HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
31 DE JULIO DEL 2022. En este ambiente de oración, en el que estamos aquí en este recinto sagrado y también, por qué no decirlo, en este ambiente de fiesta que vive nuestro Oaxaca, tenemos que abrir nuestro corazón y hacer que esa Palabra Divina toque nuestro interior y nos diga que si vamos bien en la vida, pues sigamos creciendo y siendo mejores. Si tenemos algo qué corregir, con humildad de corazón reconozcámoslo y corrijámoslo.
Quiero que pensemos cómo miramos nosotros los bienes materiales, qué son para nosotros los bienes materiales, en dónde está nuestro corazón, qué es lo que nos preocupa más. Dios quiere que estemos mejor, por supuesto, pero que estemos mejor en todo, no nada más en tener una casita mejor, en tener un vehículo mejor, en tener un negocio mejor, una empresa mejor.
También quiere que mejoremos en nuestras actitudes, en eso que hace posible que nos ganemos el cielo. El cielo, dice Dios, no te lo vas a ganar por los bienes que poseas sino cómo los usas, en qué los destinas.
Pienso que la mayoría de nosotros hemos escuchado expresiones de hermanos, de amigos, que nos hablan, nos platican de los pleitos que a veces hay en familia por las cosas, por lo que decía el Evangelio en este mediodía, la herencia. ¿Cuántas familias y cuántos hijos, hermanos, se han acabado porque alguno de ellos o algunos de ellos se llenan de ambición y le quitan al otro hermano lo que le pertenece? No te llenes de ambición, no ambiciones tener, tener y tener porque esto no tiene fin y si pones tu corazón en las cosas no vas a ver las necesidades de los demás y sólo vas a pensar en ti mismo, sólo en ti.
Me da mucho dolor a veces, dolor encontrarme con abuelitos que dicen que sus hijos los han abandonado, y a veces me platican: Dios ha bendecido a mi hijo, tiene esto, tiene aquello pero se ha olvidado de nosotros. Qué triste es eso, qué triste es no ser capaz de ver la necesidad que tiene el otro y a veces ese otro se llama mamá, se llama papá, se llama hermano y la ambición no nos deja mirarnos con amor, con misericordia, con espíritu generoso, con espíritu de compartir lo que Dios ha querido regalarme a mí y que me dice que de estas manos que han recibido de Dios esto, estas manos se tienen que convertir en manos providentes que llevan a otro y que comparten con otro lo que Dios ha puesto en estas manos.
No permitan que la ambición esté ahí, en su corazón, no lo permitan porque se van a volver esclavos y Dios no quiere que usted sea un esclavo, Dios lo hizo libre y tiene que ser libre, pero no sea esclavo de las cosas.
Crezca en la misericordia, crezca en la compasión, crezca en el amor, crezca en el perdón, crezca en la bondad, crezca en la paciencia, crezca en todas estas actitudes y formas de ser que agradan a los ojos de Dios y si Dios le ha dado a usted porque así lo ha querido, que también usted sea capaz de dar, de dar, no se va a empobrecer, se va a enriquecer todavía más, porque Dios sabe bendecir y bendecir a manos llenas, a manos llenas, pero si usted sólo piensa en sí mismo, pues tarde o temprano será un infeliz, porque las cosas no lo van a hacer feliz, el amor sí lo va a hacer feliz, pero amar las cosas de allá para acá no hay amor, amar a las personas, sí, de allá para acá, tarde o temprano, vendrá el amor y nos sentiremos amados porque nosotros estamos amando.
Hoy, a muchos de ustedes, Dios les brinda la oportunidad de descansar, de pasear unos días, de venir a esta ciudad, de disfrutar de esta fiesta. Dele gracias a Dios, dele gracias a Dios y dígale que lo siga bendiciendo, pero crezca en la generosidad, en el entorno suyo hay muchas personas a las que usted puede ayudar, a las que usted puede hacer algo por ellos, a lo mejor no tiene muchos recursos, pero por qué no se detiene un momento para platicar con ellos, para poderle decir que ellos le interesan a usted, en su situación, en su vida, en su estado de ánimo. Abra su corazón y entre al corazón de los demás, piense en las personas, vaya al encuentro con ellos, sea solidario.
Nuestro Señor también nos dice que no podemos servir a dos amos, a Dios y al dinero, a Dios y al dinero.
El dinero no debe de ser un estorbo para servir a Dios, el dinero tiene que ser un medio para servir a Dios y ese medio es también para el servicio de nuestros hermanos, con un corazón agradecido y con una disponibilidad tratemos de responder a Dios y que sepamos usar las cosas debidamente.
También no quiero dejar pasar este domingo y el final de este mes en que la Conferencia del Episcopado Mexicano y toda la Iglesia Mexicana vivimos unos días de profunda oración, de acudir a Dios y de pedirle que nos llene de paz, que nos conceda la paz que tanto necesitan nuestras ciudades y pueblos y a todos nos toca trabajar por la paz, empezando por una paz personal, en esa relación con Dios y en esa relación con nuestros hermanos. No seamos personas de conflicto, no nos conflictuemos con nadie, no entremos en una discusión y en unos pleitos que no nos llevan a nada bueno. Seamos personas que razonan, que piensa, que saben dialogar porque a veces se pierde la paz porque no hemos aprendido a dialogar.
Los esposos a veces pierden la paz porque no saben escucharse, porque solamente yo tengo la razón y tú no la tienes, ahí empiezan los conflictos, y a veces no sabemos escuchar a los hijos y los hijos no saben escuchar a los padres y hay una rebeldía en el interior familiar, en esas relaciones muy propias de la familia. Tenemos que buscar la paz familiar y tenemos que buscar la paz en la relación de los hermanos con los que nos encontramos.
Tenemos que cultivar en nosotros los principios muy humanos y muy cristianos y no queramos sentirnos nosotros dueños, amos y señores del mundo y de los demás. No creamos que nosotros somos los poderosos y que aquí se hace lo que yo diga y lo que yo mande. No endurezcamos el corazón, no perdamos esos sentimientos de humanidad. A consecuencia de haber perdido esos sentimientos de humanidad, los hombres y las mujeres han levantado su mano y se han convertido en criminales, en asesinos de su hermano, en asesinos de un hijo de Dios y qué triste que este asesino también sea hijo de Dios.
Nuestro país llora la sangre de tantos y tantos inocentes que han muerto porque se ha levantado la mano de alguien que no es capaz de vivir en paz y que se siente dueño del otro, con poder de hacer lo que yo diga y como lo diga, de acabar, de acabar.
Hoy, nuestra Iglesia de México nos dice que oremos por esos hombres y por esas mujeres que han endurecido el corazón y que se han convertido en asesinos, que oremos por ellos. Yo sé que el dolor de muchos padres que tienen hijos que andan en esa vida, en ese mundo, sé que lloran, sé que claman a Dios, sé que le dicen a Dios con lágrimas en sus ojos: Señor, convierte a mi hijo, conviértelo en un humano, se ha vuelto inhumano, no le tiembla la mano para levantar y tronar el gatillo y matar.
Sé que padres de familia sufren porque saben que un hijo es un asesino y se esconden, sufren. Usted también ore, usted también pida. Pidamos, pidamos a Dios por ellos.
No estamos libres de que pase algo en nuestra casa o cercanos a nosotros pero sí tenemos que pedir. Junto con pedir la paz no te olvides de todos los que andan asesinando, quitando la vida, no nos olvidemos, no para llenarnos de odio y rencor, no para que crezcan en nosotros los sentimientos de venganza, ¡no!… para pedir a Dios, toca el corazón, toca el corazón, tócalo para que mi hermano enderece sus pasos, mi hermano se corrija y pidamos también para que nuestras autoridades apliquen la justicia, porque no queremos que se mate a los asesinos, no, que se haga justicia, que se haga justicia, que los que han cometido delitos paguen por sus delitos… eso es lo que pedimos, no pedimos otra cosa, sólo justicia. Sólo justicia.
Que Dios nos bendiga, nos proteja y nos ayude a ser siempre personas de bien y no condenemos a nadie, no tienes por qué condenar. Tenemos que perdonar y tenemos que orar unos por otros.
Dios no nos condena, Dios nos perdona. Dios tiene misericordia y de Él tenemos que aprender, de Él.
Que haya mucha paz en el corazón nuestro, en nuestra familia y en nuestros pueblos.
Que así sea.