HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

27 DE MARZO DEL 2022. En el Evangelio hay páginas muy hermosas que siempre las disfrutamos. Esta es una de ellas, porque Nuestro Señor Jesucristo nos presenta cómo es Nuestro Padre Dios en relación con nosotros. Cómo es Él y cómo quiere que seamos nosotros en la relación con los demás y en el reconocimiento de lo que a veces hacemos, de las decisiones que libre y conscientemente vamos tomando a lo largo de la vida.

Dios nos ha dado la libertad y es muy respetuoso de nuestra libertad. Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y el Padre entrega, entrega la herencia, porque el hijo ha decidido ya no estar en su casa. Ya no estar con su padre y con su hermano, ha decidido hacer su vida, su propia vida y se aleja de casa, y el padre no lo detiene, el padre no le dice: ¿por qué te vas, a qué te vas a ir?… no, le pidió la herencia y se la entregó.

Eso hace Dios con nosotros, nos deja en una total libertad de hacer las cosas que nosotros queramos hacer, de las cuales vamos a ser responsables, responsables. 

No debemos de decir por qué no me detuvo Dios, por qué no me detuvo, por qué no me hizo pensar… Dios te dejó en libertad y tú has hecho ese uso de tu libertad, ¿te está yendo bien? porque estás haciendo buen uso de tu libertad. ¿Te está yendo mal?, porque estás haciendo mal uso de tu libertad. 

Es responsabilidad de cada uno de nosotros.

¿Y a qué se fue el hijo? A hacer su vida, no a cuidar su vida. A despilfarrar todo, a acabar con todo y llegó un momento de soledad, de gran soledad y pensó en la casa de su padre, entró a sí mismo, reflexionó, tomó conciencia de su miseria, de su pecado, de su desorden y tomó una decisión, una decisión, de nuevo hizo uso de su libertad y decidió ir al encuentro de su padre y, expresamente el Evangelio nos dice lo que le iba a decir a su padre: he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo, tómame como uno de tus trabajadores. Pero decidió, aquí está algo muy importante, cuando tú tomes conciencia de que te has alejado de la casa del Padre, entra en ti mismo, haz un análisis de tu vida y toma una decisión. En la casa del padre lo tienes todo, no te falta nada. Si vas de nuevo en esa búsqueda de Dios, lo tendrás todo. Ahorita estás sin nada, están hundido en la miseria, en el pecado, en el desorden, en la maldad. No hay en ti alegría, no hay en ti gozo, no hay en ti paz… Ve y reconcíliate, ve y reconcíliate, reconcíliate con Dios pero, en primer lugar, reconcíliate contigo mismo, descubre tus miserias, tus debilidades, y toma la decisión de ir al encuentro del perdón y la misericordia. 

Es interesante cómo expresa el Evangelio que este padre vio de lejos a su hijo y fue, fue al encuentro, corrió, dice el Evangelio, corrió a su encuentro. Imagínense a ese hijo desfigurado, completamente desfigurado, desarrapado, irreconocible, y el Padre lo miró con amor y descubrió su presencia y su cercanía, y fue con él y le manifestó su amor, sólo su amor, lo cubrió de besos, lo abrazó y lo cubrió de besos.

Cuando nosotros descubrimos nuestra miseria y pecado, Dios nos cubre de abrazos y besos porque nos ama. Nos sigue amando, a pesar de haberle fallado, a pesar de haber pecado. Para Dios no estamos desfigurados, seguimos siendo sus hijos. Nos sigue mirando con amor, no nos condena. Hace una fiesta, se alegra, se alegra y hace una fiesta. Pero allí hay un texto también que dice: hay alegría en el cielo por un pecador que se convierte. Llenemos de alegría el cielo en nuestras conversiones, en nuestra reconciliación con Dios. 

Permitámosle a Nuestro Padre Dios que se alegre con nosotros y que haga una fiesta. Cuando nosotros nos reconciliamos con Él, tenemos la Fiesta, la Fiesta de la Eucaristía, el banquete de Su Cuerpo y de Su Sangre, la Comunión, porque de nuevo estamos en paz con Él.

Permítele a Dios que se alegre, permítele a Dios que haga Fiesta. Deja que Él te encuentre, deja que Él te abrace, deja que Él te bese con amor. Déjate besar por Dios y abrazar por Él.

A veces, sentimos mucha indignidad, y no lo buscamos… es que no puedo, soy muy indigno… me siento muy pecador, me siento muy miserable… bendito Dios que te sientes así, pero descubre la imagen bondadosa y amorosa de Dios que te está mirando, te está mirando y te quiere abrazar… te quiere abrazar para hacerte sentir Su Gran Amor… No te detengas. Ve con Él.

Pero qué triste, a veces también, la figura de aquel hermano porque a lo mejor a veces también hemos tenido nosotros esa actitud. El hermano enojado, por la fiesta y la alegría de su padre al regreso de su hermano, que lo había despilfarrado todo. Está molesto, está enojado, le reclama a su padre y le reclama con voz fuerte y le dice que lo que ha hecho está mal y no reconoce que el que ha regresado es su hermano, él no lo reconoce. Él le dice: “ese hijo tuyo. Ese hijo tuyo”. Él no reconoce ser hermano, pero después el padre, cuando dialoga con él, le dice: tu hermano ha regresado… tu hermano. No le dice “mi hijo”, le dice “tu hermano”.

Alegrémonos como hermanos, alegrémonos como hermanos. Alegrémonos por la conversión de nuestros hermanos. Alegrémonos por la santidad y gracia que tienen muchos de nuestros hermanos. Alegrémonos por tanta y tanta bondad que encontramos en el corazón de los demás. No vivamos envidiando, no vivamos envidiando las bendiciones divinas que Dios derrama en favor de nuestros semejantes que son nuestros hermanos, porque todos somos hijos de Dios. Todos somos frente a Él hermanos y Él nos dice que nos reconozcamos así, a pesar de ser pecadores, a pesar de ser miserables, es tu hermano, es tu hermano.

El que vive frente a tu casa es tu hermano, míralo con amor, míralo como lo mira Dios, el día que aprendamos a mirar a nuestros hermanos como nos mira Dios, entonces habrá gran amor de nuestra parte y gran gozo y alegría en nuestro corazón y no habrá, aquí, en nuestro corazón, nadie que esté fuera de él.

Aprende de Dios, aprende de Dios. Aprendamos de Dios.

Qué hermosa página que, a veces, nosotros decimos la página del hijo pródigo, pero creo que le queda mejor: la página del Padre Misericordioso. Es más hermosa, del Padre Misericordioso.

Ojalá siempre veas, en todos los momentos de tu vida y sobre todo cuando te has alejado de Dios, mires al Padre Misericordioso que quiere encontrarse contigo, pero no para condenarte, no para hacerte reclamos, no para juzgarte… quiere para perdonarte y para hacerte sentir su Gran Amor.

Ojalá que estas vivencias nos lleven al encuentro con Dios y que también nos lleven a reconciliarnos con nuestros hermanos porque, a veces, buscamos la reconciliación con Dios pero nos falta la reconciliación con nuestro hermano.

No te olvides que un día también dijo Dios, Nuestro Señor: cuando vas a presentar tu ofrenda ante el altar y te acuerdes que tienes algo contra tu hermano, ve primero y reconcíliate con tu hermano y luego ven a presentar tu ofrenda. 

Para Dios, lo primero es que vivamos reconciliados, que vivamos en paz con todas las personas. Cómo necesitamos de esto, no solamente en el mundo, en nuestras familias. A veces en nuestras familias no hay reconciliación, no nos hemos perdonado. Los papás no han perdonado las desobediencias de sus hijos, nosotros, hijos, no hemos perdonado a veces los ciertos castigos, las ciertas prohibiciones que nos hacen nuestros papás, las tenemos aquí, en el corazón, no ha habido perdón, les seguimos recordando esos momentos que nos fueron dolorosos y nos provocaron coraje y, todavía ahí, no hay reconciliación. Con el hermano, hemos dejado de hablarle, tenemos semanas, meses, años que no nos dirigimos la palabra y decimos ser hijos de Dios. Con los compañeros de trabajo, con los vecinos, con tantas personas, a veces arrastramos eso y eso nos enferma. Convéncete de ello, eso enferma, vivir así, es ser infelices.

Vivir con esas cosas y entrar a la casa y ver a mi padre y a mi madre y ver a mis hermanos, eso me enferma. Saca del corazón lo que tienes ahí y reconcíliate, reconoce que es tu padre y tu madre, llenos de defectos pero son tus padres. 

Ámalos, así como los ama Dios a ellos. Así como te ama Dios a ti. Ama a tu hermano. Ama a tu hermano.

A veces, por ciertas dificultades y luego decimos: mejor no fueras mi padre, mejor no fueras mi madre, no te acepto como mi hermano, como mi hermana. No me dirijas la palabra. Qué duro es eso. Nos vamos a amargar la vida, a amargar la vida… no se vale… así no… así no quiere el Padre de la Misericordia que vivamos, así no quiere Nuestra Madre María que vivamos.

Nos acabamos de consagrar a Ella pidiéndole que nos llene de paz, que nos ayude a reconciliarnos, que se acaben las guerras, que resurja el amor, le acabamos de decir eso a María el viernes pasado. Pues de nuevo hay que decirlo pero volvamos nuestro rostro a Dios porque todavía es tiempo… todavía es tiempo.

Que así sea.

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