HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
20 DE AGOSTO DEL 2023
El mensaje divino que nos presenta Nuestro Señor, en este domingo, tiene que tocar nuestro corazón y ayudarnos para que sigamos creciendo en nuestra fe.
El texto del Evangelio, pienso que no es tan desconocido para ninguno de ustedes. La petición que hace una mujer que no es del pueblo elegido, del pueblo de Israel. Es una mujer pagana y se acerca a Jesús porque tiene una gran necesidad. Necesita que su hija sea curada, sea liberada y sólo el Señor Jesús la puede liberar y, por eso, acude a Él y le grita, le grita al Señor Jesús, porque quiere ser escuchada y atendida.
Hijo de David, Hijo de David, ten compasión de mí. Le pone ese título a Nuestro Señor, Hijo de David, un título mesiánico, ahí reconoce esa mujer a Jesús como Mesías y, el Señor, sigue su camino, no le da importancia a esos gritos, aparentemente, no le da importancia y sólo dice: he venido a las ovejas descarriadas de la casa de Israel, son los primeros a los que hay que atender, el pueblo de Israel, el pueblo de las promesas, el pueblo elegido, pero la mujer se pone frente a Él y se postra, se arrodilla y de nuevo le hace la petición. Pide compasión, pide compasión y el Señor cambia, cambia, pero a la vez le dice: no es bueno darle el pan de los hijos a los perritos, este pan es de los hijos, este pan es del pueblo de Israel, no es el pan para ti y, la mujer, responde rápidamente: también los perritos comen migajitas que caen de la mesa del amo, migajitas, y ahí le está diciendo la mujer, una migajita, con una migajita tengo, yo no quiero más, yo no quiero todo el pan, quiero sólo una migajita de la que cae. “Qué grande es tu fe, qué grande es tu fe” y le concede lo que pide. Libera a su hija, libera a su hija.
Quisiera que nos preguntáramos, en la historia de cada uno de nosotros y en este caminar, ¿cómo nos relacionamos con Nuestro Señor? Porque también nosotros no somos del pueblo de las promesas, no somos los elegidos, somos de otro pueblo, somos de otro pueblo, ¿cómo nos relacionamos con el Señor? ¿cómo lo buscamos? ¿cómo le hablamos? ¿usted le habla con fe? ¿le habla con confianza? ¿le grita al Señor sin desmayar o se desanima? Esa mujer es todo un ejemplo para nosotros, que en ciertos momentos estamos probados.
Aquí hay padres de familia, en nuestros tiempos muchos padres de familia sufren como sufría aquella mujer, porque sus hijos son esclavos, son dominados por el espíritu del mal. Sus hijos han caído en vicios, en drogas, en desorden sexual, se han descarriado.
Aprendamos de esa mujer: ten compasión de mí, Hijo de David, ten compasión.
Yo creo que usted, que es padre y madre de familia, le ha hablado al Señor así: ten compasión, ten compasión de mi hijo, de mi hija, de mi esposa, de mi esposo, ten compasión. La mujer se postró de rodillas. Usted también póstrese de rodillas, ahí, en esa capillita de la esquina, de esa esquina, está el Señor Jesús, a quien aquella mujer se postró ante Él. Ahí está el Señor, en el Sagrario, y es el mismo, es el mismo. Vaya y dígale: Hijo de David, ten compasión de mi hijo, está atormentado por los vicios, por el desorden, no ha querido entender. Venga y dígaselo para que el Señor le pueda decir: qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas.
El Señor sigue haciendo milagros, el Señor sigue liberando, sigue liberando porque Él es el que tiene el poder de liberar y hay que decirle al Señor, una migajita, una migajita, no queremos más, pero mire, qué cosas, usted y yo podemos comer el Pan de la Vida, el Pan de la Vida, el Cuerpo y la Sangre del Señor y no sólo una migaja, te puedes comer el Cuerpo y la Sangre del Señor cuando comulgas, cuando lo recibes en la Eucaristía y no solamente va a ser una migaja, va a ser todo, todo el Señor que viene a ti para alimentarte, para fortalecerte, para animarte en la vida, para llenarte de paz, de gozo, para darte la fuerza para que sigas caminando hasta la casa del Padre.
El Señor se ofrece en alimento, recíbelo, aliméntate, comulga y así vas a crecer y vas a crecer fuerte, porque Dios nos hace fuerte y el alimentarnos de Su Cuerpo y Sangre nos hace más y más fuertes.
En nuestro tiempo sufrimos, nuestro pueblo sufre, tenemos mucho miedo, nos preocupan muchas cosas, con mucho temor salimos a la calle a veces y, sobre todo pienso, pienso en la mujer, en la mujer, porque nosotros los hombres no hemos aprendido, no hemos aprendido a mirar la belleza de Dios en la mujer, no hemos aprendido y se nos hace fácil decirles tantas cosas, avergonzarlas por las banquetas de nuestras calles, quedarnos viéndoles, no con una mirada de amor, sino con otra clase de miradas a la que la mujer, cuando nos contempla también a nosotros, comienza a sentir miedo, miedo.
Hemos llenado de miedo a la mujer, porque nos hemos comportado muy mal con ella y qué triste que se nos olvide que una mujer es nuestra madre, nuestra madre. Una mujer nos dio la vida y esa mujer que va en la calle, tal vez es una madre que merece todo nuestro respeto, todo nuestro respeto. Una mujer es mi hermana y yo digo: mi madre merece respeto y mi hermana merece respeto y los que están casados dicen, mi esposa merece respeto. Exigimos el respeto para mamá, para la hermana, para la hija, para la esposa, pero cuando tenemos que dar ese respeto, ya no vemos a la madre, a la esposa, a la hija, a la hermana y le decimos tantas cosas que la hacen sentir mal, mucha vergüenza, mucho miedo.
Hoy, también la Palabra de Dios nos invita a mirarnos así, con el respeto, vivimos en un tiempo de inseguridad, pero a veces nosotros provocamos eso, que las personas se sientan inseguras en el caminar por la calle. Es triste eso, es preocupante y tenemos que formarnos para ser personas de respeto, para ser personas que confían en Dios y que ponen esa confianza en Él, pero a la vez que nadie desconfíe de nosotros, que nadie nos tenga miedo, que nadie nos tenga miedo.
Acerquémonos a Dios y que las personas se acerquen a nosotros sin ningún temor, sin ningún miedo, porque van a encontrar el respeto y el cariño nuestro y la atención nuestra, como se debe.
Dios bendiga su semana, Dios escuche sus ruegos, escuche sus gritos, donde pide compasión, donde pide auxilio, donde pide gracia, pero también aprendamos. Si yo le grito a Dios: ten compasión, también Dios me dice que tenga compasión de mi hermano, que tenga compasión de mi hermano y hemos perdido la compasión. Nuestra ciudad está llena de migrantes, está llena de migrantes y, tal vez, no tendemos la mano a ellos, no les tendemos la mano, no les damos algo, no volteamos a verlos. No. No hacemos nada.
Ojalá y nuestras autoridades, que tienen algo de recursos, pensaran qué podemos hacer por estos migrantes, que a veces no tienen nada qué comer. Nosotros tenemos un espacio, pero muy limitado, muy limitado, y pueden entrar un grupito de personas y se les atiende, pero no podemos atender todos los días a los mismos. Se les dice, aquí puedes estar, dos o tres días y a caminar y llegan otros y llegan otros y llegan otros, pero es pequeño y andan por las calles y están tirados por ahí, en las esquinas, en los cruceros y nos piden y, a veces, no los miramos.
Ojalá y podamos tender la mano y quienes pueden hacer algo, ojalá lo hagan. Invito a mis hermanos que son autoridad de nuestra ciudad y de los municipios conurbados, ojalá y puedan hacer algo, entre todos, nosotros haremos lo que alcancemos hacer y ojalá ellos también piensen qué hacer, qué hacer por nuestros hermanos migrantes, no nada más es correrlos, no, todos nosotros tal vez tenemos un familiar migrante que se fue a Estados Unidos, allá está, se fue a Baja California, se fue a Sonora, se fue a Monterrey y andan buscando, buscan un trabajo, porque quieren estar mejor. Son nuestros migrantes y queremos que sean tratados bien. Pues estos migrantes que vienen de otros países tienen que ser tratados bien por nosotros, para que nuestras familias, nuestros migrantes sean tratados bien, hay que tratar bien. Ojalá podamos hacer algo.
Que Dios nos bendiga, feliz semana para todos. Feliz semana.