HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS, ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
12 DE SEPTIEMBRE DEL 2021. Qué bueno ha sido Dios con nosotros, así lo siento yo, así lo vivo porque Dios nos ha acompañado en la vida y nos ha librado de tantas cosas y de tantos peligros que van surgiendo en nuestra historia de cada día.
Dios nos da fortaleza, nos anima y, todo esto, son signos de Su amor de Su preocupación por nosotros y, a la vez, el Señor espera respuestas muy positivas de nuestra parte.
El Evangelio que hoy escuchamos, creo que no lo desconocemos porque lo hemos escuchado muchas veces y, a veces, nosotros lo sacerdotes, tocamos este texto del Evangelio, aunque no sea proclamado, cuando insistimos en quién es Jesucristo y utilizamos el texto, de las preguntas que hizo Nuestro Señor.
Hoy, no quiero que cada uno de nosotros responda qué dicen otras gentes de Jesucristo. Qué piensan de Jesucristo.
Hoy, quiero que nosotros nos preguntemos: para mí, que estoy marcado con el signo de cristiano, desde el día de mi bautismo. El sacerdote hizo una cruz en la frente, al iniciar la ceremonia y nos dijo: “El Señor Jesús te recibe con inmensa alegría. En nombre de ella, yo te marco con la señal de la cruz y, en seguida, tus papás y tus padrinos van a hacer lo mismo en señal de Cristo, el Salvador”. Y nos marcaron, con el signo de la cruz en nuestra frente.
Somos cristianos y jamás se nos va a borrar, aunque tú digas que ya no crees en Cristo, que eres un incrédulo, que eres un ateo… esa marca de cristiano ¡no se borra! ¡no se borra porque Dios no juega con nosotros! Nos eligió y nos marcó, puso un sello en nuestra persona para siempre.
Creas o no creas, eres un cristiano, estás marcado. Y aunque digas que te borre de los libros del bautismo, eres un cristiano, estás marcado.
Pero, ahora quisiera que nos preguntáramos cómo vivimos. ¿De verdad vivimos como alguien que está marcado con el signo de cristiano? ¿en nuestras obras, le decimos a los demás, porque creo en Cristo, porque soy su seguidor, porque soy su discípulo, por eso hago esto, por eso me comporto de esta forma, por eso tengo vivencias de misericordia, de compasión, de bondad, de solidaridad, de fraternidad, de generosidad, de perdón?
Porque soy cristiano, porque soy discípulo de Nuestro Señor y le quiero decir a Nuestro Señor por qué creo en Él y por qué hago estas cosas.
En las acciones se demuestra que somos creyentes, en la forma de vivir se dice: yo soy un cristiano. Yo soy un hombre de fe.
Puras palabras… decir “yo soy católico, yo soy esto, yo soy aquello”… no necesitamos pronunciar palabras, necesitamos vivir lo que el Señor nos enseña…Tú eres mi Maestro, Tú eres mi Guía, Tú eres mi Salvador, Tú has dado la vida por mí… tanta cosa que podemos decir de Nuestro Señor… pues Nuestro Señor nos dice: tú, que eres mi seguidor, tú que me imitas, llévalo a la vida, hazlo vida, ve e ilumina. Ve y llena de fortaleza. Ve y anima. Ve y sana. Ve y acompaña. Ve y sé un hermano. Ve a vivir la fraternidad, ve a vivir el amor, porque ese es mi mandamiento nuevo… Ve y ahí me vas a decir quién soy Yo para ti. Ahí me lo vas a decir, en las obras.
Vamos analizando si en el ambiente familiar, donde nos movemos, es un ambiente evangélico, un ambiente de fe. Si ahí estamos diciendo que somos creyentes, que somos seguidores de Jesucristo, que hacemos lo que Él quiere.
En el centro de trabajo, donde nosotros vamos todos los días, ¿cómo es nuestro testimonio? ¿cómo tratamos a las personas? ¿cómo nos relacionamos con ellos? ¿a qué lugares nos metemos? ¿cómo miramos a los demás? ¿cómo nos dirigimos a ellos? ¿realmente somos sensibles al dolor y al sufrimiento?
¿Nos mueve y nos duele ver padecer al hermano necesidades o andamos buscando causas por las que ese hermano está sufriendo y no tiene lo necesario para vivir? Y tal vez encontremos muchas y digamos: pues es un flojo, es un irresponsable, no quiere trabajar, es un vicioso, es un desordenado, ahí está la consecuencia de que no tenga lo necesario para vivir… pero no te conmueves, no te conmueves, no has sido capaz de detenerte un momentito y entrar al corazón de esa persona a la que le descubres tantos detalles negativos y no le has ayudado para que sea un poquito más positivo y cambie de actitud.
Sólo te has quedado en un juicio y te has lavado las manos y dices: yo ya no tengo nada que hacer con este.
No le has tendido la mano.
¿Podemos decir, en esos detalles, que creemos en Cristo, que somos unos fieles discípulos del Señor?
Tal vez nos cuestione y nos dice: ¿qué pasó? ¿eres mi seguidor, eres mi discípulo? Y aquí esperaba algo más de ti y no diste, no diste nada.
Creo que el Señor nos cuestiona hoy, nos cuestiona y nos cuestiona mucho y nos dijo algo muy fuerte: el que quiera ser mi discípulo que renuncie a sí mismo, que renuncie a sus gustos personales, que renuncie a su descanso, a sus vacaciones, a estoy aquello, por mí y por el Evangelio y que tome su cruz de cada día y me siga.
Un seguidor de Jesucristo no se entiende si no lleva la Cruz.
A Nuestro Señor Jesucristo no le podemos quitar la Cruz. ¡No!
Sin Cruz, Nuestro Señor no está completo y, el discípulo, sin cruz no está completo. Pero cómo hay que tomar esa cruz, ¿con desesperación, con renegación, con desilusiones en la vida? No. Tenemos que aceptar la voluntad de Dios aunque nos duela, aunque sea un gran sacrificio y, tenemos que decirle a Nuestro Señor, con toda sinceridad: “Señor, no puedo con esta cruz, siento que rebasa mis fuerzas. Dame la fuerza que yo necesito en este momento para cargarla. Dame la fuerza. Dame la Gracia, porque quiero seguir siendo ese discípulo que va siguiendo al Maestro, que va tras Él. Tomo mi cruz y te sigo, no renuncio a ella, la acepto con mi voluntad y mi libertad, y te la ofrezco”.
Con la Gracia de Dios, esto es posible… con la Gracia de Dios. No quieran con sólo sus fuerzas hacer todo esto. No. Busquemos la fuerza Divina. Abramos nuestro interior, abramos nuestro espíritu. Dejémonos inundar de esa fuerza del Espíritu para poder salir adelante y que Dios nos colme de grandes bendiciones a todos nosotros.
Permítanme ahora, compartirles a todos ustedes un comunicado que hacemos llegar a todos el día de hoy, a favor de la mujer y a favor del derecho a la vida.
Queridos feligreses, hombres y mujeres de buena voluntad, en la alegría de la Celebración Dominical, donde vivimos la entrega del Señor para darnos vida, deseo compartir con ustedes la felicidad que hemos experimentado el pasado 8 de septiembre, al celebrar la Natividad de la Virgen María, Madre de Dios, manifestando el gozo indescriptible que sentimos al recibir a un nuevo ser en nuestras familias.
En la actualidad, estamos viviendo una gran crisis ante el pensamiento relativista, que da lugar a la cultura del descarte, de discriminación y violencia, en la que con mucha facilidad podemos eliminar lo que nos estorba y, de esta manera, pretendemos alcanzar una falsa felicidad.
Hemos experimentado también, con profunda tristeza, que hay pensamientos engañosos, que aparentemente evitan un sufrimiento, pero que dañan severamente a las familias porque con el tiempo dejan heridas incurables en el corazón y en la conciencia de las mujeres.
Las mujeres que han vivido en carne propia un momento tan difícil y tan doloroso, son las que mejor conocen, viven y pueden dar testimonio de que no podemos destruir la vida, en cualquiera de sus etapas, es un don precioso de Dios. La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y sólo Dios es el Señor de la Vida, desde su comienzo hasta su término.
Como su Pastor y Obispo, les bendigo de corazón y que Dios nos dé un buen discernimiento para valorar el bien que nos ofrecen las leyes y, si es algo que atenta contra los principios y valores humanos, no vale la pena promoverlas.
Los invito para ser solidarios con los más vulnerables que sufren por alguna situación.
Una sociedad que no respeta y destruye lo más preciado, que es la vida, se destruye a sí misma.
Que Nuestra Señora de la Soledad sea nuestro modelo de mujer amorosa, fuerte y valiente.
María, al pie de la Cruz, abrázanos y condúcenos a Jesús.
Con mi oración y bendición.
+ Pedro Vázquez Villalobos, Arzobispo de Antequera Oaxaca.
Pbro. Héctor Zavala Balboa, Secretario Canciller.
Todo esto que vivimos, nos hace reflexionar como discípulos del Señor.
Sufrimos mucho y nos duele tantos muertos a causa de la pandemia, pero yo quisiera que nos preguntáramos, ¿nos da el mismo dolor que saber de los miles y miles y millones de abortos? ¿nos da el mismo dolor?
Parece que los que mueren en el vientre de una mujer no duelen, pero sí duele la muerte de mi padre, de mi madre, de mi hermano, de mi esposa, de mi esposo, de mis hijos pero no la muerte de alguien que se estaba formando en el vientre, y tenía derecho a vivir como yo vivo ¡como yo vivo!
Nos duelen los feminicidios, y alzamos la voz y decimos que la mujer merece respeto y lo seguiremos diciendo, pero también diremos y no nos vamos a callar, que el no nacido merece el mismo respeto a la vida.
Sufrimos a causa de la violencia y, en el vientre de esa mujer, se hace violencia para matar a un inocente.
Eso no nos hace pensar… eso no nos hace pensar.
Hay mucho qué preguntarnos y hay mucho qué decir.
Yo le doy gracias a Dios, a mi padre y a mi madre, porque puedo estar aquí, frente a ustedes.
Gracias papá, gracias mamá porque me diste la vida y no me abortaste en tu vientre. Pudiste haberlo hecho y no lo hiciste.
Gracias papá.
Gracias mamá.
Amén.