Francisco Alejandro Leyva Aguilar

A petición de un zorro de la política, hoy haré una fábula más con la clasificación de las hormigas que participaron en el pellizco al elefante.

Primero que nada están la hormigas escandalosas, las que fueron por las arrieras a un centro educativo para que fueran a hacer el alboroto en el hormiguero. Esas, no tiene voz propia, no piensan, no razonan ni intuyen, están discapacitadas mentalmente para la acción, solo hacen lo que les piden y todas las veces, mal.

Luego están las hormigas conspiradoras, las que utilizan a las escandalosas, esas se clasifican aparte:

Las hormigas tranzas, las que han vivido con la venta de espacios y candidaturas, las que han ocupado cargos emanados desde el hormiguero y que, sí, nunca lo han abandonado, pero lo ocupan para sus intereses personales y utilizan a otras serviles para que los tengan y mantengan informados aunque ya no estén presenten; sus prácticas de corrupción, siguen presentes en el hormiguero al través de sus testaferros.

Las hormigas lloronas, la que creen que todos están en su contra y se inventan enemigos, las que piensan que el elefante los odia y por eso organizan manifestaciones en su contra y suponen que los ataques en la prensa, aunque no hablen de ellas literalmente, son ataques personalizados de enemigos fantasmagóricos, ellas creen vehementemente que el hijo del elefante, está peleado con su papá.

Las hormigas chapulines, las que han salido y entrado al hormiguero una y otra vez, que lo mismo van a un hormiguero azul, amarillo o rojo, las que se sintieron grandes, creyeron que les salieron alas, se sintieron chicatanas y quisieron volar y poner sus propios hormigueros, todo ello en sueños guajiros que los hacen dar tumbos y culpar al elefante de sus yerros.

Las hormigas locas, unas de gran tamaño que se sienten hembras y que deambulan con las demás, sintiéndose inteligentes y sabihondas. De personalidad introvertida, se mezclan con las otras cuatro para sentirse protegidas en un grupo al cual no son tan afín, sino mas bien aceptadas para que, simplemente sean 5.

Las hormigas diminutas e invisibles, las que primero obedecen a uno, luego a otro, se creen grandes, pero lo suyo, lo suyo, es la traición. Esas que una vez ayudaron a una hormiga verde y ésta se enteró que le robaron una lana y ahora las desprecia como se desprecia a cualquier traidor, sea hormiga, gusano o rata. Son tan diminutas e insignificantes que no merecen ni clasificación.

Finalmente están las hormigas obreras, las que hacen la chamba, las que se ubican en las múltiples trincheras del hormiguero para trabajar por la colectividad y que nunca son reconocidas, sino utilizadas casi siempre por las conspiradoras, esas son las que valen la pena, las que deben ser reconocidas con oportunidades y candidaturas porque no son como las conspiradoras que solo se aprovechan de la situación.

Justamente el enojo de las conspiradoras es que, en esta ocasión, no se va a hacer su voluntad y no van a poder seguir abrevando del dinero que otorga una candidatura plurinominal, mucho menos de una uninominal porque no ganarían ni en su calle y, hay que decirlo, todas ellas tienen mucho dinero y no creo que sea de su esfuerzo y trabajo, tampoco de sus hábitos financieros, mucho menos de sus sueldos como empleados de un gobierno o de un poder, sino del dispendio de recursos del hormiguero que le pertenecen a toda la comunidad y que ellas robaron a manos llenas.

No se trata del elefante y sus decisiones, sino de perder privilegios. No se trata de dinero porque lo tienen a manos llenas, sino de ostentar el poder. Decía un psicólogo de hormigas “el poder obnubila a las hormigas inteligentes, pero apendeja a las ignorantes” y aquellas, las conspiradoras, no están obnubiladas”.

Estas hormigas conspirantes se han vuelto millonarias, gracias a que el hormiguero en un momento las eligió y durante años han dilapidado el poder social que el hormiguero les proporcionó y prácticamente han enterrado a la colonia, además seguramente pronto la abandonarán porque necesitan sentirse poderosas con alguna representación.

El complejo de inferioridad de todas ellas es proporcionalmente grande a su necesidad de representación, saben que si no tienen una, no son nadie y por tanto se aferran con patas, antenas y garras, incluso confundiendo la valentía con la estupidez.

No soy entomólogo, pero ahí está la clasificación mínima.

@leyvaguilar
Facebook: Francisco Alejandro Leyva Aguilar

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