación del Papa, le agradezco a personas que me recuerdan qué vamos viviendo cada día, es agradezco y, a la vez, les agradezco a ustedes que escuchen con piedad, con respeto, con devoción lo que su Arzobispo les transmite en este mediodía. Ojalá y la Palabra de Dios sea guardada en el corazón y sea llevada a la vida y, usted y yo, nos sigamos preparando para tener ese encuentro con el Señor, el Mesías esperado.
Que María, Nuestra Madre, la que se preparó, pero bien, bien, bien, para recibir a Su Hijo, Jesucristo, nos alcance la gracia que cada uno necesita para poder vivir esta Navidad llenos de gozo y llenos de paz.
Que así sea.