HOMILÍA MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
Este es el domingo de la Palabra de Dios, así nos lo ha pedido el Papa Francisco, que lo celebremos año tras año y que recordemos juntos la importancia que tiene la Palabra de Dios en nuestra vida, como hombres y mujeres de fe.
La Palabra Divina es la que tiene que iluminar los diferentes acontecimientos de la vida. Algo tiene qué decirnos Dios en la vida, algo tiene qué decirnos Dios.
Si creemos que en ciertos momentos Dios no nos habla, estamos equivocados. Dios nos habla en Su Palabra, la que está contenida en la Sagrada Escritura y que siempre que nos reunimos para celebrar la Eucaristía, para vivir nuestra fe escuchamos Palabra Divina, palabra del Antiguo Testamento y palabra del Nuevo Testamento, palabra de Dios y, como dice Nuestro Señor, Él es la Verdad, la Verdad y la Vida, Él es el Camino.
Que importante es que usted y yo, ojalá todos los días, leamos un trocito del Evangelio, si tenemos el misal que utilizamos para la celebración Eucarística, siempre será muy hermoso que usted lea el Evangelio, ponga atención a lo que el Señor Jesús le dice en ese día y se pregunte ¿qué me dice Dios a mí? ¿qué me dice Dios a mí? No que le dice Dios a mi vecino, al esposo, a la esposa, a los hijos. La Palabra de Dios no se lee así, la Palabra de Dios se lee para ver qué me dice Dios en lo personal, en lo personal.
Por eso, si nos reunimos como familia y leemos la Palabra Divina, el Evangelio, nos tenemos que hacer una pregunta: ¿qué te dice Dios a ti? ¿qué me dice Dios a mí? Y Dios nos dirá, nos dirá cosas distintas, porque la Palabra de Dios es muy rica y no la podemos agotar nosotros con la reflexión personal y decir: esto es lo que me dice Dios y lo que estás diciendo no es lo que dice Dios. No, espéreme tantito. Dios habla al corazón de la persona y esa persona está diciendo: a mi Dios me está diciendo esto. Esta Palabra Divina que hemos escuchado es lo que me dice.
Yo quisiera que usted siguiera, siguiera profundizando en la Palabra de Dios.
Hoy, Dios nos dice: conviértanse, conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca. Así inició Nuestro Señor Jesucristo Su predicación, el anuncio de la Buena Nueva la inició con una invitación: conviértanse.
Si tú y yo recordáramos el inicio de la predicación de Nuestro Señor todos los días, trabajaríamos por convertirnos, por convertirnos y ninguno de nosotros debe decir “no tengo de qué convertirme”… ni que fueras Dios, ni que fueras perfecto. Todos tenemos algo de qué convertirnos, si sientes que no tienes nada, pues yo te quiero decir: no seas soberbio, conviértete de tu soberbia, de tu vanidad, hazte más humilde para que descubras que hay muchos aspectos en tu vida que tienen que ser corregidos, corregidos.
A eso te invita el Señor, a corregirte en la vida, esa es la conversión, a ser mejor, a ser mejor, a practicar la virtud, a dominar nuestros defectos, a hacer presente el Reino de Dios y a dar testimonio del Amor Divino, viviendo nosotros el amor.
Conviértanse.
Pero, también, hoy la Palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús hace un llamamiento, un llamamiento. Llamó a los hermanos Pedro y Andrés; llamó a los hermanos Santiago y Juan, y los llamó en su trabajo, en su trabajo, pescando, remendando las redes, con su familia. Síganme, síganme… y ellos lo siguieron dejándolo todo, dice el Evangelio, dejándolo todo siguieron al Señor.
Usted también ha sido llamado. Usted también es un discípulo de Jesucristo. A usted lo llamó Nuestro Señor para que lo siguiera, tal vez, en la vida matrimonial, compartiendo la vida con un hombre o una mujer, llamados a colaborar con Dios en la creación, trayendo nuevas vidas al mundo, formando una familia, dejándolo todo, porque usted que fue llamado a ser esposo o esposa, Dios le dijo: deja a tu padre y a tu madre y ve a unirte a tu mujer, ve a unirte a tu hombre, a tu esposo. Los llamó para un estado de vida, para que ahí, en ese discipulado, como esposos, le dieran una respuesta, dieran un testimonio y crecieran juntos en las virtudes y se santificaran en el ejercicio de la misericordia, del perdón, de la paciencia, de la comprensión, del diálogo, del amor, de tantas cosas que usted tiene que vivir en su vocación matrimonial.
A mí me llamó Dios para dejarlo todo también y seguirlo… y seguirlo en esta vocación que es un misterio como también su vocación es un misterio. El llamado que Dios le ha hecho a usted es un misterio y el llamado que Dios me ha hecho a mí es un misterio.
Y a usted le pide respuesta y a mí me pide respuesta. A usted le pide testimonio y a mí también.
Vengan y síganme, los haré pescadores de hombres.
También usted trabaje en favor de los demás, lleve a los demás a Dios, empezando con los más cercanos, que tal vez son los más difíciles, porque así lo suelen expresar a veces: cómo me cuesta trabajo, dice papá y mamá, que mis hijos vayan a la Eucaristía, cómo me cuesta, me cuesta mucho.
Le seguirá costando, pero no por eso debe de callar. Siga motivando, siga animando, siga invitando. Usted tiene que conducir a sus hijos a Dios y haga todo lo que esté a su alcance para llevar a sus hijos a Dios.
A los discípulos que llamó les dijo: voy a hacerlos pescadores de hombres. Pues usted tiene que pescar ahí, en su casa, a sus hijos, a sus seres queridos, un día y otro día, con mucha paciencia, con mucha caridad, con mucha misericordia, con mucha oración, porque las cosas de Dios se dificultan y no porque sean difíciles de hacer sino porque tenemos que luchar, porque el tentador también hace su trabajo, también hace su trabajo. Él no quiere que estemos cerca de Dios, él no quiere que cambiemos la vida, no, él quiere que sigamos hundidos en el pecado, en la miseria, en el desorden, en la maldad, alejados de Dios. Él hace su trabajo y usted tiene que luchar contra él, pero no luche solo, luche con la fuerza divina y esa se alcanza en la oración y en el ejercicio de la virtud.
Siga anunciando el Evangelio, siga dando testimonio, siga predicando, siga predicando con su vida, que usted cree en Dios, que usted es un discípulo de Jesucristo, que usted está comprometido con Él y transforme esta vida, transforme este mundo, transforme estos ambientes, hagámoslos más sanos, ambientes más sanos, más limpios, más agradables, más felices.
No nos amarguemos tanto, vivamos siempre animados, siempre ilusionados, siempre llenos de Dios. No olvide su ser de discípulo. Sigue usted al Señor Jesús y allí en el Evangelio a usted le dice: así quiero que vivas, así quiero que vivas, practicando esto, teniendo estas actitudes, teniendo este comportamiento. Así quiero que vivas.
Déjese conducir por el Espíritu Divino que habita en su corazón y hagamos que este mundo sea diferente.
Cuando iniciábamos la misa les decía, pues es preocupante el que desaparezcan las personas de la noche a la mañana, es preocupante. Es preocupante que desaparezcan jovencitas y jovencitos. Es preocupante.
Es preocupante también que se siga matando al hermano. Es preocupante.
Qué ha pasado con los hijos de Dios, porque eso somos nosotros, los hijos de Dios.
¿Por qué raptamos a las personas? ¿por qué los llevamos a los vicios? ¿por qué los hundimos en la maldad?
¿Por qué?
¿Por qué le quitamos la vida al hermano? ¿por qué le quitamos sus pertenencias? ¿por qué le quitamos su dignidad y su grandeza? ¿por qué lo humillamos y lo insultamos y lo maltratamos y lo despreciamos? ¿por qué?
¿Por qué no somos capaces de abrir nuestros ojos y contemplar con amor el Rostro del Señor en mi hermano?
¿Por qué?
Algo ha pasado. Algo hemos dejado de hacer. Algo ya no nos preocupa y nos da lo mismo vivir así o vivir de otra forma… nos da lo mismo.
Nos da lo mismo que haya injusticias, que se pisotee la dignidad, que se humille, que se dañe al prójimo, nos da los mismo… no, por favor, somos comunidad.
También a Dios le duele la división, la división. Cada día nos dividimos más, hasta en la fe.
Estamos en la semana de oración por la unidad de los cristianos y ¡ah! Cómo han aparecido religiones por todos lados. En nuestra ciudad han aparecido sacerdotes que no son sacerdotes, obispos que no son obispos y han hecho tanto daño, tanto daño.
Algo nos ha faltado a nosotros, los miembros de la Iglesia Católica, que no hemos dado ese testimonio de comunión, de comunión. Algo nos ha faltado en cultivar las vocaciones a la vida sacerdotal porque cada día estamos más pobres de sacerdotes. Cada día mi hermano envejece y envejeciéndose va perdiendo capacidades para conducir una comunidad y tenemos que decirle: Padre, ya tienes que descansar y deja la comunidad y el Obispo no sabe qué hacer, a quien mandar en lugar de porque no tiene.
¿Por qué no hemos promovido las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa en nuestra casa? ¿por qué? ¿qué ha pasado?
Yo siempre me pregunto, ¿qué, en nuestros pueblos, en esta gran ciudad, no hay jóvenes para el sacerdocio? ¿en su casita no hay un joven, un muchacho, una muchachita que quiera consagrar su vida al sacerdocio o a la vida religiosa? ¿no hay? ¿usted piensa que nosotros salimos de una familia medio especial o rara? ¡No! Mi familia es como la suya, tan llena de miseria, tan débil, tan frágil, tan pecadora, tan humilde, tan pobre. De ahí venimos, de ahí salimos. No somos extraterrestres.
Promuevan las vocaciones para que esos labios proclamen la Palabra de Dios y la lleven y anuncien como consagrados y consagradas. Promuevan, no solamente oren, promuevan. Si usted ve un jovencito, entre en diálogo con él, interróguelo, dígale, un jovencito que usted ve que es bueno, virtuoso, buen muchacho, estudioso, ¿por qué no le dice: no quieres ser sacerdote? Toque ese corazón, tóquelo.
Nuestro Señor le quiere decir a través de sus labios: ven y sígueme. Ven y sígueme. Yo te voy a hacer pescador de hombres. Ve y sígueme.
Dígale, dígale a ese joven a nombre de Nuestro Señor Jesucristo: ven y sígueme.
Dios nos ayude a vivir esta semana intensamente y la Palabra de Dios sea la Luz que ilumine nuestras vidas.
Que así sea.