HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE  ANTEQUERA

OAXACA 26 DE NOVIEMBRE DEL 2023

Después de escuchar esta Palabra Divina, quiero compartir con ustedes algunos aspectos del mensaje de Dios.

En primer lugar, no nos olvidemos que formamos parte del rebaño, del rebaño de Dios, del rebaño de Nuestro Señor. Somos esas ovejas que Dios cuida y las cuida siempre con amor, con mucho amor y no quiere Dios que nos perdamos, no quiere que nos perdamos y, si en algún momento de la vida, nos descarriamos por algo, Él nos busca, porque Él es Nuestro Pastor y nos busca hasta encontrarse con nosotros y qué importante es que nos dejemos encontrar por el Señor, para que en ese encuentro con Él, haya ese cambio, cambio de vida, nos reconciliemos con Él, Él cure nuestras heridas y nos sane, en primer lugar, haciéndonos sentir Su perdón, Su perdón, manifestando Su misericordia y su grande amor por nosotros.

Siente que eres una oveja y que Dios es el que te cuida y te cuida muy bien y cuida, cuida para que siempre estés dentro del rebaño, no te salgas, porque saliéndote del rebaño, corres el peligro de perderte y Dios no quiere que se pierda usted. Dios quiere irlo llevando y conduciendo por esos buenos pastos de gracia, de santidad y de vida. Hoy, celebramos la Festividad de Jesucristo, Rey del Universo. Culminamos en este domingo con nuestro año litúrgico y, así como nos preparamos para celebrar el Nacimiento, pues ahora lo culminamos diciendo y reconociendo que, Jesucristo, es Nuestro Rey, es Nuestro Señor, es Nuestro Dios y es el Rey del Universo.

Y ahí está, Nuestro Rey, Crucificado y ahí nos está demostrando el grande amor que nos tiene, que murió por nosotros, que nos reconcilió con Dios, que nos perdonó nuestros pecados ahí, en la Cruz, que derramó Su sangre para purificación nuestra y que quiere que, nosotros, aquí en este mundo, implantemos, sigamos implantando, extendiendo Su Reino, ese Reino de Jesucristo que es el Reino de Vida, de Santidad, de Gracia, de Justicia, de Paz. Un Reino eterno y universal.

Analicemos estas características del Reino de Jesucristo y pensemos, si realmente tú y yo estamos haciendo presentes el Reino en nuestra persona y en nuestro ambiente.

¿Vivimos en la verdad? ¿Nos interesa conocer la verdad? Y ahí hay una respuesta, mi Reino no es de este mundo, dice Nuestro Señor, mi Reino es de verdad, es un Reino de Verdad y Pilato le dijo: ¿qué es la verdad? El Señor no respondió.

¿Usted sabe qué es la verdad? Supongo que sí, la verdad es Dios. Entre a conocer la verdad conociendo más y más a Dios. Profundice en esa verdad. Tiene la capacidad para hacerlo. Dios le ha regalado Su Espíritu, en usted vive el Espíritu Santo, pues ponga a trabajar el Espíritu Santo en su persona y profundice en la Verdad de Dios, interésese por conocer más y más a Dios, a Dios que es Padre, a Dios que es Hijo, a Dios que es Espíritu Santo, a Dios que es uno y trino.

Viva en la santidad, viva en la santidad. Dios lo hizo santo desde el día de su bautismo y lo quiere santo hoy y hoy tiene que vivir su bautismo y vivir el bautismo es vivir la gracia, porque el día de su bautismo fue purificado de toda su miseria, de todo su pecado y hoy tiene que purificarse. Hoy, evite el pecado, para que pueda vivir su bautismo, para que pueda crecer en santidad de vida.

Llénese de la gracia de Dios, para que así el Reino de Jesucristo esté presente en su persona y su testimonio de vida atraiga a más personas hacia el Encuentro con Dios.

Dios nos pide justicia, amor y paz, porque ese es Su Reino, Justicia, Amor y Paz.

Analicemos si somos justos, en primer lugar, con Dios. Usted y yo tenemos que ser justos con Dios, no Él solamente ser justo con nosotros. Nosotros somos los que tenemos la obligación, el deber de ser justos con Dios y para ser justos con Dios es porque estamos siendo justos con las personas, les estamos dando el lugar que tienen, el lugar que merecen.

Estamos reconociendo su grandeza, su dignidad y si somos patrones, pues estamos pagando lo justo, lo justo, no nos estamos enriqueciendo con el sudor de nuestros trabajadores, no les estamos quitando lo que a ellos les pertenece.

Seamos justos y si somos trabajadores de una empresa, respondamos, no nos quedemos nada más pensando, pues me pagan una miseria, voy a hacer una miseria de trabajo, pues está corriendo el peligro de que le digan: hasta pronto, vaya y busque otro trabajo porque usted es un irresponsable, el patrón comete injusticia y usted también comete injusticia al no trabajar y desquitar a lo mejor lo poquito que le pagan. Vamos siendo justos todos, todos y si yo siento que son injustos conmigo, pues tengo que decirle a Dios: Señor, mueve ese corazón para que tenga más generosidad en mi favor, para que pueda compartir de sus ganancias algo conmigo, para que esté un poquito mejor en casa. Seamos justos.

Vivamos el amor. Nuestro Señor nos acaba de decir cómo se gana el cielo, cómo se gana el cielo, haciendo algo por el hermano. Se pierde el cielo si dejamos de hacer algo por el hermano, pero si yo hago algo por mi hermano, me estoy ganando el cielo, así lo dijo Nuestro Señor hace un ratito, en el Evangelio: ven, bendito de Mi Padre, porque era forastero, estaba desnudo, estaba enfermo, estaba encarcelado, hiciste algo por mí, ven, ven, ven a compartir la alegría, la paz y el gozo, la paz y el gozo.

El amor es el que hace posible que nos ganemos el cielo y todo lo que nosotros hagamos en la vida, hagámoslo por amor a Dios y a nuestros semejantes. Se oye muy fuerte la palabra que dijo Nuestro Señor en este ejemplo, al decir que los que no tuvieron amor al hermano les va a decir: apártate de Mí, maldito, maldito, al fuego eterno, al fuego eterno. Apártate de mí, maldito.

No dejemos de hacer el bien, no dejemos de amar para que esa frase no la escuchemos y para que el Señor nos ponga a Su derecha. Seamos derechos en la vida, seamos rectos y hagamos presente el Reino de Jesucristo.

Y quisiera decir también esto. Como Pastor de esta Iglesia, de esta Arquidiócesis de Antequera Oaxaca, me duele, me duele lo que está pasando en varios pueblos de nuestra Arquidiócesis. Ayer hablé con el Párroco de Chalcatongo, a donde pertenece San Miguel El Grande y ayer hablé con el Párroco de María Magdalena Jaltepec, a donde pertenece el pueblo de Santiago.

En uno murieron asesinados cinco y en el otro murieron asesinados nueve. Asesinados, a lo directo, a lo directo, se fueron contra ellos, los que viven en otro pueblo, directamente a ellos.

Hoy, quiero hablar desde aquí, como Pastor, como Arzobispo. Ojalá y las gentes que tomaron las armas y apretaron el gatillo, apuntando a un hermano, puedan escuchar en su mente y en su corazón, una pregunta que le hace Dios, ¿qué hiciste con tu hermano? ¿qué hiciste con tu hermano? Porque esa pregunta se la hizo Dios a Caín, después de haber matado a su hermano Abel. Hoy, Dios pregunta a quienes asesinaron a cinco y a nueve, ¿qué hiciste con tu hermano? ¿por qué te marcaste con la marca de Caín para toda tu vida? ¿por qué te manchaste tus manos de sangre? ¿por qué quisiste arreglar un conflicto con armas? Los conflictos no se arreglan con armas, se desarreglan más, se descomponen más.

Tengo el temor, tengo el temor que, en días futuros nos digan, ahora los de aquí mataron a los de allá. Nunca vamos a acabar, nunca vamos a acabar. ¿Dónde estamos, en qué mundo vivimos? ¿por qué se ha endurecido nuestro corazón? ¿por qué hemos perdido el respeto a Dios al quitarle la vida a un hermano, a un hijo de Dios, a un hermano nuestro?

Me mataste, te mato. Me mataste a uno de los de mi pueblo, yo también te mato y así queremos arreglar las cosas, no es posible así, Dios nos dio una inteligencia para pensar y un corazón para sentir.

¿Qué herencia estamos dejando a los que vienen detrás de nosotros? ¿qué hemos sembrado en el corazón de los hijos de esos que fueron asesinados? A lo mejor lo que hemos sembrado es sentimiento de venganza, vengaré la sangre de mi madre, porque ayer murieron cuatro, cuatro mujeres, cuatro mujeres, esposas, tal vez, madres de familia, que no andan metidas en estas cosas y murieron cuatro. Les quitaron la vida a cuatro mujeres y cinco hombres. El Párroco de Magdalena me dijo: Monseñor, mataron a mi catequista, a mi catequista de Santiago, uno de ellos era mi catequista, se dedicaba a preparar niños, jóvenes y adultos a los sacramentos, se dedicaba a anunciar la Palabra de Dios y ayer le quitaron la vida y me dijo el padre, a mi catequista, mataron a mi catequista.  Tengo que decir también yo, tomando las palabras de mi hermano sacerdote, mataron a mi catequista.

Hago un llamado, aquí, a nuestras autoridades federales y estatales a que se den a la tarea de pacificar y de resolver estos asuntos de territorio, porque ese es el problema. No es suficiente que digamos que esto tiene añales, estos problemas tienen años y años y no se resuelven. Te toca a ti resolverlo hoy, autoridad, te toca. No solamente vivamos de la historia diciendo: son problemas añejos y concluimos, no tienen solución y, por tanto, no hago nada, porque no tienen solución. Mi autoridad civil no debe de decir eso, mi autoridad civil tiene que decir: iremos al encuentro de los pueblos en conflicto, nos sentaremos con ellos y buscaremos una solución, responsablemente, responsablemente. Mis sacerdotes están haciendo lo suyo, porque también les pregunté y me dijeron: Monseñor, con frecuencia tratamos este tema, no venganzas, no armas, no pleitos, vivamos en paz, hacemos lo nuestro y lo seguiremos haciendo, pero sí pido, sí pido que no concluyamos diciendo: son problemas de muchos años y ya. Autoridad federal, autoridad estatal, yo les pido, les ruego, les ruego que se pueda hacer algo y por supuesto se puede hacer, se puede hacer y a quienes viven en esos pueblos, guarden las armas, porque según me platican, traen armas de alto poder, que destruyen por completo.

Guarden las armas, así no se va a reconciliar nuestro pueblo, con armas, no, no vayamos al diálogo con armas, porque se puede provocar una masacre.

Vayamos al diálogo con la mente abierta y el corazón para escuchar al hermano y, junto con él, encontrar una solución, donde tengamos que ceder tú y yo, tú y yo por la paz de nuestros pueblos, para que podamos transitar por nuestros caminos. A mí ya me tocó ir por aquella zona y tuve que irme por otro camino, porque me dijeron: Monseñor, por allí no se vaya, por ahí no se puede pasar, hay conflicto, vaya por otro lado, dele la vuelta. No hay por qué dar vueltas.

Ojalá, a nosotros nos toca orar, pedir a Dios, esa es nuestra responsabilidad y sembrar en el corazón el amor y sembrar el amor.

Que Dios nos ilumine a todos, que Dios nos conceda gracia y que a estas familias que hoy lloran, Dios las consuele y que no se siembre en el corazón de ellos, de sus familias, ningún sentimiento de venganza. No, venganza no, venganza, no. Perdón y misericordia, sí. Justicia, pedimos justicia, sí. Espero que los que tienen que hacer justicia pues la hagan, pero en primer lugar, pues Dios es el justo, en Dios dejemos todo y que Dios toque nuestros corazones para caminar con amor y con paz.

Amén.

Compartir