HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
24 DE SEPTIEMBRE DEL 2023
Quienes estamos aquí, hemos venido a buscar al Señor, como nos decía la primera lectura. Queremos encontrarnos con Él y Él ya nos ha dirigido Su Palabra, la hemos escuchado con mucha piedad y devoción.
Ahora, necesitamos hacerla nuestra y llevarla a la vida. No solamente en este lugar busque a Dios, hay otros espacios donde usted puede encontrarse con Dios. Ojalá tenga momentos de oración personal y comunitaria.
No se le olvide que su hogar es una pequeña Iglesia doméstica y ahí debe de resonar también la proclamación de la Palabra Divina y ahí tienen que meditarla y guardarla en su corazón, en la vida familiar.
Aquí nos reunimos como gran comunidad para vivir nuestra fe. Reúnase como familia para vivir su fe, para escuchar a Dios y para iluminar lo que pasa en la vida con la Palabra Divina.
Es necesario, también, que nosotros podamos descubrir a Dios y Su presencia entre nosotros en cada uno de nuestros semejantes, en cada una de las personas con las cuales nos vamos encontrando.
No se le olvide que, un día dijo Nuestro Señor: ven, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me hospedaste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y fuiste a verme, me visitaste, encarcelado y fuiste a verme. Cuando lo hiciste con uno de los pequeños, conmigo lo hiciste.
El querer nuestro es que toda persona nos mire con respeto, con ternura, con amor, con misericordia, pero eso que pedimos para nosotros, también lo pide nuestro hermano, sin excepción. Lo mismo que yo pido de ti, lo pides tú de mí. Es lo mismo. Yo digo que tú tienes la obligación de amarme, de perdonarme, de ser solidario conmigo. Esa es tu obligación, porque eso es mi derecho y él me dice: eso que tú dices que es derecho tuyo, también es derecho mío y, por tanto, también es obligación tuya.
A veces, sólo exigimos que otros cumplan con sus obligaciones y no nos exigimos a nosotros cumplir con nuestras obligaciones que tenemos en favor de los demás. Estamos dentro del Reino de Dios, somos parte del Reino de Dios y, el Evangelio que acabamos de escuchar, pues ahí nos dice Nuestro Señor, con toda claridad: trabajen, trabajen en mi viña, trabajen. Unos trabajan desde el inicio del día, otros al final, pero hay que trabajar todos. Todos tenemos que trabajar en la viña del Señor y vamos a recibir lo que merecemos, lo que es justo, lo que quiere Dios.
No piense usted que Dios no lo bendice. Lo bendice a manos llenas, a manos llenas. El Evangelio nos presenta a aquellas personas que fueron a trabajar a la viña al inicio del día y, el señor que los contrató, el dueño del viñedo les dijo: te voy a pagar un denario, un denario. Con los demás, no les dijo cuánto les iba a pagar, los invitó a trabajar en su viña, a ninguno de ellos les dijo: te voy a pagar tanto, sólo a los primeros, sólo a los primeros, te voy a dar un denario. Y fue el señor, el dueño del viñedo el que hizo el contrato con todos, él que contrató a los trabajadores.
Ahí está la figura de Dios que nos va llamando a trabajar en su viña, es Él el que nos llama. Respondámosle, trabajemos en su viña. Es curioso, cuando se les pagó el jornal a cada uno de ellos, si hubiera iniciado pagando a los primeros, no habría ningún reclamo, porque así habían quedado, un denario, pero empezaron a pagarle a los últimos, pues que casi no trabajaron, una hora cuando le hicieron el reclamo: esos que trabajaron una hora, les has pagado, les has dado lo mismo que a nosotros que soportamos el peso del día y del calor. Amigo, no te hago ninguna injusticia, ¿no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete.
Yo quiero darle a él lo mismo que a ti ¿no puedo hacer con lo mío lo que me plazca? Aquí tenemos que pensar, a veces nos corroe la envidia, la envidia y eso es muy malo, envidiamos, y esas envidias a veces nos llevan a vivir molestos con las personas, molestos con las personas porque están progresando, porque están mejor, porque tienen una mejor casita, por esto, por aquello, envidiamos, envidiamos, envidiamos y los vemos con malos ojos, con coraje y ese coraje repercute en nuestra vida personal y en nuestra relación de vida familiar. No somos felices cuando envidiamos, no somos felices y no vamos a ser agradecidos. Agradece lo que Dios te va dando como fruto de tu esfuerzo, de tu cansancio, de tu trabajo limpio, agradécele a Dios, pero no vivas envidiando, no vivas envidiando. Hace mucho daño.
Sigamos trabajando en la viña del Señor y esperemos la recompensa, el pago que Él nos va a dar. Él nos va a pagar muy bien, porque Él siempre es bueno, es bueno con usted y es bueno con su vecino y es bueno con su hijo y es bueno con su hermano y es bueno con todos y así tenemos que aprender a ser buenos con los demás, con los demás y, aquí quisiera decir algo, a propósito de la jornada mundial de migrantes y de refugiados, quisiera decir algo.
Todos nosotros tenemos un familiar migrante, todos, sin excepción, sin excepción y cómo queremos nosotros que sean tratados nuestros familiares migrantes, cómo queremos que sean tratados, que sean tratados con respeto, con cariño, que les ayuden, que les abran las puertas, que tengan un trabajo, que no los maltraten, que no los persigan, que no los calumnien, que no digan cosas que no son. Eso queremos en favor de nuestros seres queridos migrantes. ¿Por qué no aplicamos eso que queremos para nuestro familiar, por qué no lo aplicamos hoy en nuestra ciudad de Oaxaca? ¿por qué no lo aplicamos aquí? Sólo queremos que los nuestros sean bien tratados y los que van aquí pasando por nuestra ciudad son maltratados son maltratados. Los juzgamos de criminales, no queremos verlos en nuestra ciudad, no queremos verlos en nuestras calles, nos da repugnancia mirarlos y quisiéramos barrer la ciudad de migrantes, los quisiéramos barrer, expulsarlos de nuestra ciudad, de nuestra nación. Ah, pero que no expulsen a los nuestros de allá, de Estados Unidos, que no nos los expulsen, que no los traten mal, porque son mexicanos, porque son de nuestra raza, porque es mi familiar ¿y aquí, cómo tratamos al venezolano, al nicaragüense, al salvadoreño, al guatemalteco? A tantos, ¿cómo los tratamos? A los haitianos, a los cubanos, a los dominicanos, a los africanos, ¿cómo los tratamos?
Es para pensar, es para pensar.
Muchos de nosotros no nacimos en esta ciudad, llegamos de otro pueblo y a lo mejor llegamos de otro estado de la república y llegamos aquí, a vivir, también somos migrantes y queremos ser tratados y queremos ser queridos por todos, queremos ser valorados.
No queremos migrantes, pero que se llene nuestra ciudad de turistas, porque los turistas sí dejan dinero, es negocio, los migrantes no es negocio, a los migrantes les tenemos que dar, entonces que esos no lleguen, que ellos no se paren aquí, que estos no tomen esta ruta hacia el extranjero, que este no sea su camino, que nuestro estado de Oaxaca no sea su camino ¿y entonces cuál camino quieren que sea? Ah, pues hay otros estados, que se vayan por Veracruz, que se vayan por Chiapas, que se vayan por Guerrero pero que a nosotros no nos toquen. Van a seguir pasando, van a seguir pasando y aquí Dios nos va a decir “gánate el cielo, gánate el cielo teniendo misericordia, teniendo compasión, tendiendo la mano”
Tal vez nuestro guardarropa está que ya no le cabe otra prenda. ¿Por qué no nos desprendemos de algo para darle al migrante que a veces siente frío, que anda con un pantaloncito todo dado a la desgracia? ¿por qué no compartimos nuestra ropa, nuestro alimento? ¿por qué no compartimos de lo que Dios nos da? No nos vamos a quedar pobres, Dios nos va a seguir bendiciendo y nos va a bendecir a manos llenas.
¿Qué hace la Iglesia? La Iglesia tiene un espacio muy pequeñito, muy pequeñito. Nuestra arquidiócesis tiene un espacio muy pequeñito, donde caben sesenta, setenta personas, pero no podemos sostenerlos a todos ellos un día y otro día y otro día. Les decimos: venga, aquí va a poder estar este día, va a tener un alimento, pero luego tiene que continuar su camino, porque van a llegar otros y otros y otros. No podemos más, no podemos más.
Hace días nos pidieron un templo, yo no sé cuántos templos hayan ocupado. Las autoridades nos dijeron que apoyáramos a los migrantes abriendo espacios en los templos, por ahí hay espacios y nos mandaron a ese grupo de personas, nos los mandaron a ciertos lugares, pero no les dieron de comer, nomás nos los mandaron. Órale, cuídenlos, aliméntenlos, vístanlos y ellos dijeron: estamos cuidando a los migrantes, estamos haciéndoles bien a los migrantes”… pues nos los mandan, pues así no es cuidarlos, creo que así no es cuidarlos, creo que eso no es hacer algo por los migrantes.
Los mismos migrantes son los que tocan y piden un asilo y piden alimento. Algo está faltando, no hemos sabido apoyarlos, ni como Iglesia ni como autoridades civiles.
Nos hace falta mucho.
Toco su corazón para que, en lo personal, en lo familiar, usted pueda hacer algo, usted pueda hacer algo.
Dios nos bendiga y Dios fortalezca a los que van caminando en busca de estar mejor y a veces huyendo, no porque hayan cometido delitos sino porque son perseguidos, en sus ciudades ya no pueden vivir.
¿Y para qué vamos tan lejos? Aquí mismo, en nuestro país, se han quedado pueblos solos, solos, a causa de la inseguridad, de la violencia. Las familias han tenido que huir en busca de un lugar seguro a ciudades o a otros pueblos y se han quedado pueblos que ahora decimos, son pueblos fantasmas, nadie los habita porque salieron huyendo a causa de la violencia y de la inseguridad y esos hermanos nuestros son migrantes, son migrantes nuestros y muchos de los hermanos que vienen del extranjero son migrantes a causa de la violencia, de las persecuciones, de las inseguridades. Huyen, como han huido tantos hermanos nuestros de sus familias, de sus casas y han dejado todo porque quieren cuidar su vida.
Esa es la realidad que vivimos y nos cuestiona Nuestro Señor y nos dice: ¿qué estás haciendo por ellos? ¿qué estamos haciendo? Ojalá y tomemos conciencia y podamos hacer mucho más de lo que hemos hecho hasta ahora.
Que así sea.