HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

15 DE MAYO DEL 2022. Es el quinto domingo de la Pascua. Por Gracia de Dios hemos podido recorrer este tiempo de alegría y de gozo por el triunfo de Jesucristo sobre la muerte y sobre el pecado y hemos estado proclamando al mundo que Cristo está vivo, que ha resucitado después de morir en la Cruz y, de nuevo, hemos tenido la oportunidad de pensar que esa muerte redentora del Señor, ha sido por amor a nosotros.

Un día el Señor dijo: nadie tiene amor más grande por el amigo que el que da la vida por él y Él dio su vida por nosotros. Qué grande es el amor de Dios en favor nuestro.

Hoy, en este día, hemos escuchado un mandato que nos da el Señor. Poco antes de dar su vida por nosotros, poco antes de morir, les dijo a sus apóstoles: un mandamiento nuevo les doy, que se amen como yo los he amado.

Te lo dice hoy el Señor a ti, que eres su discípulo, un mandamiento nuevo te doy, que ames, que ames y creo que ante lo que nos dice el Señor, que tenemos que amar como Él nos ha amado, nunca podemos decir “ya amé lo suficiente, ya te amé lo suficiente”. No, no, porque el amor que tengo que vivir como discípulo del Señor es como Él me ha amado, hasta dar la vida por mí, hasta dar la vida. Entonces tu amor tiene que llegar hasta dar la vida por el ser amado, y el Señor no se anda fijando en nuestras deficiencias, en nuestros errores, en nuestras miserias, en nuestras equivocaciones. Él no deja de amarnos a pesar de todo eso, nos sigue amando porque nosotros no podemos vivir sin el Amor Divino, no podemos vivir sin el Amor Divino y Dios nos dice a cada uno de nosotros, a través del que tenemos enfrente, no puedo vivir sin tu amor, no puedo vivir sin tu amor.

Olvidémonos de tantas cosas que pasan, olvidémonos de tantos y tantos errores, no anides en tu corazón todo eso que va en contra del amor. 

Y no digas: te amaré si me amas. No, no.

Tengo que amar porque son discípulo de Nuestro Señor y porque tengo que amarte como Él me ama a mí. Cómo Él me ama a mí.

El Amor del Señor es infinito. El amor nuestro es finito, tiene límites, pero no le pongamos más límites a ese amor, no le pongamos límites, amemos más y más y más y no digamos: hasta aquí, ya no puedo más. No, porque eres discípulo del Señor y Él dice: en el amor van a reconocer que tú eres mi discípulo, en la vivencia del amor.

Qué decían de la primera comunidad cristiana, cuando los veían, qué les llamaba la atención…. Les llamaba la atención el amor y por eso decían: miren cómo se aman, miren cómo se aman. Y el amor fue lo que hizo que fueran abrazando la fe, el testimonio de amor hizo que otras personas creyeran en el Señor, se hicieran discípulos, se bautizaran, vivieran su fe. El amor los fue llevando, los fue llevando hasta entregar su vida y en los primero siglos de la Iglesia, hombres y mujeres muriendo por el Señor, martirizados, y les movía el amor y les movía el testimonio y gracias a ese amor y testimonio iban abrazando la fe muchos hombres y mujeres.

Algo nos ha pasado a todos, y lo que nos ha pasado es que nos hemos vuelto egoístas, sólo pensamos en nosotros, no pensamos en los demás. No somos capaces de contemplar el rostro de Dios en nuestros hermanos. No somos capaces de abrir nuestro corazón y de permitir que los demás entren a nosotros y sientan ese ardor de nuestro corazón que se llama amor.

Hemos cerrado el corazón y nos importa muy poco lo que viven otros y cómo viven. Nos importa muy poco. Aquí caminamos por las calles como desconocidos, como desconocidos y tal vez recorremos las calles pensando, unos y otros, que no vivimos aquí, que son las personas que vienen a visitarnos y es el que vive frente a tu casa. No le has abierto el corazón, no te ha interesado, no le has hecho sentir tu amor y por eso, en esta gran ciudad, como desconocidos. Nos extraña que alguien nos salude, nos extraña que alguien pronuncie un “buenos días”, un “buenas tardes”. Nos extraña y no sabemos contestar o no queremos contestar un saludo, porque sólo pensamos en nosotros.

Somos tan egoístas que hasta negamos nuestro saludo, lo negamos. Qué triste es esto. Estos pequeños detalles se perdieron y se fueron para siempre. ¿Por qué no los rescatamos? ¿por qué no? ¿por qué no abrimos un poquito nuestra mirada y nos contemplamos, nos miramos, nos interesamos por el otro? Por el que vive a un lado, por el compañero de trabajo. Hoy, nuestro mundo necesita también que demos un testimonio, pero no un testimonio individualista sino un testimonio comunitario. No un testimonio de desamor sino de amor y todos debemos de poner una partecita. 

Ojalá y esta Palabra Divina del Evangelio de hoy toque nuestro corazón y empecemos en nuestra casa porque, a veces, qué egoísmo hay en casa. Las relaciones ahí, de esposos, de padres con los hijos, de hijos con los papás, entre hermanos, no son tan amorosas, no son tan amorosas.

Algo nos está faltando y, antes de pensar qué le falta al otro, piensa qué te falta a ti, a ti. Primero tú y después piensa en él para ver qué le falta y, si tú corriges lo que tienes qué corregir, si tú te abres al amor, ten la seguridad de que el que está enfrente se va a ir abriendo al amor, se va a ir abriendo al amor, se va a sentir amados, se va a sentir valorado, se va a sentir aceptado y va a corresponder, va a corresponder. 

Ojalá y trabajemos esto en casa y fuera de nuestra casa. 

Y ya para terminar este momento, yo quisiera decir alguna palabrita con relación a lo que vivimos hoy en nuestro país, que es día del maestro, día del maestro.

Yo creo que todos nosotros tenemos algo qué agradecerle a un hombre o una mujer que fueron nuestros maestros. En primer lugar agradezcamos a nuestros padres porque son los primeros maestros. Nos transmitieron enseñanzas: hijo, yo quiero que en la vida tú vivas así”… esas son enseñanzas, esas son enseñanzas porque entraron a nuestro corazón, porque nos hicieron pensar, reflexionar, recapacitar.

Pero enseguida fuimos a una escuela. Yo estoy aquí gracias a mis padres, claro que primero a Dios, por supuesto. Gracias a mis padres y gracias a todos que me enseñaron tantas cosas y fueron mis maestros a lo largo de la vida. Si no hubiera aprendido, no estaría aquí. Gracias a ellos. 

Nuestro Oaxaca es famoso por los maestros. Ojalá y vayamos siendo más y más famosos por la obra de los maestros en nuestras escuelas, dedicados a la enseñanza, es una vocación, es un llamado. No lo tomemos, maestros, como una simple profesión, tómalo como una vocación. 

Y tienes algo delicado. Tú llegas a la mente y corazón de niños, jóvenes y adultos. Llegas a esas mentes y corazones. Te invito a que llegues con un mensaje que forme, que haga más humana a esta persona, que la haga más humilde, porque mientras más conozca tiene que ser más humilde, porque la grandeza de él o de ella no está en sus conocimientos sino en su ser, en su ser de persona, en su ser de hijo o hija de Dios y despierta en los alumnos lo que Nuestro Señor dice, que si han recibido diez talentos, den otros diez. Despierta en el corazón de los alumnos que sean unos grandes estudiantes, que se dediquen realmente al estudio y, para que ellos se dediquen realmente al estudio, creo que lo primero es que ellos puedan contemplar al maestro que le interesa la educación de sus alumnos, que aprendan más y más y por eso él se prepara, está al día en los diferentes talleres de formación, en las diferentes pedagogías para enseñar. También eso lo tiene que ver los alumnos de sus maestros y, a la vez, te invito, maestro, maestra, no hagas menos a nadie de tus alumnos. Haz un esfuerzo por tratarlos a todos igual. No grabes en el corazón de tus alumnos, esos pequeñitos, esos jovencitos, no grabes en ellos un sentimiento de desprecio, de no ser valorados, porque no es hijo de don fulano de tal, porque no tiene cara bonita, porque no tiene dinero. Trata a tus alumnos con amor y con amor se les trata por igual.

Al pendiente del que es muy capaz, pero también al pendiente del que le cuesta más trabajo aprender. Llénate de orgullo por el que va bien y también llénate de orgullo por el que está esforzándose y ahí va, avanzando poquito a poquito.

Llénate de paciencia, llénate de paciencia. No maltrates a ningún niño, no lo maltrates. Tú tienes que ser un ejemplo de amor. Maestro, maestra, un ejemplo de amor y aprende del Maestro por excelencia, que es Nuestro Señor. En Él hay que aprender.

Si yo tengo que aprender de Nuestro Señor a ser Pastor, tú aprende del Maestro por Excelencia que es Jesucristo a ser maestro. Aprende de Él.

Felicidades, maestros. Felicidades y espero que también sean comprendidos y valorados no solamente por las instituciones sino también por los padres y madres de familia y por sus alumnos. Qué alegría da encontrarse con el maestro y decirle: usted fue mi maestro, en la primaria, en la secundaria, en la preparatoria, en la Universidad. Gracias, maestro. Gracias.

Pongamos en las manos de Dios a miles y miles de maestros de nuestro país y, muy en especial, los maestros de nuestro Oaxaca.

Que María, Nuestra Madre, nos siga acompañando también para que vivamos ese mandamiento nuevo que nos ha recordado Nuestro Señor y que así puedan descubrir que nosotros somos discípulos del Señor viviendo el AMOR.

Que así sea.

Compartir