HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

Espero que ustedes y yo estemos gozando de esta celebración. Nos hemos preparado, no por mucho tiempo, a través de cuatro semanas, para vivir esta Festividad del Nacimiento de Nuestro Redentor.

Ojalá y esta preparación que hemos tenido, sea sobre todo una preparación espiritual, para poder disfrutar en la vivencia de la fe este acontecimiento que ha marcado la historia, porque cuando se habla del tiempo y de los años, cuando se habla de los acontecimientos que se han vivido en el mundo, siempre se dice: antes de Cristo, después de Cristo.

Cristo es el centro de la historia. Ahí ha quedado marcado.

Y, hoy, conmemoramos Su nacimiento, hace más de dos mil años que el Señor vino a vivir entre nosotros.

Se cumplió la promesa de Dios de enviar un Salvador, un Mesías, el Emanuel, el Dios con nosotros, nacido de una mujer virgen, de una jovencita, elegida por Dios y que fue saludada el día que fue fecundada por obra del Espíritu Santo, llena de Gracia, llena de Gracia. El Señor está Contigo, darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a Su pueblo.

Tú y yo lo reconocemos como nuestro Salvador. Tú y yo lo reconocemos como Dios y como Hombre. Así profesamos nosotros, Jesucristo es Dios y Hombre Verdadero. Es Dios porque es el Hijo del Padre y el Hombre porque nació de María Virgen, porque en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

Hoy, nos alegramos por el Nacimiento del Señor, es una alegría espiritual, sobrenatural, pero el Señor quiere que esa alegría también la vivamos intensamente cada día, porque Él quiere que tú y yo seamos felices, seamos felices y, si revisamos los acontecimientos, la vida, el mundo, encontramos que hay muchos espacios donde no hay felicidad, donde no hay felicidad.

Hoy, el Papa, en la ciudad de Roma, al bendecirnos a la ciudad y al mundo, hablaba de las guerras, y de nuevo dice: estamos al borde de una tercer guerra mundial y estamos viviendo el acontecimiento del Nacimiento del Príncipe de la Paz, del Príncipe de la Paz que es Jesucristo, nacido en Belén y en esa tierra donde nació el Señor no hay paz, no hay paz y en Ucrania no hay paz y en muchos países del Oriente no hay paz y en muchos países de África no hay paz y en muchos países de nuestra América no hay paz.

Y tendremos qué decir: y en nuestro Oaxaca no hay paz, porque hay muchos pueblos que viven enemistados pueblo contra pueblo, hermanos contra hermanos y sigue habiendo crímenes, donde se pierde la paz, donde se pierde la alegría, donde se pierde el gozo de vivir y hay lágrimas y hay dolor y hay sufrimiento en muchas de nuestras familias a causa de tantos y tantos asesinatos.

NO HAY PAZ.

Queremos PAZ, queremos que el Príncipe de la Paz reine en nuestros corazones, en nuestras ciudades y pueblos y, eso, depende de cada uno de nosotros, de cada uno de nosotros, de cómo recibes al Mesías, de cómo lo tienes en tu interior. 

Revisemos nuestra familia, revisemos nuestra casa. A veces se pierde el amor, a veces no hay perdón, a veces no nos tenemos misericordia, no nos tenemos paciencia, somos duros en nuestros juicios, condenamos pero no queremos ser condenados, porque nosotros no somos los que nos equivocamos, son los que están enfrente de nosotros los que se equivocan, los que tienen la culpa, yo no la tengo, la tienes tú.

Cuántas discusiones, cuántos pleitos, cuántos reclamos en nuestra vida familiar, en nuestro hogar y somos hijos de Dios. Lo ha dicho el Evangelio, porque hemos aceptado a Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor, y Él nos marcó para siempre como sus hijos, pero a veces estos hijos de Dios no son capaces de vivir como hermanos. Qué dolor y qué tristeza hay en muchos hogares nuestros. Cómo podemos decirnos feliz Navidad, que el Príncipe de la Paz viva en tu corazón, que seas feliz, que haya gozo, que haya alegría. Nos mandamos tarjetitas, nos mandamos saludos, nos mandamos tantas cosas, pero a veces no las vivimos.

Hoy tenemos que postrarnos en adoración ante el Príncipe de la Paz, ante el que es la Luz que nos ilumina. Necesitamos de esa luz, de esa claridad. Necesitamos seguir profundizando y llevando a la vida el Evangelio de Nuestro Señor.

No te olvides que por amor se hizo hombre y por amor nos salvó, muriendo en la Cruz, y antes de morir, de dar Su vida por nosotros, nos dijo un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros como Yo los he amado.

Revisemos si estamos amando como Dios nos ama. Revisemos. Que esa sea nuestra motivación y nuestro compromiso: voy a hacer el esfuerzo, en este nuevo año, de vivir intensamente el amor, de vivir ese mandato nuevo y de alegrar los corazones de los demás, aceptándolos así como son, amándolos así como son, aunque pensemos diferente.

El Dios Niño reine en tu corazón y en tu familia.

El Dios Niño sea esa Luz que necesitas para que te guíe por el camino.

El Dios Niño sea para ti la alegría de vivir el gozo y la paz.

El Dios Niño nos acompañe siempre y alegremos a nuestros hermanos, alegrémonos.

A veces, lo único que necesitan es que nos detengamos y los saludemos, los tomemos en cuenta, nos fijemos en ellos, porque a veces muchos se sienten despreciados. Fíjate en ellos, fíjate en el despreciado, en el pobre, el que tal vez no es de tu color, en el hermano indígena… fíjate en él y míralo con ternura, míralo con amor y esa vivencia tengámosla en nuestra casa, en nuestro trabajo, en la relación con los demás.

Alegres, pero a la vez, alegremos al hermano que tal vez por una palabra nuestra, con un instante de detenernos con Él, llenaremos su corazón con alegría, porque se sentirá valorado y amado por nosotros.

Feliz Navidad para todos, se las deseo de todo corazón, de todo corazón, no como simples palabras que pronunciamos por estos días. Salen de mi corazón porque quiero lo mejor para ustedes, porque he aprendido a amarlos, he aprendido a amarlos y me duelen muchas cosas, como su Obispo, como Padre. Me duele.

Y contemplo mis manos y, estas manos, a veces leo y digo, yo no puedo hacer nada, sólo puedo levantar mi mano para bendecir, para santificar.

Te bendigo y te santifico pero a veces no puedo hacer más. Los llevo en mi corazón, los tengo en mi corazón y los guardo aquí, porque les he amado y les seguiré amando, porque he sentido su amor, sus caricias y su ternura para conmigo y no solamente en estos días de enfermedad sino siempre, siempre. Me siento muy amado y muy querido por los oaxaqueños y seguiré diciendo, inmerecidamente, pero sé que ese amor, ese amor que tú regalas, es a Jesucristo en la persona de tu Obispo, en la persona de tu sacerdote.

Muchas gracias, gracias por todo ello y que pueda llenar su corazón de la alegría y del amor.

Que así sea.

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