HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
16 DE ENERO DEL 2022. Les aviso que, los dos domingos anteriores, que me pusieron falta, andaba de vacaciones. Me fui a visitar a mis hermanos porque tenía dos años que no me encontraba con ellos y los encontré bien, felices y también visité, porque así me lo pidieron los sacerdotes de las comunidades, visité tres comunidades en donde yo estuve ejerciendo mi ministerio como sacerdote, en la Diócesis de San Juan de los Lagos, y me encontré con aquellos hermanos que yo vi a muchos de ellos niños, jóvenes y personas adultas y me dio mucha alegría poder llegar a esos lugares y celebrar la Eucaristía con ellos.
Por supuesto ustedes no se me olvidaron porque ustedes son mi familia, como le dije a mis hermanos cuando me vine a Oaxaca: ustedes son mis hermanos y nunca me voy a olvidar de que tengo estos hermanos pero, quiero que ustedes también sepan que yo tengo una familia y la familia con la cual debo de vivir y desgastarme por ellos, que son mis hermanos oaxaqueños y me da mucha alegría de nuevo poder estar aquí, en esta Iglesia Catedral compartiendo la fe y mirándolos a ustedes, que domingo a domingo los veo, a mis hermanos periodistas, que siempre están atentos a lo que diga el Arzobispo, para luego seguir evangelizando en sus medios. A ustedes, que domingo a domingo quieren escuchar a quien es su Pastor, porque así me lo expresan, nos ayuda, nos ilumina, nos alienta, nos llena de esperanza, nos da una palabra que nos fortalece y bendito sea Dios que así vivimos esta experiencia de fe.
Gracias a todos. Gracias también a quienes nos visitan de diferentes partes de nuestro país y del extranjero, que también los domingos los vemos aquí, permanecen en la Santa Misa, sacrifican su vacación, su descanso y se vienen aquí, a vivir este encuentro con Dios.
Aquí están unos amigos míos, del pueblo de Tototlán, por aquí los vi cuando iba entrando, están aquí, en misa, vinieron a visitar Oaxaca, Tototlán es un pueblo donde yo estuve seis años como párroco y aquí están ellos, les agradezco su presencia y a todos ustedes.
Ya escuchamos la Palabra de Dios. El domingo pasado, el domingo pasado, con la Festividad del Bautismo de Nuestro Señor, culminábamos el tiempo de navidad e iniciábamos este tiempo, que llamamos ordinario, tiempo ordinario, este es el segundo domingo del tiempo ordinario y, pues el domingo pasado pensábamos en Jesucristo, que venía a cumplir con una misión. Era bautizado por Juan en el Jordán, Dios habló: este es mi Hijo Amado, en quien tengo mis complacencias, escúchenlo.
Y, ahora, la Palabra de Dios nos dice que, el Señor Jesús, inicia ese caminar de vida pública para anunciar lo que Dios, Su Padre, quiere que anuncie, la Buena Noticia, la Buena Nueva del Evangelio y se nos narra, nosotros decimos, el primer milagro, pero San Juan, en su Evangelio nos dice: el primer signo, signo de Su Amor, el primer Signo de Su Amor.
El agua se convierte en vino, en aquella fiesta de los recién casados. El Señor les alegra pero, sin que se den cuenta, en el silencio, porque así fue este primer signo. Simplemente llenen de agua esas tinajas y llévenlo al encargado de la fiesta. Y el encargado dice que era un gran vino, un exquisito vino, el mejor que había probado y, el Señor, está ahí, en el silencio.
¿Quién alcanzó ese signo? La Madre de Jesús. Ella se dio cuenta de que la fiesta se podía terminar, la alegría de los nuevos esposos se convertiría en una gran preocupación, en una angustia, con todos esos invitados, entre ellos Jesús y sus discípulos. Y, María, le habla a Jesús: no tiene vino, y era parte de la fiesta, era parte de la alegría y, el Señor responde con una sencillez, no con un desprecio, con una sencillez le dice: mujer, pues este no es nuestro problema, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no me llega mi hora.
Fíjense como le habla Nuestro Señor Jesús a Su Madre, le dice: mujer. ¿En dónde más aparece en el Evangelio que le dice Mujer?… al pie de la Cruz. Mujer, ahí tienes a tu Hijo.
Hoy le dice: Mujer, ¿qué podemos hacer Tú y Yo?… pero, María, conocía muy bien al Señor Jesús. Tal vez por ahí un gesto, un gesto, le hizo ir a los sirvientes y decirles: hagan lo que Él les diga. Hagan lo que Él les diga.
Qué hermoso signo en el cual Jesús manifiesta Su Amor, Su Amor en favor de aquellos esposos y, yo quisiera que esto nos hiciera reflexionar porque, tal vez, en la historia de nuestra vida no ha habido la experiencia de un milagro, de un gran prodigio de parte de Dios en favor de nosotros pero, ¿no habrá en nuestra historia signos del Amor Divino? Trate de pensar, trate de pensar y de mirar en su historia qué signos de amor de Dios usted ha tenido en su experiencia personal, en su vivencia familiar, en su relación con los demás, ¿qué signos? Porque el Señor actúa en el silencio y en el secreto, como lo hizo en Caná de Galilea, transformó el agua en vino en el silencio, retirado, nadie se dio cuenta, sólo los sirvientes se dieron cuenta.
En ese silencio, ¿qué descubre usted de signos de Amor Divino? Yo creo que tiene más de algún signo, en esa cercanía de Dios, en esa manifestación de Su Bondad, de Su Misericordia, de Su Providencia, de Su Protección, de Su Consuelo. Encuentre esos signos y agradézcalos porque, tal vez en el momento que se presentaron, a lo mejor pasaron inadvertidos y, usted, como no descubrió o no sintió en ese momento el Amor Divino que se manifestaba, pues no le dijo nada a Dios.
Hoy es una buena oportunidad. Señor, en el silencio haz hecho todo esto por mí, lo descubro el día de hoy en ese entrar en mi interior, ante esta Palabra Divina que me has comunicado de las bodas de Caná también yo encuentro signos de Tu cercanía, de Tu presencia, de Tu amor, de Tu misericordia, de Tu bondad, de Tu perdón, de Tu auxilio, de Tu Gracia, de Tus bendiciones.
Todo esto lo encuentro y te quiero decir: GRACIAS. Gracias porque en ciertos momentos de la vida he pensado que me has olvidado y Tú nunca te has olvidado de mí. Más bien, yo me he olvidado de Ti porque no he sabido descubrir lo que Tú haces por mí.
No he tenido la calma de escuchar Tu voz, no he tenido la calma de descubrir Tus acciones en favor de mí. Por eso, hoy te doy gracias.
Pero también, también, María ha intercedido. Esa Mujer humilde y sencilla, la llena de Gracia, la Madre de Jesús ha intercedido y usted le ha hablado, le ha hablado, nosotros los oaxaqueños le hablamos y le decimos: Nuestra Señora de la Soledad, Nuestra Señora de Juquila y, como mexicanos le decimos: Nuestra Señora de Guadalupe. Pedimos la intercesión de la Madre de Dios y, la Madre de Dios ahí está. Nadie le dijo a María que intercediera por aquellos esposos que celebraban su fiesta de matrimonio. Nadie le dijo: intercede, háblale a tu Hijo. No. Ella tomó la iniciativa de interceder.
Y, aquí, también quiero que usted descubra en qué momento siente que la Madre de Dios ha intercedido por usted, para que también sea agradecido.
Debemos de ser agradecidos, no solamente debemos de decir: intercede, ayuda, alcanza… también debemos de decir: Gracias, gracias por lo que haces por mí. Gracias porque le hablas a Tu Hijo Jesucristo. Gracias porque me proteges, porque me cuidas, porque me bendices, porque me miras con ternura, porque eres mi Madre, porque me proteges, porque me hablas como Madre en mi caminar.
Creo que hoy, domingo, ante esta Palabra Divina de las bodas de Caná, es necesario que nosotros sepamos agradecer los signos de la bondad y la intercesión de María.
Si en este momento lo está haciendo, bendito sea Dios y, si durante este domingo de nuevo recuerda y guarda el silencio, ahí en el silencio de su corazón descubre esos signos de amor de Dios y de la Madre de Dios, agradézcalos pero, también, también pensemos que Dios se va manifestando a través de nuestros hermanos.
¿A cuántas personas debemos de agradecer? Pienso que, en primer lugar, a nuestros padres, a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros maestros, a nuestras autoridades, a nuestros sacerdotes, a nuestros catequistas, a nuestros evangelizadores, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo… hay mucho que agradecer.
Hacemos mucho bien en el corazón de nuestros hermanos cuando les expresamos nuestra gratitud. Gracias, porque te has preocupado por mí. Yo tengo que decir delante de ustedes: gracias porque siempre rezan por mí y no solamente cuando van a misa y escuchan: por nuestro Obispo Pedro… sé que en otros momentos lo hacen y, por eso estoy aquí, de pie, fortalecido, animado, y siento que también entregado en un servicio gracias a su oración.
A la vez, tengo que decirles, yo me siento muy amado, me siento muy amado y quisiera decirle a cada uno de ustedes, gracias por amarme, gracias por amarme porque tú a veces me dices: gracias porque me bendice. Yo te tengo que decir, gracias porque tienes fe, porque crees en la bendición divina que pasa a través de mi ministerio y de mis manos.
Gracias porque tienes una fe y una fe muy grande. GRACIAS.
Cuántas cosas haces tú para que yo ejercite mi ministerio y lo haga con alegría, con generosidad, con entrega, con sacrificio, con renuncia.
Haces mucho por mí y te tengo que decir: gracias, muchas gracias.
Díselo también a quien trabaja contigo, a quien vive contigo… díselo: Gracias porque Dios sigue haciendo obra a través de nosotros, sigue haciendo Su Obra, sigue manifestando Su Amor y Su Bondad.
GRACIAS.
Hoy es un domingo para agradecer. La alegría de la fiesta de Caná de Galilea tiene que ser la alegría de nuestra casa y de nuestra persona. Alégrense porque el Señor está cerca y hace maravillas en favor de nosotros, porque nos bendice a manos llenas y nos acompaña en nuestra historia.
Gracias a María, gracias al hermano, gracias a todos.
Que así sea.