XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
24 DE OCTUBRE DEL 2021. Me alegro poder mirarlos de nuevo en esta Iglesia Catedral.
El día de ayer celebramos con inmensa alegría la Festividad del Señor del Rayo.
Escuché hace un momentito a una ancianita que decía: ¿dónde está la capilla del Señor del Rayo? Y ya le indicaron dónde está y ya la llevaron a encontrarse con el Señor del Rayo, porque quiere decirle algo, porque quiere platicarle y, nosotros, hemos venido a celebrar la Eucaristía y a escuchar al Señor en Su Palabra y en la fracción del Pan.
A alimentarnos de la Palabra Divina y a alimentarnos del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Necesitamos de esa Palabra que ilumine nuestro caminar y necesitamos de ese Alimento del Cuerpo y la Sangre del Señor para tener vida y vida eterna y resucitar un día y vivir para siempre con Dios, en Su Gloria.
Vale la pena dedicarle a Dios un momentito del domingo como lo está haciendo usted, al reunirse en este Sagrado lugar, en esta Iglesia Catedral. Bendito Dios.
Imaginémonos que nosotros somos ahora ese Bartimeo que va por el camino, que no tiene capacidad de ver físicamente y que se da cuenta que, cerca de él, va pasando el Señor que tiene poder, el que hizo oír a los sordos, hablar a los mudos, caminar a los paralíticos, resucitar a los muertos, dar la vista a los ciegos, liberar a los oprimidios por el mal y por el demonio… ahí va, pasando. Ese hombre, Bartimeo, no puede hablar, más que gritar, porque necesita que el Señor lo escuche, y le grita, le grita para que ese grito suyo llegue hasta los oídos de Nuestro Señor, no le habla con voz quedita, no le habla en el silencio de su corazón… le gritó, le gritó con esa confianza, porque sabía que el Señor le iba a escuchar.
Lo quisieron callar y Él gritaba más fuerte. No le importó que lo callaran, siguió gritando, porque necesitaba que el Señor Jesús le hiciera caso. Le habló a Él por su nombre, le dijo ¡Jesús!…por Su nombre… se le habla con confianza. Así le habló Bartimeo a Nuestro Señor, le habló por su nombre: Jesús… pero también hay una expresión de fe, “Hijo de David, Hijo de David”… ahí estaba reconociendo Bartimeo que, Jesús, era el Mesías, el Hijo de Dios y no solamente quiere que lo escuche porque él pronuncia su nombre y da un testimonio de fe, quiere sentir la compasión de Jesús, del Hijo de David, quiere sentir esa compasión y expresamente le dice: “ten compasión de mí, ten compasión de mí” y, el Señor lo llama: ¿qué quieres que haga por ti?… – “Señor, que pueda ver”- y Nuestro Señor hace público lo que hay en el interior de ese hombre, Bartimeo, y Nuestro Señor hace público lo que hay en el interior de ese hombre, Bartimeo, de ese ciego: “qué grande es tu fe, tu fe te ha salvado, vete… vete” y comenzó a ver.
Yo quiero que nos preguntemos, ¿usted le habla con confianza a Nuestro Señor, le habla con confianza?
Siento que, en estos días, en esta vivencia en la Iglesia Catedral, le hemos estado hablando al Señor Jesús y diciéndole: Señor del Rayo, Señor del Rayo, porque así le hablamos los oaxaqueños a Jesucristo, que está allí, en la Cruz… Señor del Rayo, pero ¿tiene la confianza de hablarle?, en algún momento de su vida le ha salido esa expresion: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”, porque ahí está el Evangelio y tenemos que aprender a hablarle a Nuestro Señor y tenemos que aprender de los que en un momento le hablaron y alcanzaron milagros. Bartimeo alcanza el milagro porque ahora podrá ver, porque le habló al que da la vista a los ciegos, al que da la vista a los ciegos.
Qué le está diciendo usted a Nuestro Señor ahorita, qué le está pidiendo. A veces, a veces nosotros somos ciegos. Podemos ver, podemos ver físicamente pero nos hacemos los ciegos.
Las maravillas de Dios a veces pasan desapercibidas. La maravilla de Dios es un pequeño, es un niño, es un recién nacido y, a veces, no queremos ver esa maravilla de Dios porque le impedimos nacer, ¡le impedimos nacer a una maravilla de Dios, a una creación de Dios, a una hermosura de Dios!
A veces no somos capaces de ver las maravillas de Dios porque miramos a nuestros semejantes con desprecio, con desprecio… tenemos ojos para ver pero miramos con desprecio. Qué triste es tener esa mirada y no la mirada de Dios.
Dios te dio la capacidad de ver y no estás viendo sus maravillas, no estás descubriendo Su presencia en el rostro del hermano. No te importa tu hermano, te tiene sin cuidado tu hermano y le miras con una mirada de desprecio porque tal vez no es de tu color, no es de tu clase, porque hasta eso hemos llegado, a sentir que somos nosotros de una clase, de una clase, de una clase alta, de una clase más digna… qué mirada, esa no es la mirada de Dios.
Dios no nos dio esas miradas, esa capacidad de ver para mirar así a nuestro hermano.
¿Usted mira con compasión? Porque Nuestro Señor miró con compasión, la expresión de Bartimeo era: “ten compasión de mí” y el Señor le miró con compasión y lo sanó.
¿Usted mira con compasión al que lo ha ofendido, al que lo ha herido, a la persona que se ha burlado de usted, lo mira con compasión o le mira con sentimientos y con odios y con deseos de venganza? ¿mira a las personas con esa compasión divina?
Nosotros queremos ser compadecidos por Dios, que Dios tenga compasión de nosotros. Pues hay que ganarnos la compasión teniendo esa vivencia de compasión.
Compadécete de tu hermano, compadécete de tu compañero de trabajo, compadécete de tu amigo, compadécete de tus fieles, me lo dice Dios hoy a mí. Compadécete de este pueblo y míralos como los mira Dios, con compasión, con amor, con entrega, con la disponibilidad de escucha… compadécete.
Cómo tenemos que ir cambiando nosotros para que podamos hablarle a Dios y gritarle y decirle: Ten compasión.
Es necesario.
Aprendamos de Bartimeo y aprendamos de Dios que siempre ama, que siempre manifiesta esa compasión y esa ternura divina.
Dios se compadece de ti, no tengas esa duda.
Dios te ama, no tengas esa duda.
Dios te bendice, Dios seguirá siendo el Padre Providente.
Dios te va a seguir acompañando en el camino, no te va a dejar solo.
Pero síguele hablando, pero háblale con esa fe y con esa confianza. No dudes de que te escuche. Él te escucha.
Háblale en el silencio de tu hogar, en esa pequeñita Iglesia doméstica que es tu casita háblale a Dios y exprésale las vivencias que tienen como familia y, si juntos lo hacen, sería más hermoso todavía que como familia le habláramos a Dios desde lo más profundo de nuestro ser, movidos por la fe y le expresáramos a Dios nuestra acción de Gracias y nuestras súplicas como familia.
Exprésenle a Dios como esposos y como esposas, como padres y madres, como hijos, como hermanos expresémoles a Dios lo que hay de vivencia en nosotros y, así, crezcamos.
Invoquemos ahora la intercesión de Nuestra Madre, la Santísima Virgen María porque Ella también se compadece, porque Ella también nos mira con ternura de Madre, porque Ella también ha bendecido a nuestro pueblo oaxaqueño por más de 400 años a través de esa Bendita Imagen de Nuestra Señora de la Soledad y a través de esa Bendita Imagen de Nuestra Señora de Juquila y, como mexicanos, María de Guadalupe, va ahí, acompañándonos y haciendo historia con nosotros.
Conserven, conserven ese amor a la Madre de Dios, promuevan ese amor a la Madre de Dios en su hogar, con sus gentes, con sus seres queridos, ella es la Gran Intercesora, hablémosle y experimentemos el amor de una Madre, nada menos que de la Madre de Nuestro Señor.
Ella es Nuestra Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo… eso le seguirá diciendo Nuestro Señor a María: ahí tienes a tu hijo. Hablémosle, pidamos Su intercesión y no seamos ciegos, seamos capaces de mirar la obra divina en nosotros y en nuestros hermanos y seamos esa bendición, esa bendición divina para las personas que nos rodean.
Cuando hay voluntad, es fácil ser bendición divina. Cuando nos negamos y nos cerramos, no somos bendición divina. Yo necesito que tú me bendigas, te lo digo de corazón, necesito que me bendigas, que me bendigas como mi madre, como mi padre, como mi hermano porque así me dice Dios: dejaste padre, madre y hermanos, tienes el ciento por uno en padre, en madre y hermanos.
Yo necesito de tu bendición, papá, mamá, hermano… necesito de tu bendición. Bendíceme en todo momento.
Y tal vez tú me digas: necesito de tu bendición, Padre y yo le digo a Dios que te bendiga, que te llene de bendiciones en todo momento, que te proteja y que te cuide siempre y que te ayude a ver sus maravillas en este caminar, en esta historia que estamos haciendo juntos.
Pues que Dios nos ayude a hacer todo eso en nuestra vivencia.
Feliz semana para todos, feliz semana.
Cuidémonos, sigámonos cuidando porque necesitamos, por amor, cuidar nuestra vida y cuidar la vida del otro.
Todavía no hemos salido de esto, ¿cuándo vamos a salir? Pues hay que gritarle como Bartimeo: Señor, ten compasión… nos sentimos cansados, nos sentimos desgastados, quisiéramos encontrarnos con nuestras gentes, abrazar a nuestras gentes, sentir su cariño, ir a visitarlos… tocar a nuestros hermanos… ten compasión, ten compasión. Retira de entre nosotros esta pandemia, acaba con ella, Tú puedes, Señor.
Nosotros haremos nuestra parte y, Tú, haz la parte de retirar esta pandemia.
Tal vez ya nos hemos purificado pero si todavía falta un tiempo de purificación, cuídanos y danos la fortaleza para no renegar ni desesperar ante esta realidad que vivimos.
Feliz semana para todos y que la vivan con inmensa alegría y si hay sacrificio y hay dolor, ofréceselo a Nuestro Señor y que siempre sientas que Él está contigo, acompañándote en todo momento.
Que así sea.