Alejandro Leyva Aguilar

Hoy hay simulacro de sismo en todo el país, porque conmemoramos la muerte de miles de personas en 1985 y otras tantas en 2017, en dos sismos que nos dejaron pérdidas pero que sacaron en muchos aspectos, lo mejor de la solidaridad humana

Nací en un hogar católico como la mayoría de mis amigos en la primaria, la secundaria y la preparatoria y, aunque no creo mucho en la religión y menos en la católica, fui bautizado un 2 de abril de 1966, no puedo decir que contra mi voluntad puesto que apenas tenía un mes de nacido.

He leído la Biblia y no me ha “marcado”, como dijera Enrique Peña y sin embargo, tuve acceso ahora a un libro católico que explica muchos de los fenómenos sociales que estamos viviendo y que veremos más adelante en la historia de la humanidad.

La encíclica 210 del Papa Francisco que habla sobre la fraternidad y la amistad social. Justamente hace 37 años en el sismo del 19 de septiembre de 1985, los mexicanos sacamos desde dentro de nosotros mismos, un sentimiento de ayuda, de fraternidad que pocas veces se había visto en televisión y en cadena nacional.

Pasó en Oaxaca en 1930 cuando un terremoto devastó la ciudad y entonces todas las regiones vinieron a la capital a ofrecer ayuda, alimento, cobijo… nació entonces nuestra Guelaguetza que, cierto, ha perdido su esencia pero que permanece viva a más de 90 años de ocurridos esos hechos.

Habría que hacerse aquí una pregunta ¿por qué los desastres naturales siembran en nosotros la fraternidad?. El Papa Francisco en su “Fratelli Tutti”, nos regresa a los evangelios y utiliza La Parábola del Buen Samaritano para explicarnos qué pasa o, qué debería de pasar.

La Parábola del Buen Samaritano, centra su enseñanza justamente en la fraternidad pero Jesús pone a prueba a uno de los Maestros de la Ley al volver protagonistas a un judío herido al que le habían robado y golpeado, a un sacerdote que no lo ayuda, a un levita que también lo deja ahí tirado y a un samaritano que lo cura, lo ayuda, lo lleva a un hostal y paga sus curaciones.

Lo interesante de la parábola, es que Samaría era una región que no profesaba la misma religión que los judíos de Jerusalem y los consideraban seres inferiores e incluso peligrosos, en cambio el levita y el sacerdote, sí, ¿Por qué ellos no lo ayudaron?. Si el “prójimo”, tratado literalmente es el “próximo”, es decir el que está más cerca ¿no debieran ayudarlos los de su mismo país y su misma religión?

Francisco nos expone la Parábola del Buen Samaritano como la enseñanza perfecta para determinar quién es el prójimo bíblico, -ese de los 10 mandamientos- y, ese puede ser cualquiera, pero mejor si está en algún riesgo, nos asiste la obligación de ayudar, de acuerdo a esta encíclica y es evidente que sucede y, si hay un desastre más.

Lo henos visto en todas las circunstancias, incluso entre sociedades, de un vecino a otro, de una comunidad a otra, de un país a otro, pero no es lo mismo cuando no se trata de un imponderable. En la Parábola, quien está en peligro es un judío que fue robado y golpeado, hasta casi morir… ¿cuántas personas que han sido robadas y golpeadas vemos a diario y los ayudamos?

Hay algo que Francisco no contempla. Cuando nuestra propia vida puede correr peligro, nos olvidamos de la fraternidad. Un baleado implica que alguien jaló del gatillo y que lo mismo nos puede pasar a nosotros.

En este México ensangrentado por el narcotráfico y polarizado desde el poder, ¿será difícil encontrar la fraternidad necesaria para identificar lo que nos hace bien y lo que nos hace mal?, me parece que SÏ porque un desastre natural como un sismo, nos unió y entonces, un desastre político como una cisma social, también nos puede unificar para resarcir el daño provocado.

Igual que en un terremoto, en una cisma social debemos de actuar con fraternidad, con unidad, con solidaridad para poder ayudar a los caídos que los hay y muchos, quizá más que en un sismo porque aquí no hablamos de un imponderable, sino de un protocolo bien diseñado para sembrar lo contrario de lo que predican, en vez de la unión, la desunión.

Si nos dijeron que no iban a militarizar al país y cambiaron de opinión, bien podemos darnos cuenta que si la proclama de campaña fue la “esperanza”, la consecuencia de haber votado, es justamente la DESESPERANZA que la vemos a diario en los muertos y mutilados, en el alza de los precios de los básicos, en la falta de medicamentos, en la impotencia de los padres de los niños con cáncer.

Fratteli Tutti decía San Francisco de Asís, este santo pobre al que se refiere López cuando habla de su “pobreza franciscana” de la que no tiene menor idea. “Fratelli Tutti”, Todos Hermanos, traducido al español, no deja lugar a duda que desde el poder, no todos somos hermanos, solo los que piensan y actúan como el peje y además, lo obedecen.

La solución: unirnos todos en fraternidad.

@leyvaguilar
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