HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

23 DE ENERO DEL 2022. El Papa Francisco ha instituido este Tercer Domingo Ordinario como el Día de la Palabra de Dios porque quiere, el Sucesor de Pedro, que todos nosotros amemos la Palabra Divina, la leamos, la leamos con el respeto debido, sabiendo que no es cualquier libro lo que tenemos en nuestras manos cuando tomamos una Biblia, no es cualquier libro, es la Palabra de Dios, es el mensaje divino, es lo que nosotros necesitamos escuchar de Dios en los diferentes momentos de la vida.

La liturgia dominical siempre tiene dos lecturas y el Evangelio y un salmo y, casi siempre, la primera lectura y el Evangelio tienen una cierta relación temática. En la primera lectura, escuchábamos cómo el pueblo de Israel estaba allí, atento a la escucha de la Palabra de Dios. El sacerdote Esdras leía esa Palabra Divina que entraba a los oídos y bajaba al corazón porque hay unas reacciones de alegría, de gozo, al escuchar la Palabra de Dios, porque tenían mucho tiempo que no escuchaban ese mensaje.

Ojalá ninguno de nosotros nos acostumbremos a escuchar la Palabra Divina pero que no toque el corazón. La Palabra Divina siempre tiene que tocar el corazón nuestro, mi corazón porque, a veces, a veces escuchamos la Palabra Divina y decimos: como me hubiera gustado que aquí estuviera mi esposo para que escuchara la Palabra Divina de hoy, para que escuchara al sacerdote en esta reflexión que está haciendo. Cómo me gustaría que estuviera aquí mi hijo, para que escuche este mensaje divino. 

¡No, eso no! El Mensaje Divino Dios te lo dirige a ti, en este momento. Por andar pensando en que es un mensaje muy bien para el esposo, para el hijo, para el compañero de trabajo, para el amigo, no pensamos que es para mí y se queda sin fruto.

Y tal vez llegamos a casa y rápido decimos: hubieras ido a misa, vieras qué bonita la Palabra de Dios, si la hubieras escuchado te hubiera caído muy bien. Dios, Dios tenía un mensaje muy especial para ti, pero no fuiste, no fuiste. – “Oye, ¿y qué dijo la Palabra de Dios?” – no, pues hubieras ido para que escucharas… ¿Dónde quedó, pues, lo que tú escuchaste? Ni siquiera puedes decir lo que escuchaste porque estuviste pensando que era para otro, no para ti.

El Mensaje Divino es para cada uno de nosotros, y es actual. Es de hoy, nada de que pensemos: eso sucedió… ahí está en el Evangelio, cómo leyó Nuestro Señor Jesucristo, que es la Palabra hecha carne, ¿cómo leyó el texto de Isaías? Profeta que siglos antes de que Él estuviera ahí, en medio del pueblo, habló de Él: El Espíritu del Señor está sobre mí, me unge y me envía a liberar, a sanar. ¿Y qué dice Nuestro Señor, cuando todo el pueblo estaba atento a ver qué decía porque ya era muy famoso Nuestro Señor, se decían muchas cosas de Él y, qué dijo?, sólo dijo: hoy se cumple este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír. Fue lo que dijo, hoy se cumple, hoy.

No se te olvide cuando tomes tu Biblia y leas la Palabra Divina, no se te olvide pensar: hoy, hoy. Hoy me dice Dios a mí, esto. Hoy me dice Dios a mí, esto.

Algunos decimos: yo ya casi termino de leer la Sagrada Escritura, y vamos así, hoja y hoja y hoja y hoja, dándole vuelta, vuelta, vuelta y vuelta… y ¿qué está dejando esa lectura? ¿para qué la lees, cuál es el motivo, qué es lo que te mueve a leer la Palabra de Dios?

Yo quiero que tomes la Sagrada Escritura, te sientes y, sobre todo en este año litúrgico lean, lean, poquito a poquito el Evangelio de San Lucas, el Evangelio de San Lucas, que es el Evangelio de la Misericordia para que seamos capaces de oír hoy cómo es Dios conmigo y cómo quiere Dios que yo sea con mi hermano. 

Si es el Evangelio de la Misericordia, ojalá tú y yo crezcamos en la misericordia, aprendamos de Nuestro Padre Dios a ser misericordiosos, a mirar con misericordia, con ternura, con amor a nuestros semejantes, empezando en nuestra casa. 

No puedo ver a mi hermano, estoy molesto con él, tengo semanas, meses, a veces hasta años que no le dirijo una palabra. ¿Dónde está la misericordia? ¿dónde está la compasión? ¿dónde está la ternura del amor fraterno? ¿dónde está? 

Ah, pero eso sí, queremos que nos amen, queremos que nos perdonen, queremos que nos tengan misericordia, queremos que nos valoren, queremos que nos escuchen, y cuando se trata de hacer todo esto en favor de alguien, no lo hago, no le hablo a mis padres porque un día me llamaron fuertemente la atención, me regañaron, me prohibieron salir y, desde ese día, no les dirijo la palabra. Eso, qué buen hijo eres, qué buen hijo, qué cariñoso con tus papás, qué hermoso vives el cuarto mandamiento, estás honrando a tu padre y a tu madre sin dirigirles una palabra, sin tener misericordia con ellos, sin perdonarles porque tú sientes que te han ofendido porque no te permitieron un día salir de casa… ¿y la Palabra de Dios? ¿y la vivencia de la fe?

Cuando nosotros aprendamos a escuchar a Dios, no solamente con los oídos sino con el corazón, y tomar conciencia de que eso que me habla Dios es para mí y lo llevo a la vida, ese día yo seré distinto y, tarde o temprano, mis seres queridos también serán distintos, tarde o temprano pero, a veces, a veces se me hace que de Palabra de Dios sólo cuando venimos a misa y, luego, pues aquí no hay mucho de dónde escoger, aquí está el párroco, el Padre Alejandro y un servidor, el domingo a las doce. En nuestras comunidades no tenemos muchos padres de dónde escoger pero, de todos modos decimos: no, allá con ese padrecito, ese padrecito es muy enfadoso, no, cansa su reflexión, está ahí dándole vueltas al Mateo y otra vez al Mateo y no acaba… mejor voy allá… no pues allá, el padre de ahí está viejito, no se le escucha nada… y andamos dándole vueltas en la ciudad a los templos y decimos: pues no encuentro ni uno bueno, tú, pues me quedo en la casa o para qué voy, los padres siempre dicen lo mismo, siempre dicen lo mismo. ¿Será qué decimos siempre lo mismo? Yo creo que no, lo que pasa es que nosotros venimos con la misma actitud, a no escuchar, a no guardar en el corazón, a no hacer nuestra la Palabra Divina.

Yo te estoy diciendo algunas cosas pero tú tienes la capacidad porque tienes la fuerza del Espíritu, porque el Espíritu Divino está en ti, ve y siéntate en tu casa y relee el Evangelio que hoy hemos proclamado. Ve y lee y medítalo de nuevo y hazlo tuyo y llévalo a la vida. Con tu reflexión personal, dejándote iluminar por el Espíritu Divino que vive en ti y dile al Espíritu Divino, Espíritu Divino pon palabras en mis labios para que te alabe y te bendiga, abre mi entendimiento, mueve mi voluntad para que yo pueda leer este mensaje divino dirigido a mí en este día, dedíquenle un momentito y tal vez encuentres algún detallito que se parezca a lo que yo te acabo de decir a nombre de Dios pero, si no aparece ningún detalle, para qué veas qué rica es la Palabra Divina, yo dije algunas cosas aquí y tú pensaste cosas diferentes allá en tu casita, dejándote iluminar por el Espíritu Santo y haciendo propia esa Palabra de Dios. 

Y todo eso alimenta tu espíritu, alimenta tu ser.

Amemos la Palabra, amemos.

En los diferentes momentos de la vida, a veces tiene la costumbre de decir: voy a abrir la Biblia, a ver qué me dice Dios, y casi siempre se abre en el mismo, pues sí, pues diario la estás abriendo en el mismo lugar, pues ya está abierta. Ya solita se abre. 

¿Por qué no lees el Evangelio, te digo, el Evangelio de San Lucas este año? Léelo. Poquito a poquito, haciéndolo tuyo, haciéndolo tuyo, detenidamente, así. Te invito a hacerlo y, que la Palabra de Dios siempre sea la Palabra que nos ilumina, que nos mueve, nos motiva, que nos libera, que nos llena de esperanza, que nos da ánimo. 

La Palabra Divina, con esa misma Palabra tú puedes orar, allí están los salmos, recita un salmo, recita un salmo, el que sea y, si tienes orden, ah bueno, pues empieza desde el primer salmo y ve recitándolo, con espíritu de oración, con espíritu de oración.

Que ojala este día no pase desapercibida la Palabra y todos nosotros tomemos conciencia que la Palabra de Dios tiene que ser la que ilumine nuestros pasos.

Que así sea.

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