Alejandro Leyva Aguilar
Fui a la tiendita de la esquina aquí donde vivo y compré tres latas de atún en agua y 250 gramos de jamón y me cobraron 175 pesos… entonces hice un poco de conciencia y me di cuenta que los precios de la comida donde regularmente suelo ir, han aumentado sustancialmente.
Pago aproximadamente un 30 por ciento más por la comida corrida que hace 6 meses y eso tiene una explicación: la inflación ha llegado al 8 por ciento en el país y todos los precios de la canasta básica, han aumentado considerablemente, eso se reflejó ya en los costos de los alimentos.
En contraparte, los salarios no han aumentado. Quien tiene un sueldo de 15 mil pesos mensuales, gana más que un salario mínimo diario -que si ha aumentado en los tres años de gobierno- pero el poder adquisitivo ha disminuido; si de esos 15 mil pesos destinaba unos 7 mil al mes para comer, hoy deben sumarle otros mil.
Revisando las estadísticas me encontré que en lo que va del gobierno de López, la canasta de más de 100 tipos de alimentos que usa el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), para medir la inflación, se ha incrementado en un 28 por ciento, rebasando la carestía en periodos iguales de ¡los últimos tres sexenios!
Estamos hablando ya de una INFLACIÓN ALIMENTARIA, que en el sexenio de Enrique Peña Nieto llegó a 16%, del primero de diciembre de 2012 al 30 de abril de 2016, de acuerdo con el índice nacional de precios al consumidor del INEGI. Con Felipe Calderón, se acumuló un incremento de 27 por ciento en sus primeros 41 meses y luego disminuyó y con Vicente Fox, la inflación alimentaria llegó al 19%.
No obstante, el alza actual está por encima de de lo observado incluso a finales del siglo pasado, durante el periodo equivalente del sexenio de Ernesto Zedillo cuando el famoso error de diciembre que provocó una crisis económica sin precedentes.
Claro que la inflación alimentaria es provocada por factores que pudieron evitarse de haber tenido el gobierno una disciplina financiera y una estrategia para la producción de básicos. Hay que recordar que el peje, redujo la inversión en el sector primario reduciendo o aniquilando programas de apoyo a la producción como PROCAMPO, pero además sin controlar el alza de los combustibles.
La carestía se debe a varios factores como la volatilidad de los precios de las materias primas, los aumentos en el costo del maíz, trigo y soya, además de los problemas derivados de la invasión de Rusia a Ucrania que ha incrementado globalmente los precios de los combustibles.
Somos literalmente hijos del maíz porque esta gramínea está en casi todos los productos que consumimos, principalmente la tortilla pero hoy los precios del maíz son los segundos más altos de la historia desde el sexenio de Enrique Peña Nieto en 2012, además de los del trigo con el que producimos harinas para hacer pan. México come mucho maíz pero no es autosuficiente, así que debemos importar el grano.
Este aumento de precios en el maíz, el trigo y la soya ha provocado aumento en los precios de los productos pecuarios como la carne de res, cerdo, pollo, huevo y la leche pasteurizada que son productos imprescindibles en la canasta básica de las familias mexicanas.
Expertos del Tecnológico de Monterrey como Héctor Magaña, coordinador del centro de investigación en economía y negocios del Tecnológico coinciden en que las medidas incluidas en el Pacto contra la inflación y la carestía, propuesto por el gobierno de la cuatroté, no tendrán efectos positivos sino hasta 2023, por lo que todo lo que resta de este año, la inflación alimentaria estará presente en los hogares mexicanos.
Y eso suponiendo que las presiones inflacionarias externas como el alza mundial de los precios de los combustibles también tengan una recuperación el próximo año, de lo contrario, los mexicanos no veremos la luz sino hasta mediados de 2024 y, seguramente cuando el infierno de la cuatroté se termine ese año en que los mexicanos renovemos el poder ejecutivo federal.
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