HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
25 DE DICIEMBRE DEL 2021. El Niñito Dios nos traía regalos y esperábamos que llegara esa noche y despertar, un día como hoy, despertar y buscar en algún espacio de nuestra casita, lo que el Niño Dios nos había traído. Qué hermosos momentos vivíamos, aunque fuera una cosa insignificante, pero era un regalo del Niñito Dios. El regalo del Niñito Dios.
Disfrutábamos de aquellos momentos, los gozábamos y pensábamos en el Niñito Dios, que nos traía esos humildes regalos.
Qué tiempos los que vivimos, porque creíamos en el Niñito Dios. Cuando dejamos de creer ya no nos traía regalos el Niñito Dios, ya no nos traía, eso me pasó a mí. Mi hermano mayor y un servidor descubrimos dónde estaban los regalos del Niñito Dios y les dijimos a papá y a mamá y papá y mamá nos dijeron: pues, de hoy en adelante, el Niñito Dios no les va a traer nada por haber descubierto.
Después, nos seguía trayendo, sí, pero ya no era lo mismo, ya no disfrutábamos, ya no disfrutábamos. Yo espero que, hoy, usted en su vivencia, en su interior, disfrute de un gran regalo que nos da Nuestro Padre Dios. Ese regalo se llama Jesucristo, el Niño Dios nacido en Belén. Ese es el regalo que usted recibe hoy y recíbalo con gozo, con alegría y disfrútelo y consérvelo, cuídelo. El Dios Niño ha nacido en Belén, lo gritamos hoy, en la Iglesia. Nació el Niñito Jesús en la ciudad de Belén, de María Virgen. Lo reconocemos como nuestro Dios y Señor. Lo reconocemos como nuestro Mesías, como el Emmanuel, el Dios con nosotros, como Nuestro Salvador, Nuestro Redentor.
La Palabra de Dios, sobre todo el texto del Evangelio, nos ubica en esa eternidad, la Palabra hecha carne, vivida desde siempre, desde toda la eternidad.
Pero, un día, esa segunda persona de la Trinidad, se hizo Hombre y nació de María Virgen, y Jesucristo es para nosotros verdadero Dios y verdadero Hombre. La Luz que ilumina este mundo, el príncipe de la Paz. El que viene a decirnos a todos nosotros que Dios nos ama, porque Él ha venido por amor, por amor.
Nació por AMOR a Dios, murió por AMOR a nosotros. Se quedó en la Eucaristía por AMOR a nosotros y, en todo momento nos dice que nos ama, nos ama.
Y a ti y a mí nos toca ir al encuentro de los hermanos y hacerles sentir el amor de Dios, empezando en nuestra casa, con nuestra familia, con los seres que nos rodean. Ahí debemos de tener esas vivencias de amor, para que nosotros nos sintamos amados por Dios.
De eso no tenga duda. De que Dios lo ama nunca dude. Viva como viva y sea como sea, Dios lo ama y lo ama infinitamente, como ama Dios.
El problema nuestro es ¿cómo lo amamos nosotros? ¿cómo lo amamos nosotros y cómo hacemos sentir el amor de Dios en las personas?… esa es la parte nuestra, no es la parte de Dios. Dios nos está amando, Dios nos está amando en todo momento, no deja de amarnos y, ¿nosotros? ¿en todo momento lo amamos?
Él nos dice: si me amas, cumplirás mis mandamientos y, a veces, esos mandatos divinos, nosotros fallamos. No los cumplimos. Y decimos amar a Dios. Allí nos estará diciendo Dios: demuéstrame realmente que me amas y lo tenemos que demostrar, no solamente en una relación muy personal con Dios, en esa relación vertical, tú con Dios… No, Dios te dice que también la relación es horizontal, mi relación con mi hermano, el que está frente a mí. Yo le digo a Dios que lo amo y le tengo que demostrar que realmente eso es verdad amando a mis semejantes, amando a mis hermanos, amando a toda persona.
El Apóstol Santiago nos dice que si decimos amar a Dios, a quien no vemos y dejamos de amar a nuestro hermano, que vemos, somos unos mentirosos.
Dios no quiere mentirosos. Dios quiere que tengamos la verdad y Él es la verdad: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. En esa verdad tenemos que vivir, en ese amor a Dios y en el amor a nuestros semejantes pero Nuestro Señor extiende más todavía eso y nos dice que el amor nuestro debe de ser extraordinario, no ordinario.
El amor ordinario es: amo al que me ama; hago el bien al que me hace el bien; saludo al que me saluda y, Dios dice: espero de ti un amor extraordinario, que ames a tu enemigo, que hagas el bien al que te ha hecho el mal.
Nuestro Señor, el Dios Niño, no quiere que en este corazón nuestro se aniden las negaciones de amor, que son odios, rencores, deseos de venganza, envidias, celos y todo lo que acaba al amor.
Dios quiere paz, Dios quiere paz. El príncipe de la paz quiere paz y, si revisamos nuestro mundo, nuestro mundo no tiene paz. Hay muchos focos de violencia y, para qué nos vamos al mundo, vamos quedándonos en nuestra patria: sufrimiento, muerte, violencia, lágrimas, en diferentes partes de nuestro país. No se acaba, ¿por qué tanto odio? ¿por qué tanto levantar la mano contra nuestros hermanos? ¿por qué quitarle la vida a nuestros hermanos? ¿por qué querer sentirnos poderosos y dominadores de todo el mundo? Porque en este corazón se ha salido el Señor porque nosotros no le hemos cuidado.
Se nos fue el amor y, por eso, nos volvemos enemigos de Dios y enemigos de nuestros hermanos.
¿Y para qué irnos fuera de nuestro estado de Oaxaca y fuera de nuestra ciudad? Sigue habiendo muerte, asesinatos, feminicidios, homicidios. Sigue habiendo secuestros, sigue habiendo persecución. Sigue habiendo tantas cosas y decimos ser hombres y mujeres de fe que habitan en este Oaxaca y en esta ciudad y decimos amar a Dios.
Qué triste. Qué triste que el Señor Jesús no esté reinando en el corazón de todos. Cuidemos lo nuestro pero también sembremos en el corazón de nuestros hermanos esas semillas del amor para que nos respetemos y nos valoremos, para que nos tratemos como Dios lo quiere.
Hoy celebramos esta fiesta de Navidad, hoy nos damos un abrazo, nos damos un abrazo, aunque debemos de estar en sana distancia pero nos damos un abrazo. Pienso que tal vez usted ya le dio un abrazo a alguien, yo ya se los di a algunos y los abrazo a todos porque, en este corazón, en este corazón, creo que hay amor. Amor para mi pueblo, amor para mis hermanos, amor para Dios en cada uno de los rostros de mis hermanos.
Lo aprendí en mi casa, lo aprendí en mi seminario, lo he aprendido en mi ministerio y lo sigo aprendiendo en este Ministerio Episcopal.
Yo no puedo vivir si no amo y no puedo hacer las cosas si las hago sin amor. No van a servir.
Que usted también sienta en su corazón el gran amor del Señor Jesús y desparrame ese amor, regale ese amor y nuestro mundo será diferente.
Hagamos diferente al mundo, hagamos diferente a nuestras casas, hagamos diferente a nuestra ciudad viviendo realmente el amor que nos ha traído Jesús Niño, que nació en Belén.
Que el Niño Jesús los cuide, porque Él sabe cuidar, aunque sea Niño. Sabe cuidar y sabe bendecir desde pequeño. Permita que el Dios Niño le bendiga en este momento, le llene su corazón de amor. Le llene de paz, le llene de gozo, de felicidad, a pesar del sufrimiento y del dolor porque a veces cargamos sufrimiento y dolor.
Vamos dejándolo a esas manitas pequeñas pero poderosas, poderosas del Dios Niño y verá que ahí está bien cuidado su sufrimiento y su dolor.
Que Dios los colme de Gracias a todos y feliz Navidad para todos ustedes.