HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

6 DE DICIEMBRE DEL 2021. Segundo Domingo del Adviento. Por la Gracia de Dios y porque nosotros tenemos esa voluntad de participar en la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios y alimentándonos de Su Cuerpo y de Su Sangre. 

Por eso estamos aquí.

Que nuestra oración y nuestra alabanza suba hasta el Trono de Dios y regrese a nosotros convertida en Gracia y en Bendición.

Hoy, podemos pensar, a propósito de la Palabra Divina que, un día Dios, al llamarnos a las aguas bautismales, nos hizo sus profetas. Somos profetas y, como profetas, debemos de llevar esa Palabra Divina, debemos anunciarla pero, a la vez, debemos hacerla vida todos, todos nosotros.

Ejercita tu profetismo y habrá momentos en que tus palabras llenen de esperanza, llenen de aliento y de ilusión a tus seres queridos, a tus amigos.

En la primera lectura el profeta Baruc animaba a los israelitas y les llenaba de esperanza por todo lo que iba a venir, por todas esas bendiciones, por toda esa alegría en la que se iban a encontrar después de haber sufrido.

Es necesario que, en ciertos momentos de nuestra vida, le hablemos al corazón a las personas que tal vez han perdido la esperanza. Han perdido las ganas de vivir, de luchar, de salir adelante.

Tú eres un profeta, ve con él, siéntate con él y ayúdalo. Ayuda a esa persona, a que descubra que hay cosas bellas en su ser y en su entorno, no hay sólo tinieblas, amargura, cosas negativas. 

De qué sirve seguir luchando, dicen algunos. De qué sirve seguir esforzándome, de qué sirve.  Ve a decirle de qué sirve, ve a decirle que esa lucha, que ese esfuerzo, un día, un día no muy lejano encontrará la alegría, el gozo por lo que está haciendo por los demás.

Vale la pena luchar. Vale la pena no desmayar en el camino. Vale la pena levantarnos de nuestras caídas y seguir adelante. Vale la pena tener una lucecita de esperanza, y con esa lucecita de esperanza, hacer el esfuerzo diario para llegar y conquistar lo que nosotros queremos conquistar.

Hoy nos tenemos que abrir a la Gracia Divina y para abrirnos a la Gracia Divina, necesitamos tocarnos a nosotros mismos y sentir qué es lo que estorba a la vivencia de Gracia. Qué aspectos de la vida debo de quitar para que haya esa Gracia en mí. De qué me tengo que corregir. 

Juan el Bautista, figura del Adviento, porque preparó a ese pueblo de Israel para recibir al Mesías les decía que se convirtieran, que enderezaran los caminos del Señor, que hicieran rectos los senderos. Esas palabras tienen que resonar en nuestros oídos y tienen que llegar a nuestro corazón. De qué me tengo que convertir, qué es lo que debo de sacar de aquí adentro porque me estoy preparando para conmemorar el Nacimiento de Mi Salvador y viene a mí para salvarme. Qué es lo que estorba para que llegue y se haga presente esa salvación en mí.

Usted se conoce. Usted sabe qué es lo que tiene que trabajar según su estado de vida. No se olvide de todo lo que usted es. Es un hijo de Dios y, como hijo de Dios tiene que vivir. Examine si está viviendo como un hijo de Dios.

Dios nos llama a vivir el amor, el amor a toda persona, ¿cómo anda esa vivencia del amor en relación con los demás? ¿Todavía hay aquí en su corazón, odios, envidias, rencores, deseos de venganza, celos? Tiene que quitarlos porque eso no es amor y al hijo de Dios, que es usted, Dios lo llama a amar. Y en esta vivencia de humanos, usted y yo somos hijos. Pregúntese si en su forma de ser, de pensar y de vivir, usted ha alegrado a los seres que le dieron la vida. ¿Es una alegría para ellos? ¿para su padre y para su madre? ¿es alegría para ellos o es sufrimiento, es dolor, preocupación o ha causado desilusión? 

¿Cómo ha vivido usted su filiación, su ser de hijo, su ser de hijo? Pregúntese, ¿cómo he sido como hijo de mi padre y de mi madre? ¿Qué les he regalado, de qué los he llenado, son felices conmigo por la forma como yo vivo, por lo que hago, a lo que me dedico? ¿Están felices?

Ahí tal vez encontremos algunos aspectos que tengamos que decir, a lo mejor me he olvidado de ellos, los tengo olvidados, los tengo abandonados, a mis viejitos los tengo abandonados, no los visito, no les hablo, no los busco, no me preocupo por ellos. ¿Pues qué clase de hijo es usted?¿qué clase de hijo? 

Tiene que ser un gran hijo. Cuando usted nació su padre y su madre dijeron: es una bendición divina lo que Dios nos ha regalado, este hijo, esta hija, es una bendición divina. ¿Y por qué dejó de ser una bendición divina para sus padres? ¿por qué?

Algo tiene que cambiar en esos sentimientos interiores para tener su vivencia de un gran hijo, de un gran hijo, para que alegre a su padre y a su madre. Todavía es tiempo. 

A lo mejor ha de decir: mi padre ya se murió, mi madre ya se murió y  no puede alegrarles el día de hoy siendo ese gran hijo en los cuales ellos tenían la esperanza. Llene de alegría en esos que ya no viven entre nosotros pero que se alegran en el cielo por la forma en que hoy nosotros estamos viviendo nuestro ser de hijos. Todavía es tiempo ¡todavía es tiempo de que cambie, de que sea mejor!

Es hermano, ¿de verdad vive la fraternidad con sus hermanos o se ha llenado de envidia? ¿Ha abusado de ellos? ¿se cree más grande y más importante que ellos, se cree más listo que ellos, se cree más capaz que ellos porque Dios lo ha bendecido a usted? ¿Ha sido capaz de desprenderse en esa vivencia de fraternidad para tenderle la mano a su hermano, para que también él salga adelante? ¿ha sabido compartir de las bendiciones divinas en favor de su hermano, en favor de su hermana? 

Algo tendremos que analizar en esa vivencia de fraternidad. Y ese esposo, esposa, ahí hay otro análisis qué hacer, y es padre o es madre y ahí hay otro análisis qué hacer, porque todo eso es usted: hijo, esposo, padre… todo eso es. No se quede con una cosita nada más, analice todo lo que usted es. También es un servidor, está en una oficina, está en un taller, hace este trabajo, analice cómo vive. Enderecen sus pasos, enderecen los caminos del Señor, dice Juan Bautista, el profeta Juan.

Ojalá y nosotros, en esta semana, podamos analizarnos, podamos adentrarnos a nuestro interior y ser sinceros y hacer una revisión de nuestra vida, de nuestros comportamientos, de nuestra forma de pensar y de ser y demos una respuesta. 

Queremos que este mundo cambie, pero no cambiamos nosotros. Cómo va a cambiar el mundo si yo no cambio.

Quiero que mi ciudad sea distinta y yo sigo haciendo lo mismo. No cambio. No tengo vivencias más agradables ante los ojos de Dios y queremos que nuestra ciudad cambie, queremos que nuestros gobernantes cambien. Queremos que nuestros sacerdotes cambien, que nuestros padres cambien, que nuestros hermanos… pero no queremos cambiar en lo personal.  Somos intocables. Somos intocables pero sí somos capaces de tocar y de decir y de denunciar a este, a aquel y a aquel, pero ¡ay de aquel que denuncie lo que yo soy y lo que yo hago, porque yo soy intocable!

Qué casualidad que tenemos ojos para analizar, según nosotros atinadamente lo que está mal del hermano, pero no somos capaces de mirarnos a nosotros y de aceptar que ahí hay muchas cosas que debemos de cambiar.

Permita que el profeta que está enfrente de usted le hable y le diga: hay estos detalles en tu vida que tú tienes que corregir. Permítales a sus hijos, permítale a su esposa, a su esposo, a su hermana, a su hermano, a su padre, a su madre, a su amigo… permítale, permítale que hable y que hable a su corazón y que usted esté bien dispuesto a escuchar y que, con la Gracia de Dios pueda haber esa conversión en su persona y en su ser.

Pues que Dios los bendiga en esta semana, que sigamos preparándonos para la vivencia, si es que Dios nos permite llegar a conmemorar el nacimiento de Nuestro Salvador, el nacimiento del Niño Dios.

Preparémonos, preparémonos en nuestro interior, no solamente comprando regalitos y adornando nuestra casa y poniendo el nacimiento y poniendo los foquitos y todo eso que es muy común en este tiempo. Mejor vamos arreglando nuestra persona, nuestro interior para que realmente el Señor vuelva a nacer en nuestro corazón y eso nos llene de esperanza.

Pidamos la intercesión del profeta, del profeta Juan el Bautista para que nos alcance esas Gracias que nosotros necesitamos para reconocer nuestro pecado, arrepentirnos de él y corregirnos.

Pidamos la intercesión de la Madre de Dios, que es nuestra Madre, para que Ella interceda por nosotros, que somos sus hijos y podamos tener ese cambio de actitudes en nuestra vida, en nuestro ser, en nuestro entorno, en nuestra vida familiar.

Que así sea.

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