Neo-caudillismo y bastón de mando
RAÚL NATHÁN PÉREZ

1).-Los mismos moldes autoritarios
No hubo sorpresas: la elegida fue Claudia Sheinbaum. Maleable, sin carisma y sin discurso. Nadie más le garantiza a AMLO la sumisión para perpetuarse en el poder. Por ello, puso en marcha toda la maquinaria gubernamental y a la nomenclatura de gobernadores (as). Ha apagado las caras largas de los vencidos con cargos en la campaña: Monreal y Adán Augusto, mientras Marcelo Ebrard, sigue entrampado entre la ruptura y un nuevo movimiento. Extraño que no se haya dado cuenta que la cargada era para la ex Jefa de Gobierno de la CDMX.

Se impuso el clientelismo personalista; el neo-caudillismo, no logrado precisamente en acciones de armas, sino forjado en la demagogia, el doble discurso y el gatopardismo. Antes de fundar en 1929, el Partido Nacional Revolucionario (PNR) –padre putativo del PRI-, Plutarco Elías Calles, “El César” o “El Jefe Máximo”, apagó a sangre y fuego la rebelión delahuertista en 1924; la del general Arnufo R. Gómez en 1927 y cortó de tajo las aspiraciones presidenciales de José Vasconcelos en 1928. La idea fue imponer en la presidencia a un personaje oscuro y manipulable que le garantizara obediencia absoluta: Pascual Ortiz Rubio, a) El Nopalito. Fue el principio de su suicidio político que, cinco años después lo llevaría al exilio.

2).- Una biografía del poder
AMLO ha impuesto lo que alguien llamó “la sacralidad prehispánica de la institución presidencial”. Además, ha convertido su mandato, sus excesos, el encono y odio a sus adversarios, en una biografía del poder. La entrega del bastón de mando a Claudia Sheinbaum ha generado molestia entre algunos pueblos originarios. Aunque en Oaxaca, una de las entidades de mayor diversidad étnico-lingüística, parece aletargada la inconformidad. ¿Quién le garantiza al presidente que es una transmisión real de poderes? Para chatinos, tacuates, triquis y mixtecos, el bastón de mando está íntimamente ligado a la Divinidad. Para entregarlo hay que “pedirle más que permiso, perdón”. (Carmen Cordero Avendaño de Durand, La vara de mando, H. Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez, 2001, pp. 27-31). Es un símbolo sagrado, de culto, reencarnación del poder dinástico, en su visión prehispánica. No es un cheque en blanco para que quien lo porte haga lo que le plazca, creerse superior y no humilde. Además, antes de cederlo, hay que lavar el bastón de mando, para limpiar todo el mal que hizo quien lo mantuvo en sus manos. (p. 54).

3).- El teatro del poder dinástico
El 17 de octubre de 1969, en su artículo semanal publicado en Excélsior, el gran intelectual mexicano, crítico demoledor del poder, don Daniel Cosío Villegas, adelantó una tesis vigente hasta el día de hoy: “Debe convenirse que México, lejos de ser un país ordinario, tiene ganado el título de País de las Maravillas, o, por lo menos, el de Disneylandia democrática”. (Labor periodística, FCE, México, 2014, p. 90). Nada más había que ver el teatro del ungimiento de Sheinbaum, como líder del movimiento de la cuarta transformación, ahí frente a la zona arqueológica del Templo Mayor, tal cual si el Tlatoani entregara el mando a la Cihuapilli Atotoztli, hija de Moctezuma I, la única mujer que gobernó a los mexicas. Es lo que Octavio Paz definió en el Ogro Filantrópico como “la transmisión del arquetipo azteca del poder político” y que el PRI, en su larga hegemonía habría de traducir como “un dinámico mercado de obediencia y buena voluntad”. Cualquier resistencia a las decisiones –así fueran disparatadas- del neo-caudillo, constituían –y constituyen hoy mismo- un virtual suicidio político. Las fanfarrias, la cargada de búfalos y el triunfalismo de Morena, a tambor batiente. La historia repetitiva sexenal, de este país de ficción.

BREVES DE LA GRILLA LOCAL:

— Por cierto, la Atotoztli de sangre judía, que en familia habla yidish, no labora en el Shabat, consume comida Kosher, hace ejercicios de expiación en el Yom Kipur y cree en las lecturas de La Torá, pretendía iniciar su gira triunfal en Oaxaca, en un territorio en donde sus súbditos indígenas, herederos de los pueblos originarios, que durante siglos han vivido marginados, le rendirían pleitesía. ¡Vaya paradoja!

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