PRESIDE: MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS. ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
12 DE ABRIL DEL 2022. Para mí, es un hermoso momento porque están aquí presentes todos mis hermanos presbíteros, diáconos, en esta misa crismal.
El mes de abril para mí es muy significativo. El próximo viernes quince celebro y doy gracias a Dios por cuarenta y dos años de… cuarenta y tres, perdón, cuarenta y tres años de sacerdote y el veinticinco de abril le doy gracias a Dios por el cuarto aniversario de vivir en esta Arquidiócesis de Antequera Oaxaca, de compartir con ustedes la fe, de encontrarme en esos lugares donde ustedes ejercen su ministerio y poder encontrarme con los fieles que ustedes generosamente atienden.
He vivido esta experiencia y le doy gracias a Dios por ello.
Admiro su entrega, su sacrificio, lo admiro porque he recorrido los caminos, los caminos difíciles de nuestro territorio, de nuestras montañas y siempre digo: yo lo recorro una vez, tal vez una vez al año y mi hermano sacerdote lo recorre todos los días.
Que Dios bendiga su caminar, que Dios bendiga su entrega, que Dios fortalezca su espíritu, para que no te olvides de que eres un ministro de Dios, un sacerdote, que tienes que entregarte de lleno al servicio de nuestro pueblo.
Al estar escuchando la palabra de Dios, que por supuesto no es desconocida para ninguno de nosotros y mucho menos para mí porque tanto la primera lectura como el Evangelio con frecuencia es proclamado el día de las confirmaciones. Ustedes eligen esas lecturas para que se proclamen, no es que me las sepa de memoria, no, pero cuando estaba escuchando, pensé en cada uno de ustedes y le estaba diciendo a Dios: que mi hermano sacerdote que ha sido ungido, que ha sido ungido desde el día de su bautismo, en su confirmación y en la ordenación sacerdotal, vaya y se encuentre con nuestros hermanos y les ayude a liberarse.
Tenemos que ir al encuentro del hermano que está dominado por vicios, por pasiones y por tantas cosas y tenemos que ir a hablarle al corazón y tocar ese corazón e invitarlo a la reconciliación con Dios, a la conversión, a liberarse de lo que le está haciendo daño, de lo que no le ha traído paz y gozo en su interior, de lo que le ha provocado sufrimientos y dolor pero tengo que hablarle como padre, mirándole a él como hijo porque cada uno de ustedes es un padre, un padre y frente a ustedes están unos hijos. Ve y libéralos, ve y llénalos de gracia, ve y alegra el corazón de cada uno de ellos, ve a ejercer tu ministerio, tu ministerio sacerdotal, con la sencillez de corazón, con la humildad, con eso que nosotros también estamos llenos de miseria y de pecado y tenemos la capacidad de comprender a nuestro hermano y de ayudarlo y de levantarlo.
Ve y llena de paz, cuánta alegría le da a nuestros hermanos que nosotros nos encontremos con ellos. No vivamos encerrados, no vivamos esperando que vengan a nosotros. Ese tiempo ya pasó. Ahora nosotros tenemos que ir con ellos, estar con ellos en toda esta experiencia que estamos viviendo y que queremos seguir viviendo junto con el Papa Francisco, la sinodalidad, de ir al encuentro, de ir al encuentro.
Ustedes pueden hacer muchas cosas con su sola presencia, con su sola presencia.
Cuánta alegría le da a las personas cuando te haces presente a su hogar porque a veces dicen que no merecen tener esa alegría de tu presencia y tú lo sabes. Tú lo has visto y lo has experimentado. Lo he vivido yo y lo has vivido tú.
A veces, nuestra sola presencia cambia, cambia el corazón, porque esa cercanía les hace mirar que no es como dice la gente mi sacerdote. La gente dice tantas cosas de ustedes y de mí y de todos, hablan de todo, de la persona que más hablan en el pueblo y en nuestros pueblos es del sacerdote, no lo podemos negar y, a veces, muchos de ellos se quedan solamente disque conociendo al sacerdote por puras habladas.
Por eso es importante que vayas y te encuentres, que abras tu corazón sacerdotal y que te presentes a ellos como realmente eres, como una persona capaz de amar, de hacer el bien, de servir, de atender, de tener un tiempo para éste, para aquel y para aquel, porque no te deben de clasificar, no te deben de decir que solamente andas con fulano, mengano y zutano… no, estás con éste, con aquel y con aquellos y éstas con todos y la imagen y la figura de este sacerdote irá cambiando en la mente y en el corazón de las personas porque tú te has dignado a acercarte a ellos, dígnate a acercarte a ellos, eres más sacerdote cuando te acercas a ellos.
Yo quiero que ustedes sean grandes acercándose, entregándose, entregándose de lleno.
En la ordenación sacerdotal hay un momento en que se nos dice: la celebración de la Eucaristía y la administración del sacramento de la reconciliación. Es lo propio de ti, nadie, nadie puede celebrar la Eucaristía porque solamente tú tienes el sacerdocio ministerial. Nadie puede presidir más que tú. Nadie puede perdonar los pecados más que tú.
Por eso, dedícale horas y horas a la celebración eucarística, con piedad, con devoción, con recogimiento interior.
Que tus fieles, que expresan tantas cosas y te dan un papelito y otro y otro y otro y un altero de papelitos así y todos quieren escuchar sus nombres, sus peticiones. No importa que te canses, no importa.
Cuánta alegría hay en las personas porque dicen: mi sacerdote pidió por mí, pidió por mi ser querido, me atendió. Celebren esa Eucaristía con grande gozo, extiendan sus manos para perdonar como hoy fuimos perdonados muchos de nosotros porque nos acercamos al sacramento de la reconciliación y encontramos paz y nos sentimos perdonados por Dios, con la intención y el propósito de seguir mejorando en la vida.
Ve y llena de paz, ve y haz que el hermano experimente la misericordia de Dios y su perdón. Tú eres el único del pueblo que puede perdonar los pecados.
Por eso, horas y horas a escuchar, a escuchar a esa viejecita que diario te dice lo mismo. Tal vez se parece a tu mamá, se parece a tu papá, a tus abuelitos, a tus hermanitos, se parecen a ellos. Míralos así, míralos así y sigue llenando su corazón de mucha paz.
Cuánto poder, padres, ¡cuánto poder hay en sus manos!, ¡cuánto poder en sus manos!, en sus manos consagradas, en su persona, porque nuestro pueblo sigue mirando en nosotros a otro Cristo, a otro Cristo.
Hace un momento Memo dijo algo del Obispo y siempre que escucho eso pues a mí me hace temblar. “Es Jesucristo que se hace presente porque es un sucesor de los apóstoles”… y me miro y me impresiona eso… y tú eres un sacerdote y los fieles dicen: ha llegado a la casa Cristo en la persona de mi sacerdote.
Por eso, por eso sienten que son indignos de recibir al señor recibiéndote a ti.
Así piensa nuestro pueblo, así siente nuestro pueblo, así vive nuestro pueblo.
¡Cuida, cuida esa grandeza que hay en ti!, pero no por tus dones y tus virtudes, no por tu gracia sino por el don y gracia que viene de Dios, don y gracia que viene de Dios.
Estamos aquí para bendecir y consagrar lo que utilizamos en la administración de algunos sacramentos. En esos sacramentos que imprimen carácter, que dejan un sello imborrable.
Enseguida vas a utilizar ese aceite para ungir el pecho de los catecúmenos. Vas a utilizar ese Crisma para ungir la cabeza, para que se unja la frente, para que se unjan las manos, para que se unja el altar y vas a utilizar ese aceite para llevar fortaleza y salud a los que están probados en el dolor.
Tu ministerio es santificar y tú sabes que santificas administrando los sacramentos.
Santifícate y santifica a ese pueblo a ti confiado administrando los sacramentos.
Alegrémonos por ello y pidamos a Dios que nos siga bendiciendo y que nos llene de fortaleza porque, a pesar de la carga de los años y de tantos caminos que tenemos que recorrer, ahí está el sacerdote con alegría y con gozo, viviendo su ministerio, porque así los miro yo, así los miro yo, alegres, felices de estar donde están y de vivir esa entrega.
Así me he encontrado con ustedes, así lo siento. Que lleven esa alegría, que lleven ese gozo a las comunidades.
Gracias por el ejercicio de su ministerio y por todo lo que ustedes hacen en las diferentes encomiendas que su Obispo les va haciendo a lo largo de la vida.
Estoy muy agradecido con todos ustedes, estoy muy agradecido por su obediencia, por su respeto, por su amor, por su oración principalmente, por todo lo que ustedes me hacen sentir y vivir. Estoy muy agradecido.
No me siento solo, siempre me he sentido acompañado, acompañado por cada uno de ustedes, en los diferentes pueblos donde están y, de vez en cuando, por no decir que con mucha, mucha frecuencia, comienzo yo a recorrer, voy recorriendo aquí está el padre fulano, acá y voy pensando en el sacerdote, le doy vuelta, le doy vuelta y pienso en todos ustedes y le digo a Dios: “bendícelo, bendice a mis sacerdotes, cuídalos, pon las palabras en sus labios para que lleven tu mensaje. Fortalécelos en los momentos de cansancio, en los momentos de dolor, santifícalos, santifícalos.
Siempre me acuerdo y me acuerdo también de los que están en su casa, no crean que me he olvidado de ustedes, de los que están en su casita, aquí hay varios, aquí están varios y eso me alegra y también me acuerdo de mis hermanos religiosos, no crean que no, por supuesto.
Anoche me encontré con los dominicos, he mirado a los jesuitas, a los franciscanos, a los Agustinos, a los josefinos, a Jorge Alonso, escolapios, los he mirado, a los verbitas, aquí los veo, gracias, gracias a todos.
Pues disfrutemos esta misa Crismal, sigamos disfrutándola y pensemos en todos nuestros hermanos que van a ser santificados con estos óleos sagrados.
El Espíritu del Señor está sobre mí, me unge y me envía.
Son los ungidos de Dios, tres veces, y son enviados por el mismo Dios.
Disfruten su ser de ungidos y su ser de enviados.
Que así sea.