HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
29 DE ENERO DEL 2023. Le doy gracias a Dios porque estamos aquí, participando de esta Santa Misa. A muchos de ustedes los veo domingo a domingo, aquí, muy atentos, siempre interesados por las cosas de Dios, celebrando la Eucaristía, escuchando la Palabra Divina.
Algunos de ustedes pues vienen a visitar nuestro Oaxaca y, pues andan de paseo y, a pesar de eso, vienen, participan con mucha piedad y devoción en la Santa Misa, le dedican un momentito a Dios, a pesar de andar en su vacación, en su paseo. A Dios no le dan vacación, vienen y se encuentran con Él, lo alaban, lo bendicen y le dan gracias.
Me alegra también este domingo la presencia de unos hermanos que yo conocí en el año de 1990 y que estuve con ellos participando de la fe, conduciendo una comunidad parroquial durante seis años. Aquí está un grupo de personas de la comunidad de Tototlán, Jalisco, que vienen a encontrarse con su señor cura, con su señor cura, porque ellos así me hablan y me dicen, señor cura, porque así me dijeron siempre, señor cura.
Los oaxaqueños me dicen: Monseñor, Excelencia, Excelentísimo Señor, Señor Arzobispo, me dicen muchas cosas, pero también me dicen padre, padre. Gracias por todo su cariño, gracias por sus oraciones, gracias por tantas cosas.
Les invito en este domingo a que tomemos conciencia de que vale la pena sentir, a lo largo de la vida, necesidad de Dios, necesidad de Dios y para que usted sienta necesidad de Dios es necesario que no pierda su pobreza de espíritu. No pierda su pobreza de espíritu, no deje de ser pobre en el espíritu para que usted pueda ser dichoso.
Así es la expresión de Nuestro Señor en el Evangelio: dichosos los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. El día que pierdan su pobreza de espíritu pierde a Dios, porque se va a sentir usted autosuficiente, que no necesita de nadie para salir adelante.
No se engañe, no se engañe.
Todos necesitamos, en primer lugar, de Dios, de la fuerza que viene de lo Alto. Necesitamos del Dios providente, del Dios misericordioso, del Dios que perdona, del Dios que ama, del Dios que llena de Gracia, del Dios que santifica, del Dios que hace Su obra en plenitud en nosotros.
No podemos vivir sin Dios. De vez en cuando acuérdese, acuérdese de Dios y exprésele su agradecimiento, bendígalo, alábelo, dé gloria y, por supuesto, como hombre o mujer necesitados, pues tendremos que decirle a Dios: esta es mi necesidad, auxíliame, socórreme, fortaléceme, ilumíname, perdóname. Cuántas cosas le decimos a Dios y encontramos nosotros mucha paz, mucho gozo, porque no nos sentimos solos, nos sentimos fortalecidos, nos sentimos acompañados por el que lo puede todo, que es Dios.
Nosotros no podemos nada, somos tan débiles y tan frágiles que cualquier detallito nos entristece, nos desilusiona, nos desencanta, nos sentimos sin fuerzas. Hay momentos en que somos probados en el dolor, en el sufrimiento y sentimos no poder. Hay momentos en que derramamos lágrimas y no hay nada ni nadie quien nos consuele… y ahí está Dios para enjugar nuestras lágrimas y consolarnos y fortalecernos y decirnos que, esos momentos en que somos probados en el sufrimiento interior, ahí está Él, porque no nos abandona en ningún momento. Pero se necesita ser pobre de espíritu.
No se sienta poderoso, porque no lo es. No crea que usted no necesita… “yo no necesito del amor de los demás”… no se equivoque, no podemos vivir sin sentirnos amados, no podemos vivir. Necesitamos que alguien nos escuche en lo que estamos viviendo, necesitamos que compartan con nosotros las alegrías, las tristezas, los sufrimientos, los gozos… lo necesitamos, porque necesitamos compartir la vida y sólo la comparten los que son pobres y humildes.
Los orgullosos, los orgullosos no lo hacen, porque ellos se sienten tan especiales que desprecian a los demás… “nadie es de mi clase, nadie es de mi categoría, nadie está a mi altura, nadie tiene los conocimientos que yo tengo”… los soberbios así piensan y viven solos, viven solos, y tarde o temprano vivirán amargados, porque creen tenerlo todo y saberlo todo y desprecian y, en un momento tomarán conciencia de que no tienen todo y no saben todo y, entonces, ojalá y no sea demasiado tarde, por eso insisto, pobreza de espíritu, cuídela, cuídela para que sea dichoso, para que sea dichoso.
Comparta esos momentos de lágrimas con los que sufren, compártalas. Dichosos los que lloran porque serán consolados.
Vaya al encuentro del que se siente solo, del que se siente triste, vaya al encuentro y contémplelo, porque tal vez es lo único que necesita, que alguien se fije en él, que alguien se detenga un momentito para estar frente a él. A lo mejor no necesitamos pronunciar palabras, porque tal vez la persona con la que hemos ido a encontrarnos tome la iniciativa y nos diga: “qué bueno que viniste, sentía tanta necesidad encontrarme con alguien, qué bueno que estás aquí, qué bueno que estás aquí” y nosotros no vamos a hablar, la persona que está ahí es la que nos va a decir qué es lo que le está pasando, por qué está triste, por qué llora… y usted llorará con él, sus sentimientos los va a expresar, los va a expresar y le va a dar fortaleza a la persona y le va a decir: “gracias porque estuviste conmigo un ratito, gracias, Dios te bendiga, que te vaya muy bien, que Dios te cuide y que pronto volvamos a vernos” y todo eso llena de gozo, llena de paz, llena de gracia, por algo dice Nuestro Señor: “dichosos los que lloran”.
Sea misericordioso, sea misericordioso. Pedimos misericordia, sentimos necesidad de misericordia, regalemos esa misericordia para ganarnos la misericordia. Si yo pido misericordia a Dios es porque estoy siendo misericordioso con mi hermano.
Dichosos los misericordiosos porque obtendrán misericordia. Nos hace falta mucha misericordia porque, a veces, no perdonamos, no olvidamos y nos enfermamos en el corazón, nos enfermamos en el corazón, porque todo eso que en un momento fue ofensa para nosotros nos duele tanto que, ahí, removemos de nuevo la herida porque no hemos tenido misericordia y no hemos sido capaces de perdonar.
No le remuevas a la herida, no le remuevas, porque de nuevo va a sangrar, va a sangrar. Mejor dile a Dios: “Señor, dame la gracia de tener esa misericordia que Tú tienes para mí. Dame la gracia para perdonar como Tú me has perdonado. Dame la Gracia” Y ahí estará el Espíritu Santo, haciéndonos sentir esas gracias que necesitamos para poder nosotros expresar misericordia y perdón.
Trabajemos por la paz, por la justicia, trabajemos por ser limpios en nuestros sentimientos, en las intenciones del corazón, para poder ver a Dios.
Usted quiere ver a Dios, yo también, todos queremos ver a Dios y lo queremos ver tal como es, pero eso solamente será en la eternidad. Aquí descubre Su presencia, siente Su presencia, experimenta Su cercanía y sé dichoso haciendo lo que Dios siempre nos dice: pobreza de espíritu, limpios de corazón, misericordiosos, capaces de sufrir, perseguidos por causa de la justicia, perseguidos por causa de Su nombre.
Todo eso lo tenemos que ofrecer a Nuestro Señor, porque todo discípulo de Jesucristo también lleva una cruz, una cruz y no puede renunciar a ella, porque la invitación del Señor es: “el que quiera ser mi discípulo, que tome su cruz de cada día y me siga”.
A veces cuesta y cuesta mucho cargar con la cruz, pero no la vamos cargando solos, ahí está el Señor para fortalecernos, para animarnos, para concedernos las gracias que necesitamos.
Espero haber llegado a su corazón, a su corazón de humildes y sencillos, porque yo quiero que Dios haga maravillas en usted. Recordemos unas expresiones de Nuestro Señor que dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien”.
Los humildes y sencillos vienen aquí a encontrarse con Dios y los humildes y sencillos, que son pobres en el espíritu, se abren a la acción de Dios y Dios realiza Su obra en ellos.
Que Dios los bendiga en esta semana.
Estamos terminando este mes e iniciaremos un nuevo mes. Así va la vida, rápido, rápido.
Felicidades a todos, felicidades.
Que sean muy felices, que sean muy dichosos.
A veces cuando hay sufrimiento, cuando hay tristeza, como que decimos: “no, pues cómo puedo ser dichoso sufriendo”, pues nos lo acaba de decir Nuestro Señor, “dichosos los sufridos, dichosos los sufridos”.
Tengo que decirle a Dios en ese momento: “Señor, yo quiero ser dichoso a pesar de este dolor, a pesar de esta tristeza, quiero sentir la dicha de que Tú estás aquí, de que estás conmigo, de que no estoy solo” y, Dios, Dios hará Su obra en cada uno.
Feliz semana para todos, feliz domingo y no se cansen de trabajar y de ser siempre los pobres de Dios que van con su testimonio evangelizando a los demás.
Que así sea.