HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

Creo que la Palabra de Dios ilumina muy bien lo que hemos vivido en días anteriores, en días pasados.

Todos nosotros, de una forma o de otra, hemos recordado a los que ya se fueron, a los que ya no están con nosotros, a los que terminaron su peregrinar por este mundo y hemos recordado tantas cosas de nuestros padres, tal vez, de nuestros hermanos, de los hijos, del esposo, de la esposa, de los amigos. Hemos recordado cosas y hemos orado por ellos, porque la Iglesia, nuestra Iglesia, siempre, siempre ora por los que ya murieron.

En la misa, siempre pedimos por los difuntos, no hay un día que se celebre misa que no se pida por los difuntos, oramos por ellos. Pero qué importante es que todos nosotros tengamos claridad, porque somos hombres y mujeres de fe y en esas verdades de fe está la verdad de la vida eterna y la verdad de la Resurrección.

Estas verdades las ha revelado Nuestro Señor. Habla de una vida eterna y promete resucitarnos y nos quiere con Él y quiere que resucitemos para la vida, para la vida, no para la eterna condenación. Quiere nuestra resurrección para la vida y sabemos muy bien quiénes resucitarán para la vida, los que hicieron el bien, los que se esforzaron, los que lucharon, los que fueron creciendo en las virtudes, los que fueron mejorando en la vida, los que se fueron corrigiendo de tantas cosas que tenemos que corregirnos a lo largo de la vida, los que reconocieron sus debilidades, sus miserias, sus pecados y se llenaron de humildad y le pidieron a Dios el perdón. Se abrieron a la acción del Espíritu Santo para recibir la Gracia y la Santificación. Ellos son los que resucitarán para la vida.

Está muy claro lo que dice el Señor: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida y vida eterna y Yo le resucitaré el último día.

Esas palabras las pronunció Nuestro Señor y nosotros creemos en la vida eterna y en la resurrección y creemos también que cuando recibimos el Alimento del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, nos vamos llenando de la vida de Dios y vamos asegurando nuestra resurrección con Él.

El problema, el problema de la vida eterna y de la resurrección es porque seguirá siendo para nosotros un misterio porque es una verdad de fe. La Vida Eterna es una verdad de fe, la resurrección es una verdad de fe, lo proclamamos en el Credo. Creo en la vida eterna y en la resurrección de los muertos. Es una cuestión de fe y, a veces, queremos encontrar explicación, pues no la vamos a encontrar, porque las verdades de fe se creen, aunque no las entendamos, se creen.

Es que nadie ha venido, pues no, nadie va a venir. Aunque muchos dicen que se les aparecen los muertos, pues no, los muertos no se aparecen, no, eso es mentira. Los que ya se fueron ya se fueron, no viven entre nosotros, ya están en esa otra vida que, ¿cómo es?, pues ya Nuestro Señor nos dice: serán como los ángeles, serán como los ángeles y estarán en la Gloria de Dios y ahí es donde nosotros creemos que están nuestros seres queridos, en la Gloria de Dios, alabándolo y bendiciéndolo, en Su Gloria, pero para llegar a la Gloria hay que tomar la cruz de cada día y seguir a Nuestro Señor, hay que ser capaces de aceptar Su voluntad, aunque nos duela el alma, aceptar la voluntad de Dios. Hay que esforzarnos por cumplir esos mandatos divinos que a todos nos cuestan, a todos. 

Siempre nos costarán pero vale la pena el esfuerzo. Por eso dice Nuestro Señor: esfuércense por entrar por la puerta que es estrecha, esfuércense. 

El esfuerzo que tú haces a diario por vivir bien, por hacer las cosas bien, por practicar la virtud, te hace ganar el cielo, te hace ganar el cielo. El cielo lo vamos ganando día a día, día a día y recordemos, todo lo que hagamos, todo lo que hagamos, el Señor lo toma en cuenta. Hay una expresión en el evangelio: si un vaso de agua das en mi nombre, no quedará sin recompensa. Todo lo que tú hagas en favor de los demás, tendrá su recompensa. 

Aquí en la tierra tal vez no haya recompensas, pero El que te va a recompensar es Dios porque haces las cosas para la Gloria de Dios, para que Él sea glorificado, para que Él sea bendecido, no para que te alaben, no para que te digan que eres bueno, no para que te aplaudan. Haces las cosas para la Gloria Divina y las haces movido siempre por el amor, siempre por el amor, por el amor a Dios y por el amor a hermano.

Día a día tenemos que ser más santos. 

Pero, revisándonos, a veces nos vemos, ¡ay caray! No soy más santo, en lugar de mejorar voy empeorando. Antes tenía más dominio de mí mismo, ahora de cualquier cosita me prendo, me molesto. Pues hay que trabajarlo, te falta trabajar algún aspecto ahí, en tu persona, trabájalo para que salgas adelante. No debemos nosotros de desanimarnos y decir: yo ya no puedo, ya no puedo. No. Usted tiene que decir: con la ayuda de Dios, yo voy a poder. Con la ayuda de Dios. Pondré mi parte y Dios me ayudará para salir adelante.

Cuidemos, cuidemos nuestra persona y cuidemos los que están a nuestro alrededor. Tenemos que santificarnos juntos, cada uno es llamado a vivir la santidad, pero Dios nos quiere que trabajemos juntos, para santificarnos, corrigiéndonos fraternalmente, animándonos, teniéndonos misericordia, teniéndonos perdón, cuidando lo que somos y lo que hacemos y empecemos en nuestra casa. Ahí revisemos si realmente estamos viviendo la santidad. Tú tienes un estado de vida, tú tienes una vocación, tú tienes un llamado y en torno a ti están otras personas. ¿Vas creciendo en santidad de vida en esa relación con ellos? ¿has ido mejorando en tu vivencia familiar? ¿has sabido cuidar ese hogar en el que Dios te ha puesto? ¿estamos creciendo juntos, mejorando en la vida? Porque no se nos debe olvidar que nuestra meta final, nuestra meta final es el cielo y la vida no termina en un sepulcro, no termina ahí la vida, no termina la vida en una urnita de cenizas, después de cremar. Ahí no termina la vida. Ahí se inicia la vida que no se acaba, la vida eterna y Dios es el que nos va a resucitar. No somos nosotros los que vamos a trabajar en nuestra resurrección en el sentido de qué cuerpo vamos a tener. Pues vamos a tener un cuerpo glorificado como el que tiene Nuestro Señor, porque Él prometió resucitarnos y Él resucitó y Él tiene un cuerpo glorificado.

Y les decía a sus apóstoles, miren las llagas, tóquenme, soy Yo. Comió con ellos, pero tenía ese cuerpo glorificado.

Tú vas a tener ese cuerpo glorificado y ese es el asunto de Dios. Trabaja para que resucites para la vida, para la vida eterna con Dios. Eso es lo que hay que hacer, esa debe ser nuestra preocupación. 

Si nos creman, si nos sepultan, si esto o aquello… eso es lo de menos, lo importante es cómo he vivido y cómo me he preparado para ese encuentro con Dios. 

Pues pidámosle a Dios que nos ayude a seguir esforzándonos por ser lo mejor, a seguir practicando la virtud para que, así, todos nosotros, en esa búsqueda de la perfección, vayamos ganándonos el cielo cada día por lo que hacemos.

No perdamos el cielo, no perdamos el cielo. El cielo es para ti, el cielo es para mí, el cielo es para nosotros.

Que Dios los guarde en esta semana y los cuide y los proteja.

Que así sea.

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