Francisco Alejandro Leyva Aguilar
Claro que las redes sociales son una ventana para ver lo que pasa en el mundo y muchas veces hasta las pantallas de nuestros teléfonos inteligentes, llegan imágenes que no deberíamos ver, pero que forman parte de la cotidianidad no solo de México, sino del mundo.
El domingo pasado en Jamiltepec Oaxaca, vecinos de esta demarcación bloquearon la carretera para exigir que las autoridades devolvieran con vida a un joven de apenas 15 años de edad, desaparecido en las primeras horas del domingo 29. El 30 lo hallaron en una bolsa de basura semi enterrado y, por su puesto muerto.
Sicarios de crimen organizado lo habían torturado y golpeado hasta la muerte ¿por qué?, es obvio que las causas se desconocen y seguramente será uno de los ya muchos homicidios en Oaxaca que quedarán impunes.
Otra noticia que me dio tristeza, tiene que ver con el hallazgo, también en una bolsa negra, de un niño recién nacido que fue abandonado por su madre, eso aquí en Oaxaca pero lo mismo sucedió en Guatemala y en otros países de centro y Suramérica de donde me llegan noticias a diario. ¿Qué está pasando que las madres abandonan a su suerte a sus hijos?
He visto vídeos de sicarios que matan sin piedad a personas atadas, los abren en canal y les sacan el corazón aun latiendo al que luego le dan una mordida en un acto de triunfo o poder, son videos que circulan en las redes con un sentido muy específico, darle miedo a quienes los ven, porque el temor más grande de un ser humano, es perder la vida a manos de otro.
Ayer vi un video -y eso sucede también muy seguido- de una madre que camina por una calle solitaria a plena luz del día y es captada por una cámara de seguridad, lastimando a su menor hijo al que empuja para tirarlo y posteriormente lo patea sin piedad.
¿Qué clase de madre hace eso?, ¿que la orilla a lastimar a su propio hijo de esa manera?, ¿cuáles son las causas que están generando estas actitudes de las sociedades en, prácticamente todo el mundo?, ¿a qué hora perdimos los valores?, ¿cuánta culpa tienen los gobiernos, las sociedades, las religiones de haber trazado una ruta de violencia?
A la madre que abandona a su hijo recién nacido en una bolsa de basura ¿se le puede juzgar por una determinación así, cuando tenemos índices de inflación que depauperan a la sociedad y que le impiden darle una buena vida al bebé?, no la justifico, pero la desesperación económica puede llevar a esos extremos.
Y eso pasa en toda América Latina donde los índices de inflación y, por consecuencia lógica de pobreza, son muy altos y no hay un horizonte que pueda darle una esperanza a millones de personas que viven literalmente en la miseria y que, por lo mismo, deben migrar a otros países, o robar y delinquir para poder llevarse un pan a la boca y a la de sus familias.
La delincuencia si es producto de la pobreza, es su consecuencia lógica y lo verdaderamente grave es que no estamos haciendo, ni como gobierno -y me refiero a toda América Latina- ni como sociedad, lo que nos toca para resarcir estos lastres de las sociedades.
Pobreza y delincuencia son un binomio, van de la mano, por eso vemos a niños sicarios que antes de agarrar un libro, empuñan una AK-47 y su status se mide, no en saber sumar, multiplicar, restar y dividir, sino en cuantos muertos tienen en su conciencia. Las televisoras, sobre todo las mexicanas, hacen apología del crimen, lo mismo que los narcocorridos y por eso vemos a comunidades enteras como Badiraguato llenas de niños delincuentes.
La solución es amar, dice el Papa Francisco en su tercera encíclica Fratelli Tutti donde hace referencia al concepto de fraternidad que tenía San Francisco de Asís. Si como lo dice el mandamiento divino “amaos los unos a los otros”, lo pusiéramos en marcha desde las sociedades más que desde los gobiernos, este mundo sería distinto, quizá sería uno mejor.
Pero no necesitamos ese amor retórico de los políticos que dicen “primero los pobres”, sino el amor comprometido, ese que obliga a quien lo profesa, a poner empeño en cambiar las condiciones de vida de quienes padecen la pobreza, desde un abrazo fraterno, hasta acciones destinadas a elevar el nivel de vida de esos ciudadanos desamparados.
Sin embargo, pareciera que la desgracia persigue a los pobres porque son la carne de cañón de los delincuentes, pero también de los políticos sin escrúpulos; los delincuentes les ofrecen dinero fácil a cambio de ingresar a sus tribus de terror de donde nunca pueden salir, los políticos les dan dádivas para utilizarlos electoralmente, así que los pobres no tienen para dónde hacerse.
Por eso debemos apelar a la fraternidad social, a las personas que de alguna manera aún tienen el corazón limpio, el alma elevada y la conciencia superior, porque los demás, lo demás, está podrido.
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