HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
25 DE OCTUBRE DEL 2022
Espero que la presencia del hermano, de la hermana que está ahí, a su lado, le evangelice y le ayude en la vivencia de fe que usted tiene hoy, aquí en esta Iglesia Catedral, donde en una de sus capillas, la que está frente a donde está el Santísimo, ahí está la imagen original del Señor del Rayo.
En este Presbiterio de Catedral tenemos una réplica de esa bendita imagen, que hoy luce en el centro, de ordinario siempre está ahí, a un ladito, porque esta Iglesia Catedral tiene como Patrona a la Asunción de María, y ahí está, atrás de esa imagen de Cristo Crucificado, la gran imagen de la Asunción de María.
Pero hoy hemos querido ponerla ahí, en el centro, porque es la gran festividad del Señor del Rayo. Lo dice nuestra Iglesia Catedral con la presencia de todos ustedes y de tantos y tantos hermanos nuestros que, durante estos días del Novenario, han estado viniendo a visitar al Señor del Rayo. Lo harán durante todo este día y seguirán haciéndolo porque el Señor del Rayo nos atrae. Esta Bendita imagen de Cristo Crucificado nos atrae, no sé qué contemple usted en la bendita imagen.
Me gustaría que, hoy, contemplara, contemplara la herida de su costado, y entre por ahí, entre por ahí usted, al Corazón Divino de Jesús que fue traspasado por una lanza y, de ese corazón traspasado, dice el Evangelista San Juan, salió sangre y agua.
Sangre, como signo de la Eucaristía. Agua como signo del Bautismo.
Aquí estamos hombres y mujeres de fe, que recibieron un día el agua bautismal y que recibieron infusamente la fe y tenemos una fe católica, una fe católica y vivimos en esa Iglesia que Cristo fundó en los apóstoles y tenemos estas imágenes que, cuando las contemplamos nosotros, nos ayudan a elevarnos, a pensar en lo que representan.
Hoy venimos a contemplar la imagen del Señor del Rayo, y usted y yo vemos en esa bendita imagen al Crucificado, al Crucificado, al que murió en la Cruz para salvarte a ti y a mí. Que derramó Su Sangre por todos nosotros.
Nadie tiene amor más grande por el amigo que el que da la vida por él y, Nuestro Señor, dio la vida por nosotros. Qué grande es Su Amor. Qué grande es Su Amor.
Que eso también se pueda decir de ti, que eres un discípulo de Nuestro Señor, qué grande es tu amor y que te lo digan los cercanos a ti, que ninguno de los cercanos te diga: tú no me quieres, tú no me quieres, porque eso duele, duele decirlo y, mucho más, duele sentirlo.
Arranque de los labios de los seres que lo rodean que le digan: “cuánto me quieres, cuánto me amas. Lo siento, lo experimentado a lo largo de toda mi vida”. Eso quiere Nuestro Señor, El que dio Su vida por ti y por mí. Eso quiere estar escuchando a diario y no solamente nos debemos encerrar en los cercanos. También los que viven enfrente necesitan de nuestro amor, necesitan que los contemplemos, necesitan experimentar el cariño nuestro, porque no deben ser unos desconocidos para nosotros.
Contempla y observa el Rostro del Señor en tu vecino, en tu compañero de trabajo, en toda persona con la que tú te relacionas. Contempla el Rostro del Señor, que siente necesidad de tu amor. Ámalo, porque lo que vamos a responder no es si nos amaron, lo que vamos a responder es SI AMAMOS. Dios no te va a preguntar si te amaron mucho, te va a preguntar SI AMASTE MUCHO, porque en ese corazón abierto del Señor estamos todos nosotros, seamos como seamos, llenos de miseria, de debilidades, de pecado, ahí estamos dentro de ese Corazón. Ninguno de nosotros está fuera del corazón abierto del Señor, ninguno, por más mal que te sientas, por más pecador que seas, estás dentro de ese Corazón.
Siente, experimenta el amor del Señor para que ese amor te lleve a vivir el amor.
Por amor a Jesucristo tenemos que amar a los demás, por amor a Jesucristo tenemos que sacrificarnos. Papá, mamá, no se cansen de sacrificarse por sus hijos.
Tal vez sean mal agradecidos sus hijos, pero tú no te canses de sacrificarte por él, porque en ese sacrificio demuestras el gran amor que les tienes. Sacrifíquense, esposos, sacrifíquense. Sacrifíquense en el amor, sean capaces de perdonarse, de perdonarse. Te postras ante el Señor y le pides perdón de tu miseria y el Señor te dice: perdóname en tu esposo, perdóname en tu esposa, perdóname, perdóname para poderte dar Mi perdón, Mi perdón, porque Él nos dice: perdonen y serán perdonados.
¿Por qué viven odiándose?¿por qué?
Hoy el Señor del Rayo nos dice que espera encontrar en nosotros AMOR, pero lo espera encontrar a través de las personas con las que convivimos, con las que nos relacionamos. Ahí espera encontrar nuestro amor.
Hoy podemos decir ante la imagen: Señor, te amo y te amo mucho y tal vez derramemos lágrimas, lágrimas, porque pedimos perdón, pedimos misericordia, pedimos tantas cosas al Señor del Rayo.
Vayamos a encontrarnos con los demás que tal vez han llorado por nosotros, han llorado.
Hoy es un día muy especial, porque nos ponemos frente al que es EL AMOR POR EXCELENCIA, por el que nos llama a amar, por el que dio la vida por nosotros.
Quisiera entrar al corazón de ustedes, como tal vez ustedes quieren entrar en el corazón del Obispo.
Yo quisiera entrar para sentirme amado por ti, y tú quieres entrar para sentirte amado por mí. Yo te puedo decir que te amo, pero necesito que lo sientas, que lo experimentes, que lo vivas.
Pero allí en la casa, en nuestra casa, tenemos que vivir el amor. A veces nos sentimos solos, nos sentimos solos y estamos viviendo con mucha gente pero nos sentimos solos porque nos sentimos el amor de los que nos rodean.
Que tú no seas culpable de que otro se sienta solo porque no lo amas, no, que no seas el culpable de la soledad del otro por no amarlo. Hazle sentir que no está solo, que tú le amas, para poderle decir que Dios lo ama y poderle ayudar a sentirse amado y para que ese corazón que se ha cerrado porque siente que no le aman, vaya comenzando a abrirse, a abrirse, para amar a los demás.
Hoy quiero que usted piense cómo vive el amor, porque pienso que eso nos pregunta el Señor del Rayo, cada día que pasa vivimos más solos, nos importan muy poco las personas, sólo pensamos en nosotros y dejamos de pensar en los demás.
Hoy hemos venido juntos a expresar nuestro amor al Señor del Rayo, pues este Señor del Rayo nos dice: vayan a expresar el amor, el amor que Yo les tengo, vayan a expresarlo porque te he dado también a ti la capacidad de amar y te la di desde el día de tu bautismo, infundía en ti el don de la caridad, desde ese día tienes capacidad de amar.
Siéntanse amados por el Señor del Rayo pero comprometidos a ir a amar.
Agradezcan el sacrificio que el Señor hizo, de morir por nosotros en la Cruz y dile al Señor del Rayo que te conceda fuerza y gracia para tomar la cruz de cada día y seguirlo. Que te dé esa fuerza para ser capaz de sacrificarte por el hermano, por los seres que te rodean, capaz de sacrificarte, capaz de salir de ti e ir al encuentro del otro.
Digan algo al Señor del Rayo y comprométanse por Él.
Qué hermosa fiesta, qué hermosa luce nuestra Catedral con todos estos adornos, pero más luce con su presencia, por eso luce esta Catedral.
De ordinario yo no la veo así los domingos, hoy es un domingo muy especial, es un domingo muy especial y ¿Quién nos ha traído? El Señor del Rayo.
Oye, haz todos los días un domingo especial en tu casa, haz una vida especial, alegra con tu presencia a los demás, abre tu corazón como lo abrió el Señor del Rayo, ábrelo para que todo el mundo entre, sean muy felices y sigan teniendo esta profunda devoción al Señor del Rayo, que es Jesucristo, que murió y resucitó por nosotros y que, hoy, se va a ofrecer al Padre en el altar, como lo decía el Evangelio.
Eso que hizo el Señor en aquella noche, la cena de Pascua, la hacemos nosotros hoy en el altar, tomaremos Pan y tomaremos una copa de vino y ese Pan y ese Vino serán el Cuerpo y la Sangre del Señor y tú lo ofreces al Padre y yo lo sacrifico y así vivimos este Misterio de la Eucaristía.
Pidámosle a María, La que contempló a Su Hijo dando Su vida por nosotros y muriendo en la Cruz, digámosle a María que nos ayude a hacer la voluntad de Dios, a aprender a amar cada día para agradar a Su Hijo, Jesucristo, y agradar el corazón de toda persona con la que nos encontremos.
Que Dios nos bendiga a todos y que crezcamos en el amor a Él y en el compromiso de ser mejores hijos de Dios.
Que así sea.