HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

Que no les extrañe ver a nuestros hermanos que toman muchas fotos y tal vez ustedes se pregunten: “Bueno, ¿y esos quiénes son? ¿por qué toman tantas fotos?”. Son los periodistas, para que no los desconozcan, son los que trabajan en los medios de comunicación y suelen venir domingo a domingo a esta Iglesia Catedral y sobre todo cuando viene el Obispo, cuando viene el Obispo, porque les interesa escuchar al Obispo y, a través de sus medios, seguir evangelizando a la comunidad. 

Al inicio de la misa yo les dije que en este domingo, nuestra Iglesia mexicana está pidiendo por todos los periodistas, porque su labor es sumamente importante, tienen que ser comunicadores de los acontecimientos que vive nuestro país, que se viven en nuestros pueblos y ciudades y, a la vez, le pedimos a Dios que sean comunicadores de la verdad, sólo de la verdad, y a veces son perseguidos por causa de la verdad y ya lo había advertido Nuestro Señor, que a causa de la verdad serían perseguidos sus seguidores y, en la persona de los periodistas no es la excepción, a veces la verdad incomoda, incomoda e incomoda mucho, cuando se denuncian situaciones injustas, se incomoda.

Se incomodan los gobernantes, se incomodan los comerciantes, se incomodan los Obispos, se incomodan los sacerdotes, se incomodan los miembros del pueblo de Dios. 

Nos incomodamos todos cuando se nos dicen verdades y sentimos que nos toca a nosotros, ahí en nuestro interior, porque hemos fallado, hemos fallado y se nos está denunciando de ciertas situaciones que no están bien.

Le pedimos a Dios que nuestros hermanos sean valientes y no escondan las verdades, pero también le pido a Dios que no se dejen comprar, no se dejen comprar porque tienen una dignidad y creo que su dignidad es grande y no tiene precio, no tiene precio.

A veces los quieren comprar para que se callen la boca, para que no denuncien, para que no digan nada, para que no incomoden, para que no incomoden.

Le pido a Dios que no los compren y se mantengan firmes con la ayuda de Dios y la fuerza del Espíritu.

Esa es parte de la reflexión que hoy quería compartir con ustedes a propósito de la oración que está haciendo nuestra Iglesia Católica en nuestro país en este día. 

Y quisiera también que, a propósito del Evangelio, todos nosotros pensáramos, Juan Bautista, a quien celebramos, celebramos el Bautismo del Señor, el lunes pasado, al último de los profetas del Antiguo Testamento que bautizó a Nuestro Señor, no porque necesitara de ese Bautismo, que era un bautismo de conversión, no hay que confundir, el Bautismo de Juan con el Bautismo que instituyó Nuestro Señor Jesucristo, no hay que confundirlo.

El Bautismo de Juan era un bautismo de penitencia, era un bautismo en el cual Juan el Bautista invitaba a la conversión, para estar dispuestos a recibir al Mesías, al Emmanuel, al Dios con nosotros. La institución del bautismo que nosotros conocemos como sacramento fue instituido por Nuestro Señor después de resucitar, poco antes de subir al cielo. Les dijo a sus apóstoles: “Vayan por el mundo y bauticen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y Juan El Bautista no bautizaba así, no bautizaba así.

Les invitaba a la conversión, iban a que Juan los bautizara y hasta ahí nada más. El bautismo que tú recibiste fue en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, instituido por Nuestro Señor después de resucitar, hasta entonces.

Pues, hoy, Juan el Bautista nos dice que Jesucristo es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Así lo señala frente a sus discípulos, frente a sus seguidores.

Es el Cordero de Dios que quita el pecado de mundo y, entonces, los discípulos de Juan se fueron a seguir al Señor, se fueron a seguir al Señor, fueron tras Él.

Aquí tomemos conciencia, tomemos conciencia de que Jesucristo ha tomado todas nuestras miserias, todas nuestras debilidades y pecados y nos ha perdonado. 

Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, lo escuchas tú cuando celebramos la Eucaristía, cuando celebramos la misa, cuando el sacerdote presenta la Hostia poco antes de comulgar y te dice: “Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, este es Jesucristo Salvador y Redentor, que murió y resucitó por ti y por mí para salvarnos.

Que para ti Jesucristo sea ese Cordero que se inmoló, que se ofreció al Padre y que tú lo ofreces cada vez que celebras la Eucaristía, en el altar el Cordero de Dios muere y resucita, por ti, para el perdón de tus pecados.

Hoy Jesucristo morirá y resucitará para perdonarnos nuestros pecados. 

Disfrutemos, disfrutemos de la celebración y agradezcamos al Señor Jesús que se sigue ofreciendo por nosotros al Padre, pero no nos quedemos ahí, también tenemos que unir a lo que nos invita el Señor, no te olvides que el Señor Jesús, que toma tus pecados y los presenta al Padre, para que seas perdonado, Él te invita, Él te invita en su enseñanza a que tú también perdones, a que tú también perdones y te dice muy claramente: “perdona y serás perdonado, perdona y serás perdonado”. 

¿Usted perdona? ¿Usted perdona de corazón?

Ojalá y ninguno de ustedes me diga: “perdono pero no olvido”, ande pues, perdono pero no olvido.

Nuestro Señor te perdona y olvida tus pecados ¿sí o no? Y tú eres discípulo de Jesucristo, tú eres imitador de Él. Él es Tu maestro y tú tienes que vivir como Él. 

Entonces, yo tengo que perdonar de corazón, de corazón. “Me cuesta”, dices, “me cuesta”. Sí, el corazón herido, el corazón ofendido está dolido, tiene una herida, le duele, le duele. Pero no vas a sanar si no perdonas, vas a seguir herido si no perdonas. Vas a seguir herido si no perdonas.

Esa herida tiene que sanar y va a sanar el día que tú perdones de corazón. “No puedo”, no digas “no puedo”, dile a Nuestro Señor: quiero perdonar como Tú me perdonas a mí, olvidando mis miserias, mis pecados, mis debilidades. Dame la gracia que yo necesito para perdonar al que me ha herido tanto, al que se ha burlado de mí, al que se ha burlado de mí, al que me ha humillado y me ha despreciado, al que no se cansa de ofenderme. Dame la gracia de perdonar, y Dios te va a dar la gracia, no dudes de ello, no dudes de ello.

Y cuando tú sientas que has perdonado, podrás ir al encuentro del hermano que tal vez está en la misma situación que tú, con dificultades de perdonar, y tú vas a tener la experiencia de sentir el gozo y la paz de haber perdonado y le vas a enseñar al hermano cuál es el caminito para ejercer la misericordia, para tener ese perdón que tanta falta hace al corazón humano.

No pierdan la paz, no la pierdan. No pierdan el gozo, no pierdan la alegría de vivir, no la pierdan.

No vivan con rencor, con envidia, con deseos de venganza, con deseos de que le vaya mal a mi prójimo, no vivan así,  porque esa vivencia no es de un hijo de Dios, no es de un seguidor de Jesucristo, no es del que viene a Jesucristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Si es el Señor el que me ha perdonado ¿yo quién soy para no perdonar a mi hermano? Mi hermano es tan débil y tan miserable como lo soy yo. Ganas más perdonando que guardando rencor.

Va venir a ti el gozo y la paz y vale la pena vivir con la libertad, no con las cargas, no con los dolores y las tristezas y las amarguras por tanto que nos han hecho.

Sé feliz, sé feliz.

Y, a la vez, tienes la fuerza del Espíritu, ese Espíritu Santo que descendió sobre Nuestro Señor, del cual da testimonio Juan El Bautista, vía Espíritu Santo, que descendía sobre Él y ese es el que los va a bautizar, en el Espíritu Santo.

Pues tú fuiste bautizado y, desde ese día, el Espíritu Santo te inundó, y tú eres templo vivo del Espíritu Santo y si ya te confirmaste lo recibiste como un don y tienes la fuerza del Espíritu.

No te sientas débil, debes de sentirte fuerte porque el Espíritu Santo te hace fuerte.

En ti hay fuerza, fuerza divina, no cualquier fuerza, tienes la fuerza de Dios en ti y vive en ti.

Déjalo actuar, deja que haga su obra en ti el Espíritu Divino, deja que te ilumine, deja que te inunde con su paz, con su alegría, con su amor. Experimenta su presencia, su fuerza y sal adelante en todos los momentos y circunstancias de la vida.

Qué grande eres, eres templo vivo del Espíritu Santo, en ti habita Dios, qué grande eres.

¿Si has valorado tu grandeza? ¿Y si has valorado la grandeza de tu prójimo, de tus cercanos, de los desconocidos?

Todos somos grandes ante los ojos de Dios. 

Demos testimonio, Juan el Bautista da testimonio y dice: “yo lo vi, yo lo escuché”.

Que también tú des ese testimonio, que sintiendo la fuerza del espíritu en ti, des testimonio de la presencia de Dios en la persona de cada uno. Ve y da testimonio de que Jesucristo es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ve a decirles a los demás que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. Ve a decirles que Él es el único Salvador de ayer, de hoy y de siempre, no hay otro Salvador, sólo Jesucristo es Nuestro Salvador.

Y que vivamos como Él quiere, que hagamos vida Su mensaje, Su evangelio y que eso transforme nuestro corazón y el corazón de los demás.

Que María, Nuestra Madre, que llevó en su vientre al Hijo de Dios, a ese Cordero Divino y que lo trajo al mundo, que le dio esa naturaleza humana y que conoce muy bien a Su Hijo interceda por ti y por mí, y alcance la gracia que nosotros necesitamos para ser esos grandes discípulos de Nuestro Señor, capaces de vivir tal y como lo quiere Él, en gracia y en santidad de vida.

Feliz domingo para todos y que disfruten su convivencia con su familia y que disfruten de su descanso, porque sólo así podemos santificar el día del Señor. Ya estamos santificándolo en la misa, santifiquémoslo en la convivencia familiar y santifiquémoslo en el descanso, porque así se tiene que vivir el domingo, el día del Señor.

Espero haber dejado en su corazón algún detalle que les ayude en su vida para ser esos seguidores del Señor, que van como los discípulos de Juan El Bautista, siguiéndolo y que Él les pregunta que es lo que quieren, que a quién buscan y ellos dijeron: queremos saber dónde vives, dónde vives. Pues que usted siga al Señor y que se dé cuenta dónde vive y dónde puede encontrar a Nuestro Señor en su vida.

Sigamos disfrutando de esta Eucaristía.

Que así sea.

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