HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
21 DE NOVIEMBRE DEL 2021. Al inicio de la Santa Misa, se me olvidó también decirles lo siguiente. En este momento se está celebrando en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el inicio, la apertura del Encuentro Eclesial Latinoamericano, presencia de Obispos de toda América, están participando en este Encuentro Eclesial.
Presencia de religiosos y religiosas y de fieles laicos, están presentes, no solamente en esta ceremonia, sino también lo estáran durante toda esta semana en el Encuentro Eclesial.
Pidamos esa Gracia del Espíritu, para que esta reunión dé muchos frutos en nuestra Iglesia Latinoamericana.
Hoy es la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Por gracia de Dios, no por gracia nuestra, hemos podido llegar al final del Año Litúrgico. Esta es la última celebración festiva del Año Litúrgico. El próximo domingo iniciamos un nuevo Año Litúrgico en la Iglesia, con el Tiempo del Adviento, para prepararnos a conmemorar el Nacimiento de Nuestro Señor.
Pero hoy lo proclamamos como Nuestro Rey, Rey de Cielos y Tierra. Rey de todo el Universo. Rey de todos los hombres de todos los tiempos, de hoy, de ayer y de siempre, como lo decia la misma Palabra Divina.
Estamos en la espera de la segunda venida del Señor, que vendrá sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Pero, eso, eso sólo lo sabe Nuestro Padre Dios, cuando llegue el final de los tiempos.
Nosotros pertenecemos a ese Reino de Cristo que Él instituyó, somos sus seguidores, somos sus discípulos y tenemos que hacer presente, en nuestras personas, en nuestro entorno, en nuestra vida familiar, en nuestras comunidades, esos signos de la presencia del Reino, del Reino de Jesucristo, que no es cualquier Reino, que Él mismo lo dice en el Evangelio: mi Reino no es de este mundo. No es como pensamos nosotros los humanos, cuando pensamos en los reyes, algunas naciones todavía tienen reyes.
Esos reyes tienen un espacio limitado. Cristo es Rey y es Rey de todos. Es Rey del Universo, su Reino no tiene un límite, es Universal.
Por eso, Nuestro Señor dice: no es de este mundo, porque los reinos de este mundo tienen una frontera, tienen unos súbditos y yo no tengo fronteras ni tengo súbditos. Es universal mi Reino y no tengo súbditos porque todos son mis amigos, todos son mis amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando.
Imitamos a Jesucristo, a Jesucristo que no vino a ser servido sino a servir y, nosotros, como miembros de este Reino debemos de ser servidores, unos de otros, para imitar a Jesucristo Rey.
Los reinos de este mundo son temporales, el Reino de Jesucristo es Eterno y Universal.
Pilato no lo entendió, ojalá y nosotros sí lo entendamos, porque no debemos quedarnos como Pilato para, enseguida, lavarnos las manos y no hacer nada para extender el Reino de Dios.
Un Reino, Nuestro Señor nos acaba de decir, un Reino de Verdad, un Reino de Verdad.
En este Reino de Jesucristo no caben las mentiras, las falsedades, las hipocresías, la doble vida, no cabe en el Reino de Jesucristo.
Nuestro Señor nos dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida y el que quiera ser mi discípulo que tome su cruz y me siga. No debemos de andar buscando placeres, poder, dinero, para pertenecer a este Reino de Jesucristo.
Tenemos que vivir en la pobreza de espíritu y en el desprendimiento total. Nuestro Señor nos dice que lo prefiramos a Él antes que a nuestros padres, hermanos y hermanas y antes de preferir a las cosas, para ser realmente sus seguidores. Hay que sabernos sacrificar, tomando la cruz de cada día y siguiendo al Señor.
¿Descubres tu cruz, aceptas tu cruz? Y, tu cruz, no digas, no digas que es tu esposo, que es tu esposa, que son tus hijos, y que le echan pilón a la cruz, al peso de la cruz.
Si nosotros sabemos tomar la cruz como la tomó Nuestro Señor, con toda libertad, con toda conciencia, con toda voluntad, no vamos a buscar quién está cargándole más a la cruz, vamos a buscar la fuerza divina para no desmayar en el camino, tomando la cruz de cada día y siguiendo al Señor.
Nosotros, que somos seguidores de Jesucristo, tenemos que vivir en la Gracia, en la santidad de vida. Fuiste llamado a ser santo, vive la santidad del día de hoy. No se necesita que hagas cosas extraordinarias, se necesita solamente que lo ordinario lo hagas extraordinariamente bien y con eso es suficiente para ser santo porque los santos hicieron lo ordinario extraordinariamente y así tienes que ser tú y tengo que ser yo.
Tenemos que llenarnos de Gracia, porque los que pertenecemos al Reino de Cristo es un Reino de Gracia porque es el Reino de Cristo y nos quiere en la Gracia, nos quiere en la Santidad. No podemos perder de vista que somos limitados, que tenemos miseria. Tú y yo somos pecadores, sí, pero tenemos un Dios Misericordioso que nos perdona y nos dice en qué lugar, en qué momento y con quién encontramos el perdón, el perdón divino, el perdón sacramental, el perdón de nuestros pecados.
Busca ese perdón si pierdes la Gracia. Lo mejor sería que no perdieras la Gracia pero, en este mundo tan lleno de tentaciones y en esta humanidad tan frágil, tan limitada, fácilmente le fallamos a Dios. Llenémonos de humildad, de sencillez, de sinceridad con nosotros mismos ante el rostro divino y descubramos nuestra miseria y digamos a Dios que no somos dignos de ser sus hijos, que pedimos Su Misericordia y Su Perdón para seguir viviendo en la Gracia.
Estamos llamados a vivir el AMOR. Un mandamiento nuevo les doy, que se amen unos a otros como Yo los he amado.
Y tú y yo tenemos que vivir un amor extraordinario. Nuestro Señor no se conforma con el amor ordinario. Él dice: si amas al que te ama qué haces de extraordinario, todo mundo lo hace, creyentes y no creyentes aman al que los ama. Nosotros, que somos seguidores de Jesucristo, tenemos que vivir el amor extraordinariamente, y nos dice Nuestro Señor que el amor extraordinario alcanza hasta a nuestros enemigos, que debemos de amarlos, así como El nos ama.
A veces nosotros nos comportamos como enemigos de Dios al fallarle en el cumplimiento de sus mandatos y, Dios, que siempre nos ama, no deja de amarnos y nos dice que vivamos así, como Él, amando a nuestros enemigos.
No digas: eso no es posible, eso es un imposible. Si Dios te lo está pidiendo es porque es posible, porque Dios no te va a pedir que vivas lo que no es posible como humano. Me pide que ame a mi enemigo, es porque es posible. Que yo no tengo la capacidad de amar así, búscala en Dios y dile a Dios: concédeme esa Gracia porque quiero amar como Tú quieres que yo ame, de forma extraordinaria.
Pero también pidámosle a Nuestro Rey que no permita que nosotros nos volvamos enemigos de otros, porque de nuestras palabras a veces salen insultos, malos tratos, difamaciones… que no salga eso de nosotros para no dañar a nadie porque, entonces, ¿dónde está el amor de ti, que eres un seguidor de Jesucristo y estás haciéndole daño a este y a aquel y aquel y aquel con tus palabras, con tus palabras.
No lo dañes. Eso no es amor, eso no es amor y cuánto daño causamos a veces por las palabras que pronunciamos y nos quedamos tan tranquilos, difamando a los demás, hablando de tantas y tantas cosas, destruyendo a nuestros hermanos cuando debemos de sentirnos amados y amarlos a ellos.
¿Por qué nos causamos tanto daño? ¿por qué dejamos que la envidia, los celos, los rencores, los deseos de venganza se aniden en nuestros corazones?
Hace un momento yo les decía la dificultad que están teniendo pueblos, se acercan a mí y me dicen: Monseñor, haga algo por nosotros, usted puede. Vaya y hable al pueblo vecino y hábleles al corazón, porque estamos sufriendo, están invadiendo nuestros terrenos, nos están quitando lo que nos pertenece y ha habido muertes, ha habido asesinatos y ya no queremos sufrir esto.
Cuánto dolor hay en nuestros pueblos porque hemos dejado de amarnos, ¿qué ganamos con un pedazo de tierra? Y matando… humillando a otro pueblo que, a veces, que a veces no sabe cómo defenderse, que a veces no sable cómo hablar, y ellos mismos me dicen, no sabemos expresarnos, hablamos nuestra lengua y no nos entienden. Y a veces, las personas que nos dicen que nos van a ayudar sólo nos engañan, sólo nos mienten, nos hacen creer, nos ilusionan pero no hacen nada por nosotros. Este pueblo nuestro está cansado de engaños, de mentiras de quienes tienen qué hacer algo… está cansado.
Cuánto sufrimiento en nuestros hermanos tan pobres. ¡Cuánto sufrimiento! Y son nuestros hermanos, ¡llevan nuestra sangre, son cristianos, son hijos de Dios! ¡Tienen al mismo Rey, que es Jesucristo! ¿por qué, por qué nos dañamos tanto? ¿Por qué no vivimos en este Reino de Jesucristo en paz? Porque el Reino de Jesucristo es un Reino de Justicia, de Amor y de Paz.
¿Por qué nos está faltando la paz? Porque nos falta el amor, porque nos falta la justicia, porque nos falta DIOS. No tenemos a DIOS, no tenemos a Dios en nosotros y a veces nos creemos dueños de los demás, porque yo sé hablar, porque traigo un arma, porque amedrento a medio mundo, porque amenazo a medio mundo. ¿Dónde está el amor, dónde está la justicia y dónde está la paz, que son características del Reino de Jesucristo? ¿dónde están? ¿qué hemos hecho?
Usted tal vez me diga: nos está hablando usted a nosotros que no hacemos eso, nosotros no somos. Pero usted puede hacer que otro tome conciencia, usted tiene que ir a decirles a otros y esos van a decirle a otros y a otros y a otros y todos tenemos que entrar en este círculo de reflexión, de tomar conciencia de que, si somos seguidores de Jesucristo y que decimos que Él es Nuestro Rey, tenemos que vivir así, como Él quiere, un Reino de Justicia, de Amor, de Paz, de Gracia, de Santidad, de Verdad. Así tenemos qué vivir.
Que Cristo, Nuestro Rey, nos haga tomar conciencia de que debemos ser dignos ante Sus Ojos, sólo ante Sus Ojos. No queramos pasar como dignos ante los ojos de los demás, sin ser dignos ante los Ojos de Dios.
Si eres digno ante los ojos de Dios, lo serás ante tus hermanos, de eso no tengas dudas. Seamos dignos ante los Ojos Divinos y que podamos mirar con dignidad y con grandeza a nuestros hermanos.
Pidamos a María, la humilde Sierva del Señor, la que tuvo en Sus brazos, en Su nacimiento y en Su muerte al Hijo de Dios, al Hijo de Dios, al Salvador Nuestro y digámosle que nos alcance la Gracia para que Su Hijo reine realmente en nuestro corazón y nosotros seamos verdaderos testigos de Jesucristo, grandes discípulos de Él al peregrinar por este mundo.
Dios nos ayude a ser lo mejor en la vida, y nos conceda la Gracia de seguir viviendo el Encuentro con Él y seguir fortaleciéndonos con Su Gracia y con su Fuerza.
Que así sea.