HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
2 DE OCTUBRE DEL 2022. Es una bendición divina que podamos encontrarnos este mediodía en nuestra Iglesia Catedral, para celebrar estos Sagrados Misterios, para tener esta vivencia muy grande de nuestra fe, porque aquí se presentan y participan de la Eucaristía los hombres y mujeres de fe.
Algunos otros suelen entrar a esta Iglesia Catedral para contemplar la edificación, para admirarse de esta belleza de nuestra Catedral, pero nosotros no venimos a admirar la belleza de la catedra, sino venimos a escuchar a Dios, a ofrecerle a Nuestro Padre Dios el Sacrificio de Su Hijo, a alimentarnos de Su Palabra y a alimentarnos de Su Cuerpo y de Su Sangre y tenemos una vivencia de FE.
La fe es un don, es una gracia. Los dones y gracias los da Dios.
Tenemos la fe como don y gracia recibidos de Dios desde el día de nuestro Santo Bautismo, en el momento en que se derramaba agua en nuestra cabecita, Dios nos regalaba y nos infundía la virtud de la fe, la capacidad de creer, la capacidad de esperar y la capacidad de amar.
La fe es la que nos va moviendo para que nosotros podamos conquistar la meta, y para que hagamos las cosas en ese caminar, movidos siempre por el amor, porque creemos en Dios, porque esperamos en Dios y porque amamos a Dios vamos a llevar todos juntos a encontrarnos con Él.
Hoy, los apóstoles le dijeron a Nuestro Señor: auméntanos la fe. Veían tantas cosas, encontraban muchas preguntas, no podían darse respuestas, seguía siendo un misterio y se angustiaban y, por eso, ellos le pedían esa Gracia muy especial: auméntanos la fe.
Es probable que nosotros, a lo largo de nuestra vida, también le hemos dicho a Dios: aumenta mi fe, porque en este caminar hay muchas pruebas, demasiadas pruebas y nos hacemos muchas preguntas ante los sucesos, acontecimientos y, a veces, ante los acontecimientos desagradables, pues nos hacemos muchas preguntas y nos angustiamos y pensamos en Dios, pero pensamos en Dios de una forma que a veces queremos culparlo, queremos culparlo, tengamos mucho cuidado, a Dios no se le culpa, a Dios se le cree y, usted, en esos momentos en que siente el deseo de culpar a Dios, tendrá que decirle: aumenta mi fe, aumenta mi fe para que pueda leer en este acontecimiento lo que Tú me dices.
A veces, cuando suceden desgracias, solemos decir: si Dios fuera tan bueno, no sucedería esto. Si Dios fuera bueno. Si Dios nos amara no nos haría sufrir, como si Él nos estuviera haciendo sufrir. Si Dios fuera tan bueno y nos amara no estaríamos enfermos… no somos capaces de revisar un poquito lo que nosotros hemos hecho para causarnos a veces enfermedades. Muchas veces nosotros somos los culpables de nuestras enfermedades y queremos culpar a Dios, queremos culpar a Dios y nos queremos liberar de nuestra culpa y es muy fácil decir: Dios es el culpable de mi enfermedad porque quiere hacerme sufrir.
Dios quiere mi felicidad, Dios quiere mi gozo, Dios quiere mi alegría y, en todos esos momentos, la vivencia de la fe nos tiene que llevar a descubrir el gozo, la alegría y la felicidad en esto que humanamente es desagradable. Tú tienes que alentarte, tú tienes que alegrarte, tú tienes que animarte y si no sientes la posibilidad y la capacidad de poder elevar tu espíritu, pues pide, pide al que todo lo puede que te conceda la gracia, que te conceda el auxilio, que te conceda la fuerza, pero no te quedes con los brazos cruzados, sin hacer nada. No te quedes tampoco diciendo: pues, qué puedo hacer, esto me tocó. No. Hay que alentarse, hay que levantarse, hay que salir adelante, en esa vivencia de nuestra fe, pero hoy el Señor nos hace pensar y nos dice: si tu fe fuera tan, así, del tamañito de un grano de mostaza… me imagino que usted conoce esa semillita pequeñita, pequeñita y, entonces, si Dios me dice eso: si tu fe fuera del tamaño de un granito de mostaza, podrías hacer esto.
¿Pues de qué tamaño es nuestra fe?
Entonces, a nosotros nos toca hacerla crecer, hacerla más grande, Dios nos regaló la fe, nos infundió la fe y a ti y a mí nos toca que crezca, haciendo siempre actos de fe. Todos los días son motivo para hacer actos de fe.
Creo, Señor, en Tu providencia, creo en Tu amor, creo en Tu misericordia, creo en Tu verdad. Creo que eres Padre Providente.
Haga todos esos actos para que su fe vaya creciendo, y cuando usted vaya pensando en cada una de esas cosas pues dígale a Dios: porque creo en Tu misericordia, porque me has perdonado y me perdonaste de aquello que yo hice en tal momento y que me sentía tan mal. Siento que me perdonaste porque experimenté la paz interior, la paz interior. Sentí Tu misericordia. Creo en que eres misericordioso conmigo y lo seguirás siendo. Creo que eres Padre Providente porque haces rendir mi trabajo, porque me ayudas a ser un buen administrador de lo que yo, con el sudor de mi frente, voy haciéndome de esos recursos.
Creo que me iluminas, creo que me fortaleces, creo tantas cosas. Creo en Tu obra salvadora, creo en Tu cercanía, creo en Tu presencia, creo que estás conmigo y creo que vas conmigo.
Hay muchas cosas en las cuales nosotros podemos hacer crecer nuestra fe durante todo el día, durante todo el día. Creo en que, cuando salga de casa, me vas a cuidar y proteger y, al regresar, creo, creo en Tu amor porque de nuevo me encuentro con los seres queridos que me aman y que amo.
Esas vivencias tienen que alimentar nuestra fe, tienen que hacerla crecer.
Y ayude, ayude por favor a tanta gente que tal vez le digan: ya perdí la fe, ya perdí la fe. Platique con ellos, escúchelos, pregúnteles: ¿por qué dices que perdiste la fe, qué es lo que te hace pensar en eso? Y ubíquelo, céntrelo, céntrelo porque tal vez está equivocado y nosotros debemos tener paciencia. Las cosas no se hacen de la noche a la mañana, de la noche a la mañana. No. Dios está haciendo Su obra, Dios está trabajando y nosotros tenemos que ir descubriendo, poco a poco, la obra de Dios, el trabajo divino lo tenemos que ir descubriendo porque nuestra oración no es en vano cuando es hecha con fe. Esa fe alcanza milagros. Si ustedes leen en el Evangelio las narraciones de todos los milagros que el Señor hizo van a leer en una partecita que el Señor resalta la fe de la persona que recibió esa Gracia, que recibió ese milagro. Siempre les dice: tu fe te ha sanado, tu fe, tu fe.
Y, a veces, el Señor se admira de la gran fe de algunas personas, al grado de decir: no he encontrado en todo Israel fe tan grande como la de este hombre y qué le dijo aquel hombre: ¿crees que puedo hacerlo? Y el hombre le respondió: creo, Señor, pero dame la fe que me falta.
Así también nosotros tenemos que estar diciendo en diferentes momentos: dame la fe que me falta.
Y ya para terminar, a veces pensamos que hacemos mucho más, mucho más de lo que nos toca hacer y el Señor nos acaba de decir, nos acaba de decir que, cuando hayamos hecho las cosas sólo digamos: soy un siervo inútil, sólo hice lo que tenía que hacer.
Si piensas que hiciste mucho más de lo que podías hacer, te equivocas, sólo hiciste lo que tenías que hacer y no más.
Que el Señor nos ayude. Nunca digan tampoco: ya puse todo lo que estaba de mi parte, ya hice todo lo que tenía que hacer. Siempre hay que intentarlo. No desmayes, siempre inténtalo de nuevo, comienza de nuevo con más fuerza, con más gracia, con más auxilio divino. No te desalientes, no te desanimes, tú saldrás adelante con esa ayuda divina y con esa fuerza interior.
Que Dios los colme de gracias y de bendiciones, y les ayude en esta semana, la primera semana del mes de octubre para que sigan siendo esos grandes hijos de Dios, que crecen en la fe, en la esperanza y en el amor.
Que así sea.