HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
18 DE SEPTIEMBRE DEL 2023
Espero que usted recuerde lo que nos decía el Evangelio el domingo pasado, que nos invitaba a la corrección fraterna, si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas y estuvimos reflexionando en este aspecto, que debemos de vivir como discípulos de Nuestro Señor.
Ahora, el Señor nos invita a perdonarnos, no solamente debemos corregirnos, también debemos perdonarnos.
Es muy fácil exigir el perdón, como el ejemplo que puso Nuestro Señor en el Evangelio. Le debía muchos, miles, le suplicó y le perdonó; le debía unos cuantos pesos, le suplicó y no le perdonó.
La figura de ese rey es Dios, que siempre nos perdona, que siempre nos perdona. Allí hay una sacerdote, llamado Alejandro, párroco de este lugar, escuchando a los hermanos que piden perdón en el sacramento y ahí Dios les está perdonando, porque está lleno de misericordia, porque es compasivo con nosotros, porque siempre nos perdona, porque nunca nos niega su perdón, porque nos llena de paz y nos llena de gozo al olvidar nuestras debilidades y nuestros pecados.
Ese es Dios, ese es Dios y, ese Dios que siempre nos perdona, que es misericordioso, nos dice a todos nosotros que tenemos que hacer lo mismo, así como Él lo hace con nosotros, así lo tenemos que hacer nosotros con nuestros semejantes, con nuestro prójimo, llámense familiares, llámense amigos, llámense compañeros de trabajo, llámense como se llamen, yo le tengo que perdonar.
Si soy discípulo de Jesucristo, si estoy marcado con el signo de cristiano, así tengo que vivir y el Señor nos advierte que, si no lo hacemos, no vamos a encontrar el perdón, no vamos a encontrar el perdón y no porque Él lo niegue, Él no niega el perdón, Él quiere perdonarnos y no condiciona el perdón, no lo condiciona. Yo le voy diciendo a Dios si realmente quiero o no quiero ser perdonado. El me invita y me dice: perdona a tu hermano, perdona a tu hermano para que merezcas el perdón, porque si no nos perdonamos ¿cómo le decimos a Dios que nos perdone? ¿con qué cara, con qué cara?
La ofensa de nuestro hermano es mínima, es mínima, porque es un pecador, como yo, es una persona que tiene defectos, es una persona que se equivoca. Es como yo. Tiene errores en la vida, está a la misma altura que yo. Por eso, debo perdonarlo.
Dios no está a mi altura y las ofensas que yo le hago a Él no son como las ofensas que me hace mi hermano. Dios está en un lugar especial y Él siempre tiene misericordia, Él siempre nos perdona, Él no nos condena, Él nos abraza con amor Él tiene esa ternura para nosotros. ¿Por qué pasamos la vida negando el perdón a nuestros semejantes? ¿por qué vivimos tan amargados? Porque el no perdonar, ahí adentro se va creando un odio y cada día estamos con más molestia y con más coraje y si este hermano sigue equivocándose, pues ahí está Nuestro Señor que nos dice: setenta veces siete tienes que perdonar a tu hermano, que significa: siempre, siempre. No le vayas poniendo rayitas, así, y luego una media cruzadita para que después las puedas contar en bloques para completar las setenta veces siete.
Siempre tienes que perdonar a tu hermano, porque siempre necesitamos del perdón divino. Yo siempre necesito que Dios me perdone, que Dios tenga misericordia y se lo digo a diario, pues mi hermano tiene necesidad de mi perdón, necesita mi perdón. No lo niegue, no niegue tener esa misericordia. Sé compasivo. Que este corazón no se endurezca, no se vuelva insensible, porque te vas a ir cerrando a la Gracia de Dios, te vas a ir cerrando al perdón divino. Hay que estar siempre abiertos a esa misericordia y hay que dar misericordia.
Aquí, en este mundo, vamos de paso y vamos al encuentro con Dios y ese encuentro con Dios tiene que ser un encuentro feliz, donde te diga Dios: ven, ven bendito de Mi Padre, porque fuiste misericordioso siempre con tu hermano, fuiste misericordioso.
A todos nos cuesta perdonar, y a veces nos cuesta pedir perdón, porque somos así, medios orgullositos, porque sentimos que nosotros no nos hemos equivocado, que hemos hecho las cosas siempre muy bien, de qué voy a pedir perdón, si yo nunca me equivoco. Bueno, pues pide perdón de tu soberbia, ve y dile a la persona con la que convives: vengo a pedirte perdón de mi soberbia porque no reconozco que me he equivocado, soy soberbio, soy vanidoso, no tengo una brizna de humildad, no descubro mi error, no tengo ojos para ver eso. Vamos diciendo: perdóname por mi soberbia y ayúdame a ser más humilde para reconocer cuando me equivoco y la persona que está enfrente nos tiene que perdonar. A veces nos preguntamos: oiga, ¿y siempre tenemos que perdonar?, ya me hartó esta persona, me ofende y me ofende y me ofende, pues no se canse de decir: lo perdono y lo perdono y lo perdono y, como dice Nuestro Señor, de corazón, de corazón y esta gracia la debemos de pedir a Nuestro Señor, porque este corazón nuestro es un corazón humano, que se siente herido por cualquier cosa. A veces nos sentimos heridos porque no nos voltearon a ver, no nos voltearon a ver, y más si es el Obispo que no volteó a ver y luego dicen: ni siquiera me vio, oiga, mucho menos saludarme. Oiga, no me acuerdo y no te vi, ¿cómo quieres? Tú te hubieras desbaratado ahí. A veces somos muy sentiditos con pequeñeces y luego nos enojamos y nos sentimos y ya no le hablamos y no sé qué rollo ¿qué es eso? ¿qué es eso? ¿pues dónde tiene su corazón o qué anida usted en su corazón? ¿no anida el amor? ¿no anida el amor? ¿para qué se anda mortificando con tanta cosa ahí enredada, como telarañas? Viva el amor y el amor tiene que llevarle al perdón, el que ama perdona, el que no ama no perdona. Usted dice amar a Dios, ah, pues ese Dios que lo ama tanto a usted le dice: ama a tu hermano y en este momento demuéstreme que le ama perdonándole, perdonándole, y usted tiene que decirle a Dios: Señor, lo perdono y lo perdono de corazón y Dios, que conoce su corazón, pues se va a dar cuenta que ha perdonado de corazón.
Ayudémonos, ayudémonos corrigiéndonos, como dijo Dios el domingo pasado y perdonándonos, como nos dice hoy, perdonándonos y así podremos nosotros, que estamos marcados con el signo de cristianos, vivir en la alegría y en el gozo y en toda la libertad, en este corazón no tengo nada contra nadie, lo perdono y siga trabajando la humildad y la sencillez para poder decir también perdóname, perdóname porque me he equivocado.
Aprendamos a pedir perdón y aprendamos a perdonar. Las gracias vienen del cielo, pidámosle a Dios y ayudémonos unos a otros a tener ese corazón libre de odios, de rencores, de deseos de venganza.
A veces, cuando yo leo ciertas cosas que pasan y que ahí descubro que ya perdimos el amor, que ya perdimos el respeto al hermano, le quitamos la vida, causamos sufrimiento, dolor, lágrimas a una familia y no falta quién ahí siembre en el corazón, si es papá a quien mataron, siembre en el corazón de los hijos: busca quién fue y arréglalo. Siembran odio, siembran odio, no siembran misericordia y perdón. Tenemos que sembrar misericordia y perdón para que se acaben las venganzas, para que se acaben las venganzas, para que se acabe eso de que andan huyendo, como Caín, para que ese corazón de personas que no les importan los demás se ablande un poquito y haya esa paz y tengamos esa reconciliación todos, con la ayuda de Dios.
No dejemos de amar y, por tanto, no dejemos de perdonar.
Que Dios nos ayude a vivir esta semana intensamente, encomendándonos a Él y fortaleciéndonos en Su Gracia.
Que así sea.