Alejandro Leyva Aguilar
Hace aproximadamente 56 años, mi familia y yo visitábamos con frecuencia de un año, la entonces hermosísima bahía de San Agustín, la última de oriente a poniente de las 9 bahías que componen el complejo de Huatulco.
Recuerdo que mi padre Feyley Leyva, mandaba hacer previamente una enramada que nos servía de techo donde dormíamos y convivíamos toda la Semana Santa. Mandaba hacer un hueco en la candente arena y lo cubría con petates y cascarilla de café; ahí metía bloques de hielo y también enterraba refrescos y cervezas para luego tapar el hoyo con la propia arena.
Las bebidas con ese método, duraban los seis o siete días bien fríos y no había necesidad de luz eléctrica. Había un par de pescadores en la bahía -Mauro Mijangos y Juan Camote- que se encargaban de proveernos pescado fresco. El agua de San Agustín era prístina, te podías ver los pies y la fauna marina era abundante, desde almejas reales, ostiones, langostas, y todo tipo de peces, hasta tiburones.
Hoy viven más de mil personas en esa bahía cuyo ripio y coral, han fenecido por la inmensa contaminación de lanchas y turistas. Ya no existe el manglar y el agua permanece turbia todo el año a causa de las innumerables embarcaciones que nunca salen de la bahía. Su hermosura se ha deteriorado casi a la extinción.
Se nota por todos lados en la bahía, la destructiva mano del hombre…
En una ocasión, recuerdo que vi volar unas urracas en la finca de mi padre allá en Pluma Hidalgo y le pregunté por qué esas aves que son más bien de la costa, casi al nivel del mar, estaban ahí en esas esas alturas húmedas y frías donde se da muy bien el café y me explicó que el clima había cambiado y que esas aves llegaban a esas alturas porque el calor se lo permitía.
El ascenso de la temperatura, es evidente me dijo. Mi padre murió en febrero de 2007 y le tocó darse cuenta de una evidencia más del cambio climático. Antes de que partiera, su cafetal se había llenado de una plaga conocida como la roya del café. Este hongo amarillento que mata al cafeto, ya existía desde antes, pero el frio de Pluma Hidalgo, no le era propicio para que sus esporas o sus micelios, se reprodujeran. Las zonas bajas como Toltepec y Pochutla, más calientes, estaban infestadas de roya.
Otra vez, la mano destructora del hombre, se hizo manifiesta en un lugar donde actualmente estamos padeciendo lluvias torrenciales en meses en los que no llueve. La temporada de lluvia no llegaba hasta noviembre como ahora en donde ya deberíamos cosechar café.
Hace no mucho tiempo, subí al Xinantécatl -hombre desnudo- mejor conocido como el Nevado de Toluca y uno de los guardianes de esa majestuosa montaña Don Simitrio, me explicó que de “hombre desnudo” tiene todo, pero de Nevado de Toluca, ya no tiene nada.
Hace cinco años, me dijo ya no cae nieve en el Xinantécatl y eso se debe, a la contaminación y a la elevación de las temperaturas que solo provocan lluvias aisladas y granizadas, pero ya no la caída de nieve. Don Simi también se lo atribuye al cambio climático y al calentamiento global y se pregunta ¿qué podemos hacer?, ¡rezar!, le dije, rezar para que los nuevo líderes de las próximas generaciones entiendan el problema.
Porque si seguimos teniendo líderes anacrónicos que le apuestan al petróleo como nuestro “presidente”, así en minúsculas y entre comillas, pues el futuro no será muy promisorio si por caprichos suyos, deforestan uno de los pocos pulmones que le quedan a México y que es la selva maya.
Necesitamos educación ecológica. Daniel Goleman escribió un libro que se llama “Conciencia Ecológica” que nos traslada a una realidad que pocos conocemos, pero que además es casi imposible revertir. Nadie tiene conciencia del efecto del calentamiento global, porque no se han dado cuenta de esos pequeños detalles que ya son perceptibles y, si los ciudadanos comunes y corrientes no sabemos qué es por ejemplo el ciclo de vida de un producto, por ejemplo de tu licuadora, menos los políticos y así, jamás habrá conciencia y, por tanto solución.
Hay evidencia científica suficiente como para que nos preocupemos ya y tomemos acciones individuales para revertir -si es que estamos a tiempo, muchos científicos piensan que ya no- el cambio climático porque las futuras generaciones nos lo van a reprochar eternamente.
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