XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA

7 DE NOVIEMBRE DEL 2021. Hermosa enseñanza que nos transmite Dios en este día domingo. Y, a la vez, nos cuestiona, porque tenemos que revisarnos todos nosotros en nuestra forma de vivir y de hacer las cosas.

Todos, de alguna forma, nos relacionamos con los demás; prestamos servicios, a lo mejor tenemos encomiendas muy serias en nuestras comunidades, en nuestra sociedad. ¿Con qué actitud nos presentamos? ¿qué esperamos nosotros recibir de nuestras gentes?

¿Esperamos recibir un agradecimiento? ¿hacemos las cosas para quedar bien con ellos? ¿queremos que nos alaben? Cuando somos invitados a alguna ceremonia, ¿queremos sentirnos privilegiados? ¿queremos sentirnos muy atendidos por los que nos han invitado? ¿o queremos pasar desapercibidos? Estamos ahí, presentes, pero no queremos salir por encima de nadie. Si nadie se fija en nosotros, no importa, no importa. No vine aquí para que se fijaran en mí, no vine aquí para que me alabaran, no vine aquí para ocupar un lugar muy especial. 

¿Con qué actitud nos movemos? ¿qué es lo que nos mueve a nosotros?

El Señor Jesús advierte a sus apóstoles, a la multitud y les dice que no debe de imitarse a unas personas, que tenemos que evitar esas actitudes de querer ser los primeros en los banquetes, de querer ocupar los asientos de honor en ciertos lugares, que se nos alabe, que se nos aplauda.

Dice Nuestro Señor que evitemos eso, que eso no está bien. 

Yo le voy a decir mi experiencia.

Nosotros nos movemos en unos espacios donde todo mundo quiere atendernos y se desvive por atendernos. Pero esto no nos tiene que llevar a sentirnos superiores, a sentirnos más grandes que las personas que están ahí, para atendernos, que quieren darnos lo mejor de lo que tienen. 

Nosotros no tenemos que enorgullecernos, no lo hacen porque me llamo fulano de tal, lo que mueve a nuestra gente es una grande fe, una grande fe y, con ellos, tengo que vivir esa fe tal y como me dice el Señor, en la humildad y en la sencillez de corazón.

Acabo de ir a varios pueblos y todo este mes y el mes que sigue andaré en los pueblos, visitándolos, administrando el Sacramento de Confirmación a niños y jovencitos y nos reciben, nos reciben las autoridades civiles, nos reciben las autoridades del templo, nos recibe el sacerdote, nos recibe el pueblo, nos reciben con música, con cuetes, con aplausos… Así nos recibe nuestra gente, ¿pero es para llenarnos de orgullo y de vanidad?, para eso no, eso no quiere Dios.  Dios quiere que reciba todas esas muestras de amor, de amor, porque ese pueblo nuestro, muchas veces sin conocernos, porque es la primera vez que nos ve, abre su corazón y manifiesta su grande amor y su grande respeto para quien es su Obispo, ¿y eso me tiene que llevar a mí a creerme grande e importante? ¡No! Porque eso no lo quiere Dios.

Estoy frente a un pueblo y en medio de un pueblo humilde y sencillo pero grande en sus expresiones de amor y tengo que aprender de los humildes y sencillos para ser como ellos, ser humilde y sencillo y recibir todo esto y hacerle sentir el amor de Dios, que pasa a través de mí, pero no tengo que sentir la grandeza porque no lo soy.

Soy tan pequeño, soy tan miserable, soy tan débil y tan frágil como lo es mi gente. 

Dios me cuestiona a mí, porque yo recibo muchos aplausos, todos los días y me dice que no me ande creyendo que soy grandísimo, que soy grande ¡no!, hazte pequeño, vive la humildad, vive la sencillez.

Y, también el Señor, hoy nos dice que cómo nos desprendemos nosotros de las cosas o de nuestro tiempo o de tantos detalles.

¿Cómo nos desprendemos? ¿nos desprendemos totalmente? ¿damos de lo que nos falta o damos de los que nos sobra? ¿qué le entregamos a Dios, qué le entregamos a Dios?

Yo siempre les digo aquí, su ofrenda, de ustedes, es de lo que les hace falta, no de lo que les sobra, y es su ofrenda para Dios. La han recibido de Dios, se la regresan a Dios y es de lo que les hace falta. 

Así tienes que ser desprendido, pero no solamente aquí, también sé desprendido allá, en tu entorno, donde tú vives, con las personas con las que te relacionas. Confían en la Providencia Divina, no te va a hacer falta, no te va a hacer falta lo que tú eres capaz de desprenderte, no te va a faltar. Dios se encargará de que no te haga falta. 

Hazme un pan y tráeme un agua, le dijo el profeta… vamos a hacer un pan, nos lo vamos a comer y moriremos, “tráeme el pan primero a mí, y esa harina nunca se va a agotar y ese aceite no se va a terminar” y así fue.

Hay que confiar en que, cuando hay desprendimiento, Dios se encarga de bendecir, Dios se encarga y, aquí quiero decirles también mi experiencia que yo he vivido en nuestro Oaxaca.

Me encuentro con personas muy pobres, muy necesitadas pero que son muy desprendidas. Diario regresamos con muchas ofrendas, con frijol, con arroz, con gallinitas, con panela, con esto o con aquello y nos lo da nuestra gente… nos lo da nuestra gente y nos lo da generosamente.

Son muy desprendidos mis hermanos oaxaqueños, muy desprendidos, muy generosos porque saben confiar en Dios y no le hacen cuentas, no le hacen cuentas a lo que ellos están dando porque saben que Dios los va a bendecir y les va a regresar mucho más y me lo han expresado, porque estas manos, estas manos han recibido de personas muy humildes, de abuelitos, de abuelitas, así, hecho bolita, billetes y me los ponen aquí, en mi mano y los contemplo y me da mucha ternura verlos y siento que ellos necesitan más de lo que me están dando ¡necesitan más! Que ellos se van a quedar con eso que tanto necesitan y que han puesto en mi mano y yo les he dicho: usted lo necesita más y ¿qué me dicen? “yo se lo quiero dar, yo se lo doy de corazón. Dios sabrá enseguida. Dios me va a bendecir. Tómelo, tómelo, lléveselo”.

Duele aquí adentro y duele mucho, pero nuestra gente humilde, pobre, no quiere sentirse despreciada, y da de corazón, y esa experiencia la he vivido siempre en todo mi sacerdocio, cuarenta y dos años de recibir en estas manos monedas que, como dice el Evangelio: pobre viuda que dio todo lo que tenía para vivir. 

Mis manos han recibido todo lo que mi hermano tenía para vivir, yo lo he recibido en mis manos, usted se va a quedar sin nada: “no importa, no importa. Yo se lo doy y se lo doy de corazón, recíbalo”.

Esa es mi experiencia. Estoy frente a personas que creen profundamente en la bendición y en la Providencia de Dios. En el Dios providente, en el Dios que no abandona y son capaces de desprenderse y darlo con todo el corazón, con todo el corazón.

Que así sea usted, no imitemos a los escribas, no los imitemos porque ahí no hay nada qué imitar. Imitemos a esa pobre viuda, imitémosla y compartamos.

Hoy es la enseñanza que nos deja el Señor y, tal vez usted tenga experiencias como esa que le he platicado.

Pida mucho por mí, le invito a que pida mucho por mí porque en más de una ocasión yo le he dicho que siempre, cuando recibo todas esas alabanzas y todos esos recibimientos siempre le digo a Dios: Señor, no permitas que yo me endiose por esto, que yo me sienta grande, importante, ¡no lo permitas!. Pida mucho por mí, para que no me llene de orgullo y de vanidad, pida por mí.

Pero también pida por mí para que Dios me ayude a administrar lo que recibo de los pobres, lo sepa administrar y no atesore, no atesore, que así, como me llega a mí, sea capaz de entregarlo a mis sacerdotes, a mis fieles, a las personas que a veces sé que necesitan.

Que yo nada más sea un medio por el cual llegan, lo lleve a mi Seminario, lo lleve aquí, lo lleve allá… lo comparta.

Pida para que este corazón de su Obispo no se apegue a las cosas de este mundo, no se apegue al dinero, porque no quiero apegarme al dinero. Para que su Obispo no se apegue al poder y se sienta grande y superior.

Pida por mí para que sea servidor, como lo dice Dios, servidor de los demás.

Necesito de su oración, necesito de sus súplicas a Dios, como usted necesita de las mías.

Usted reza por mí y yo rezo por usted y, esas oraciones harán que nosotros respondamos generosamente a Dios, con la humildad de corazón y aprendiendo de la Mujer Humilde que se llama María, Madre de Jesucristo y Madre Nuestra, continuemos esta Celebración poniéndonos en las Manos de Dios, para que Él nos bendiga y nos proteja y nos ilumine en todo momento para hacer las cosas tal y como lo quiere el Señor.

Que así sea.

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