HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

27 DE DICIEMBRE DEL 2021. Celebramos en la Iglesia la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, la de Jesús, María y José, modelo de familia para todas nuestras familias. 

Si aprendiéramos de esa familia, a vivir el amor, nos iría muy bien en la vida a todos, alivianaríamos las cargas que cada uno de nosotros va llevando a lo largo de la vida. 

Los hijos podemos alivianar la carga de nuestros padres. Los padres pueden alivianar la carga de los hijos. El hermano puede alivianar la carga del hermano y todo esto se hace en la vivencia del amor, del amor familiar, donde todos nos interesamos por el otro.

Hemos escuchado la Palabra de Dios y, sobre todo este texto del Evangelio. Jesús vive en una familia, entra en una relación con el padre aquí en la tierra llamado José, el hombre justo y temeroso de Dios y con María, la Bendita entre las Mujeres, la llena de Gracia, la elegida por Dios para ser la madre del Mesías. Él va tomando conciencia de su Ser, de Su Ser de Hijo de Dios y de su ser de hombre. 

Él va teniendo una historia en su vida familiar y en esa relación con María y José y con la gente de su tierra de Nazaret, porque ¿se acuerdan que en un momento la gente de su tierra, cuando fue a la sinagoga y lo escuchaban y se admiraban y decían: de dónde tanta sabiduría y tanto poder, qué no es el hijo del carpintero? ¿qué no viven aquí, entre nosotros, sus parientes? Y dice el texto: estaban desconcertados.

A Jesús se le conocía muy bien en Nazaret, ahí creció y tenía esa familia de su padre y de su madre, porque le llamaban el hijo del carpintero. Su Madre, María, lo identificaban, no era una persona extraña para los de Nazaret. Tiene una historia familiar, y aquí quisiera decirles: usted también tiene una historia y no puede cortar esa historia, no la puede cortar porque, si la corta, se muere.

Todos tenemos una historia porque todos hemos vivido en una familia, padre, madre y hermanos, usted tiene esa historia, espero que sea una historia agradable, feliz, pero si no ha sido así, trabaje para que sea una historia diferente la que usted vaya forjando el día de hoy.

Si en nuestra historia está dentro de nuestro corazón el amor de nuestros padres, creo que vamos a vivir el amor, porque a través de ese amor de papá y mamá, hemos sentido nosotros el amor divino, la preocupación de Dios, manifestada en nuestro padre y madre.

Nuestros padres se han preocupado por nosotros, como ellos han podido y como ellos han sabido. Lo primero que tenemos que hacer que él es mi padre y que ella es mi madre. Si nosotros no aceptamos a esos dos seres, a papá y a mamá, nuestra historia, nuestra historia de hijos no va a ser agradable porque no estás aceptando a los seres que te dieron la vida, que no elegiste tú, ¡no! No los elegiste tú, los eligió Dios para ti y Dios no se equivoca. 

Hay que aceptarlos, así como ellos son, con sus limitaciones, con sus defectos pero también con sus virtudes y con sus dones divinos. Evitaríamos muchos roces en la vida familiar y en esa relación padres-hijos si nosotros, hijos, vamos madurando en esa aceptación y vamos entrando en un diálogo con nuestros papás. Pero también necesitamos que papá y mamá se sienten a dialogar con nosotros y que les interese nuestra vida y nuestro crecimiento. 

Hay una enseñanza en el Evangelio, hay una frase que tenemos que aplicar todos en la vida familiar. La Virgen le dijo a Jesús, cuando lo encontraron en el templo: tu padre y yo. Tu padre y yo.

Aprendamos a mirar primero al “tú” y luego al “yo”. Primero es el “tú” y después el “yo”. Cuando nosotros lo cambiamos, allí comienzan las dificultades. Cuando nosotros decimos que primero soy yo y después eres tú, se complica la vida. 

Tú eres primero y yo soy segundo, así nos lo enseña María: tu padre y yo, tu padre y yo. 

Tu madre y yo. Tu padre y yo. Tu hermano y tú. Trabajemos ese aspecto en nuestra vida personal y en nuestra vida familiar. No es más importante el “YO” es más importante el “TÚ”.

Ustedes son esposos, es más importante tu esposa que tú; es más importante tu esposo que tú; son más importantes tus hijos que tú; son más importantes mis padres que yo; es más importante mi hermano que yo. 

Si así lo vivimos y así lo pensamos, vamos a salir a la orilla y vamos a estar muy bien y estaremos en esa armonía y en esa paz pero, si no, vamos a entrar en discusiones, en reclamos, en insultos, en silencios, en pleitos, en tantas cosas que se vive a veces en las familias, todo por no saber poner al “tú” antes que el “yo”. 

Ponga primero el “tú” y luego el “yo”. 

Mi hermano necesita que le comprenda, que le ayude, que le tenga paciencia, que le perdone pero, a veces decimos: y por qué lo voy a perdonar, no tengo por qué perdonarle, y hacemos una renegada aquí adentro y ¿dónde está el amor entonces? ¿dónde está el amor?

Revisemos un poquito nuestro ambiente familiar. Hoy, en esta fiesta de la Sagrada Familia ¿en dónde está la vivencia de amor, de comprensión, de paciencia que nos debemos tener? Pero no solamente digamos: tú tienes la obligación de tenerme paciencia, tú tienes la obligación de perdonarme. No, seguimos pensando en el yo, en el yo y en el yo y le estamos diciendo al tú lo que tiene qué hacer en favor del yo. Qué equivocados estamos, por eso tanto lío y por eso tanto reclamo y por eso tanto silencio y por eso tantas cosas que decimos: yo ya no quiero vivir en la casa, yo ya me quiero ir solo y no sé cuánta cosa y papá y mamá responden: “pues a ver quién te aguanta” y, al ratito, regresamos, muy agachaditos: “¿me permiten entrar en la casa?… qué pasó, pues es que no puedo vivir más que aquí. Pues claro, mi familia es mi familia.

Pero todos tenemos que trabajar, todos, unos y otros, a los pequeñitos les tenemos que ir enseñando cómo se vive en su hogar, cómo se respeta en un hogar, cómo se trata en un hogar. Y nosotros, los mayores, tenemos que cuidar porque somos modelos, somos ejemplo, somos ejemplo. Cómo podemos enseñarles a los hijos que primero es el “tú” y luego es el “yo” cuando ustedes dos, papá y mamá, no hay tú y no hay yo, hay pleitos nada más, hay discusiones, hay insultos y, a veces, hay golpes, maltratadas y vamos y decimos al hijo: no maltrates a tu hermano, no maltrates a tu hermano y, nosotros dos, echándonos hasta con la cubeta. 

Dónde está el ejemplo, dónde está el ejemplo… “platica con tu hermanito, interésate por él, tenle paciencia, que te platique sus cosas, esto, aquello, etcétera” papá y cuándo te sientas conmigo, cuándo te sientas conmigo a platicar, sólo me dices que platique con mi hermano, que me interese por mi hermano, que esté al pendiente de mi hermano y ¿tú cuándo lo haces conmigo, qué ejemplo me has dado? Mamá ¿Qué ejemplo me has dado? 

Creo que todos aquí tenemos que trabajar y no solamente culparnos. No nos pasemos echando la culpa unos y otros sino trabajando por mejorar nuestro ambiente familiar que es muy sagrado, muy sagrado.

Nuestra casa es algo muy sagrado y lo tenemos que cuidar y lo sagrado pues es ese “tú” que está enfrente de mí. Mi esposa es sagrada, mis hijos son sagrados, mi esposo, mis hijos, mis hermanos, mi padre, mi madre, todos somos personas sagradas en este ambiente de vida familiar y así tenemos que vivir, así tenemos que vivir, comprendiéndonos, animándonos, ayudándonos, llenándonos de esperanza, colaborando unos y otros, sacando adelante a la familia entre todos, trabajando por ser lo mejor en el ambiente familiar.

No me vaya a decir: Padre, qué bonito habla, no me vaya a decir eso: qué bonito habla, ya lo quisiera ver aquí en la casa, ya lo quisiera ver con una ringla de hijos, ya lo quisiera ver casado, no, pues esa no es mi vocación, yo no nací para eso, yo no trato de hablar bonito. Yo sólo digo lo que Dios quiere que diga, y eso yo siempre pienso, lo que sale de mis labios es lo que Dios quiere que diga y no más, no más. Y lo digo a mis hermanos que me preocupan, que me preocupan. 

Cuidemos nuestras familias que son los pilares de nuestra sociedad y de la Iglesia. Está siendo muy atacada la familia, muy atacada. Queremos acabar con las familias tal y como Dios las ha instituido, un hombre y una mujer como esposos y bendecidos con hijos, esa es la familia que Dios quiere, pero estamos inventando otras clases de familias, estamos inventando otra clase de convivencias.

Por eso andamos medio desordenados o desordenados y medios. Vamos arreglando nuestra casa, vamos arreglándonos nosotros y esperemos también que los demás se arreglen y nos arreglemos todos.

Pues pidámosle a la Sagrada Familia de Jesús, María y José que bendiga nuestros hogares y que nos ayude a cumplir a cada uno de nosotros fielmente nuestra vocación según nuestro estado de vida. 

Seremos siempre hijos, seremos siempre hijos aunque ya hayamos ido a formar un nuevo hogar seguimos siendo hijos y tenemos un papá y una mamá a la que debemos respeto, amor, preocupación, no nos debemos de olvidar de los seres que nos dieron la vida. Siempre seremos hijos y si tenemos hermanos siempre tendré un hermano, siempre tendrá un hermano y debo de ser un hermano para él pero, a veces, abandonamos a nuestros padres y los olvidamos y los dejamos en la miseria y abandonamos a nuestros hermanos porque decimos: que cada quien se rasque como pueda. Entonces, qué familia, qué fraternidad, qué filiación tenemos. 

Yo creo que hoy Dios nos cuestiona y nos pregunta qué está pasando, cómo estoy viviendo yo la vida en lo personal y cómo estoy mirando al que está frente a mí, cómo lo trato, cómo lo valoro.

Pues que Dios y María Santísima y San José pues nos alcancen esas gracias y nos conceda esas gracias Nuestro Señor para seguir luchando por cuidar nuestras familias, esta Institución Divina.

Que así sea.

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