Francisco Alejandro Leyva Aguilar

El domingo por la noche murió mi prima Azucena de 65 años de edad por cáncer y ustedes se preguntarán ¿y eso a nosotros qué nos importa?, en efecto muchos de mis lectores no la conocieron y, creo que yo tampoco la conocí mucho, sin embargo su muerte, y más que eso su vida, me invita a una reflexión interna.

Recuerdo que cuando presenté el examen profesional de periodismo ante Doctoras en la materia, me dijeron que escribiera una crónica y les presenté un trabajo (ya publicado) que se llama “Catarsis”, fue una cronología del seguimiento de la enfermedad de mi padre que desgraciadamente lo llevó a la tumba en febrero de 2007.

Las Sinodales me dijeron: muy buena y sentimental la crónica sí, pero ¿qué tiene eso de interés público?, y en efecto creo que hasta el momento no tenemos un parámetro para medir si una muerte de un particular cualquiera, es de interés público. Claro que si se muere una figura pública, la muerte se convierte en una noticia, como la de Fidel Castro por ejemplo.

Pero si es de mi prima Azucena o de mi padre no tendría que trascender de ninguna manera. Recuerdo también mi respuesta -que fue otra pregunta- a la Sinodal que me cuestionaba ¿usted tiene o tuvo padre?, ella se quedó callada y me aseguró que hay dos corrientes en el periodismo, los que creen que es un camino hacia la literatura y los que piensan que solo se debe tratar el interés público.

Hay dos buitres en la foto, aseguraron unos años después de que Kevin Carter publicara su extraordinaria foto en Sudán en la década de los 90 donde un buitre espera ansioso el deceso de una niña que se arrastra hasta un albergue. Ahí surgió otra controversia más ¿hasta dónde debe involucrarse el periodista en las historias que cuenta o que captura con una cámara?

Yo pienso que la muerte de una persona en particular tal vez no merezca más atención social que solo para su familia y sus afectos, sin embargo ayer que sepultamos a Azucena, pude contar en el cortejo fúnebre apenas a 10 personas que íbamos caminando hacia el campo santo. ¿Ese número es significativo para determinar cómo vivió?, en el panteón apenas y llegábamos a 20 familiares y amigos.

Primero entonces ¿tu muerte es reflejo de tu vida?, es decir ¿si vives lleno de amor, morirás acompañado y, de alguna manera contento -si se me permite el término-?, o ¿eso es intrascendente?, si por el contrario fuiste un ermitaño ¿morirás solo y serás olvidado casi de inmediato?.

Debo decir que yo tampoco conocí bien a Azucena, a pesar de que fue mi prima, hija de una hermana de mi papá a quien tampoco frecuentaba mucho, pero sé algunas cosas de ella: por ejemplo que fue una excelente estudiante, que se graduó de Físico Matemáticas o algo así, que terminó una maestría, que fue una excelente hija, tanto que se quedó siempre con mi tía sin conocer caricia de hombre, nunca le conocí un novio, jamás la vi en un antro, no supe si salía a fiestas o se divertía, sé que fue una excelente maestra de física y matemáticas y que dedicó su vida a su trabajo.

Debo decir hoy que imaginarme una vida como la de ella me causa tristeza. Quizá fue feliz a su modo pero… ¿hay modos de ser feliz?, dice Yuval Noah Harari en su “homo deus”, que la finalidad de los humanos modernos, es justamente la felicidad pero ¿qué es?, ¿cómo se consigue?

Vivimos en la era del humanismo, que después de enterrar a Dios en los capítulos de la historia, piensa en el Hombre como motivo y en la felicidad como destino.

Si azucena fue criada por mi tía Sideralia en los valores del anacrónico catolicismo, entonces me parece que ella se consagró a buscar la felicidad del Dios católico y no su propia felicidad… tal vez nunca leyó a Spinoza o a Mahatma Ghandi y si los leyó, no creyó en sus doctrinas. Quizá no se percató que, si Dios está en todas partes como dice la Biblia, también estaba dentro de ella y era necesario que, primero buscara su propia felicidad.

¿Fue permanentemente feliz?, no lo sé, no lo puedo asegurar porque no la conocí a fondo y de eso me arrepiento. La felicidad te la puede dar un chocolate, porque estimula la producción de endorfinas y serotoninas, casi como cuando te enamoras, pero esa felicidad es pasajera, justo el camino del humanismo es buscar la felicidad permanente.

Entonces solo deseo que Azucena descanse feliz y en paz porque seguramente y como dice Jaime Sabines, “será olvidada de todos como las flores del campo”, por que “alguien nos untó la muerte del día en que nacimos” y ese, desgraciada o afortunadamente, será el destino de todos nosotros.

@leyvaguilar

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