NOVENO ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN PONTIFICIA DE LA INMACULADA VIRGEN DE JUQUILA
HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
8 DE OCTUBRE DEL 2023
Esta Palabra Divina que acabamos de escuchar, imitando a la Santísima Virgen, guardémosla en nuestro corazón y, en sus momentos, hay que hacerla vida.
En primer lugar, reconozcamos que esta humanidad nuestra, está inclinada al mal, porque somos descendientes de Adán y Eva, que en su momento, desobedecieron a Dios y no los vamos a culpar de su desobediencia, porque no debemos de andar buscando culpables, lo que tenemos que hacer es revisarnos nosotros mismos y tomar conciencia de que, en muchos momentos de la vida, fallamos, fallamos, quebrantamos los mandatos divinos y, en la mayoría de las veces, no es porque queramos ofender a Dios, sino por esta debilidad humana que hay en nosotros, por esta inclinación a fallar, pero eso no nos debe de dejar tranquilos y sin ninguna preocupación, tenemos que preocuparnos de esas fallas que vamos teniendo en la vida y trabajar para que sean menos los errores que cometemos, para que sean menos, porque Dios también nos dice: sean perfectos como Su Padre Celestial es perfecto y no nos deja solos para ir alcanzando esa perfección, esa mejora en la vida, no nos deja solos. Nos ha regalado Su Espíritu Santo y en nosotros habita el Espíritu Santo y es el que nos va dando fuerza para vencer toda tentación, todo pecado, toda maldad, pero es necesario que nosotros tomemos conciencia de la presencia del Espíritu, de la debilidad que hay en nosotros y que solamente con la fuerza del Espíritu podremos salir victoriosos.
Entonces, invoquemos al Espíritu Santo y digámosle que nos haga fuertes, para no ser vencidos, para no caer en el pecado, para no cometer maldades.
Eso es lo que tenemos que hacer y ayudarnos, como dice también Nuestro Señor, que nos invita a esa corrección fraterna y si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas, ve y corrígelo a solas. A veces no nos atrevemos a ir con el hermano que se ha equivocado, que ha cometido un pecado, que vive en el desorden, no nos atrevemos a ir con él para corregirlo.
Le sugiero que usted vaya con Nuestro Señor, vaya con Nuestro Señor en el Sagrario y dígale: vengo a platicarte de mi hermano, de mi amigo, de mi compañero de trabajo, de mi hijo… vengo a platicarte de él. No me animo a ir a corregirlo, me falta gracia, me falta ese don de poder corregir a mi hermano. Tengo cierto temor, pero aquí vengo a decirte: concédele la gracia de corregirse, concédele la gracia de tomar conciencia de que se ha equivocado y ahí dejemos, en Dios, ahí dejemos en Dios el conocimiento que tenemos del error de nuestro hermano. No tenemos ningún derecho de hacer público el error de nuestro hermano, porque no hemos ido a corregirlo. Fui a orar por él, pero ahí no tengo el derecho de ir a decirle a todo el mundo que se equivocó mi hermano. Entonces, en dónde quedó el amor a mi hermano, el perdón a mi hermano, la misericordia en favor de mi hermano, si hago público su error, su pecado, su desorden. No hay necesidad, no grabes tu interior, no grabes tu interior criticando y, a veces, hasta difamando a tu hermano. No lo hagas.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para poder nosotros no buscar culpables, sino corregirnos en lo personal, aceptar que cometemos errores y que no andemos buscando que por culpa de otros nosotros nos equivocamos, cometimos errores.
Esposos, no pasen la vida culpándose el uno y el otro. El amor perdona, el amor no lleva cuentas del mal, dice San Pablo. No se gana nada diciéndose los errores, reprochándose, ¡no!, corríjanse y corríjanse fraternalmente y digan: ayúdame aquí, en esta situación, me equivoco mucho, ayúdame, ayúdame.
Debemos de tenernos más caridad, más amor, más aceptación entre nosotros.
Hemos venido al Santuario de la Reconciliación, al Santuario de la Reconciliación. Reconcíliate contigo mismo, acepta, con humildad de corazón, que no eres perfecto, que no eres perfecto, que te equivocas, acéptalo y con humildad pide perdón, con humildad pide perdón. Pide perdón a Dios, que lo has ofendido y también, si ofendiste a tu hermano, Dios me dice: si cuando vas a presentar tu ofrenda te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano, ve primero a reconciliarte con él y luego vienes a presentar tu ofrenda.
En este Santuario, yo debo de tomar conciencia de mis errores y, si ofendí a mi hermano, le debo decir a Dios: dame la gracia, dame la humildad de ir al encuentro de mi hermano y decirle “perdóname, perdóname”.
Ojalá y esta visita a la Madre de Dios, Nuestra Señor Inmaculada de Juquila traiga a nosotros ese cambio de vida, ese ser mejores.
Ella es la Llena de Gracia, lo acabamos de escuchar en el Evangelio, la Llena de Gracia, la Bendita entre las mujeres.
Ojalá y usted y yo también seamos hombres y mujeres llenos de gracia, llenos de gracia.
Ojalá y podamos arrancar de los labios de los demás, que puedan decir de nosotros: cuánta gracia hay en ti, cuánta gracia hay en ti y lo van a decir si usted vive como lo manda Dios, si usted hace el bien y si usted hace sentir su amor a las personas, con las que convive, con las que se relaciona a diario. Que le digan: cuánta gracia hay en ti.
A usted, papá, mamá, a usted hijo, a usted hermano, que le digan que usted tiene mucha gracia, mucha gracia, pero no por gracia suya, sino por gracia de Dios y porque usted ha hecho el esfuerzo, día a día, para vivir en la gracia, para vivir en la gracia.
Estemos felices de lo que Dios hizo en nosotros. A usted lo hizo hombre, a usted lo hizo mujer. Seamos felices y realicémonos como hombre y como mujer y, nosotros los hombres, nosotros los hombres hagamos conciencia de que la mujer que está frente a mí también es una mujer bendita, bendita.
El arcángel Gabriel, frente a María, le dijo: Bendita Tú entre las mujeres.
Ojalá usted sea capaz de que, cuando contemple a una mujer, usted pueda pensar: bendita tú entre las mujeres, porque está admirando la belleza de Dios en el rostro de esa mujer y no la está mirando con malos deseos. Respetemos a la mujer, valoremos a la mujer. Hoy, la Madre de Dios, probablemente nos exprese que no hemos sido capaces de darle el lugar que tiene a la mujer, no le hemos dado su lugar, ni en la casa ni fuera de nuestra casa.
Aprendamos a darle el lugar a la mujer. Ella no es mujer porque quiso ser mujer y usted no es hombre porque quiso ser hombre. Dios la hizo mujer y Dios lo hizo hombre. Es obra de Dios su ser de hombre y es obra de Dios el ser de mujer.
Valoremos a la mujer. Hoy venimos a contemplar esta Bendita imagen de la Inmaculada de Juquila y, hace un momento, cuando veníamos en procesión, para colocarla aquí, pude contemplar, porque Dios me concedió la gracia de poder contemplar los ojos de muchos de ustedes y los vi que derramaban lágrimas, los vi llorar. En esa contemplación de esta Bendita imagen, usted lloró, usted lloró.
Las lágrimas son signo del amor, son signo del amor, pero también las lágrimas son signo del dolor que traemos dentro, de las preocupaciones, de las angustias, de los temores. Las lágrimas, aquí dentro, son de que a veces nos han tratado mal, nos han tratado mal. Cómo duele, cómo duele mirar las lágrimas de un padre y de una madre que lloran porque sus hijos van por el camino equivocado.
Cuánto dolor brota de ese corazón que ama al hijo y que quiere lo mejor para él y sufre mucho porque el hijo no se quiere corregir, no quiere enderezar sus pasos. Hijo, contempla las lágrimas de una mujer que es tu madre, de un hombre que es tu padre y conmuévete ante esas lágrimas. Hay dolor en el corazón de tu padre y de tu madre y te toca a ti hacerlo feliz. No está siendo feliz por tu comportamiento. No está siendo feliz tu esposa por tu comportamiento. La madre de tus hijos está sufriendo por tu comportamiento. El padre de tus hijos está sufriendo por tu forma de ser, mamá, esposa.
Que nos conmuevan las lágrimas y que seamos capaces, no de decir, es que mi madre es muy chillona, muy llorona, de todo llora. Es que mi vieja es así, llorona de todo. Es que mi viejo es muy sentidito, muy sentidito… no, trata de mirar el corazón que está sufriendo y, que a través de esas lágrimas, te dice mucho más de lo que tú estás pensando.
Que nos conmuevan las lágrimas. Cuando yo los vi llorar, cuando les vi llorar le dije a la Madre de Dios: consuélalos, consuélalos. Tú sabes consolar como Madre a los hijos y, hoy, estos hijos lloran y Tú sabes por qué. Consuélalos y eso le pido a la Madre de Dios, que los consuele, pero también hagamos lo nuestro. Si tú estás causando esas lágrimas, pues tú tienes en tus manos la sanación del ser que llora, la tienes en tus manos y tú sabes por qué llora… corrige, corrige.
Enderecemos nuestros pasos.
Agradezco a la Madre de Dios, que nos ha permitido a todos nosotros venir hasta este Santuario. La mayoría de ustedes son peregrinos, han venido de otras partes de nuestro país o del extranjero. Han venido de otros pueblos de nuestro Oaxaca, han venido a recordar y a dar gracias a Dios, porque esta Bendita Imagen, hace 9 años, fue coronada de forma pontificia, porque así lo quiso el Papa, que fuera coronada, que fuera coronada así. Concedió esa gracia a nuestro Oaxaca, a nuestra Arquidiócesis, de que se coronara y hemos venido a recordar ese acontecimiento, pero también hemos venido porque sentimos la necesidad de intercesión de Nuestra Madre, y porque hemos venido a darle gracias también porque no nos ha dejado solos. Ahí va caminando con nosotros, presurosa, así como fue presurosa a las montañas de Judea para encontrarse con su prima Isabel, así también María camina presurosa con todos su hijos, con todos su hijos, y les escucha en sus plegarias y en sus ruegos y Ella presenta a Su Hijo Jesucristo todas estas peticiones.
Les deseo un feliz regreso a sus casas, un feliz regreso y a los que viven aquí les quiero recordar, no sólo piensen que vienen peregrinos para que les vendan comida, para que les vendan recuerditos, no piense nada más en eso, para que entren a nuestro hotel, para que dejen aquí recursos… no sólo pensemos en eso. Ojalá y los peregrinos nos evangelicen a los que vivimos aquí. Aquí tenemos a la Madre de Dios, visítala, visítala. Antes de llegar a tu comercio, visítala, ven a visitarla. Ven a decirle lo que le dijo el Arcángel Gabriel: Dios te salve María, llena de gracia. El Señor está Contigo…y ven a decirle lo que le dijo Isabel cuando se encontró con Ella: Bendita Tú entre las mujeres y Bendito el fruto de Tu vientre.
Ven por lo menos a rezar un Ave María, una Santa María. Ven a rezar. No pases por este Santuario sin dirigir tu pensamiento a Ella. Detente un momentito, detente un momentito.
Aquí es un lugar donde nuestros hermanos peregrinos vienen a decir: Dios me hizo un milagro por la intercesión de María, Inmaculada de Juquila. Dios me concedió estos favores.
Hermanos que viven en Juquila, la presencia de nuestros peregrinos es por su fe y por su amor a la Inmaculada de Juquila. Déjate evangelizar por ellos y que también tú crezcas en el amor y que te dirijas a Ella para pedir bendiciones y gracias en favor de este pueblo.
Que podamos vivir en paz, que podamos vivir en paz, que no haya nada que lamentar. Vivamos en paz y que usted, que va a regresar a su casita, con mucho cuidado regrese a su casita y que llegue con bien.
Que María los acompañe y los bendiga en todo momento y que nosotros nos sigamos haciendo merecedores de las bendiciones divinas, esforzándonos por ser lo mejor en la vida.
Que así sea.