ERNESTO REYES

La fiesta del Día de muertos en Oaxaca, en tiempos de tragedias como Acapulco y Gaza, podría representar un contrasentido. Sin embargo, hemos aprendido a aislar hechos lamentables como éstos, para honrar la memoria de quienes emprendieron la ruta hacia el Mictlán, pero vuelven sus ánimas en estas fechas.

Algunas tradiciones de origen prehispánico indican que el 31 de octubre recibimos a las almas de los menores fallecidos, excepto a los que todavía no cumplen un año de su partida. El uno de noviembre, para el calendario católico, todos los santos (incluidos los muertos chiquitos) son recibidos con veladas en el panteón, ofrendas en los hogares, cohetes, grandes comilonas, bailes, desfiles y comparsas; el día dos (llegan los fieles difuntos, los adultos) y los “acompañamos” en su regreso al panteón. Como celebramos a la vida, aludiendo a la muerte, en algunas de nuestras culturas los difuntos son considerados intermediarios de los humanos ante los dioses. Tenemos la convicción de que aquellos nos “cuidan”.

Las festividades permiten a las familias reunirse y ofrecer parte de su cultura a los demás, manifestada en el pan de muerto, la flor de cempasúchil, las calaveras de dulce y las literarias; la elaboración de altares y tapetes, o el adorno de calles, comercios, casas, oficinas y escuelas. La música se confunde con rezos, cantos y misas. Parece que no deseamos darle oportunidad a la tristeza.

Entusiastas de la protección animal sugieren que, por estos días, también vuelven nuestras mascotas. Nos contaba el tío David, de San Pedro Ixtlahuaca, que cuando morimos los perritos fallecidos nos esperan al otro lado del río para ayudarnos a cruzar, leyenda cierta. Por ello muchas personas colocan en los altares fotos y alimentos preferidos de nuestros gatitos o perritos.

Recordar a quienes ya no están con flores, alimentos e incienso, y alumbrándoles para que sus almas no se pierdan, es práctica que se repite con variantes en diferentes pueblos. Es la ocasión de contemplar, asimismo, desfiles y comparsas, acompañados por bandas de música de viento. En el valle de Etla, igual que en otras zonas del estado de Oaxaca, desde la tarde o noche del uno al dos de noviembre, tienen lugar ruidosas y masivas comparsas, donde se pronuncian e improvisan versos, se baila, se come y se bebe.

En San Agustín Etla, jóvenes y adultos se caracterizan de muerteros, diablos y otros personajes que, antes de iniciar la comparsa, piden permiso divino y escenifican la “relación” que tiene mucho de sátira ante ciertas maneras de ser y de comportarse.

A los del panteón les llaman “Los testarudos”. Igual de bullangueros son los “Cascabeleros” del barrio Vista Hermosa o los “Cuneros” de San José, al cual reivindican como el origen de esta expresión cultural que data de principios del siglo veinte, cuando estaban en su apogeo las dos fábricas textiles en San Agustín.

Casi nadie duerme en este poblado de seis mil habitantes, apenas a 15 kilómetros de la capital oaxaqueña. Ante cientos de visitantes, cada vez más nacionales como extranjeros, se hace el recuento humorístico de ciertos hechos, en voz versada de los integrantes de la comedia. Participan un hacendado imaginario, porque acá al parecer no existió hacienda – como sí en El Mogote, Guadalupe y poblados circunvecinos- quien pide cuentas de sus bienes a su mayordomo, al caporal, al chivero.

También aparecen personajes como el cantor, el cura, la viuda, el viejo, el niño, el médico y el resucitador (espiritista), quien finalmente revive al difunto, que es llorado por la hija del patrón. Con la resucitación se vence temporalmente a los diablos y a la muerte, que se lo quieren llevar, pero se emplaza a todos a bailar toda la noche visitando a los vecinos para que los muertos revivan y gocen con alegría.

Dicha tradición es una oportunidad para observar hermosos trajes, confeccionados con decenas de cascabeles, luces, espejos, capas y otros aditamentos. Otros asumen modalidades de espantos, monstruos y calacas, aunque ya no destacan, como hace poco, máscaras de practicantes de la lucha libre. Se aclaró, ante la infodemia desatada, que solo el grupo compacto de cada una de las tres comparsas está obligado a cooperar económicamente para solventar honorarios de las bandas que durante 12 o 14 horas acompañan. El púbico no. El ayuntamiento muy poco participa; la coordinación y vigilancia la asumen los “encabezados”.

Imponente ocasión en muchos pueblos donde la muerte, es decir, los muertos, bailan imaginariamente toda la noche. Honrar a nuestros fallecidos en esta temporada facilita el retorno de sus almas al cielo o al inframundo, según la cosmovisión de cada quién.

@ernestoreyes14

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