HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

19 DE MARZO DEL 2023. El texto del Evangelio que nos presenta hoy la liturgia dominical, es un poco largo, pero nos ha narrado ese signo milagroso que realizó Nuestro Señor en favor de un hombre ciego de nacimiento y, donde el mismo Señor, se define como “Yo soy la Luz del Mundo”, el que me sigue no anda en tinieblas, tendrá la Luz de la Vida.

Ojalá y tengamos la Luz de la Vida, la Luz de la Vida.

Fíjense cómo va hablando el ciego sobre lo que le hizo el Señor y cómo lo va definiendo a Jesús, cómo va él creciendo en su fe, ante tanta pregunta que le hacen, lo primero que dice: el hombre que se llama Jesús… el hombre. Primero habla de Jesús que es Hombre, que es Hombre, insisten tanto en que él responda, porque hablan de Jesús los fariseos y dicen que es un pecador y el ciego, cuando le preguntan quién es Jesús, dice: es un profeta, es un profeta. Primero dice el hombre Jesús. Ante los fariseos dice: profeta y, frente a Jesús, él lo llama Señor, lo llama Señor y, enseguida, lo adora como su Dios, porque sólo a Dios se le adora.

Hombre, Profeta, Señor, Dios. Eso es.

Tú y yo también aprendimos en las enseñanzas de la fe y definimos a Jesucristo diciendo: Jesucristo es Dios y Hombre Verdadero. Dios y Hombre. Dios y Hombre. No te quedes hablando sólo de Jesucristo, que es Hombre. No le quites la Divinidad, no le quites la Divinidad y cuando hables de Jesús Dios, no le quites Su Humanidad, porque entonces no va a estar completo. Tienes que hablar de Jesús Dios, Dios y Hombre, Dios y Hombre. Di que es un Profeta, sí. Di que es la Luz del Mundo. Di que es la Fuente de Agua Viva. Di que es el Maestro. Di que es el médico. Di lo que quieras de Jesús, pero no le quites Su Humanidad y Su Divinidad.

Esa persona de Jesucristo es Dios y Hombre, es Dios y Hombre y, hoy, Nuestro Señor tal vez nos cuestione y nos pregunte cómo estamos utilizando nuestros ojos, qué estamos mirando, qué estamos mirando.

También no te debes de olvidar, tú, que eres un hombre de fe, un hombre de fe y tu mirada tiene que ser de un hombre de fe. No puedes, no puedes tú mirar sólo como un hombre, porque eres un Hijo de Dios y Dios te regaló la fe y tu mirar tiene que ser de fe y, por eso, tenemos que decirle a Dios que nos enseñe a descubrir en los signos de los tiempos qué es lo que nos dice Él. Lee en todos los acontecimientos de la vida lo que Dios te dice, lo que te habla Dios y creo que ahora también tenemos que aprender a no condenar a nadie.

Le decían a aquel ciego: tú eres pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones si tú eres pecado desde que naciste? Y, a veces, actuamos como fariseos, miramos la maldad que hay en el otro, ese es un hombre malo, esa es una mujer mala y lo afirma un pecador. Ni modo que no descubras tu miseria y tu pecado. ¿A poco no miras que en ti también hay defectos? ¿a poco hay pura gracia? ¿a poco hay pura virtud? ¿a poco nunca te has equivocado? ¿nunca te has desviado del camino? ¿nunca has quebrantado los mandatos divinos? “ese es un hombre pecador. Esa es una mujer pecadora”… no señalemos, no condenemos.

También a veces, los papás, cuando los hijos van creciendo y son medios o mucho desordenados, se sienten culpables y dicen: ¿qué pecado cometí para que mi hijo sea así? ¿qué pecado cometí?

Al Señor le preguntaron: ¿quién pecó, este o sus padres? ¿y qué respondió Nuestro Señor? Ni él ni sus padres. Así es que, papá, mamá, no pienses que la maldad de tu hijo es porque cometiste un pecado. La maldad de tu hijo es porque tu hijo está tal vez desorientado. Háblale al corazón, siéntate con él, con paciencia, con amor y háblale. Cuando le preguntaban a los papás del ciego, ¿qué respondieron los papás? Pregúntele a él, ya tiene edad para que les dé la respuesta. Tu hijo también ya tiene edad para que reflexione, recapacite, pero ayúdale, pero no le ayudes con insultos, con gritos… ayúdale con misericordia, con mucha ternura, con mucho amor. No lo condenes.

Tampoco lo engañes, tendrás que decirle: hijo, si sigues por ahí no creo que te vaya bien en la vida, así es que, piénsale, hijo, recapacita, estás a tiempo. Y se lo tendrás que decir hoy, y mañana y pasado, y un mes y otro mes. ¿Cómo vivió Santa Mónica en relación con su hijo, Agustín? Pasaron años y años y años y años pidiéndole a Dios la conversión de su hijo Agustín y esa madre le hablaba a su hijo Agustín y pasaron años y años, hasta que por fin Agustín se convirtió y es uno de los padres de la Iglesia, San Agustín, el hijo de Santa Mónica.

Mamá, papá, no te desesperes, no pierdas la esperanza, no pierdas la esperanza. Tu hijo, tu hijo, después de escuchar tanto, después de ver tus lágrimas, tal vez, tu dolor, tu tristeza, un día cambie, un día cambie, pero no lo condenes. No lo maldigas, porque a veces los hijos dicen: mi papá me maldijo, por eso me está yendo mal, mi mamá me maldijo… porque a veces, a veces hablan con mucha dureza, no como habla Dios, que es Padre. Habla como Dios, que es Padre, dile que te inspire y que ponga las palabras en tus labios, para hablar.

Permítanme también tocar su corazón, en este día que celebramos el día del Seminario Diocesano. Quien está frente a ustedes les quiere decir hoy: gracias por tanta oración que hacen por nosotros. Gracias porque sé que diario le dicen a Dios que nos santifique. No se cansen, no se cansen.

A veces, tal vez no hemos sido unos buenos sacerdotes, no hemos sido unos buenos sacerdotes y tal vez hemos herido su corazón de hijos de Dios, de miembros de la Iglesia. Si merecemos un perdón, yo se los pido. Se los pido a nombre personal y se los pido a nombre de mis sacerdotes. Perdónenos. Perdónenos. No hemos sido buenos a veces. Les hemos dado un mal ejemplo. Les hemos dado tal vez un mal trato. No los hemos atendido como ustedes lo merecen, como ustedes lo necesitan. Yo estoy consciente que, para ustedes, no hay un horario de oficina, porque usted siente necesidad del sacerdote en diferentes horas del día y de la noche y no piensa en un horario de oficina. Perdónenos, porque a veces no les hemos atendido, porque no hemos vivido, tal vez, sacerdotalmente. Perdónenos.

Tengan misericordia y sigan orando, sigan orando, sigan pidiendo por nuestra santificación, pero también, desde este corazón episcopal les pido, promuevan en sus familias, en sus comunidades a los jóvenes para que quieran ser sacerdotes, desde ahí, desde el hogar, es el primer seminario. Mi papá y mi mamá son los primeros promotores de mi vocación sacerdotal. No pienses, papá, mamá, que tener un hijo sacerdote es una vergüenza, es una maldición. ¡No!, tener un hijo sacerdote es una bendición inmerecida, inmerecida.

Yo necesito que usted promueva en su hogar, con su familia, con sus amigos, en su comunidad, yo necesito que promueva a los jóvenes para que quieran ser sacerdotes. Mírelos, mírelos, como miraría el Señor Jesús. El Señor Jesús miró a Pedro, a Santiago, a Juan, los miró y los llamó. Un día me miró a mí y me llamó. Un día tiene que llamar a su hijo, a su familiar, a su vecino y lo llamará, pero mírelo usted también, sea la mirada de Jesús que le dice: sígueme, sígueme.

Aquí le digo, así me llamó el Señor, a través de los labios de un sacerdote que me dijo: ¿no quieres ser sacerdote?… así me llamó Dios… ¿no quieres ser sacerdote? ¿no quieres irte al seminario? Esa fue la llamada y aquí estoy, frente a usted. Aquí estoy. La voz de un sacerdote fue la voz de Dios. Yo era un niño, yo era un niño y aquí estoy. El Señor tiene que seguir llamando a niños, llamando a jóvenes a la vida sacerdotal y a la vida religiosa.

Gracias por su oración. También gracias por su apoyo, por su colaboración, por su ayuda. La mayoría de los seminaristas vienen de familias pobres. Yo les he dicho aquí, en esta Iglesia Catedral, varias veces, porque una mujer, una ancianita me pagaba la colegiatura, yo soy sacerdote, porque mis padres no tenían para pagar la colegiatura de su hijo, no tenían, no tenían y una ancianita, me entregaba mes por mes el dinero de mi colegiatura. Y aquí estoy, siempre agradecido con esa mujer, que fue generosa conmigo y me entregaba, me daba. Hoy, mis seminaristas también dicen: necesitamos que nos ayudes, que nos sostengas, que nos alimentes. Necesitamos. Gracias por ser generosos. Les distribuyeron unos sobrecitos al entrar. Gracias, muchas gracias.

Les amo mucho, les amo mucho. Les quiero mucho, pero también cuando voy a los pueblos, se reúnen y me dicen: Monseñor, ya mándenos un sacerdote, mándenos un sacerdote. Mi respuesta es: no tengo, no tengo sacerdote para mandarles a ustedes, no tengo. Cómo me duele eso, decir eso, no tengo sacerdote para mandarles.

Ayúdeme para que yo pueda decir: pronto les voy a mandar un sacerdote. Dios nos está bendiciendo con muchas vocaciones y van a salir muchos sacerdotes, muchos sacerdotes. Esa es mi esperanza. Esa es mi esperanza.

Dios nos bendiga y la Madre de Dios no nos abandones. San José, a quien celebramos hoy, siga cuidando nuestro seminario, porque está dedicado a él y que esta bendición sea para nuestra Arquidiócesis y para toda la Iglesia Universal.

Que así sea.

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